miércoles, 31 de octubre de 2012

La suerte no tiene nada que ver.



-¿Va a insistir en ser absurdo?

-¿Yo?

-Sí, usted.

-No –contesté-. Aunque en insistir creo que siempre hay algo loable.

-¿A qué se refiere?

-A que la insistencia es valiosa… sobre todo cuando se trata de insistir en ser…

-¿Insistir en ser?

-No me haga explicarle, por favor…

-Pero suena a metafísica, ¿no cree?

-No. No creo -contesté.

-Pero ¿qué cree usted que debiésemos hacer?

-¿Usted…? ¿Nosotros…? –pregunté.

Ella asintió.

-Pues usted debiese ser usted, simplemente…

-No comprendo –me dijo.

-¿No comprende cómo ser usted?

-No… me refiero a cómo pasar a ser querido por la mayoría… o aceptado… o quedarme yo mismo tranquilo, con quien soy… le dije.

-Pues déjeme decirle, señor Vian, que eso funciona simplemente con la transmisión que nosotros emitimos…

-¿Transmisión?

-Sí . Transmisión –confirmó.

Yo esperé un segundo para entender. Pero no pude.

-Disculpe –dije entonces-. ¿Podría explicarme en qué consiste esa transmisión?

Ella pareció pensárselo un poco. Pero tampoco contestó.

-¿No va a explicarme lo que planteó? –insistí.

-No –dijo ella- No se puede…

-¿No se puede?

-No -afirmó-. Aunque no es que se pueda o no se pueda, realmente… El punto es que todo es resultado, finalmente, de la suerte…

-¿Resultado de qué…? -pregunté.

-De la suerte –confirmó.

Yo me molesté un poco.

-Pues yo creo que la suerte no tiene nada que ver en todo esto –le dije, finalmente

-Está bien –contestó ella- siga entonces creyendo en el absurdo.

Luego nos despedimos.

martes, 30 de octubre de 2012

El borrador de tatuajes.



Como un ejemplo vinculado al emprendimiento, hoy nos visitó en el colegio el borrador de tatuajes.

Trajo sus instrumentos de trabajo, gran cantidad de fotografías que ubicamos en paneles y hasta preparó una presentación para explicar a los alumnos sobre su empresa.

De esta forma, nos fue contando sobre su labor, que consistía, como podrá suponerse, en borrar los tatuajes que algunas personas deseaban no tener más, sobre su piel.

Nos enteramos así, que el borrador de tatuajes había sido en sus inicios precisamente un hacedor de tatuajes, pero había entendido, rápidamente, que en ese rubro había mucha competencia y debía buscar una ruta alternativa.

Además, agregó, había comenzado a darse cuenta que la gente quiere siempre tachar lo que ha sido, o ha creído ser, anteriormente… y está dispuesto a pagar lo que sea por lograr aquello.

Luego, la presentación siguió especificando técnicas, gastos y compartiendo la facturación de su último año, que superaba con creces la que yo podía obtener trabajando 114 años como profe, calculé.

Pero ese no es el punto.

Entonces, los chicos hicieron preguntas. El hombre dio ejemplos. Nosotros agradecimos la visita.

Luego el lugar quedó vacío.

Y claro, yo fui viendo poco a poco cómo se vaciaba aquel lugar.

De hecho, me ofrecí a guardar las cosas, ordenar un poco y desmontar los paneles de fotografías.

Y ese sí es el punto.

Me refiero a la profunda tristeza que transmitían cada una de esas fotos de pieles tachadas, mientras yo las volvía a ordenar, en un lugar que también había quedado vacío.

Y es que no se trataba solo de borrar palabras, sino creencias…. y eran esas raíces las que parecían existir aún, bajo la piel, en aquellas fotografías.

Todo estaba en silencio.

Fue entonces que un chico volvió a la sala, silenciosamente, y me preguntó con afecto, si es que estaba bien.

Yo contesté que sí.

-Quizá usted también algún día, va a querer quemar su biblioteca -me dijo.

Yo guardé silencio.

-Ojalá que no lo haga –agregó, finalmente, antes de salir.

lunes, 29 de octubre de 2012

A veces la voz me sale despacito.

“Supongamos que yo sea una criatura fuerte,
lo que no es verdad”.


A veces
la voz me sale despacito
y arrastra como con vergüenza
a las palabras
que se atreve a pronunciar.

Así,
igual que un niño
que teme equivocarse,
la voz parece esconderse
tras lo dicho,
y no se hace cargo
de esta forma
ni siquiera de sí misma.

Y es que todo parece reducirse
si lo pienso,
a una mínima excusa
que ya va siendo hora que la diga:

No nací para profeta.

Así, a pesar que la anterior
no deja de ser una justificación
aparentemente egoísta,
resulta ser también
una afirmación tan simple
como cierta.

No nací para profeta, me repito.

Con todo,
esa voz bajita
que me nace,
alega a veces porque yo la discrimino
y porque no la dejo anunciar
supuestamente
lo que tenía que decirme…

Tú eres como el matemático –alega entonces-,
que pasó su vida haciendo el cálculo perfecto que,
sin embargo,
no se necesita.

Y claro,
es entonces cuando a uno
le da por pensar en todas aquellas cosas
aparentemente absurdas,
o innecesarias,
pero que bien podrían, si quisieran,
dar sentido a una serie de otras cosas
prácticamente obsoletas
que existen en nosotros mismos.

Eso es de lo que habla
mi voz pequeñita.

Poco más.

domingo, 28 de octubre de 2012

Cristo como imitador de un Cristo.

“Solo que el propio Cristo
fue la imitación de un Cristo”
Clarice Lispector.


De pequeño me intentaron enseñar que había que imitar a Cristo. Ser como él, amar como él… y una serie de otras ideas que terminaban casi siempre desdibujando aquella figura, a medida que intentaban acercarla.

Y es que era fácil hablar de Cristo a partir de la abstracción. Sujetarlo incluso con ideas, cuando su carne dudaba y no lo sostenía.

Así, Cristo pasaba a estar entonces tan lejos, que uno no podía llegar a vislumbrarlo siquiera, si no dejaba -al menos en parte-, de ser uno mismo.

Eso me enseñaron.

Comprendí, sin embargo, con el tiempo, que no hay heroísmo en dejar de ser uno mismo… y es que no se comienza necesariamente a ser Cristo, cuando uno se aleja de lo que es, realmente.

Y claro: desaprendí entonces, lo aprendido.

Fue como si de pronto se me revelase un secreto que lo cambiaba todo: Cristo era la imitación de un Cristo. Es decir, Cristo no era Cristo, me dije. Y cambiaron así algunas cosas.

En lo concreto, por ejemplo, abandoné el seminario al que asistía, y preferí quedarme con la imagen de un Cristo enajenado expulsando a vendedores, o con el Cristo cobarde sudando sangre en Getsemaní.

Y es que yo también era algo similar a un Cristo débil, me dije.

Y era cierto.

Borracho, excedido, temeroso de olvidar mis propios miedos… fui aceptando poco a poco que no era capaz del sacrificio mayor: dejar de lado quien es uno, para pasar a ser un Cristo.

Lo intenté por años, es cierto… pero no creo haber dado, ciertamente, ningún paso en esa dirección.

Solo fue la imitación de un paso, comprendí.

La imitación de un hambre.

La imitación del amor, incluso, para evitar el vacío.

Y claro… creí necesario entonces llegar hasta el final de aquella farsa, y me construí un Dios.

Uno a mi medida.

Un Dios consciente de mi debilidad.

Uno que sabía que en mi interior estaba oculto el único Cristo al que tenía acceso.

Un Dios que no me abandonara.

¿Se entiende…?

Todo lo demás lo perdí.

Esa fue mi apuesta.

Ese fue el costo para que Vian fuese el nombre de mi Cristo.

No hay imitación, sin embargo.

Este soy yo.

sábado, 27 de octubre de 2012

Vian el destripador.


I.

No hay móvil. Ese es siempre el truco del asesinato perfecto.

Sin embargo, -reconociendo incluso la ausencia de un motivo explícito-, debe existir al menos una idea tras cada muerte. Un querer demostrar algo, me refiero… Un propósito oculto incluso para el asesino.

En este sentido, bien podría afirmarse que todo asesinato presupone una búsqueda, aunque no necesariamente se tenga claro qué es aquello que se busca, entre la sangre.

Y es que debe haber sangre, cuando se trata de un verdadero asesinato. Y debe haber búsqueda cuando se encuentra sangre.

Esas son las premisas de todo asesinato.


II.

¿Es asesinar destripar a un muerto?

Lo pregunto porque me tocó una vez asistir a una autopsia cuando era pequeño.

No fue una invitación formal ni una acción realizada con el protocolo correcto.

-¿Quieres retirar los intestinos? –me preguntaron esa vez.

Y yo lo hice.


III.

Destripar un muerto es como destriparse a sí mismo.

Descubrir que en gran parte somos contenedores de tripas y cuestionarnos entonces por la existencia de todas aquellas cosas para los que no se tiene realmente un espacio, ahí dentro.


IV.

Yo estaba seguro de mis creencias, pero saqué tripas y ya no fui el mismo.

Aspiré ese hedor que sale de la carne del hombre cuando está abierta y la sangre se seca.

Estoy seguro que cuando aspiras ese aire algo se mete dentro tuyo y ya no sale.

También vi el corazón de un hombre muerto.


V.

Si queremos aprender a vivir debemos matar un hombre mientras podamos.

Y claro: podemos probar con el resto o simplemente intentar con nosotros mismos.

Esto, ya que no comprenderemos el valor de la vida si no lo hacemos y hasta pensaremos, erróneamente, que nuestras manos están limpias.

Y es que una vez que asesinas a alguien comprendes que todos, de cierta forma, son tan partícipes del asesinato como tú mismo.

Dios mismo, incluso, es un cómplice silencioso.

viernes, 26 de octubre de 2012

Pedro quiere conocer el peso de las cosas.

"Paseando, el ser tocaba todas las cosas y,
aún solitario, sonreía"
Clarice Lispector.


Supongamos que Pedro quiere conocer el peso de las cosas.

Sin embargo, él no cuenta con instrumento alguno para poder determinarlo.

Por esto, Pedro se conforma con comparar el peso de los objetos entre ellos, a partir de su impresión al levantarlos.

-Este libro pesa más que ese lápiz –dice.

-Esta botella pesa más que esa ampolleta –señala.

-Este bolso pesa más que mi cepillo de dientes -concluye.

Y claro, por un momento le pareció a Pedro que sus impresiones eran suficientes como para tranquilizar su deseo de conocer, que antes mencionábamos.

Sin embargo, tras intentar con objetos mayores, Pedro vuelve a vivir una situación de desasosiego, ya que su lógica es incapaz de llegar a una conclusión sensata:

-Si no puedo levantar el árbol, ni puedo levantar la montaña –se dice-, esto demuestra que el árbol y la montaña pesan lo mismo… es decir, un peso que me es imposible…

Así, si bien no está del todo conforme con estas últimas apreciaciones, lo cierto es que no parece ser una manera del todo errónea de razonar…

Y claro… eso pensaba Pedro cuando de pronto sintió curiosidad por su propio peso y comenzó también a intentar levantarse, rodeándose con sus propios brazos.

Esfuerzo infructuoso.

-Peso lo mismo que la montaña –se dijo entonces.

-Y también lo mismo que aquel árbol -agregó.

Con todo, existía en Pedro cierta sensación de derrota tras sus cálculos. Es decir, la impresión de que el hombre no puede ser herramienta de medida para comprender el mundo.

Así, mientras sentía aquello, Pedro logró transformar aquellas impresiones en comprensiones concretas.

-Lo desconocido es siempre igual de desconocido –señaló-. No importa si lo desconocido es Dios o un ser concreto que se encuentra bajo una tela…

Extrañamente, apenas hubo dicho esto, Pedro sintió que todo –todo menos él-, era profundamente ajeno.

Por último, lleno ahora de una tristeza nueva, escuchó cantar un gallo.


jueves, 25 de octubre de 2012

¿Por qué la carne tiene sabor a carne?



Un hombre se me acerca en un bar, tras terminar de ver un partido de fútbol.

-¿Usted cuenta cuánto toma…? –me pregunta.

Yo no sé qué decirle.

-Porque yo no cuento y por eso me cagan… -continuó-. No me gusta contar… hay hueás que no se debieran contar…

-¿Contar de decir o de numerar? –le pregunté.

-De poner números, po hueón… -me aclaró-. Esa hueá es fea… ¡todos los hueones cuentan! ¡Todo el rato!

-…

-Ahora mismo… todos los hueones contando –siguió-. Cuánto toman, cuántos goles necesitan, cuánto rato queda… cuánto dejar de propina… ¿no encuentra feo eso…?

-Eh… no… No tanto.

-¡Cómo que no…! Si es fea esa hueá… No hay pa qué contar en la vida, si la vida es una no más… y las hueás importantes también… ¿acaso se puede contar la sangre?

-En litros sí –le dije por molestar.

-¡No po, hueón…! –se enojó-. ¡Esa hueá no es contar! Yo digo que cuántas sangres tenís…

-¿Cuánta sangre?

-¡No po…! ¡¿Cuántas?! ¿Cuántas sangres…?

-Eh… no se puede decir… -admití.

-No po, hueón… eso te decía… las hueás que podís conocer de verdad… las hueás importantes pa uno, no se cuentan… ¿Sabe por qué nos confundimos?

-¿Cómo…?

-Que si sabe por qué nos confundimos y pensamos que contar es importante…

-No –le dije.

-Porque Dios nos hizo dedos de más… -me explicó-. No tenía pa qué hacernos más dedos… eso era pa puro tentarnos… igual que con el libre albe… alberrd...

-¿Albedrío? –lo ayudé.

-Sí, igualito que con esa hueá… nos confundió enteros con hacernos más dedos… eso era dar entrada al demonio no más…

-¿Al de moño? –pregunté apuntando a un tipo de pelo largo.

-No po, hueón… al diablo… no me agarrís pal hueveo que te estoy hablando en serio…

El hombre me miraba algo molesto.

-¿Acaso sabís como es el diablo, pa burlarte…? –me preguntó entonces.

-Eh… no... No sé.

-El diablo es un hueón contando… un puro hueón que cuenta…

-¿Y qué cuenta?

-Cuenta hueás pencas no más, po… -me dijo, como si fuera obvio-. Si las hueás importantes no se cuentan… ya te dije… pero lo malo es que los hueones lo imitan…

-¿Y los hijos? –le pregunté.

-¿Qué pasa con los hijos?

-¿Acaso no se cuentan los hijos?

-¡No po hueón! ¡No hay que contarlos, hay que ser papá no más, de los que hayan…!

Seguíamos hablando cuando llegó el garzón a exigirle el dinero al hombre… especificándole la cantidad de tragos y de dinero que debía pagar…

-¡No contís, hueón…! –le gritaba el hombre, amenazante-. ¡Me da lo mismo si decís que tomé cuatro o seis o la hueá que sea de vasos…! Yo tomé alcohol y tú querís dinero… y aquí está…

Acto seguido el hombre le entregó varis billetes al garzón, bastante más que lo que le pedían, por cierto.

-¡Ve que es feo contar! –volvió a decirme entonces.

Yo asentí.

-Lo que pasa es que nadie se hace problema con las hueás feas… aunque sean obvias –siguió-.Y aunque nos ensucien…  Es igualito que con el sabor de la carne…

-¿Qué pasa con el sabor de la carne?

-Que todos los hueones dicen que la carne tiene sabor a carne, pero no saben por qué… -intentó explicar.

-No lo comprendo -admití.

-¿Qué cosa?

-No sé… la conexión de lo que dice –le aclaré-. Además… ¿Por qué se supone que la carne tiene sabor a carne, según usted?

-¿Por qué la carne tiene sabor a carne…?  -repitió.

-Sí.

El hombre pareció entonces pensarlo un poco, pero justo cuando parecía que iba a contestar, se cayó de golpe.

Y claro… yo me quedé con la pregunta como título.

miércoles, 24 de octubre de 2012

No voy a morir.



Todo partió como un juego. Uno nervioso claro, porque incomoda cuando presionan ofreciéndote un servicio, un producto u otras cosas de ese estilo.

Esta vez se trató de un cementerio que insistía en que resolviera de una vez por todas, el problema de la muerte. Porque la muerte es inevitable, me decía la mujer, mientras volvía a preguntar si yo tenía resuelto o no aquel tema.

-¿Se refiere usted al tema de la muerte? –quise confirmar.

-Por supuesto, señor Vian, por eso lo llamamos –me dijo-. Usted nos había dado estos datos y quisimos entregarle información a tiempo…

Hice cálculos mientras la mujer hablaba pues me había llamado a un celular que yo daba por muerto, y que había encendido únicamente porque se me rompió el reloj despertador y lo iba a utilizar con esa función.

-¿No cree que es tiempo ya de ocuparse de esos asuntos, señor Vian? –escuché entonces que me decía.

Yo me quedé en silencio.

-¿Cuántos años ha vivido ya, señor Vian? –insistió.

-Poquitos –dije yo-. Es que soy profe…

Ella no entendió y yo consideré aquello demasiado triste como para explicarlo.

-Según la información que manejo usted nació hace 33 años -continuó.

-Sí –confirmé-. Es correcto.

-Pues es una edad justa como para comenzar a preocuparse por la muerte –señaló-. Además, según la información que tengo, usted no tiene ninguna solución para cuando nos deje…

-Eh… ¿solución?

-Sí… me refiero a un espacio, señor Vian… tumba, servicios fúnebres… ¿ha pensado que eso puede incomodar o crear dificultades a quienes lo sobrevivan?

-Eh, no… pero sabe…

-Pues teniendo en cuenta aquello creo que tenemos buenas noticias para usted, y es que esto suele parecer difícil, aunque en realidad…

Yo intentaba interrumpir. Sin éxito.

-Si quiere podemos visitarlo y compartir información... Justamente este mes tenemos promociones que pueden interesarle ya que…

Fue entonces que, tras una nueva serie de intentos por cortar la comunicación, me escuché diciendo una frase que no esperaba.

-Es que no voy a morir, señorita.

-¿Qué dice, señor Vian?

-Que no se moleste… Yo no voy a morir.

Ella guardó silencio.

Y claro… parecía una tontería. Una más de aquellas frases que nacen cuando me siento en apuros y que lanzo sin pensar.

Sin embargo, tras detenerme un momento en aquella frase, me sorprendí yo mismo… pues había dicho algo que me pareció, sin duda, una verdad…

-No voy a morir –repetí, todavía sorprendido.

-¿Está usted bromeando, señor Vian? –dijo ella.

-No –contesté-. Es cierto.

Ella volvió entonces a quedar en silencio y luego colgó, sin agregar nada.

Yo, en tanto, volví a apagar el teléfono y fui a anotar la frase en un cuaderno donde escribo las pocas palabras que estoy seguro que son ciertas.

No voy a morir. Escribí, con letra clara.

No voy a morir.

martes, 23 de octubre de 2012

Veo un gato.

“La mediocridad es la indiferencia
al bien y al mal”
Bernanos.


Veo un gato
caminar sobre la pared
llevando un pájaro muerto
en su hocico.

A veces acaricio ese gato.

Le dejo un poco de leche
en un platillo
junto a mi ventana,
y él entra a saludar
cuando la toma.

Ahora, en cambio,
el gato lleva entre sus dientes
a ese pájaro
y yo busco qué sentir.

No se trata, sin embargo,
de juzgar al gato,
ni de cuestionar su acción
cuya naturaleza desconozco.

Así,
de lo que se trata,
más bien,
es de juzgar al mundo.

Porque claro…
también hemos intentado
acariciar al mundo.

Mirar su lado agradable.

Sobarle el lomo.

Llenarle un pocillo con leche…

Y es que el mundo se deja acariciar
y hasta se muestra dócil
a nuestro afecto…

Pero nada más.

Bien lo sabía un amigo
que se alejó este sábado
dejando apenas una frase:

El mundo no nos quiere
ni nos necesita.

Veo un gato.

lunes, 22 de octubre de 2012

Contándonos historias.

“Siempre nos hace falta una historia,
aunque parezca que no”.
Réquiem, Antonio Tabucchi


Lo aceptemos o no, lo cierto es que pasamos la vida contándonos historias. Ya sea para algún otro o para nosotros mismos.

Poco importa si son ficticias o reales, pues lo central radica en el acto de contar, de decirnos… de vivir incluso a partir de las historias. Y claro, eso es lo que se vuelve necesario, a fin de cuentas.

Así, resulta que no solo pasamos la vida intercambiando historias, sino que estas se van transformando poco a poco en la única y verdadera moneda de cambio, que opera entre nosotros.

Con todo, el valor de estas monedas, no se encuentra fijado de antemano, sino que varía según una serie de factores que tienen como elemento central al sujeto que manipula dichas historias.

-Hoy día me encontré con X cuando fui a ver a M –te dicen, por ejemplo.

-¿Te conté de esa vez que me quemé la mano tras recoger una bomba lacrimógena? –consulta otro.

Y claro, uno termina por aceptar esas historias y extraer algún nutriente, desde ellas… cuando es posible.

De esta forma, resulta que ellas se convierten en trampolines que pueden sacarnos de nuestra natural insignificancia… Es decir, ya no somos simplemente quienes estamos en un momento determinado frente a un otro, sino que pasamos a ser los que vivimos cierta historia… y las acciones entonces nos enriquecen (y hasta nos dan forma), ante los demás.

¿Podría decirse entonces que son las historias las verdaderas fuentes de nuestro significado…?

Pues sinceramente, creo que sí. Y creo además que resulta incluso inmoral, el poder llegar a certezas sobe nosotros mismos, sino es por la evidencia discursiva de nuestras acciones.

Y sí…me contradigo en esta entrada. Pero lo que digo es cierto.

domingo, 21 de octubre de 2012

Un día en este mismo lugar.



-Fue un día en este mismo bar –me dijo-, había bebido más de la cuenta y buscaba mi chaqueta. Era parte de la rutina, claro, nada especial… pero fue al momento de encontrarla cuando tuve una revelación.

-¿Una revelación? –pregunté.

-Sí, una revelación –afirmó-. Y es que al tomar mi chaqueta, revisar sus bolsillos, y pensar en la casa, en la familia… comprendí de pronto que nada de eso que yo sentía mío, realmente me pertenecía. O no por siempre, al menos… ni siquiera los objetos más pequeños, más simples… es decir, comprendí que se trataba de una situación momentánea… y que todo me sería arrebatado, en algún momento...

-¿Arrebatado…? ¿Se refiere a que lo robarían…?

-No. No sería un robo –me dijo-. Simplemente me despojarían de lo que creía mío… y justamente porque lo creía mío… para sacarme de un error, quizá… o eso pensé.

El hombre toma otro trago y juega con un cenicero vacío que esta sobre la mesa.

Yo pedí otra cerveza.

-Pensar es penoso, sabes… -continuó-. Yo prefiero hablar, o hasta leer, para no pensar… Pensar es siempre más triste… más intimo y mas sin sentido… por eso esa vez decidí yo mismo tomar el toro por las astas. Y actué.

-¿Qué fue lo que hizo?

-Perdí todo… yo mismo –señaló-. Voluntariamente, me refiero… Mi chaqueta, mi dinero, mi casa, mi familia…

-¿A qué se refiere con perderlo?

-Perderlo… cortar el vínculo que esas cosas tenían conmigo… hacerlo irremediable…

-No entiendo.

-Mejor que no entiendas. Nadie entiende, además. Todos tratan de no perder lo que tienen… aunque lo pierden igual, claro. Yo en cambio lo perdí voluntariamente antes que me lo arrebataran.

-¿Tenía usted miedo a que eso sucediera? –pregunté.

-No… no era miedo. No soy de los que tienen miedo ante lo inevitable, si no también me habría matado al entender que iba a morir, algún día…

-¿Y entonces por qué lo hizo?

-Un poco por ellos, por las cosas… y por mí mismo –señaló-. No me hagas explicártelo… además tú tienes pinta de los que ya han perdido… puedes entender, si lo intentas.

-¿Pero le dolió perderlo todo…?

-Claro que sí… ese no es el punto… no lo hice por comodidad.

-Pero…

-No sigas –interrumpió-. Si prefieres piensa que fui cobarde, pero yo sé que eso no es cierto… ¿me puedes invitar un último trago?

Yo conté mi dinero y calculé que sí, me alcanzaba para uno más.

Afuera comenzaba a llover.

-Me tengo que ir –le dije.

El hombre se despidió y luego me llamó, cuando salía del lugar.

-Se le queda su chaqueta –gritó.

Pero yo me fui, sin mirar atrás.

sábado, 20 de octubre de 2012

Entreacto.



-Imagínate un viejo postrado en una cama –me dijo-, en una pieza pequeña.

Yo lo hice.

-El viejo solo tiene dos cosas en la pieza –continuó-,  dos cosas que mirar, me refiero… un cuadro hermoso lleno de colores y una ventana que da a un patio interior, oscuro, donde invariablemente se observa una pared opaca que está unos metros más atrás…

-¿Por la ventana solo se ve una pared?

-Sí, es un patio mínimo, nadie va ahí, y desde la posición del viejo solo se ve la pared, tras la ventana.

-De acuerdo.

-Pues piensa que pasa el tiempo, años si quieres… ¿sabes dónde miraría el viejo?

-No entiendo.

-Te pregunto si crees que el viejo miraría el cuadro hermoso o la pared opaca, tras la ventana.

-Mmm… no sé… supongo que mira ambas cosas –dije.

-Te equivocas… el viejo solo miraría la ventana y se perdería de ver el cuadro –afirmó.

Yo me quedé en silencio.

-¿No vas a preguntar por qué? –me preguntó entonces.

-¿Por qué, qué?

-Por qué el viejo observa la muralla a través de la ventana…

-Ah, eso… pues no lo había pensado… ¿sabes por qué? –le pregunté.

-Porque la esperanza es una mierda que no se elige –concluyó.

viernes, 19 de octubre de 2012

¿La piel es para uno o es para los otros?


“Quizá era una catástrofe,
pero sin tragedia”


Ellos están sentados en el pasto. Tranquilos.

-¿Tienes hambre?

-¿Hambre?

-Sí. Hambre.

-No. Casi nunca tengo hambre.

Pasa un momento. Es mediodía y hay sol.

-¿No crees que uno debiese ver el hambre de los otros?

-¿El hambre de los otros?

-Sí.

-¿Y para qué?

-No sé… para saber del otro, quizá…

-¿Y por qué no preguntarle mejor, si tiene hambre?

-No sé… no me da seguridad.

-¿Crees que te mentí, acaso, cuando preguntaste?

-No. No lo digo por ahora… lo digo en general…

-¿No crees que te digan la verdad?

-No sé… a veces creo que uno mismo no sabe…

Ambos parecen incomodarse un poco.

-¿Crees que una persona tiene hambre y no se da cuenta?

-No… no es eso… pero a lo mejor siente otra cosa y le dice hambre… o siente hambre más otra sensación, y se confunde…

-¿Como que no se puede ver dentro de uno?

-No sé si “ver” sea la palabra…

-¿Pero te gustaría que uno no tuviese piel, para poder ver dentro de uno?

-No te entiendo…

-Que quizá desconfías de la piel… o sea de tú piel… de no ver dentro tuyo…

-No… supongo que la piel está para eso… quizá me expliqué mal… además ya te dije que no se trata de ver…

Ambos hacen una pausa. Luego siguen.

-¿Crees que sería bueno ver dentro de uno… tener todo claro, me refiero?

-¿Saber todo de uno mismo?

-Sí.

-Mmm… no sé. No creo… Pero tampoco creo que la piel esté allí para eso…

-¿Cómo…?

-Que al menos uno siente lo de uno… pero la piel está allí para los otros… para que los otros no vean…

-¿Dices que la piel de uno está para los otros?

-Sí… la piel, el lenguaje… llámalo como quieras… pero es la piel de todo lo secreto… la piel que resguarda lo vivo…

-Ja, ja…

-¿De qué te ríes?

-De que suena chistoso, po hueón… “la piel que resguarda lo vivo”, como si fuese una especie de complot… como que uno va a descubrir el secreto y alguien se preocupa de ocultar, o cambiar de tema…

-Ja, ja… puede ser…

-Sí… vamos a comer mejor… ¿ahora sí tienes hambre?

-No sé… no importa… parece que sí…

jueves, 18 de octubre de 2012

Ropa tendida.



Una amiga me contó que lloraba al ver ropa tendida.

Me explicó que era una especie de tristeza y de vergüenza, pero con un toque de humildad.

-Sé que suena raro –me dijo-, pero siempre sucede lo mismo. No importa si es mi ropa o la de otros… lo cierto es que apenas la observo nace en mí una sensación como de bajar la vista, pero con el corazón… como si mi corazón no fuese digno de mirar cara a cara a la ropa tendida…

Yo trato de entender, pero ella parece no quedar conforme.

-No –continuó-. Lo dije mal. No es no ser digno… eso suena más terrible… esto es más bien con un poco de ternura, con una media sonrisa y luego lágrimas, poquitas y sin agonía… como si fueras a mirar a escondidas a un hijo que se ha dormido esperándote, en la noche…

-¿Con un poco de culpa? –pregunté yo.

-No. No es culpa. Y supongo que tampoco es algo que produzca la ropa en sí. De hecho, la ropa doblada y guardada o hasta sucia, no me produce nada… Con la tendida, en cambio es como que no tuviese derecho a despertarla… o más bien, que tuviese derecho, pero decidiese no hacerlo, mientras termina de estilar y de perder la humedad… mientras termina de estar limpia…

-¿Mientras termina de estar limpia?

-Claro… o más bien… mientras termina de estar lista… o sea, la ropa no se limpia para ella misma, sino para ser usada, para estar lista…

-¿Y eso es lo que da pena?

-¿Qué cosa?

-Que la ropa se limpie no para ella misma, sino que para ser ensuciada nuevamente… el proceso, el lavado, el secado, el sol en ella… y nada por ella misma…

-Quizá –dice mi amiga, pensativa-, la verdad nunca racionalizo esas cosas… o sea, me gusta hablarlas… y la verdad es que ese llorar alivia un poquito… me confirma que siento…

-O a revés –intento complementar-, quizá sentir te confirma a ti misma.

-No contamines… -concluye sonriendo-, a mí me gusta sentir así, como si mi corazón también se pusiera al sol y luego botara la humedad por los ojos, nada más… y sí… quizá lloro entonces porque no es para mí misma aquel llanto…

-...

-¿Suena absurdo, no…? -ella sonríe y baja la vista- ¡Qué tonta…! Me dieron ganas de llorar de nuevo.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La fuga.


Planeamos la fuga por largo tiempo.

Hicimos mapas, ordenamos datos, asignamos roles.

Nada debía ser dejado al azar.

Juntamos provisiones.

Fijamos la fecha.

Todo debía resultar perfectamente.

Yo, contrariando las normas, llené mi bolso de libros.

Me sorprendí incluso guardando uno escrito en japonés.

Nunca he sabido cómo se llama, por cierto, aquel libro.

En tanto, acordamos no despedirnos de nadie, para no levantar sospechas.

Honestamente, sin embargo, creo que despreciábamos en secreto a los que no partían.

Ellos no saben, no quieren, son tibios, pensábamos.

Y así nos sentíamos superiores.

De hecho, ahora que lo pienso, quizá era por eso que nos fugábamos.

Nos incomodaban los quietos.

Queríamos salir de ahí.

Fue así que llegó el día de la fuga.

Él dormía y nosotros estábamos listos.

Todos con alimentos, abrigos y yo con mis libros.

Comenzamos el escape.

La oscuridad nos protegió de los vigilantes.

Todo salió a la perfección.

Así, en el tiempo asignado, resultó que estábamos libres.

Es decir, cumplimos todos los pasos y estábamos lejos de los quietos.

Casi de inmediato, sin embargo, nos dimos cuenta que no habían más pasos.

Y claro, fue entonces que descubrimos que no bastaba con la fuga.

Nos miramos entre todos.

Comenzaba a oscurecer.

Algunos sacaron provisiones.

Otros propusieron regresar.

Yo saqué un libro.

Tuve que fingir, sin embargo, porque saqué el texto en japonés. Y porque estaba oscureciendo.

Con todo, sentí que lo comprendía.

Sin descifrar ni un signo, pero esa sensación tenía, extrañamente.

Por último, tomamos una decisión definitiva.

martes, 16 de octubre de 2012

Dos hombres con dos palas.


El hombre fue programado por Dios para resolver problemas.
Pero comenzó a crearlos en vez de resolverlos.
La máquina fue programada por el hombre para resolver
los problemas que él creó.
Pero ella, la máquina, está comenzando también a crear problemas
que desorientan y tragan al hombre.
La máquina continúa creciendo. Está enorme.
A punto tal de que tal vez el hombre deje de ser
una organización humana”.
C.L.


Dos hombres con dos palas.

Dos meses.

Los hombres cavan y encuentran la máquina.

Debiesen sorprenderse, pero algo en ellos sabía desde antes.

Todos los hombres saben desde antes.

Pero claro, nada se recuerda en la superficie.

Ahora la máquina está ahí.

Es decir, parte de la máquina.

Yo soy uno de esos hombres.

Estamos agotados.

Cansados.

No sabemos para qué sirve la máquina.

Pero aunque no sirviera.

Es parte de nuestro hogar.

Existe.

Eso basta.

Eso debiese conformarnos.

No hacer escándalos, me refiero.

No exagerar.

No forzar la comprensión, cuando no llega.

Y es que eso es, en parte, lo que podemos aprender de una máquina.

Poco importa el funcionamiento, el origen o el para qué.

Lo importante es que no es, quizá, para nosotros.

Nada es para nosotros.

Eso también lo sabemos desde antes.

Entonces observo al otro hombre.

Está de espaldas.

Sin  mediar palabra una pala golpea su cráneo.

El hombre cae al piso.

Junto a la máquina.

Los golpes de la pala contra el cráneo suenan secos.

Comienza a hacer calor en estas fechas.

Pero siempre hace calor por estas fechas.

Arrastro al hombre y lo coloco sobre la máquina.

Comienzo a llenar la excavación.

Nadie debe ver la máquina, me digo.

Existe.

Eso basta.

Todos saben eso desde antes.

Dos meses, o dos vidas, para que las cosas cambien.

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