miércoles, 2 de marzo de 2022

No lo veo así.


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Yo no lo veo así, por supuesto. Pero mejor no digo cómo lo veo. Asiento con los otros, nada más. No contradigo. Dejo que crean que tienen razón. O no que tienen razón, en realidad. Dejo que crean que me engañan. Sí, es eso. Dejo que piensen que acepto sus falsas visiones. Que mis ojos ven lo que ellos dicen. Que no veo -ni puedo ver-, de otra forma. Que pierdo mi vida de la forma en que ellos quieren que la pierda. Que doy vueltas mayormente y luego ni siquiera eso. Que estoy clavado a mí mismo. Sí… es eso. Eso es lo que les dejo ver. Y entonces ríen y no saben. Caen y no comprenden que caen. Y ríen mientras caen. Su barranco es menos pronunciado, pero es.

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Yo no lo veo así, por supuesto. Y no me veo así, tampoco, a mí mismo. Esos son roles, simplemente. Eso es lo que ocurre. Actitudes sin raíces. Sin conexión al nervio. Y no hay dolor sin conexión al nervio. No soy mejor a ellos, pero ellos, sin duda, son peores. Yo busco mantener la medida de mí mismo. Mi peso, digamos. Mi vida y la forma de perderla que me corresponde. Que me es propia. Construyo lo que ha de construirse y sigo en calma, aunque sepa que el derrumbe también está asignado. Y hasta es inminente. No digo como lo veo, pero puedo hablar de todas formas, en torno a lo que no veo. A veces pienso que hasta es mi deber. Admito, no obstante, que puedo estar equivocado, no lo niego. Y la equivocación entonces puede verse como un barranco pronunciado. Pero no es.

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