lunes, 29 de octubre de 2012

A veces la voz me sale despacito.

“Supongamos que yo sea una criatura fuerte,
lo que no es verdad”.


A veces
la voz me sale despacito
y arrastra como con vergüenza
a las palabras
que se atreve a pronunciar.

Así,
igual que un niño
que teme equivocarse,
la voz parece esconderse
tras lo dicho,
y no se hace cargo
de esta forma
ni siquiera de sí misma.

Y es que todo parece reducirse
si lo pienso,
a una mínima excusa
que ya va siendo hora que la diga:

No nací para profeta.

Así, a pesar que la anterior
no deja de ser una justificación
aparentemente egoísta,
resulta ser también
una afirmación tan simple
como cierta.

No nací para profeta, me repito.

Con todo,
esa voz bajita
que me nace,
alega a veces porque yo la discrimino
y porque no la dejo anunciar
supuestamente
lo que tenía que decirme…

Tú eres como el matemático –alega entonces-,
que pasó su vida haciendo el cálculo perfecto que,
sin embargo,
no se necesita.

Y claro,
es entonces cuando a uno
le da por pensar en todas aquellas cosas
aparentemente absurdas,
o innecesarias,
pero que bien podrían, si quisieran,
dar sentido a una serie de otras cosas
prácticamente obsoletas
que existen en nosotros mismos.

Eso es de lo que habla
mi voz pequeñita.

Poco más.

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