lunes, 31 de octubre de 2016

Las cosas han cambiado (canción)


Las cosas han cambiado.
El ratón que entró a mi cocina se volvió mormón.
Ora por las noches y ayuna los viernes.
No toca el té ni el café.
Y hace bautismos por los muertos en el lavaplatos.

Las cosas han cambiado.
Rejuvenecí diez años, pero envejecí otros quince.
Ella se dejó barba, pero luego se afeitó.
La gente no vota, pero salen en grupo a caminar.
Llevan carteles con signos que no entiendo.
Tal vez hablen de amor, pero el lenguaje ha cambiado por completo.

Las cosas han cambiado.
La que era mi madre ahora finge ser mi abuela.
En la iglesia de la esquina ahora venden carbón.
Ya no hay dolor cuando te arrancas las uñas.
Si cuentas hasta diez mirando el espejo,
brota agua de tu ojo derecho.

Y es que lo creas o no, las cosas han cambiado.
Por ejemplo,
supe que ella dijo mi nombre por equivocación.
Por ejemplo,
supe que ella se ha abonado al canal porno.
Por ejemplo,
supe que ella no sabe nada de mí. 

Las cosas han cambiado.
Fui a tocar a una mujer,
pero a ella le sobraba un pecho
o a mí me faltaba una mano.
Las piedras ya no ríen como antes.
Las rosas se esconden debajo de las piedras.
Y estoy seguro que la gente,
tiene el corazón en otro sitio.

Las cosas han cambiado.
El carbón se volvió diamante
y el dolor se hizo músculo.
Su voz ya no suena en mi cabeza.
Por las mañanas en el metro
viajan un millón de hombres ahorcados.
Y los chicos se masturban mirando el ventilador.

Y es que lo creas o no, las cosas han cambiado.
Por ejemplo,
supe que ella dijo mi nombre por equivocación.
Por ejemplo,
supe que ella hizo cazuela con tallarines.
Por ejemplo,
supe que ella tuvo un hijo con el nombre equivocado.

domingo, 30 de octubre de 2016

Que Dios nos ayude contra Dios.

“Manifestatum est in carne,
sed tamen iustificatum est in spiritu”


I.

Dios contra Dios sería un duelo justo.

El hombre, en tanto, fiel espectador.

A distancia prudente para evitar posibles daños.

Y alentar únicamente cuando se está seguro del triunfo.

Nada mejor entonces, que evitar revanchas.

Protegerse, pero hablar, ya sabes, sobre todo en el final.

Dios contra Dios, decía, será un duelo justo.

Eso es lo que queremos.


II.

Antaño el hombre fue torpe y quiso levantarse contra Dios.

Dios lo vio y se tentó de risa.

Poco más duró la disputa.

Pasó el tiempo y nunca volvió a hablarse del asunto.


III.

Dios no ayuda contra Dios.

Dios no ayuda contra el hombre.

Un día tal vez en un combate, observando, comprendamos.

Antes nada.

Antes ni al sol.

Antes ni a ti mismo.


IV.

A mí no me digas, dijo Dios.

Yo he sido el mismo todo el tiempo.

Si quieres culpar a alguien ahí tienes a tu madre.

Es vieja y no va a amar más de lo que amó.

Olvidaré Yo lo que es pecado por doce minutos.

Tú decides lo que haces.

Será una especie de amnistía.


V.

Contra Dios nada, dijo Dios, salvo Dios.

Por eso a veces hay disputas.

Porque no se mantiene unido y olvida a veces su semblante.

De eso hablaba en un principio.

Dios contra Dios sería un duelo justo.

Y que Dios nos ayude contra Dios.

sábado, 29 de octubre de 2016

¿Cuál fue el último?


¿Me preguntas cuál fue el último? Pues en verdad no sé. Sin pensar iba a decir Foster Wallace, pero algo me frenó. Luego de golpe retrocedí años y llegué a Kazantzakis y hasta a Dosto, más atrás. No es que no hayan otros, pero hay demasiado afecto para verlos en perspectiva. Ishiguro, Vonnegut, la McCullers, Clarice, Yoshimoto... Endo, podría ser. Mishima y Kawabata aunque ya son un tópico. Obe que es más silencioso. Bulgakov. Un libro de Auster. Kafka me lo salto y ya sabes por qué. La O´Connor. Un par de la Wolf. El otro día ordenando volví a recordar a las mujeres. La Nemirovski, Cather, Emily… de verdad son hartas. Pero claro, no sé si decir que una de ellas sea realmente la última. Y es que me cuesta bajo los parámetros que das. Conrad, tal vez, a la distancia. Y es que no puedo pensar bien, si me lo pides. Me refiero a que solo reconozco ámbitos… la genialidad de Vian, el perfil amargo de Onetti… fuerza en tantos otros… Melville podría ser… Murakami no podría, aunque tiene algo… Víctor Hugo… Créeme que lo intenté y hasta hice listas. Un día de estos te las comparto, aunque todas están llenas de borrones. Y es que al final llegué hasta a Homero, o sea a la idea de Homero, ya sabes, al invento… y luego pensé que era absurdo, ¿cómo el primero iba a ser el último…? Así, finalmente me pasee por la biblioteca intentando buscar, recordando, buscando algo, en el fondo… Y ya sabes… tal vez me ayude volver a hablar de eso… retomar, digamos… no me hagas explicar ahora… Dejémoslo así, mientras tanto. No hay último y no hay primero, tal vez. Lo digo de verdad… En ocasiones me asusto pensando que tal vez incluso no haya nada. Pero claro… puedo saber también que el problema está más cerca de lo que parece. Más dentro, si soy honesto. Y es que esperé la tormenta tanto tiempo que al final la calma se volvió tormenta y no la vi. Y claro… hoy en día veo apenas, por supuesto. Ahora bien, ¿me preguntas en serio cuál fue el último…? Pues no sé. Deja ordenarme, mejor… Además en estas cosas nadie tiene respuestas. Nunca, de hecho, he tenido una respuesta. Tengo que empezar de nuevo, pienso entonces. Siempre comenzar… Hasta que de una vez por todas sea el comienzo correcto… Aunque claro, el problema nunca ha sido el comienzo, sino lo que viene después… Ya sabes… Tal vez sea eso lo que haga correcto al comienzo… ¡Cuánta palabra...! Mejor mañana seguimos hablando… nadie nos apura, después de todo. Nadie nos apura, digamos, salvo el corazón.

viernes, 28 de octubre de 2016

Una breve iluminación (creo)


Estábamos bebiendo algo cuando él pareció despertarse y se lanzó a hablar.

-Creer está de más –me dijo-. O sea, no creer en sí… la acción, digamos, si no la palabra creer…

-¿De qué hablas? –pregunté.

-Ya sabes… -continuó-. Hablo de la palabra creer… No tiene un significado exacto…

-Eso escucho, pero no te entiendo.

-Pues ya sabes… ¿crees tú acaso en el aire?

-¿Cómo?

-Te pregunto si crees en aire… ¿Se puede creer en el aire?

-Eh… pues no sé…

-Pero contesta… ¿crees que aquí hay aire…?

-Eh… sí, claro…

-Entonces… ¿crees en el aire?

-Supongo que sí… No sé…

-Pues no supones… lo que pasa es que en realidad no crees en el aire… o sea, no es necesario creer en el aire, porque ya lo sabes…

-¿Ya sé qué?

-Ya sabes el aire.

-¿Se puede decir así?

-Sí, claro que se puede… pero el punto aquí es que como ya lo sabes no es necesario decir que crees en el aire… ¿entiendes ahora?

-No sé…

-Vamos, explícame si puedes qué es creer en el aire.

-¿Creer en el aire?

-Sí… ¿qué significaría creer en el aire?

-Eh…

-¿Ves que no se puede…? Tú al aire lo sabes, no se trata si crees en él o no lo haces…

-…

-A lo que voy es que creer, como palabra, no existe con el significado que se le asigna… creer incluye siempre dudar… y una voluntad sobre eso, por supuesto… si no sería cómo con el aire…

-Creo que entiendo.

-Lo ves… ahí lo usaste… creer no significa creer, es más bien querer creer… o sea, es dudar y tener la voluntad de afirmar la presencia de algo por sobre el no saber…

-…

-Me refiero a que cuando realmente crees que entiendes no dices “creo que entiendo”… lo que dices es “entiendo”, simplemente… a secas.

-Ya…

Luego dejamos de hablar y seguimos bebiendo.

jueves, 27 de octubre de 2016

Salir a dar una vuelta.


Ya no sé si era bueno o malo, salir a dar una vuelta.

Casi siempre de noche.

Lento.

Tranquilo.

Ya no sé siquiera si era triste.

Respirar hondo.

Mirar.

No saber bien cuál sería el punto exacto desde el cual comenzar el regreso.

Y es que a veces se perdía ese punto.

O a veces ni siquiera existía.

Y salir era entonces una forma de evidenciar que carecía de hitos.

De metas, incluso.

Una angustia pequeña.

Un ligero temblor en el pecho.

Cambiar ese punto noche a noche.

Vuelta a vuelta, digamos.

Arriesgarse a que ese punto se transformara de pronto en un abismo.

Arriesgarse a que ese punto estuviese ahora en el fondo de un pozo.

Miedo de esas vueltas, en el fondo.

Supongo que de cierta forma tuve miedo.

Y es que el mundo incluso daba vueltas y uno en él y todos.

Conscientes o no, pero todos daban vueltas.

Tantas órbitas

Tantos pasos.

Tantos engaños pequeñitos.

Qué sensaciones eran esas.

Y el cielo hermoso e inmenso, allá arriba.

Lejos allá arriba.

¿Quieres que te diga algo?

Un día el corazón se va a estancar y hay que saber antes.

Comprender antes.

¡Tantas cosas comprender…!

Qué salimos a buscar.

Dónde vamos.

Dónde regresamos.

Qué tan solos estuvimos.

Y si amamos o sufrimos, realmente.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Casi es eso.

“Señor duque, vos mismo sois vos mismo y por lo tanto
qué queréis que diga yo”
A. P.


-¿Te cae mal?

-¿Quién?

-Ese. El que está mirando.

-No sé. Me da lo mismo.

-Pues a mí me cae mal.

-¿Lo conoces?

-Casi nada.

-¿Y entonces?

-No sé… me molesta que mire.

-…

-O sea, que mire sin conocer.

-¿Quieres conocerlo y luego que mire?

-No. Lo dije mal. Me molesta que vea lo que él quiera…

-Pues no se entiende.

-Ya sabes… me molesta que al mirar vea lo que quiera… de mí, me refiero…

-¿Te molesta que se haga una idea errónea?

-No… me refiero a la decisión de qué quiere ver cuando mira… Eso es lo que molesta. Fíjate… es como si se llevara algo tuyo cuando mira y lo ensuciara…

-¿No estás exagerando?

-No… Es como cuando dicen que las fotos te roban el alma… ese tipo te la roba cuando te mira.

-Pues yo ni siquiera estoy segura si está mirando.

-Claro que está mirando.

-¿Cómo lo sabes, si estás mirando hacia otro lado?

-Lo sé porque me siento molesta, porque se siente cómo te roba algo…

-¿Y por qué no nos vamos, entonces?

-No puedo. Tengo que esperar a que se vaya él primero.

-…

-Me refiero a que cuando él se va y comienza a mirar otras cosas yo me repongo y de cierta forma me recupero.

-¿Te vuelve a crecer el alma cuando el tipo mira otras cosas?

-No. No es eso.

-¿Y entonces?

-Entonces no importa. Casi es eso.

martes, 25 de octubre de 2016

Una iglesia, con palitos de helado. (Canción)


Construí una iglesia, con palitos de helado, de pequeño.

Parecía una caja, más bien, pero yo sabía que era iglesia.

Era una iglesia donde no había cruz y no cabía creyente alguno.

Era una iglesia en la cual, estaba seguro, había entrado Dios.


Igual que un pájaro en una trampa, solo que no era trampa.

Igual que un muerto en su tumba, solo que no era un muerto.

Igual que la sangre en el cuerpo, solo que no era sangre.

Igual que el dolor en la herida, solo que no era dolor.


Sellé la iglesia, entonces, para que Dios no se fuese.

Era como tener dentro un animalito frágil.

La iglesia estaba tibia y algo en ella se sentía respirar.

Yo imaginaba que la iglesia, era ahora un corazón artificial.


Igual que un pájaro en una trampa, solo que no era trampa.

Igual que un muerto en su tumba, solo que no era un muerto.

Igual que la sangre en el cuerpo, solo que no era sangre.

Igual que el dolor en la herida, solo que no era dolor.


Olvidé entonces la iglesia por un tiempo.

La olvidé tanto que pensé que aquello era una caja.

Y di por hecho, además, que la caja estaba vacía.

Si Dios hubiese sido un animal, pienso ahora, habría muerto desahuciado.


Igual que un pájaro en una trampa, solo que no era trampa.

Igual que un muerto en su tumba, solo que no era un muerto.

Igual que la sangre en el cuerpo, solo que no era sangre.

Igual que el dolor en la herida, solo que no era dolor.


Nadie supo nunca que yo tenía a Dios en una pequeña iglesia.

Así que todos piensan que Dios está en libertad.

Nunca volví a abrirla y hoy tengo miedo y vergüenza.

Tal vez Dios, después de todo, no sea distinto a un animal.

lunes, 24 de octubre de 2016

Ella habla de su técnica.


I.

Después del teatro me invita a su departamento, cerca del estadio nacional.

Es un departamento antiguo, en un edificio bajo.

Antes de abrir la puerta, ella me detiene y me explica su ritual.

-No quiero saber si hay cucarachas –me dijo-. Por eso cuando enciendo la luz cierro los ojos. Diez segundos, los cierro. Voy contando los segundos para darles tiempo a que se escondan, si es que hay. Luego abro los ojos.

-¿Quieres que yo haga lo mismo? –le pregunto.

-No, -contestó-.  Tú espera atrás.


II.

Tomamos cerveza, pusimos un disco. Luego ella volvió a hablar sobre el asunto ese de cerrar los ojos antes de entrar.

-Como la técnica es buena –siguió-, realizo lo mismo ante otras situaciones. Por lo general lo hago ante cualquier cosa que me da miedo, aunque también lo aplico a otras situaciones. Por ejemplo, ahora que estoy sola, también cierro los ojos al entrar al departamento, aunque haya luz. Es raro de explicar, pero de cierta forma me quita la impresión de estar sola.

Como no dije nada, ella rio. Luego siguió.

-No es muy racional, lo sé, pero es como si hubiese dado tiempo para que se escondiese alguien. Alguien que evita que esté sola.

-Ya –dije yo-. Entiendo.


III.

Tuvimos sexo.

Luego no supimos mucho de qué hablar.

Le dije que debía irme y me vestí.

Antes de salir ella vuelve al asunto ese de la técnica.

-Una vez un sicólogo me pidió que escribiese paso a paso esta técnica. Sugirió que tomara apuntes y recalcó que fuese sincera conmigo misma. Creo que fue en la época en que murió mi hermano...

Aquí hizo una pausa y cerró los ojos. Luego siguió.

-El punto es que lo hice y él no podía creer que funcionara... Si hasta me pidió los apuntes y hablamos de eso un par de veces más… Yo creo que les recomendó la técnica a otros pacientes. Después de todo, nunca en mi vida he tomado pastillas y soy feliz.

Yo no dije nada.

Ella sonreía.

Luego me fui.

domingo, 23 de octubre de 2016

A ella le gustaba mentir.


A ella le gustaba mentir. Mentía siempre. La invité a sabiendas y lo primero que dijo fue que mi casa olía a nieve. Yo le seguí el juego y dije que sí, que había nevado dentro hacía poco. Entonces ella rio y yo serví vino. Cada uno con una gran copa. Yo esperaba que ella dijera algo. Finalmente hablé yo. No me acuerdo de qué, pero lo cierto es que quería que ella hablara. Quería escuchar sus mentiras. Saber que lo eran, digamos, y no complicarme con eso. Fue entonces que, entre otras historias, ella habló de la vez en que un tío suyo había muerto en un accidente de avión. Había sido hace años y según ella había sido la primera de la familia en ver las listas. Setenta muertos, creo que dijo, pero ella solo buscaba uno. Solo podía llorar por uno, me explicaba. Como si el corazón tuviese una especie de ancho de banda y solo pudiese hacerse cargo de un muerto. Según ella pensó eso, al ver las listas. Yo, sin embargo, sabía que mentía, y le seguía el juego. Luego pusimos música. Comimos algo. Tomamos una segunda y una tercera botella. Creo que también una cuarta. Entonces ella dijo que se quedaría. Que quería tomar una ducha y luego dormir conmigo. Yo no contesté, pero ella lo tomó como un sí. Mientras se duchaba yo ordené mis ideas. La casa no olía a nieve y ella no había llorado por su tío. No sé por qué, pero al menos en mí, sentía necesidad de aclarar esas cosas. No de decírselas, claro, porque crearía conflicto. Y es que yo también sé mentir, a mi manera. Después de todo, la nieve se derrite y se transforma en agua sucia, pensé entonces. Miré las copas y las botellas. Ella todavía estaba en el baño. No recuerdo qué ocurrió después.

sábado, 22 de octubre de 2016

Una niña tarareando una canción.


Ella tiene dos hijos. Un niño y una niña. Por las mañana los lleva hasta el colegio. Los niños parecen tener la misma edad. Generalmente paso junto a ellos todas las mañanas. Por eso, me he percatado que la niña, generalmente, va tarareando una canción. Una misma canción, me refiero. Cuando paso cerca intento escucharla y el ritmo me parece conocido. Lamentablemente, si bien retengo la canción por unos minutos, la olvido antes de poder reconocerla. De hecho, solo me acuerdo cuando vuelvo a ver a la niña, caminando en la mañana. Trato entonces de avanzar lento o de coincidir en alguna esquina, para escuchar por más tiempo, pero nunca lo consigo. Además me asusta que la madre, o cualquier otro transeúnte, puedan pensar mal. Una vez, de hecho –aunque quizá solo sea idea mía-, la madre me miró desafiante y tiró de la niña, como quisiera protegerla. Por otro lado, fue una situación que no se ha vuelto a repetir. Luego de esa vez, por cierto, intenté averiguar de esa familia, pero nadie del sector parecía conocerla. Yo, por mi parte, apenas conozco el colegio donde van los niños y creo saber cuál es el edificio dónde viven, pero nada más. Una vez en un sueño la niña apareció tarareando la canción y se paró frente a mí. Yo entonces me acerqué a preguntarle de qué canción se trataba. Sin embargo, ella no contestaba y simplemente seguía tarareando, hasta que se volteaba para irse. Por último, de espaldas, decía una frase que no logré entender bien. Tal vez dijo “no existe”, o “no existes”, o “no existo”. Luego del sueño, por cierto, la niña sonríe, cuando pasa junto a mí.

viernes, 21 de octubre de 2016

Notas (parece que una se repite)


I.

En las distintas versiones de Pinocho para niños -la de Disney por ejemplo-, Gepeto reza para poder tener un hijo. En la versión original, en cambio, Gepeto se hace cargo de sus deseos y se dedica a construirlo, directamente.

No conozco todavía una versión en que sean compatibles ambas cosas.


II.

Fui hasta donde trabajaba Radrigán, una vez.

Lo vi ensayar y corregir sus textos a partir del trabajo con sus actores.

Y claro, hubo algo que me impresionó en todo aquello.

A tal punto me impresionó que llegué a sentir vergüenza.

De hecho cuando me acuerdo, todavía me vuelve la vergüenza.


III.

Lo hermoso de vivir bajo tierra –dice el protagonista de una novela soviética de ciencia ficción-, es que tenemos que construirnos nuestro propio sol, nuestra propia luna, y hasta nuestras propias estrellas.


IV.

¿Ves a ese tipo de allá?

Pues te cuento que ese tipo ronca, pero no duerme.

Me encontré con él en el doctor, el otro día, y me contó.

Estaba desesperado.

Si incluso cuando sueña, no duerme.

El doctor le dijo que iba a morir joven, a menos que durmiera más.

Sumando y restando, sin embargo, al final es casi lo mismo.


V.

En las distintas versiones de Pinocho para niños -la de Disney por ejemplo-, Gepeto reza para poder tener un hijo. En la versión original, en cambio, Gepeto se hace cargo de sus deseos y se dedica a construirlo, directamente.

No conozco todavía una versión en que sean compatibles ambas cosas.

jueves, 20 de octubre de 2016

Otra cosa que no es un satélite.


I.

-Ese no es un satélite –aseguró K.

-¿Y qué es entonces? –preguntó J.

-Otra cosa –dijo K.

-¿Qué cosa? –insistió J.

-Otra cosa que no es un satélite. –afirmó K.


II.

-¿Sabías que una vez se infiltró alguien en un satélite? –preguntó K.

-¿A qué te refieres con infiltrar? –preguntó J.

-A esconderse dentro sin permiso –aclaró K-, a colarse, ya sabes…

-Pero los satélites suelen no tener espacio en su interior…

-Caro… -dijo K.-, de hecho no todos los expertos estaban de acuerdo…

-¿De acuerdo en qué? –preguntó J.

-En si iba alguien o no en el satélite –señaló k-, ¿hablamos de eso, o no?


III.

-Lo que pasa es que el satélite iba un poco más lento de lo planificado –dijo K.

-No te entiendo –interrumpió J.

-Que como el satélite demoraba un poco más en su órbita, los expertos comenzaron a hacer cálculos y descubrieron que viajaba con 57 kilos extra de carga.

-Ya –dijo J, aunque todavía sin entender.

-Además justo ese día desapareció una de las mujeres que trabajaba en el programa –continuó K.-. Una chica común, en todo caso… cuyo peso aproximado coincidía con el extra de la nave.

-¿Y ella sería la infiltrada? –preguntó J.

-Claro, aunque igual hay una duda al respecto…


IV.

-Lo que ocurre es que con el paso del tiempo –siguió K-, la persona infiltrada debió haber muerto, con lo que el peso extra del satélite debió haber variado…

-¿Y no ha variado el peso, con el tiempo? –preguntó J.

-No –afirmó K-, siguen todavía los 57 kilos extra.


V.

-Pero entonces –preguntó J-, ¿podría decirse que en un satélite va escondida una persona…?

-No –dijo K, rotundo-. Sea como sea, eso no sería ahora una persona.

-¿Y qué sería entonces? –preguntó por última vez J.

-Otra cosa que no es una persona –dijo K, antes de partir.

miércoles, 19 de octubre de 2016

El autorretrato de M.

A J. R.

I.

En el autorretrato de M. aparecen pintadas ocho personas.

Ninguna de ellas, según mi opinión, se parece a M.

Las personas aparecen en distintas posiciones aunque cada una de ellas parece tener, en una de sus manos, un mismo objeto.

Dicho objeto, por cierto, sería un cuchillo.

Las figuras que portan los cuchillos, sin embargo, no parecen sujetarlos como si se tratara de armas, por lo que sus distintas actitudes no parecen amenazantes.

Entre las figuras podemos reconocer cinco representaciones femeninas y tres masculinas.

La pintura, en definitiva, no me transmite ninguna sensación en particular.

Ese es el autorretrato de M.


II.

Me piden escribir un texto sobre el autorretrato de M.

Un análisis interpretativo detallado basándome en ciertas teorías.

Lo comienzo a escribir varias veces, pero surgen distintos problemas.

El principal es que no creo en el autorretrato de M.

Otro problema es que no creo en M.

Un último problema es que no creo en los cuchillos.


III.

No creo en los cuchillos porque cuando te entierran uno, si bien sangras, descubres que no eres tú mismo quien ha sido acuchillado.

M., por otra parte, nunca ha enterrado un cuchillo.

Todas las obras, de cierta forma, constituyen y no constituyen autorretratos.


IV.

Finalmente pido ver la obra original y, frente a ella, saco un cuchillo que llevaba en mi bolso.

Entonces, rasgo el autorretrato en ocho partes.

No escribo ningún texto.

Prefiero venderme de otra forma.

martes, 18 de octubre de 2016

Bobo.


I.

Era un perro bobo.

Lo habían comprado en una tienda de mascotas donde luego no los dejaron devolverlo.

Al principio solo lo creyeron simpático, pero luego hubo que rendirse a la evidencia.

Babeaba todo el día.

No se movía por iniciativa propia.

Se orinaba en cualquier sitio, sin hacer el más mínimo gesto.

Por lo mismo, ellos concluyeron que era un perro bobo.

Y hasta le pusieron ese nombre:

Bobo.


II.

El veterinario dijo que Bobo era especial.

De hecho, vaticinó que viviría pocos años y recomendó controles periódicos.

Los controles eran caros, pero el veterinario recalcaba que eran necesarios.

Nunca supimos si era cierto.


III.

Bobo murió a los cinco años.

Antes de hacerlo aprendió a ver televisión.

Le gustaban los dibujos animados y el informe del tiempo.

En invierno se echaba cerca de una estufa.

Su último año de vida usó pañales que debían cambiarse tres veces al día.


IV.

Bobo dormía poquito.

Por lo general lo encontrabas de pie, inmóvil, cuando te levantabas de noche.

Pensamos en sacrificarlo, incluso, pero luego desistimos de hacerlo.

Dejamos que muriera solo, de un paro cardiaco.

Dos días antes de morir, había comenzado a hablar.


V.

La primera vez que habló comentó algo del tiempo.

La segunda dijo que tenía una espina en una pata.

La tercera y última dijo que vivir era raro y no se entendía.

Horas después le dio el paro cardíaco y murió prácticamente de inmediato.

lunes, 17 de octubre de 2016

Una niña que tenía el alma más grande que el cuerpo (Canción)


Era la historia de una niña.
Una niña que tenía el alma
más grande que el cuerpo.

Y como tenía el alma
más grande que el cuerpo,
ocurría que ella, la niña,
la arrastraba al caminar.

El alma de la niña era,
brillante como alma de niña,
como una enagua o un manto
que podía ensuciarse al caminar.

Ocurrió así que la niña, a escondidas,
para no dañar su alma,
le hizo basta, con hilo y aguja
y las partes más sucias, optó por recortar.

Era la historia de una niña.
Una niña que tenía el alma
más grande que el cuerpo,
y su cuerpo pequeño, de niña,
la impulsaba a caminar.

La vieron en esquinas
y escondida en la sombra,
remendando su alma
para andar por la ciudad.

A veces en los parques,
encuentras hilo y aguja,
o hasta jirones de alma
alimentando la ciudad.

Era la historia de una niña.
Una niña que tenía el alma
más grande que el cuerpo,
y su cuerpo pequeño, de niña,
la impulsaba a caminar.

A veces en los parques,
encuentras hilo y aguja,
o hasta jirones de alma
alimentando la ciudad.

Pobre niña descuidada,
que creyó tener el alma
más grande que el cuerpo.

Pobre niña descuidada,
el alma se caía de tu cuerpo,
nada más.

domingo, 16 de octubre de 2016

Marcia llora a las ocho.


Marcia llora a las ocho.

A las veinte horas, más bien.

Siempre se da el tiempo.

Dice que la tranquiliza.

Que de cierta forma le hace bien.

No hace excepciones y aunque ande sin reloj algo en ella le avisa puntualmente.

Si va en el metro se baja y llora en la estación.

Si está con amigos se va al baño, para no molestar a nadie.

Si está comiendo algo hace una pausa y se seca las lágrimas, para no salar la comida.

Y es que Marcia se maneja a la perfección.

Su llanto es certero y de características fijas.

Por lo general llora tres minutos.

Aunque a esos tres minutos le anteceden otros más para que el llanto sea sincero.

Entonces busca un sitio tranquilo y pone la mente en blanco.

Luego el llanto llega solo.

Al principio pensaba en cosas tristes, pero hoy es como si el cuerpo esperara.

Como si fuese un mecanismo de drenaje.

O de oxigenación, mas bien.

Por lo mismo, Marcia dice que le hace bien.

Incluso cuenta que luego del llanto, ella sonríe.

Explica que es como ver la ciudad después de la lluvia.

Todo más despejado y más sereno.

No dura mucho, pero es bueno, me dice.

Puedes aprender incluso, si no sabes llorar.

sábado, 15 de octubre de 2016

No se si a ti te pasa.


No sé si a ti te pasa, me dijo, pero yo al menos despierto siempre en el mismo día. O sea, cambian algunas cosas, es cierto, pero con el tiempo comencé a darme cuenta que se trata siempre del mismo. Es como si me dieran oportunidad para cambiarlo, pero al final parte siempre de nuevo. A veces me ponen en otro lugar, o hasta en otro clima, pero al final me doy cuenta que es el mismo. La gente envejece además, mientras se repite, porque al final es como si fueran actores. Y es que hay que repetir el día hasta que salga lo que debía salir, y recién entonces se pasa al otro. O sea, esa es mi teoría. Lo malo es que mientras averiguo qué es lo que debiese hacer, yo también envejezco. Y claro, eso me desespera un poco. He probado hartas cosas, en todo caso, pero siempre hay límites que me da miedo pasar. Te imaginas si lo que debiese hacer fuera matar a alguien. Me refiero a si eso debiese hacer para pasar verdaderamente al otro día. O quemar mis cosas, o cortarme un brazo. Sé que son cosas extremas, pero las nombro porque las cosas comunes no me han dado resultado. Sigo despertando en el mismo día. No sé si a ti te pasa o si no te has dado cuenta. Aunque en tu caso, yo creo que echaste el ancla a propósito. Sin afán de ofender, por supuesto, pero yo creo que elegiste no avanzar, o al menos eres consciente que lo haces... ¿Me equivoco...? ¿No ves acaso que esto mismo es parte del ancla? O sea, no sé si te pasa, en realidad, pero al menos eso creo... Me estoy desesperado,a  fin de cuentas y puedo decir tonteras... Y envejezco.

viernes, 14 de octubre de 2016

Semejantes.


I.

Esa mesa, allá atrás.

Dicen que son mis semejantes.

Yo los veo, y a regañadientes quizá, pero acepto.

Son mis semejantes, entonces.

Uno de ellos, tal vez, también acepta.


II.

Me da vueltas aquello de mis semejantes.

Me refiero al aspecto nominal, por supuesto.

Quién se asemeja a quién, y todas esas cosas.

Algo sin importancia, lo admito, pero eso es lo que da vueltas.

Además tomé unas cervezas y no he dormido.


III.

¿Amar a los semejantes?

Alguien por acá habla de amar a los semejantes.

Puro engaño, si se piensa.

Puro egoísmo.

Y es que amar a los semejantes es en el fondo amarse uno mismo.

Uno mismo reflejado en los semejantes, me refiero.

Eso también me da vueltas.


IV.

No todos, sin embargo, son mis semejantes.

O si lo son, al menos, lo son en distinta medida.

El hueón de allá, por ejemplo, casi nada semejante.

Del grupo ese, a la derecha, un poco menos todavía.

Ellos también, estoy seguro, pensarían algo parecido.


V.

Angustia tener semejantes.

Verse fuera de uno, me refiero.

Presenciar conductas, actitudes… todas esas cosas.

Entonces pienso que si amarlos es amarse uno mismo… puede tratarse finalmente de un egoísmo necesario.

Un egoísmo comprensivo, incluso.

¿Ven a los semejantes esos de la mesa de al fondo?

Pues ya se les cierran los ojos, como a mí.

Espero que descansen, esta noche.

jueves, 13 de octubre de 2016

Abolir.

“Si Dios se retira de mi pueblo, pensaba yo,
como se ha retirado de mí, haré de ellos
hormigas de hormiguero, porque se vaciarán
de todo fervor.”
A. de S. E.

Ante todo, abolir los juegos de palabras.

Dicho esto: Los naufragios no tienen corazón.

Fondo apenas, pero también es juego.

Y yo acabo con los juegos, porque todo es juego.

Escenografía, digamos.

Y es que hasta el poeta, recién emergido, resultó ser de cartón.

No sé si parece serio, pero sin duda lo es.

¿Ves a lo lejos ese ahogado?

Pues yo fui, una vez, ese ahogado.

Ahora, desde aquí, parece flotar en el mar.

Equivocación pura.

Ningún ahogado flota en el mar.

Es el mar quien necesita un ahogado para organizarse en torno a él y robarle vida.

Piénsalo un poco.

Apela a la cordura.

El azar simplemente es la explicación más fácil.

Y el juego una forma más de desangrarse, sin dolor.

Creo que era una tribu hindú la que contaba que el primer hombre perdió su vida contando lo que encontró en el mundo.

Supongo que el segundo heredó las cuentas y simplemente administró.

Y claro, miles de años después vienes tú y quieres tirar los dados.

Dices que se trata de una gran apuesta.

Dices eso, claro, pero un mundo más puro sabría que mientes.

Pues bien, hoy  recojo la voz de ese mundo puro y te lo digo de frente:

Cuando los dados se vacían de sentido no hay juego posible.

Y yo acabo con los juegos, porque todo es juego.

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