Martina piensa en la flor porque está tendida en el
pasto y tiene algunas delante.
Además, lo hace porque todos dicen que son bellas,
y ella, que quiere serlo, no sabe cómo lo logra la flor, sin esforzarse.
Así, con un poco de rabia, Martina busca cómo
ofender esa belleza venida desde ningún sitio… venida porque sí, gratuitamente…
Y es que la flor no cabe en la semilla, piensa
Martina, lógica.
De ahí que ella misma esté hecha de qué… ¿de
tierra? ¿de luz?
¿De qué está hecha la flor?, piensa Martina. O más
bien ¿de qué está hecha la belleza de la flor?, que es lo que le interesa.
Porque claro, cuando la belleza no es mérito o fruto
de la misma experiencia, resulta normal preguntarse desde dónde, por qué, para qué… o cualquiera de esas cosas que
apuntan hacia los vacíos de nuestra propia existencia, a fin de cuentas.
Y es que la belleza llega y se va de la flor de
forma extraña, como si fuese un juego… o como si alguien nos hiciera un guiño a
través de la belleza de la flor, para decirnos otra cosa.
Así –y ahora volvemos a lo que piensa Martina-,
tampoco sabemos a dónde va la flor cuando muere… ¿Vuelve a la tierra…? ¿Sale la
luz que en ella entró mientras crecía…?
Pues bien, en eso piensa Martina, tendida sobre el
pasto, ordenando sus pensamientos:
La vida es
injusta y extraña.
Nada
pertenece a nada.
La flor está
hecha de tierra, concluye.
Por último, mientras aprieta sus puños, Martina
siente que, de sí misma, tampoco sabe con certeza de qué está hecha.
¿Es eso lo que sucede cuando nos acercamos a
la verdad del mundo?, se dice.
Da rabia, pero la auténtica belleza a lo mejor no sabe que es bella.
ResponderEliminarLa flor es tan de tierra como nosotros somos de polvo de estrellas.
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