domingo, 3 de abril de 2022

M. amplió la casa.


M. amplió la casa. Un dormitorio extra, me dijo, y otro baño. Para que los hijos tuviesen piezas separadas, en principio, pues cada uno merecía un espacio propio. Entonces, cuando me lo dijo, le pregunté por qué merecían ese espacio. M. no entendió y luego se complicó al responder, pero terminó diciendo que tal vez no era merecer, la palabra, sino requerir. Y agregó, a modo de explicación, que los hijos requerían desarrollarse individualmente -y debían contar, para esto, con un espacio propio-, para desarrollar su identidad sin verse afectados por la identidad y gustos del otro hermano, que hasta antes de la ampliación podía contaminar, opacar o dificultar, al menos, el desarrollo de los gustos del otro.

-Así que por eso ampliaste la casa -le dije, luego de escuchar su explicación.

-Claro que sí -contestó M.-. Justamente por eso.

La conversación parecía haberse agotado, pero decidí esforzarme un poco más.

-¿Te puedo preguntar algo más? -le dije.

M. asintió.

-¿Por qué crees que es bueno diferenciar nuestra identidad de la de otros…? -le pregunté-. Ya sabes… ¿Por qué es bueno que nuestros gustos difieran de los de otra persona, en este caso de un hermano…? ¿qué beneficio nos trae eso?

-¿De verdad te interesa saber eso o solo preguntas por huevear? -me preguntó a su vez, algo molesto.

Me tomé unos segundos para contestar.

Y es que ahí, en medio de una villa llena de casas que seguían ampliándose, no sabía qué respuesta, sinceramente, era conveniente dar.

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