domingo, 20 de marzo de 2022

Los del último vagón.

I.

Van en silencio,
los que suben al último vagón.

Puedes reconocerlos,
incluso antes,
que aborden el tren.

No conversan entre ellos.

No se muestran expectantes.

Tampoco lloran en el andén
ni miran hacia atrás cuando este avanza.

Me agradan, por cierto,
los que suben al último vagón.

A pesar de no ser,
lo reconozco,
uno de ellos.


II.

Solo en raras ocasiones
alguien viene a despedir
a los que viajan en el último vagón.

Cuando esto ocurre,
un simple gesto basta.

Nada de lágrimas.

Nada de exageraciones.

Nada de gestos innecesarios.

Y es que los que viajan en el último vagón
saben que seguirán siendo ellos mismos
en el lugar en el que bajen.

Y saben incluso que la vida,
como decían por ahí,
es la misma en todas partes.


III.

Raras veces los del último vagón,
descorren las cortinas
y observan el paisaje.

No pegan sus rostros al vidrio
ni siquiera los niños
del último vagón.

No los acuso.

Nada hay de malo en todo aquello.

Y es que ellos,
probablemente,
ya saben lo que hay fuera.

Lo que no saben, sin embargo,
los del último vagón,
(lo que no saben y no esperan),
es que ellos serán los del primero
cuando el tren cambie de marcha.

Entonces yo, desde mi sitio,
los observaré cambiar.

Y hasta yo cambiaré un poco,
lo presiento,
a pesar de no ser uno de ellos.

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