domingo, 28 de octubre de 2012

Cristo como imitador de un Cristo.

“Solo que el propio Cristo
fue la imitación de un Cristo”
Clarice Lispector.


De pequeño me intentaron enseñar que había que imitar a Cristo. Ser como él, amar como él… y una serie de otras ideas que terminaban casi siempre desdibujando aquella figura, a medida que intentaban acercarla.

Y es que era fácil hablar de Cristo a partir de la abstracción. Sujetarlo incluso con ideas, cuando su carne dudaba y no lo sostenía.

Así, Cristo pasaba a estar entonces tan lejos, que uno no podía llegar a vislumbrarlo siquiera, si no dejaba -al menos en parte-, de ser uno mismo.

Eso me enseñaron.

Comprendí, sin embargo, con el tiempo, que no hay heroísmo en dejar de ser uno mismo… y es que no se comienza necesariamente a ser Cristo, cuando uno se aleja de lo que es, realmente.

Y claro: desaprendí entonces, lo aprendido.

Fue como si de pronto se me revelase un secreto que lo cambiaba todo: Cristo era la imitación de un Cristo. Es decir, Cristo no era Cristo, me dije. Y cambiaron así algunas cosas.

En lo concreto, por ejemplo, abandoné el seminario al que asistía, y preferí quedarme con la imagen de un Cristo enajenado expulsando a vendedores, o con el Cristo cobarde sudando sangre en Getsemaní.

Y es que yo también era algo similar a un Cristo débil, me dije.

Y era cierto.

Borracho, excedido, temeroso de olvidar mis propios miedos… fui aceptando poco a poco que no era capaz del sacrificio mayor: dejar de lado quien es uno, para pasar a ser un Cristo.

Lo intenté por años, es cierto… pero no creo haber dado, ciertamente, ningún paso en esa dirección.

Solo fue la imitación de un paso, comprendí.

La imitación de un hambre.

La imitación del amor, incluso, para evitar el vacío.

Y claro… creí necesario entonces llegar hasta el final de aquella farsa, y me construí un Dios.

Uno a mi medida.

Un Dios consciente de mi debilidad.

Uno que sabía que en mi interior estaba oculto el único Cristo al que tenía acceso.

Un Dios que no me abandonara.

¿Se entiende…?

Todo lo demás lo perdí.

Esa fue mi apuesta.

Ese fue el costo para que Vian fuese el nombre de mi Cristo.

No hay imitación, sin embargo.

Este soy yo.

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