lunes, 25 de abril de 2022

Ruta equivocada.


Tenía un amigo que tocaba trompeta.

Fue un amigo hace muchos años, en aquellos días en que iba a la universidad.

Practicaba todo el día, en este tiempo, aunque yo -y me parece que nadie-, apreciaba mejoras.

A veces, lo veías caminar de una sala a otra
y hasta en esos momentos aprovechaba el camino,
para tocar la trompeta.

A nadie, por cierto, esto le hacía mucha gracia.

Y es que tenía un silenciador en la trompeta,
pero de igual forma emitía cierto ruido.

Por esto último, como yo era su amigo,
varias personas acudían a mí para que hablase con él
y le recomendara dejar de lado su práctica
al menos en ese espacio.

Como no cambiaba su costumbre, sin embargo,
poco a poco empezó directamente a recibir reclamos,
incluso palabras groseras y leves empellones,
mientras caminaba por el lugar.

Fue así que, una tarde, en un dia de celebración,
mi amigo fue empujado mientras bajaba una escalera
y la trompeta (que él iba tocando, claro está),
terminó por botarle varios dientes y romperle algunas encías
y hasta parte del paladar.

Esto, sin embargo, no tuvo mayores consecuencias, 
en la universidad.

Me refiero a que nadie preguntó por lo ocurrido
ni tampoco indagaron por qué mi amigo terminó finalmente
renunciando a su carrera.

Lo que sí hubo fue un sumario, por supuesto,
aunque no arrojó culpables.

Y hasta debo confesor que yo, siendo su amigo,
 olvidé su nombre, con el tiempo.

Con todo, cuando camino leyendo un libro de un lado a otro,
me pregunto qué es lo que me quebraría
si me empujaran y cayese entonces sobre el libro.

Es decir: dónde se produciría el daño.

Llego a respuestas, por supuesto,
pero no vienen al caso.

Si usted esperaba esa explicación,
déjeme decirle que, en algún momento,
debe haber tomado una ruta equivocada.

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