-¿Va a insistir en ser absurdo?
-¿Yo?
-Sí, usted.
-No –contesté-. Aunque en insistir creo que siempre hay algo loable.
-¿A qué se refiere?
-A que la insistencia es valiosa… sobre todo cuando se trata de
insistir en ser…
-¿Insistir en ser?
-No me haga explicarle, por favor…
-Pero suena a metafísica, ¿no cree?
-No. No creo -contesté.
-Pero ¿qué cree usted que debiésemos hacer?
-¿Usted…? ¿Nosotros…? –pregunté.
Ella asintió.
-Pues usted debiese ser usted, simplemente…
-No comprendo –me dijo.
-¿No comprende cómo ser usted?
-No… me refiero a cómo pasar a ser querido por la mayoría… o aceptado…
o quedarme yo mismo tranquilo, con quien soy… le dije.
-Pues déjeme decirle, señor Vian, que eso funciona simplemente con la transmisión
que nosotros emitimos…
-¿Transmisión?
-Sí . Transmisión –confirmó.
Yo esperé un segundo para entender. Pero no pude.
-Disculpe –dije entonces-. ¿Podría explicarme en qué consiste esa
transmisión?
Ella pareció pensárselo un poco. Pero tampoco contestó.
-¿No va a explicarme lo que planteó? –insistí.
-No –dijo ella- No se puede…
-¿No se puede?
-No -afirmó-. Aunque no es que se pueda o no se pueda, realmente… El punto es que todo es
resultado, finalmente, de la suerte…
-¿Resultado de qué…? -pregunté.
-De la suerte –confirmó.
Yo me molesté un poco.
-Pues yo creo que la suerte no tiene nada que ver en todo esto –le dije,
finalmente
-Está bien –contestó ella- siga entonces creyendo en el absurdo.
Luego nos despedimos.
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