"Paseando, el ser tocaba todas las cosas y,
aún solitario, sonreía"
Clarice Lispector.
Supongamos que Pedro quiere conocer el peso de las
cosas.
Sin embargo, él no cuenta con instrumento alguno
para poder determinarlo.
Por esto, Pedro se conforma con comparar el peso de
los objetos entre ellos, a partir de su impresión al levantarlos.
-Este libro pesa más que ese lápiz –dice.
-Esta botella pesa más que esa ampolleta –señala.
-Este bolso pesa más que mi cepillo de dientes
-concluye.
Y claro, por un momento le pareció a Pedro que sus
impresiones eran suficientes como para tranquilizar su deseo de conocer, que
antes mencionábamos.
Sin embargo, tras intentar con objetos mayores,
Pedro vuelve a vivir una situación de desasosiego, ya que su lógica es incapaz
de llegar a una conclusión sensata:
-Si no puedo levantar el árbol, ni puedo levantar
la montaña –se dice-, esto demuestra que el árbol y la montaña pesan lo mismo…
es decir, un peso que me es imposible…
Así, si bien no está del todo conforme con estas
últimas apreciaciones, lo cierto es que no parece ser una manera del todo errónea
de razonar…
Y claro… eso pensaba Pedro cuando de pronto sintió curiosidad
por su propio peso y comenzó también a intentar levantarse, rodeándose con sus
propios brazos.
Esfuerzo infructuoso.
-Peso lo mismo que la montaña –se dijo entonces.
-Y también lo mismo que aquel árbol -agregó.
Con todo, existía en Pedro cierta sensación de
derrota tras sus cálculos. Es decir, la impresión de que el hombre no puede ser
herramienta de medida para comprender el mundo.
Así, mientras sentía aquello, Pedro logró
transformar aquellas impresiones en comprensiones concretas.
-Lo desconocido es siempre igual de desconocido –señaló-.
No importa si lo desconocido es Dios o un ser concreto que se encuentra bajo
una tela…
Extrañamente, apenas hubo dicho esto, Pedro sintió
que todo –todo menos él-, era profundamente ajeno.
Por último, lleno ahora de una tristeza nueva, escuchó
cantar un gallo.
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