sábado, 30 de abril de 2022

Conversaciones oídas en el metro.


I.

-¿Sabes cómo se llama cuando un juego se queda pegado, pero en realidad no se pega sino que sigue andando, pero en el fondo se pega…?

-¿Qué…?

-O sea, como que sigue andando, pero no se llega nunca a un final… Por ejemplo, a mi hijo le pasa en el Mario Kart… va en la carrera, el auto se ve avanzando, pero nunca llega… pasa por los mismos sitios solamente, pero sin final…

-¿Sin llegar al final?

-Sí, sin llegar al final.

-Pues no… no sé cómo se llama.


II.

-Si quieres me bajo antes y paso a comprar las cosas para el cumpleaños… así ganamos tiempo.

-Da lo mismo si nos bajamos antes, el tiempo va a ser el mismo.

-¿Cómo va a ser el mismo?

-El mismo no más po… el mismo tiempo.


III.

-¿Te acuerdas del sueño que te conté en el que un tipo se ponía a matar gente en el metro?

-Sí… me acuerdo…

-Pues ese tipo de ahí es igualito al tipo del sueño…

-¿Ese de ahí…?

-Sí, ese… hasta lleva la misma ropa… ¿no te da miedo?

-No… si nos mata acá seguro despertamos en otro sueño…

-No te entiendo.

-No importa... permiso… tengo que bajar.

viernes, 29 de abril de 2022

Resultados de la encuesta.


Dieciocho de cuarenta y cuatro estudiantes no saben amarrarse los zapatos.

Veintinueve de cuarenta y cuatro no saben ver la hora en un reloj analógico.

Dieciocho de cuarenta y cuatro no conocen el segundo nombre de su madre.

Diecinueve de cuarenta y cuatro no sabe andar en bicicleta.

Dos de cuarenta y cuatro sabe cómo se conocieron sus padres.

Seis de cuarenta y cuatro cenaron anoche acompañados.

Treinta de cuarenta y cuatro clasificaría a su madre como una buena persona.

Dieciséis de cuarenta y cuatro se clasificarían a sí mismos como una buena persona.

Veintidós de cuarenta y cuatro dicen que creen en Dios (o un ser similar).

Seis de cuarenta y cuatro tienen una mascota a su cuidado.

Veintinueve de cuarenta y cuatro trajeron su cuaderno de la asignatura.

Veintidós de cuarenta y cuatro dicen que les gusta poco o muy poco ir al colegio.

Nueve de cuarenta y cuatro dicen que preferirían quedarse en su casa.

Cuarenta de cuarenta y cuatro dicen que no se imaginan de viejos.

Tres de cuarenta y cuatro, dicen que nunca van a morir.

Once de cuarenta y cuatro escriben correctamente la palabra monstruo.

Uno de cuarenta y cuatro no contesta nada en lo absoluto.

jueves, 28 de abril de 2022

Lo vio venir, pero no lo vio llegar (canción eslovena)


Lo vio venir, pero no lo vio llegar.

No lo vio llegar al sitio exacto, me refiero.

Es decir: no al final -o al supuesto final-, de su trayectoria.


Lo esperaba, por cierto, desde que lo vio venir.

Ya había pensado qué decirle, hasta el más mínimo detalle.

Pero fue tal vez ese pensar, justamente, el que impidió ver su llegada.


Él alega, por supuesto, diciendo que el otro no llegó.

Que desapareció de su vista, simplemente, en cuanto dejó de verlo.

Y yo no estoy aquí para otra cosa que repetir, de cierta forma, sus palabras.


Coro:

Cada cierto tiempo nada es cierto,
y lo que debiera ocurrir, termina no pasando:

ni la bondad del hombre, ni la barba de Dios
ni el jugo de fruta natural:

No hay juicios ni justicia ni finales.

El corazón, afirmo, no se desplaza de su sitio.



Lo vio venir, pero no lo vio llegar.

¿Cuántas veces hemos cantado ya, este mismo hecho?

Cuántas veces y al final el pensamiento nos expulsa de esa espera.


Por eso más bien, es mejor dejarlo simplemente hasta aquí.

No ocurra que, entre nota y nota, no veamos lo que debe ser visto.

La palabra hola y la palabra adiós, se cruzaron si verse, en un mismo camino.


Coro:

Cada cierto tiempo nada es cierto,
y lo que debiera ocurrir, termina no pasando:

ni la bondad del hombre, ni la barba de Dios
ni el jugo de fruta natural:

No hay juicios ni justicia ni finales.

El corazón, afirmo, no se desplaza de su sitio.

miércoles, 27 de abril de 2022

Otros monstruos.


I.

Hay dos monstruos en ese cuarto.

Ninguno de ellos sabe, por cierto, que en ese cuarto hay otro monstruo.

Uno se esconde bajo la cama, entre calcetines olvidados.

El otro está en el cajón de un mueble, pegado al fondo, donde nadie mira.

Viven ahí, sin saber qué tan cerca vive el otro.

De hecho, apenas saben, que ellos también viven, en aquel sitio.


II.

Una aclaración:

Los monstruos son monstruos, no metáforas.

Me refiero a que en este, y en otros textos, un monstruo solo puede ser un monstruo, nada más.

Digo esto pues nunca falta el lector que, para no ver monstruos, elige ver algo que no existe.

No ahondaré en mi opinión, ahora, sobre este punto.


III.

Un día los dos monstruos que viven juntos -sin saberlo-, en aquel cuarto…

Un día esos monstruos deciden salir a ver qué ocurre, al mismo tiempo.

Y es que no escuchaban ruidos en el cuarto desde hacía tiempo.

Y creían estar seguros -solos y seguros-, en aquel lugar.

Entonces uno de los monstruos sale poco a poco desde debajo de la cama.

Mientras el otro sale al mismo tiempo desde el fondo del cajón.

Para su sorpresa (para la sorpresa de ambos monstruos),
yo me encuentro ahí, en silencio, justo entre ambos
y para no reírme o asustarme, comienzo a decir:

martes, 26 de abril de 2022

Mejor seguir charlando.


I.

Messi cuenta en una entrevista que de pequeño soñó durante un tiempo con ser jugador de ping pon.

Lionel Messi, por supuesto.

En la entrevista, Messi confiesa haber practicado este deporte en una mesa que había en un club deportivo, pero que estaba casi siempre abandonada, por lo que no tenía, finamente, con quién jugar.

Por lo mismo, el ahora futbolista explicó que practicaba incluso ping pon contra una pared, marcando en ella la altura de la malla, aunque los rebotes solían ser siempre equívocos y no le permitían mejorar su calidad.

Además, quería jugar en parejas, dice Messi, con tono alegre, en la entrevista. Así que faltaban tres jugadores, en vez de uno.

Eso es lo que faltaba.


II.

No voy a profundizar aquí diciendo que aquello que nos falta, es en el fondo aquello que nos permitiría llegar a ser lo que debemos ser.

No lo diré porque eso es algo que considero equívoco, y también porque no creo que nos falte nada, que esté fuera de uno.

Me refiero a que Messi incluso, sin el fútbol, habría llegado a ser él mismo.

O de igual forma -esto no puedo saberlo-, podría no haber llegado.

Recuerdo que una vez se lo preguntaron, esto último, en otra entrevista.

O sea,más o menos eso.

Pero ni el entrevistador ni Messi, finalmente, se tomaron aquello demasiado en serio.

Rieron incluso cuando, sin quererlo, cuando rozaron ese tema.

Luego, simplemente, siguieron charlando.

lunes, 25 de abril de 2022

Ruta equivocada.


Tenía un amigo que tocaba trompeta.

Fue un amigo hace muchos años, en aquellos días en que iba a la universidad.

Practicaba todo el día, en este tiempo, aunque yo -y me parece que nadie-, apreciaba mejoras.

A veces, lo veías caminar de una sala a otra
y hasta en esos momentos aprovechaba el camino,
para tocar la trompeta.

A nadie, por cierto, esto le hacía mucha gracia.

Y es que tenía un silenciador en la trompeta,
pero de igual forma emitía cierto ruido.

Por esto último, como yo era su amigo,
varias personas acudían a mí para que hablase con él
y le recomendara dejar de lado su práctica
al menos en ese espacio.

Como no cambiaba su costumbre, sin embargo,
poco a poco empezó directamente a recibir reclamos,
incluso palabras groseras y leves empellones,
mientras caminaba por el lugar.

Fue así que, una tarde, en un dia de celebración,
mi amigo fue empujado mientras bajaba una escalera
y la trompeta (que él iba tocando, claro está),
terminó por botarle varios dientes y romperle algunas encías
y hasta parte del paladar.

Esto, sin embargo, no tuvo mayores consecuencias, 
en la universidad.

Me refiero a que nadie preguntó por lo ocurrido
ni tampoco indagaron por qué mi amigo terminó finalmente
renunciando a su carrera.

Lo que sí hubo fue un sumario, por supuesto,
aunque no arrojó culpables.

Y hasta debo confesor que yo, siendo su amigo,
 olvidé su nombre, con el tiempo.

Con todo, cuando camino leyendo un libro de un lado a otro,
me pregunto qué es lo que me quebraría
si me empujaran y cayese entonces sobre el libro.

Es decir: dónde se produciría el daño.

Llego a respuestas, por supuesto,
pero no vienen al caso.

Si usted esperaba esa explicación,
déjeme decirle que, en algún momento,
debe haber tomado una ruta equivocada.

domingo, 24 de abril de 2022

Con eso debiese bastar.


I.
Lo sé, simplemente. Con eso debiese bastar. No creo necesario discutir por esto, aunque usted insista… ¿Quiere además un argumento? Aquí le va uno: Sé que es verdad porque nadie lo dijo. Podría darle otro, por supuesto, pero creo que con ese basta.

II.
Nadie dice lo que es verdad. Eso es lo que ocurre. Me detengo aquí porque me molesta su gesto. Por lo mismo, lo invito ahora a pensar un poco. O ni siquiera a eso: lo invito a revisar hechos. Usted elija cuáles. Luego estime la verdad profunda que contienen ellos. Y recuerde finalmente quién ha dicho alguna vez esas verdades. Dese tiempo para eso, no hay apuro. Recuerde eso sí, que dije verdades profundas.

III.
Espere. Me quedó algo dando vueltas. Lo de “verdades profundas” no es tan exacto, pero elegí esa forma de decirlo, para que usted entienda. Dicho esto, aclaro que la verdad superficial -antepuesta a la verdad profunda que mencionaba-, no debe ser considerada como un tipo de verdad, simplemente. Es una forma de ser, si se quiere, o en el mejor de los casos la naturaleza propia de las cosas. La verdad profunda, en cambio, está siempre fuera de alcance y por eso mismo no puede decirse. Cuando digo “fuera de alcance”, por cierto, miento un poco, sin quererlo. Por lo mismo, la explicación cae en un bucle, en esta parte. Con eso debiese bastar.

sábado, 23 de abril de 2022

Su show principal.


-Su show principal -dijo M.-, consistía en hacer malabarismos con manzanas. Comenzaba como algo sencillo, con solo tres, de tamaño regular, pero poco a poco iba agregando otras y variando también sus tamaños. Creo que llegaba hasta ocho, si mal no recuerdo. Luego, como factor final, aunque creo que aquí bajaba el número de frutas, iba dando mascadas a algunas manzanas mientras seguía haciendo malabares con ellas, y el público, por supuesto, aplaudía.

-¿De verdad tenía público…? -preguntó J.

-Claro… -contestó M.-, se reunía harta gente ahí donde fuese que él comenzaba con sus malabares…

-Pero… ¿es cierto que aplaudían? -pregunta, escéptico.

-Por supuesto… ¿por qué te resulta tan extraño?

-No me resulta extraño, pero… no sé… solo movía manzanas, entre sus manos… y claro, comía un poco de ellas… sinceramente no me parece suficiente…

-¿Y qué sería suficiente, dices tú? -. Dijo M. con tono de molestia.

-No sé bien, en realidad. Pero sin duda unas cuantas manzanas rotando por el aire no lo son…

-¿Hubieras preferido que lo hicieran con melones o sandías?

-Puedes molestarte, pero lo cierto es que no se trata de tamaño…

-Y entonces -preguntó M.-, ¿de qué es lo que se trata?

-De todo lo demás, menos del tamaño -contestó J.

Así, finalmente, M. observa con detención a J., como si quisiera descubrir si ese tipo está hablando seriamente.

Minutos después, de hecho, lo descubre.

viernes, 22 de abril de 2022

Dónde pensar que no llovía.


-¿Sabes? -le dije-. Tiene un nombre eso de soñar dentro de un sueño. Soñar que estás soñando, me refiero. No recuerdo bien cuál era exactamente, pero incluso leí que existía un concepto extra cuando se agregaba un nivel más. Es decir, cuando se trataba de un sueño, dentro de un sueño, dentro de otro sueño. Este último, por cierto, era un concepto asociado a la raíz “clínica” o “patológica” del fenómeno, que al parecer debe ser tratado pues tiene afectos en quienes lo experimentan, asociados a la disociación de la realidad y otras fallas en la percepción y en la forma en que se organizan los distintos “niveles de memoria” en dichos individuos. Todo esto, sin embargo, no pasan de ser conceptos, como decía en un inicio. No verdades, necesariamente, aunque se les haya puesto un nombre y uno que otro autor teorice sobre aquello y otros autores, ciertamente, postulen conclusiones totalmente contrarias.

-¿Va a querer la antiperforadora o no? -me dijo entonces, algo molesta la vendedora, extendiéndome el producto que al parecer le había solicitado en algún momento.

-La quiero -dije. Y me la entregó.

La antiperforadora era un objeto pequeño, metálico en principio, aunque recuerdo que en un momento sentí que su material era un tanto más maleable.

Tenía una pequeña apertura, por la que metí un dedo, en principio, aunque luego me di cuenta que de alguna forma había metido en ella, sin percatarme, todo un brazo.

-¿No recuerda que recuerda usted recuerdos que no recuerda? -me dijo entonces una zapatilla que colgaba de un cable que era sostenido en ambos extremos por un basquetbolista extremadamente alto.

-¿Qué dijo? -pregunté.

-Que ya casi no es tiempo -me contestó.

Justo entonces, volví a cerrar los ojos (por si acaso), y quise pensar que no llovía.

jueves, 21 de abril de 2022

Se quitó los zapatos.


Se quitó los zapatos.

Y se los puso.

Uno, por supuesto, en cada pie.

Se parecían por fuera, los zapatos.

Tanto así que yo pensaba incluso
que daba lo mismo cualquiera.

Así pasaba el tiempo.

Mientras tanto,
seguía quitándose los zapatos.

Y, por supuesto, se los volvía a poner.

Fue por ese entonces
(no sé decir cuándo)
que me fijé que no eran iguales
los zapatos.

Lo que me llevó a concluir, posteriormente,
que no debían de ser iguales,
tampoco,
los pies.

Así pasaba el tiempo.

Yo observaba y a veces comprendía cosas.

Por ejemplo:
descubrí que envejecían y se gastaban
los zapatos.

Y hasta me di cuenta entonces,
que también envejecían los pies.

Así y todo,
no fue hasta años después
que miré por primera vez los míos.

Que miré mis pies, me refiero.

Fuera de mí, en tanti,
seguía observando lo de siempre.

Y lo de siempre era que se quitaba los zapatos
y se los volvía a poner.

Poco más varió, con el tiempo.

Poco salvo el periodo en que los zapatos,
dejaron de estar, efectivamente,
cubriendo los pies.

A veces, incluso, 
observé que alguien ayudaba a ponérselos.

Y me percaté también
que los mismos pies cabían apenas
en los mismos zapatos.

Así, finalmente,
cuando le pusieron los zapatos por última vez,
confieso que hasta me dio
un poco de alegría.

No por los pies, por supuesto,
sino por los zapatos.

Y porque comprendí de cierta forma
que la comprensión y la alegría
coinciden aun
en las peores circunstancias.

Sobre todo en ellas, incluso,
me gustaría agregar,

antes de dormir.

miércoles, 20 de abril de 2022

Un hombre sin razón.


I.

Tuvo la razón hasta que la perdió. Lo malo es que no recuerda dónde ni cuándo la ha perdido. Por eso, tal vez, anda siempre mirando de esa forma. Buscando eso que ahora incluso llega a dudar que alguna vez tuvo.

A los que lo conocemos, en todo caso, no nos desagrada que sea así. Una persona sin razón, me refiero.

Después de todo, como suelen decir, él vive en su propio mundo y no le hace daño a nadie

De todas formas, entiendo perfectamente que el no saber de forma exacta cuándo dejaste de tener razón, puede llegar a causar, sin duda alguna, cierta angustia.

Y es que, al no saberlo, supongo que tampoco sabes cuáles de tus actos fueron realizados con o sin ella, a fin de cuentas.


II.

Hablábamos de esto mientras lo observábamos, hace unos días.

Él, en tanto, sabía que lo observábamos y, por lo mismo, intentaba fingir que aún no había perdido aquello que extravió hace ya varios años.

Para esto, fingía por ejemplo que tenía cosas que hacer.

Que iba hacia algún lado.

O que pensaba cosas importantes y que hasta tenía un objetivo.

-Míralo -dijo entonces uno de nosotros-, ahora solo falta que comience a mirar a algún otro y ya puede pasar a ser parte del grupo.

-¿Qué grupo? -pregunté entonces.

Pero nadie contestó.

martes, 19 de abril de 2022

Cuando la mesa está coja.


Cuando la mesa está coja hay que igualar el largo de sus patas. No la altura de su superficie. Eso creo yo, al menos. Al decir esto, por cierto, me refiero a que no estoy de acuerdo con añadir altura a la pata más coja -con cartones, papeles u otros elementos-, sino que prefiero directamente trabajar en la mesa, como objeto completo, sin añadido alguno. Esto es más incómodo, por supuesto, y supone más trabajo, pues incluye la medición exacta de sus patas y cortar todo a la altura de la pata más corta, que siempre ha de ser la referencia a considerar.

Lo malo es que como no soy muy preciso en trabajos manuales, suelo excederme al cortar alguna de las patas, lo que origina que tras cada intento de nivelación descubra una nueva pata más corta, y el proceso deba entonces volver a realizarse.

Con todo, me gustaría dejar en claro que las dificultades con este proceso no deben ser atribuidas al proceso mismo (ni constituir un argumento para refutar el valor de este), sino que son producto exclusivo de mi propia torpeza para trabajos de este tipo, cuestión que ya he señalado anteriormente.

Sé, por supuesto, que esta posición me lleva a diferir de muchos.

Pero esto último, si soy sincero, no es algo que me incomode en demasía.

Puedo vivir con ello, me refiero.

Igual que ustedes.

lunes, 18 de abril de 2022

Para tratar de evitar el frío.


Para tratar de evitar el frío en el hogar, el maestro le recomendó sellar algunos “huecos” que existían, sobre todo en los marcos de las ventanas, que habían sido instaladas años atrás, de forma no muy prolija, por su ahora ex marido.

-Las cortinas ayudan, pero el frío entra igual -le dijo el maestro-. Hay que partir sellando esos bordes y ya va a ver como mejora.

Ella le hizo caso, por supuesto.

Junto con esto, siguió varias de sus recomendaciones, hasta que no tuvo dinero para otras mejoras, cuyo presupuesto consideró excesivo.

-De todas formas, con lo que ya hicimos -dijo el maestro-, la casa estará más calentita...

Ella asintió.

Luego que se fue el maestro, sin embargo, ella se quedó con una sensación de molestia que no lograba entender totalmente.

Una sensación incómoda, pensó, como si de cierta forma también se filtrara en ella una especie de frío por otros huecos o vacíos que eran ya parte suya.

Al final, puede que la casa esté calentita, quiso decirle a alguien, pero yo sigo estando igual.

Con todo, no era una molestia absoluta, sino más bien un ámbito incómodo de una realidad que tenía en el fondo otras funciones.

Vacíos por los que entra el frío, pero por los cuales, es posible también respirar.

Siguió entonces así, intentando cubrir sus vacíos con frases que eran también vacías, pero que podían aliviarla un poco.

Y con un poco basta a veces, se dijo entonces, nada más.

domingo, 17 de abril de 2022

La armadura de Tony Stark.


En un bar al que asistí hicieron una sorpresiva rutina de stand up.

La realizó un tipo que subió, de improviso, diciendo que era la armadura de Tony Stark.

Era un tipo extraño, alto, que se dirigió a nosotros con una voz neutra y con gestos rígidos.

Le exigí a Tony que me hiciera también una armadura, dijo el tipo.

Una armadura de piel, o sucedáneo de piel, en realidad, para poder andar entre ustedes.

Pero hoy quiero confesarles que soy la armadura de Tony Stark.

Luego de esto, y sin tener en cuenta que algunos presentes podían desconocer al personaje comenzó sin más a contar algunas anécdotas.

Historias tristes, más que chistosas, me pareció, aunque debo reconocer que en el público había dos o tres que se reían.

Entre las historias que contó (me niego a llamarle chistes), había una en que Tony se dormía dentro suyo y él (la armadura de Tony Stark) no sabía cómo despertarlo.

También había otra en que él (la armadura) negociaba con Tony para mantener la autonomía de, al menos, algunos de sus miembros.

Siguió así la rutina hasta que otro tipo, que él nombró como Jarvis, vino a sacarlo del lugar.

Los que estábamos ahí aplaudimos un poco, mayormente por cortesía.

Nadie, según me percaté, volvió a hablar sobre aquel asunto.

sábado, 16 de abril de 2022

En un sueño, con Witt.


En un sueño me encontré con Wittgenstein.

Y Wittgenstein, en el sueño, era tartamudo.

No lo supe en un principio porque él no hablaba.

Y además porque todavía no sabía que era Wittgenstein.

Ni él ni yo, por cierto, sabíamos aquello.


Wittgenstein estaba en un columpio, al interior del sueño.

Estaba sentado sobre uno, pero apenas se columpiaba.

En cambio, al acercarme, descubrí que tarareaba extrañamente una canción.

Y mientras lo escuchaba intentaba determinar si era la canción, o el hombre aquel (yo desconocía todavía que era Wittgenstein), era el tartamudo.


Lalala cacacacanción es así, dijo entonces el hombre.

Y me observó detenidamente esperando que yo le dijese algo.

En vez de hablar, sin embargo, elegí comprender.

Y comprendí, entonces, que aquel hombre era Wittgenstein.


Sé quién es usted, le dije, mientras me acercaba para columpiarlo un poco.

¿Quiere que le dé impulso?, pregunté.

Wittgenstein asintió.

Y yo entonces lo columpié con fuerza, hasta que él me pidió que detuviese aquello, pues quería descender.


Luego de bajar del columpio, Wittgenstein tomo una varilla y pareció escribir en el suelo.

Nada escribió, por cierto, pero parecía escribir.

Se volteó entonces hacia mí e intentó decirme algo.

Tatata… tatare… tartareo… tartamudeo, perdón... pero no soy tartamudo.

Entonces desperté.

viernes, 15 de abril de 2022

Problemas con las huellas.


En el ingreso a mi trabajo volvieron a poner un aparato de registro electrónico.

De esos que funcionan acercando a un sensor tu huella digital.

Se supone que lo hacen para aligerar el proceso de registro, pero en mi caso es más complejo.

Y es que no importa con qué dedo o huella me registren, siempre termino, al día siguiente, con problemas para validar.

Cuando aviso de la situación creen que exagero, pero poco a poco se dan cuenta que es cierto.

Que no reclamo para ocultar atrasos o fugas, ni para obtener, de todo aquello, alguna ventaja.

De todas formas, el que no me reconozca el aparato, es solo un problema menor.

Lo que no es menor, en cambio, y prefiero no informar, es otro asunto que he descubierto.

Y es que, si al momento de poner mi huella en el sensor pienso profundamente en otro de mis colegas, su ingreso (o salida) queda inmediatamente registrado.

Deben creer que miento, por supuesto, pero yo sé que no.

Y sé también que he probado con pensar en mí mismo, para poder activar mi propia huella, y validar así mi ingreso.

Lamentablemente, esto último, no ha resultado exitoso.

No sé pensar en mí mismo, podría concluir.

Pero la conclusión es otra:

jueves, 14 de abril de 2022

Cosas.


A modo de tratamiento me recomendaron hablar de cosas.

Exclusivamente de cosas, me refiero.

Y hasta escribir de cosas, incluso, al terminar cada día.

No listas, me advirtieron, llevas años con eso.

Esta vez haz un cambio.

Habla sobre ellas.

Sobre la existencia de ellas.

Yo asentí, por supuesto, y traté de abandonar tranquilo aquel lugar.

Sin embargo, esa misma noche, pasé horas pensando en cómo se hace para hablar de la existencia de las cosas.

De hecho, reflexioné largamente sobre si era correcto o no, hablar de la existencia de las cosas.

Nombrar su manera de estar, me refiero, como una forma de existencia en sí.

Independiente del sujeto que es testigo de su existencia y que nomina su forma de estar, con esos signos.

Mientras reflexionaba, por cierto, tenía frente a mí la hoja en blanco.

Aquella que estaba destinada, creía yo, a contener mis palabras sobre la existencia de las cosas.

La hoja, sin embargo, permanecía en blanco.

Y no lograba escribir en ella, palabra alguna.

Tal vez, me dije, no sea culpa mía.

Tal vez ocurre simplemente que esa hoja, solo sabe existir de esa forma.

Y no le gusta, además, que hablen sobre ella.

Me convencí de lo anterior, entonces, y la dejé estar.

Por lo mismo, puedo asegurar que nadie, nunca, sabrá algo sobre ella.

Y así es, por cierto, como sigo el tratamiento.

miércoles, 13 de abril de 2022

Fósforos.


Coleccionaba fósforos.

No cajas, como hacen algunos, sino los fósforos mismos.

Fósforos sin uso, por cierto.

Con distintas medidas.

Con distintos colores, incluso.

Respecto a la cantidad, fue siempre riguroso.

Doscientas unidades de cada uno.

Cada uno de esos grupos estaba dentro de una caja de plástico transparente.

De esta forma, llegó a juntar unas 600 cajas con 200 fósforos cada una.

612, creo que era el número exacto, que él me dijo, cuando las observé.

Y es que dejaba que entrevieras los fósforos, si lo llegabas a conocer un poco.

Te dejaba entreverlos en sus cajas, me refiero, pero no que los tocaras.

Dejando de lado esta colección -y su pequeña obsesión con ella-, podríamos decir que se trataba de un tipo como cualquier otro.

Con una esposa, dos hijos y un trabajo relativamente estable.

Dueño de un auto y una casa que pagaba en cuotas, mes a mes.

-No escribas dueño -me advirtió de pronto cuando vio escrita la línea previa-. La verdad es que no soy dueño de nada.

Yo me detuve y lo observé.

-No tengo nada -volvió a señalar-. No tengo nada, salvo los fósforos.

-Igual es más de lo que tiene la mayoría -le dije, para darle ánimos.

Pero él, lamentablemente, no se animó.

Por el contrario, fue poco después de ese cruce palabras que él… bueno, ya saben… hizo lo que hizo.

martes, 12 de abril de 2022

Lo mismo.


Les hablaron de un mapa del tesoro.

Al principio rieron y pensaron que era broma.

Luego investigaron y descubrieron elementos que los hicieron dudar.

Entonces, tras conversarlo largamente, decidieron que era cierto.

Gestionaron recursos, analizaron sus posibilidades, planificaron acciones.

Tiempo después, consiguieron el mapa del tesoro.

Y por supuesto, viajaron.

Lo hicieron, obviamente, siguiendo las indicaciones que estaban escritas en dicho mapa.

A grandes rasgos, la aventura no fue más fácil ni más difícil de lo que esperaban.

De hecho, llegaron al lugar en la fecha prevista.

Identificaron el sitio, e hicieron que les llevasen herramientas.

Estuvieron ahí tres días antes de comenzar a cavar.

Durante esos días hubo entre ellos más silencio que el habitual.

Más distancia, incluso.

Fue así que, al tercer día, uno de ellos le dijo al otro que quería hacer algo distinto.

Aquello que quería hacer era dividir la empresa y que ambos cavasen en lugares cercanos, pero distintos.

Para convencerlo, incluso, le ofreció al otro que eligiese si se quedaba con el sitio exacto que indicaba el mapa, y se ofreció a cavar en un costado.

El otro, tras pensarlo, accedió.

Cavaron varias horas.

Eran hermanos, por cierto.

A modo resumen -pasado ya aquel tiempo-, podría decirse que ambos encontraron lo mismo.

Aunque no sé si eso afecte, esencialmente, al contenido de la historia.

lunes, 11 de abril de 2022

Un tiempo extra luego del tiempo extra.


Hace unos días descubrí la página de la FIFA. Y claro… he estado leyendo sobre algunas propuestas de cambio. Por ejemplo, he leído que planean crear un tiempo extra luego del tiempo extra, como en el básquetbol. Me explico: un tiempo extra luego del primero y luego otro, indefinidamente, si es que el resultado aún no se define.

Aclaro que a mí, por cierto, me gusta la idea. Me gusta porque se aclara que es solo cuestión de tiempo, a fin de cuentas, que uno llegue a ser finalmente el vencedor y otro el vencido. Además, en esos tiempos extras, de número indefinido, estoy seguro que pueden pensarse otro tipo de cosas. Cosas más valiosas que aquellas que piensas si sabes de antemano que luego hay penales, me refiero. Cosas que también nos den la oportunidad de un tiempo extra, a nosotros mismos.

Con esto último, por cierto, no hablo solo de los jugadores. Hablo también del púbico, de los cuerpos técnicos y de todo lo que rodea el espectáculo. Y es que saber que puede existir un tiempo extra luego de un tiempo extra y luego otro, te obliga a ciertas cosas, digamos. Y te obliga porque te hace temer esa indefinición que poco a poco genera la decadencia de ambos equipos. Y la decadencia de todos, en realidad, si lo pensamos.

domingo, 10 de abril de 2022

No es contra ti.


No te ofendas, me dijo. No es contra ti. Ocurre simplemente que estoy obligado a hacerte preguntas. No se trata de aclarar sospechas ni resolver crímenes, después de todo. Responde tranquilo, nada más…

¿Y de qué se trata?, pregunté. Si no se trata de aclarar algo con mis respuestas, ¿de qué se trata, entonces?

Se trata de recoger datos, me respondió. Información. Ni siquiera puntos de vista ni mucho menos opiniones. Datos simplemente que tú manejas y que necesitamos saber…

Si solo son datos es probable que los sepan otros, reclamé. O que se encuentren en algún sitio, si es que saben buscar… No entiendo por qué se me exige estar aquí y responder lo que a usted se le ocurra…

A mí no se me ocurren preguntas, me interrumpió. Todo ya está hecho. O dicho. Hasta sus respuestas, incluso, de cierto modo… Y respecto a lo de exigirle estar aquí y responder… digamos simplemente que usted está aquí porque no está ahora en ningún otro sitio, y esa es una exigencia física, no nuestra… Por último, le aclaro que no le he exigido responder, y que no es algo que me interese hacer…

Entonces, consulté, ¿puedo elegir no responder las preguntas que me haga?

Puede, me dijo, pero responderá. Incluso eligiendo no responder, responderá. Ya sabe cómo es esto de las supuestas elecciones… Luego, simplemente, usted seguirá con sus cosas y yo deberé hacerle preguntas a otros. Así es como avanza todo esto. No hay sufrimiento adicional, digamos.

¿Adicional?, lo interrumpí.

Sí, repitió, pero ya le dije que no lo hay. Ahora quiero que escuche atentamente la primera pregunta:

sábado, 9 de abril de 2022

Sirenas.


Vive al lado de la estación de bomberos. Dos o tres veces por día escucha las sirenas y se estremece. Se molesta y se estremece, me aclara, y destaca que estremecerse tampoco es algo bueno, a fin de cuentas. Me pide entonces que la ayude con una carta de reclamo. Una carta formal, bien escrita, para llevarla hasta un nivel más alto y ver posibles acciones legales. Después de todo, me cuenta, ya ha ido varias veces a hablar directamente con los bomberos del lugar y no han tenido en cuenta sus reclamos. La atienden bien, por supuesto, pero no solucionan el problema, me dice.

Tras advertirle que no me gusta escribir ese tipo de cartas y aclararle que mi formalidad es escasa, nos lanzamos, igualmente, a escribir el documento. Ella no tiene hijos, pero quiere señalar que, si los tuviera y fuesen pequeños, podría producírseles un daño mayor. Yo anoto, por supuesto, lo que dice, aunque le recomiendo no centrarse en cuestiones hipotéticas, sino en su experiencia directa. Lo de los estremecimientos, digamos, y relacionarlos con problemas nerviosos: alteraciones del sueño, cambios de ánimo, irritabilidad y cosas de ese estilo. Mientras escribimos, ambos nos sobresaltamos pues ha comenzado a sonar la sirena. Escuchamos salir los camiones, con sirenas aún más fuertes y debemos callarnos, incluso para poder hablar.

Mientras estamos en silencio, tomo su celular para descargar una aplicación que permita medir los decibeles de aquel ruido. Ella acepta. Mientras lo hago, a su celular llega un mensaje de alguien que le pregunta si ya han salido los bomberos o si los debe volver a llamar. Luego de un rato, le advierte que esta es la última vez que lo hará y le recuerda algunas otras cosas, que prefiero no leer. Yo, por supuesto, le devuelvo el celular sin emitir comentario alguno.

Pasan así unos segundos. Minutos, incluso, tal vez, en los que las sirenas no dejan de sonar.

-Siempre es así -me dice entonces, apenas las sirenas dejan de sonar.

-Sí -admito-. Siempre es así.

viernes, 8 de abril de 2022

Un lapsus, apenas.


Vivimos.

Y mientras,
Krilin corre por la isla cargando en su espalda una pesada caparazón de tortuga.

Preguntémonos ahora:

¿Por qué y hacia dónde corre Krilin?

Le doy unos segundos para qué piense usted una respuesta.

Un segundo, le doy.

Dos segundos.

Tres segundos, inclusive.

Ahora, puede que usted ya sepa la respuesta.

O piense, más bien, que ya sabe la respuesta.

Sea como sea, sin embargo,
le aseguro que la respuesta que usted sabe
no puede ser la verdadera.

La correcta tal vez, pero no la verdadera.

Puede discutir, por supuesto,
enojarse incluso,
pero ni siquiera explicaré.

En cambio, le diré simplemente que así es la forma
en que usted, equivocadamente, cree que sabe.

Mientras cree eso, por cierto,
la forma en que sabemos, sin saber,
está en nosotros como un peso.

La cargamos nosotros
como un peso.

O como un caparazón de tortuga
que cargamos son saber.

Sí, así mismo la cargamos.

Y lo hacemos sin saberlo,
mientras corremos por algo así como una vida.

Como una isla -perdón-, iba a decir.

(Perdone usted el lapsus)

Y mientras,
Krilin corre por la isla cargando en su espalda una pesada caparazón de tortuga.

¿Tú también, Krilin?, podría preguntarle.

Pero el tampoco sabría,
ciertamente,
de qué hablo.

jueves, 7 de abril de 2022

Abril.


Estamos en Abril.

Parados en Abril como si este fuese un río y pasara por nosotros.

Pero no quiero hablar de Abril.

De hecho, si soy sincero, hoy por hoy no quiero hablar.

De nada, repito, quiero hoy día hablar.

A todos nos pasa, por supuesto.

Supongo que no es tan grave.

Días en que dejamos que el tiempo pase, me refiero.

Días en que no queremos hablar.

Días en que, incluso, no queremos tener sentimientos.

Es cierto.

Saben -aunque no lo digan-, que es cierto.

Por lo mismo, no voy a sentir culpa por decir lo evidente.

No pueden obligarme a sentir culpa por aquello.

¡Si hasta vidas enteras pueden vivirse de esa forma…!

Ocurre así:

(Más o menos así):

Nadie lo planea, pero de pronto descubre que está en medio de Abril, viviendo esa forma.

Y no lo digo por mí.

Lo digo más bien por otros cuya sorpresa puede ser aún mayor.

Otros que lo averigüen inesperadamente.

Que lo averigüen, tal vez, hablando con alguien que no desea hablar.

Con otro que juega a no estar hablando o a estar hablando de sí mismo.

Y es que como ya les decía, estamos en Abril.

Y un río, cuyo caudal no imaginamos, está pasando por nosotros.

miércoles, 6 de abril de 2022

Déjame decirte que lo sé.

“Únase a los trabajos de Hércules
este nuevo trabajo: vivamos”
Séneca. Hércules Loco.

Antes que me digas que estoy equivocado, déjame decirte que lo sé.

Dos veces lo sé por cada vez que determinas -o piensas que determinas-, que estoy equivocado.

Dicho esto, permíteme contarte algunas cosas:

Volví a leer a Séneca.

Inconscientemente pues no tengo más tiempo ni concentración que para Bendis, Brubaker y otras cosas que -en su rango, por supuesto-, no resultan nada mal.

Llevo así en la misma mano a Séneca con Daredevil y entre viñeta y viñeta me asomo a otras profundidades.

Cada uno con su disfraz y a niveles diferentes de la verdad.

En capas distintas, digamos.

Mientras leo -uno u otro, indistintamente-, observo a los que me miran.

Los veo incluso atentamente, de vez en cuando.

Todo el que veas que es desgraciado puedes tenerlo por hombre, dicen, sin embargo, desde ambos.

Otra cosa que quiero contarte es que volví a escribir una carta de renuncia.

Nada trascendente ni con explicaciones profundas ni tampoco con viñetas, por supuesto.

No la entrego simplemente, porque no quiero irme con la sensación de haber sido derrotado.

Primero trataré con fuerza de cambiar esa situación y luego haré -espero-, lo necesario.

Junto cosas para esos tiempos, aunque sé que el riesgo es otro.

No las falta de cosas, me refiero, incluido el dinero.

A eso puedo acostumbrarme.

Sé sobrevivir, siendo yo, a esas cosas.

Y claro, como te decía en un inicio: sé también eso que tienes que decirme.

Y puedes hacerlo, no hay problema, pero ya lo sé.

El que puede ser forzado es que no sabe morir, dice también Séneca.

Tengo dos costillas fracturadas y no recuerdo por qué.

martes, 5 de abril de 2022

Un pedido.


Me vinieron a dejar un pedido que no pedí así que alegué que en realidad ese no era un pedido (porque no lo pedí) pero el tipo que lo traía dijo que igualmente era un pedido pues alguien lo había pedido y él simplemente llevaba el pedido a la dirección que le dijeron lo llevara y que no me preocupara pues ya estaba pagado y simplemente yo podía acompañar el pedido por una propina sugerida que no era obligatoria pero que moralmente me dijo era bueno pagar porque además de haberme llevado el pedido (que no era pedido, según yo) estaba ahora explicándome cómo funcionaba el sistema de los pedidos y siempre era bueno conocer el funcionamiento de las cosas y además alegó que yo hablaba raro y que era un poco difícil hacerme entender aunque yo entendía y tanto que hasta estuve de acuerdo en lo de que era bueno saber el funcionamiento de las cosas y le expliqué también que eso permitía transformar las estructuras en sistemas ya que esto último era más bien una estructura que funcionaba o sea que tenía un fin como debiésemos tener todos aunque a veces no se pueda y entonces él quiso acordarme de su propina pero yo le dije que no era necesario acordarme de aquello que yo no me he olvidado y que además yo también le había explicado cosas y me merecía una propina de vuelta y que era conmutativo (esa palabra la dije yo pero no estaba seguro) dar una propina y recibir una que no recibir ninguna y él se enojó y se fue y dijo varias cosas y entre esas dijo que era yo el que no funcionaba y entonces yo pensé que era yo mismo una estructura mientras él se iba y entonces vi el pedido (que no pedí) y pensé en abrirlo y es lo que ahora voy a hacer y no voy a decirles qué hay porque a veces ni me escuchan y si escuchan no entienden igual que el tipo que me trajo el pedido que ahora justo ahora empiezo a abrir y por si acaso no soy una estructura

lunes, 4 de abril de 2022

Pobre Anteo.


Como la fuerza de Anteo provenía de la Tierra,
que era su madre,
Hércules debió estrangularlo en el aire,
para vencerlo de forma definitiva.

I.

Pobre Anteo.

Se merece una canción,
sin duda,
pero no sé cantar.

Escribir apenas,
pero se merece, por supuesto,
más que esto.

Al menos, pienso ahora,
buscando algún consuelo,
tras ser vencido por Hércules
regresó de alguna forma al cuerpo de su madre.

Desconozco en todo caso si volvió a nacer,
luego de aquello.

Y es que desconozco todo,
si soy sincero,
sobre los segundos nacimientos.

Y de Anteo, por lo demás,
no he vuelto a tener
noticia alguna.


II.

Antes de ser estrangulado en el aire,
Anteo ya había sido derribado tres veces
por el entusiasta Hércules.

Pero cada vez que caía a tierra,
recobraba Anteo, de cierta forma, su fuerza
y volvía a ponerse de pie
y ser nuevamente una amenaza.

Hércules se cansó, por supuesto,
y entonces estranguló a Anteo
sin permitir que se apoyase en la Tierra.

Esa es la historia conocida.

Pero lo cierto es que falta aún que alguien cante
sobre el cansancio de Anteo,
y ¿por qué no...?

Sobre el cansancio de cada uno de nosotros.


III.

Pobre Anteo.

Devuelto derrotado al cuerpo de su madre.

Derribado por Hércules, ni más ni menos.

Y muerto, por supuesto, sin canción.

Sin canción, decía, como cualquiera de nosotros.

¡Porbre Anteo!

domingo, 3 de abril de 2022

M. amplió la casa.


M. amplió la casa. Un dormitorio extra, me dijo, y otro baño. Para que los hijos tuviesen piezas separadas, en principio, pues cada uno merecía un espacio propio. Entonces, cuando me lo dijo, le pregunté por qué merecían ese espacio. M. no entendió y luego se complicó al responder, pero terminó diciendo que tal vez no era merecer, la palabra, sino requerir. Y agregó, a modo de explicación, que los hijos requerían desarrollarse individualmente -y debían contar, para esto, con un espacio propio-, para desarrollar su identidad sin verse afectados por la identidad y gustos del otro hermano, que hasta antes de la ampliación podía contaminar, opacar o dificultar, al menos, el desarrollo de los gustos del otro.

-Así que por eso ampliaste la casa -le dije, luego de escuchar su explicación.

-Claro que sí -contestó M.-. Justamente por eso.

La conversación parecía haberse agotado, pero decidí esforzarme un poco más.

-¿Te puedo preguntar algo más? -le dije.

M. asintió.

-¿Por qué crees que es bueno diferenciar nuestra identidad de la de otros…? -le pregunté-. Ya sabes… ¿Por qué es bueno que nuestros gustos difieran de los de otra persona, en este caso de un hermano…? ¿qué beneficio nos trae eso?

-¿De verdad te interesa saber eso o solo preguntas por huevear? -me preguntó a su vez, algo molesto.

Me tomé unos segundos para contestar.

Y es que ahí, en medio de una villa llena de casas que seguían ampliándose, no sabía qué respuesta, sinceramente, era conveniente dar.

sábado, 2 de abril de 2022

Una calle que no sirve.


I.

No es solo una calle sin salida.

Es más bien una calle que no sirve.

No porque no lleve a ningún sitio
pues incluso no ir a ninguno,
bajo ciertas circunstancias,
podría llegar a servir de algo…

No sirve porque sales de ella
exactamente igual a como en ella entraste.

Apenas -tal vez-,
con un desgaste ínfimo en la suela de los zapatos.

Con ese desgaste, digamos,
y con unos latidos menos,
en el cuerpo.

Nada más, se los aseguro.

Esa es la calle que no sirve.


II.

Así y todo,
debo confesar que entro a esa calle
de vez en cuando.

Me doy unas vueltas,
observo las murallas
y salgo luego del lugar.

A veces intento pensar cuando estoy dentro,
pero ocurre que ni eso puede hacerse
en aquel sitio.

Solo llegas hasta el fondo y regresas,
siendo el mismo.

Ni siquiera eres consciente de que respiras
cuando están en la calle que no sirve.

Eso es lo que debía confesar.


III.

No es solo una calle sin salida, decía.

Es más bien una calle que no sirve.

Un órgano que no funciona en el cuerpo de la ciudad.

Un espacio para huir del cambio,
de la consciencia de uno mismo
y hasta de todas aquellas presiones que obligan
a que nuestros pasos nos lleven a algún sitio.

Principio y fin, digamos,
escritos siempre con las mismas palabras.

Eso es todo.

Y no digamos más.

viernes, 1 de abril de 2022

En un vaso de vidrio.


Soñó que tenía el corazón en un vaso.

En un vaso de vidrio, relativamente pequeño.

Todo era sencillo y claro, en el sueño.

Ella estaba sentada frente a una mesa.

Y sobre la mesa, por supuesto, estaba el vaso de vidrio, con su corazón.

En el sueño, el corazón era un trozo de carne, simplemente, al interior del vaso.

Nada de imágenes románticas o estilizadas de ese trozo de carne.

Latía apenas, como un pez sacado del agua, en el pequeño vaso de vidrio.

Todo era sencillo y claro, como decía más arriba, hasta que ella comprendió algo.

Lo que comprendió fue que, si el corazón estaba en el vaso, no podía estar también, en ella misma.

Llevó entonces una de sus manos a su pecho y comenzó a buscar en él.

Y entonces encontró una apretura, de carne mal sellada, desde donde habían sacado su corazón.

Intentó entonces sacar el corazón del vaso de vidrio, pero sintió que estaba demasiado ajustado.

Y sintió que si sacaba el corazón del vaso algo podía dañarse, irreversiblemente.

Por lo mismo, decidió poner el vaso de vidrio -con su corazón dentro-, en el lugar donde debía ir su corazón.

Le costó un tanto hacerlo, pero lo logró luego de un rato.

Acomodó la carne lo mejor que pudo, para que no se notase la apertura.

Luego, tranquilamente, despertó.

Tengo el corazón en un pequeño vaso de vidrio, me dijo, mientras desayunábamos.

Luego, me contó esta historia.

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