martes, 29 de marzo de 2022

Encuentro.


Me encontré una vez con Dios en un bar.

Así es: me encontré con Dios y estaba borracho.

Dios, aclaro, era el que estaba borracho.

Bueno… yo también lo estaba (un poco), pero eso no tiene mayor importancia.

Me refiero a que Él no va a andar contando “Me encontré con Vian en un bar, y estaba borracho…”.

No soy tan importante, digamos.

Ni lo son tampoco mis borracheras que cada vez son menos espectaculares y hasta debo confesar que se han vuelto un poco fomes.

Sobre todo, por el costo asociado de estar dos o tres días con los malestares típicos post borrachera que supongo que Dios, luego de las suyas, no ha de sufrir.

Y es que, si soy sincero, no creo que Dios sufra.

De modo alguno, me refiero.

Ni por los efectos de las borracheras ni por los efectos de nada, en realidad.

Si ustedes lo hubiesen visto, en el bar, probablemente pensarían lo mismo.

Y es que Dios era un borracho alegre, despreocupado, que hasta me habría caído bien de no haber descubierto quién era, justamente, Dios.

Y molesta ver a Dios alegre.

Es extraño decirlo así, pero lo cierto es que molesta -y hasta duele-, verlo de esa forma.

Tanto así que yo pensé en reclamarle o hasta quebrarle, sin más, una botella en su cabeza.

Me contuve de cobarde, lo confieso, y además porque al ser Dios, concluí que Él recibiría mi botellazo aunque yo no se lo pegara, directamente.

Por lo mismo, me fui simplemente del lugar, dejándolo así, alegre y borracho, en medio del mundo.

A todo esto… si quieren el dato del bar en el que está, yo se los digo.

Siempre y cuando paguen mi cuenta.

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