viernes, 30 de junio de 2017

Dios no es Dios.


Dios no es Dios.

Dios es alguien.

Por ejemplo, a veces Dios es un viejo que vive en Puerto Cisnes.

Nada de barba blanca ni pose majestuosa.

Esas veces Dios es un viejo que vive en Puerto Cisnes y que cuenta siempre la misma historia.

Todos en el pueblo han escuchado esa historia.

Una, dos y hasta seis veces la han escuchado.

Incluso, ocurre que alguno se ha molestado y ha intentado decírselo a aquel hombre.

Decírselo, huir y hasta intentar golpearlo, si somos sinceros.

Ellos no son Dios, por supuesto.

Ellos simplemente son hombres cansados de oír la historia que Dios quería mostrarles.

La única historia que Dios quería mostrarles.

Y es que Dios, por cierto, solo tiene una historia para contar.

Una historia que se repite hasta que se comprende el corazón de aquella historia.

No los hechos ni la moraleja, sino el corazón de aquella historia.

Y es que Dios no es Dios, decía.

Dios no ha creado un mundo sino una historia.

Una historia que a veces parece tener un corazón dentro.

Y como  la historia debe latir, esta debe ser contada una y otra vez hasta que alguien la comprenda.

Dios no es Dios, decía.

Dios es alguien.

A veces, por ejemplo, Dios es un viejo que vive en Puerto Cisnes.

Y Puerto Cisnes a veces es el mundo.

Y la vida se pierde o se gana, si esto es cierto, dependiendo de cada corazón.

jueves, 29 de junio de 2017

Algo así como indiferencia ante la vida.


Hablaban de los viejos a partir de una frase que uno de ellos dijo. Algo relacionado con la indiferencia hacia la vida. Estaban todos algo bebidos y de fondo sonaba un disco de Bill Evans con Shelly Mane. Yo escuchaba y estaba a un costado mientras ellos seguían hablando y no dejaban oír de buena forma la música. Fue entonces que el dueño, mientras descorchaba una botella, se unió brevemente a la conversación. El hombre debía tener fácilmente sesenta o setenta años. Dijo varias cosas, pero lo principal es que habló de su bisabuelo. Yo no entendía muy bien los detalles, pero me llamó la atención que el dueño hablara de él como si estuviese vivo. Recuerdo que entonces puse más atención porque coincidió que el disco llegó a su fin. El grupo de los que bebían argumentaban que llegada cierta edad –cierta edad indefendible, decía uno, sin explicar a qué edad exacta hacía referencia-, no podía experimentarse más que indiferencia hacia la vida. No desprecio, recalcaba, pero sí indiferencia. Interrumpía después otro y explicaba algo así como las virtudes de la indiferencia, aunque al mismo tiempo parecía estar en desacuerdo con el primer hombre en algo que no logré precisar. Por su parte el dueño volvía a hablar de su bisabuelo y hasta señaló de pronto que pensaba llamarlo, para que lo conociesen. Fue entonces que –mientras yo esperaba una sesión espiritista o algo similar-, el dueño fue esta una sala trasera seguido de un ser que parecía existir de una forma distinta a todos nosotros, en aquel lugar. Un anciano –era más que eso, pero no tengo a mano el vocablo preciso-, que venía avanzando muy lento, pero aparentemente sin dificultades tras el mostrador y que se acercó hasta donde hasta hace poco había estado girando el disco de Bill Evans con Shelly Mane –y creo que también Eddie Gómez-, y estirando uno de sus brazos, lentamente, comenzó a voltear el disco, hasta que sonó otra vez. Luego, en vez de ir hasta el sitio donde estaba su bisnieto y los hombres que bebían, dio media vuelta y volvió hacia el lugar desde donde había salido.

miércoles, 28 de junio de 2017

Muelas sanas.

“Como la suerte del necio será la mía,
¿para qué vale pues, mi sabiduría?”
Eclesiastés.

I.

Una vez un vecino dentista me contó que atendió a un hombre que pidió que le sacaran las muelas sanas.

Yo no le creí en un principio así que llamó a la persona que trabajaba con él para que me lo confirmara.

Y sí, resultó que había atendido a un hombre que pidió que le sacaran las muelas sanas.


II.

En un principio no me pareció tan extraño lo del hombre, sino que me fijé más bien en la “ética profesional” del dentista.

Y es que no pensaba que fuera posible aquella acción, de la misma forma que un cirujano no puede –supongo-, cortar una pierna porque sí, o extirpar un órgano sano.

Mi vecino dentista, sin embargo, me dijo brevemente que era un procedimiento válido, y se detuvo más bien en relatar algunos detalles del hombre que se extirpó las muelas sanas.


III.

Uno de esos detalles fue que el hombre se llevó las muelas sanas.

Pero claro, a esta petición algo más común, se le agregó el hacer una limpieza perfecta de esos dientes ya extirpados.

Así, según habría comentado, podía guardar esas muelas todavía sanas como un engranaje en perfecto estado.

Por otro lado, podía también “podrirse tranquilo”, según sus propias palabras.

Y eso es, en resumen, lo que me han contado de esa historia.

martes, 27 de junio de 2017

Más o menos.


Hice un curso una vez, para aprender a distinguir satélites.

Me lo había ganado como premio haciendo un escrito sobre el Sputnik.

El curso lo dictaban en una pequeña sala de la embajada de la federación Rusa.

Lo dirigía un científico que no hablaba muy bien español y en la mitad de las clases nos visitaba un cosmonauta cuyo nombre no recuerdo.

El cosmonauta había orbitado la Tierra durante seis meses en los años noventa.

Uno podía preguntarle cosas, que le traducía el profesor, quien luego también nos traducía la respuesta

En el curso éramos como seis compañeros y ninguno se  atrevió a preguntarle cosa alguna.

Por lo mismo era el mismo científico el que terminaba consultando alguna cosa, y nos la contaba.

Nos contó por ejemplo de un supuesto accidente que tuvieron porque otro cosmonauta intentó a  escondidas – en el espacio-, encender un fósforo.

En otra historia nos explicó que hacían turnos para que siempre hubiese uno de ellos mirando el espacio.

Cosas así nos contaba.

Y no sé por qué, pero todos tomábamos notas.

Luego teníamos un break donde nos servían un café con chocolate y luego nos mostraban grabaciones, del espacio.

Según recuerdo, el curso duró como dos semanas.

Al final nos dieron un diploma y unas chapitas del programa espacial ruso.

El día en que nos dieron aquello, uno de los que asistía nos contó que había investigado y que el supuesto cosmonauta era en realidad un funcionario de la embajada que desempeñaba un papel.

Preguntamos y resultó que era cierto.

Para aprender a distinguir los satélites nos dieron al final un dvd, con un video explicativo que estaba tomado de youtube.

Una mierda el curso, en definitiva.


Como este texto, más o menos.

lunes, 26 de junio de 2017

Un amigo viajó al norte.


Un amigo que viajó al norte se robó una momia.

Fue hasta un cementerio indígena y cuando se alejó unos metros la encontró.

Vio el cabello sobre la arena y escarbó hasta sacarla.

Tenía lazos en el pelo y restos de ropa se le desarmaban al tomarla.

Como era pequeña la guardó en la mochila, quebrándole las piernas.

No dijo nada a nadie e intentó llevar sus cosas con cuidado, pero igualmente se dañó.

Yo la vi en Santiago y el cuerpo estaba por partes.

Solo la calavera y el pelo permanecían en buenas condiciones.

Mi amigo estaba asustado porque la noche anterior la escuchó gritar.

Por la mañana trató de acomodarla y entonces fue que me llamó.

Quería que me la llevara o que al menos le diera alguna idea.

Y claro, yo no terminé haciendo ninguna de las dos cosas.

Los días siguientes, según me contó, dejó de gritar, pero cantaba un poco.

Mi amigo grabó el canto, pero no comprendió lo que decía.

Igual el coro suena como con rabia, me dijo.

Pasaron entonces unos días hasta que de pronto mi amigo me llamó mientras ella cantaba.

Era una canción extraña, pero que yo había escuchado antes, en algún lugar.

Fue entonces que, en la parte donde aparentemente ella mostraba rabia, la llamada se cortó de improviso.

Yo, en tanto, sin momias todavía y sin devolverle la llamada, me fui a acostar.

domingo, 25 de junio de 2017

Acantilados más bajos.


Dios nos ama, me dijo. Dios nos ama y por eso se esconde y nos desespera y a la vez nos regala acantilados bajos. Y es que Dios es justo, en el fondo. Tan justo que mientras más profunda es nuestra desesperación más bajo es el acantilado que pone Él frente a nosotros. Yo no comprendí en un principio, igual que tú, pero ya verás que es cierto, con el tiempo. Te arrojarás de algunos, es cierto, pero será más bien por confusión. Solo por confusión. Y claro, ojalá no mueras al lanzarte porque todo habrá sido por error. Todo habrá sido por creer verdadero algo que no lo era. Todo habrá sido confusión, si lo haces. Lo verdadero, en cambio, lo irás descubriendo con el tiempo. Y sabrás entonces que lo real está siempre en otras cosas. Otras cosas que aún te son lejanas. Escúchame bien y no lo olvides: El dolor es otra cosa. La soledad es otra cosa. La desesperación real es otra cosa. Intenta creer a ciegas, por el momento, pero intenta creer. Mira el abismo y respira hondo. No gastes lágrimas en esto. La vida está gastada, pero aún resiste. Ya encontrarás acantilados más bajos.

sábado, 24 de junio de 2017

Carla leía sobre las dimensiones de Marte.


Carla leía sobre las dimensiones de Marte.

No del planeta mismo, sino de algunos accidentes geográficos.

El monte Olimpo, por ejemplo, y sus 24 kilómetros de altura.

Los acantilados de 6 kilómetros de profundidad.

Regiones planas y secas más amplias de lo que podía imaginar.

Entonces bajó el libro e intentó dimensionar esos 24 kilómetros de altura.

Y sintió una extraña sensación que no supo bien como nombrar.

Si la hubiésemos forzado a decir algo tal vez habría sido pena, o vergüenza.

Aún con esa sensación, Carla de pronto sintió como algo se metía en uno de sus ojos.

Una mugre, tal vez, poco importaba lo que fuese.

Lo cierto es que la sacó de lo que pensaba y la volcó sobre sí.

Sobre su incomodidad, digamos.

Y sobre uno de sus ojos.

Dejó así el libro sobre una mesa y fue hasta el interior de la casa y buscó un espejo.

Tenía cierto ardor e intentó ver bien qué ocurría.

Y claro, le costó hacerlo, pero tras unos minutos una pequeña pelusa había salido desde su ojo izquierdo.

Aún frente al espejo observó cómo corrían las lágrimas desde ese ojo.

No debiera estar llorando por esto, se dijo.

Después de eso se enjuagó el rostro volvió a leer el libro y encontró nuevos datos.

Sin embargo, no volvió esa primera sensación.

Carla leía sobre las dimensiones de Marte.

viernes, 23 de junio de 2017

Un cuadro ladeado que alguien endereza.


Nos miraba a todos. Y claro, también se fijaba en lo que estaba fuera de nosotros. Siempre serio. Como si buscase algo. Un error, tal vez. Un desequilibrio. En el caso de nosotros era extraño, ya que sabíamos de antemano que estábamos llenos de errores. Me refiero a que no tenía para qué mirarnos tanto, si las fallas saltaban a la luz. Y claro, entonces él, silencioso, venía hasta un  costado y si tenías suerte lo sentías. Muy de cerca, me refiero. Así, ocurría de ponto que estiraba un brazo y su mano ya estaba sobre ti, o abre algo, y sentías entonces como una situación nueva… como si hasta ese momento hubieses sido un cuadro, un tanto ladeado, que alguien endereza. Sí, esa es exactamente la sensación: como si hubiésemos sido un cuadro ladeado que alguien, tras mirar detenidamente, endereza. Por lo mismo, tal vez, es que su presencia se volvió para nosotros en algo indispensable. No en el sentido vital, digamos, ya que podíamos sobrevivir sin ella. Pero era, de todas formas, algo indispensable… Indispensable en el sentido que nos abría nuevas posibilidades… Posibilidades de existencia, digamos, sin temor a exagerar. Una nueva ubicación, entonces. Ligeramente distinta... Sutil, tal vez. Pero perfecta.

jueves, 22 de junio de 2017

Otro rey Midas (Canción tradicional - Traducción libre)


Algo así como un rey Midas,
pero con una maldición
todavía más pesada.

En los ojos, la maldición, ya sabes,
y entonces todo lo que ves,
todo lo que ves desaparece,
para siempre.

Otro rey Midas, decía.
Esta es la canción de otro rey Midas.

Quién iba a decir que esos ojos,
ojos como manos,
fueran a desvanecer
todo lo que tocan.

Otro rey Midas.
Pobre otro rey Midas.

Esta es la canción de un pobre otro rey Midas.

Cierra los ojos y huele.
Cierra los ojos y toca.
Cierra los ojos y escucha.

Pero quiere más,
porque no hay que olvidar que es rey,
este otro rey Midas.

Pobre otro rey Midas.
Esta es la canción de otro rey Midas.

En un mundo vacío.
Nada puede ver, este rey.
Dueño de un reino que se traga a sí mismo.
Piensa qué hacer y lo resuelve.

Algo así como Edipo.
Algo así como otro pobre Edipo.
Se arranca los ojos, este rey.
Sin esfinge, sin enigma, sin oráculo, incluso…

Pobre rey Midas.
Pobre otro rey Midas.
Esta es la canción que flota en medio del vacío.

Y entonces este rey.
Este pobre rey, estarás de acuerdo.
Busca verse a sí mismo.
Busca verse a sí mismo, te decía,
y se ve.

Pobre maldición, entonces.
Pobre cáscara de otro rey Midas.
Esta es la canción que suena como un grito
lanzado cuando ya es,
lamentablemente,
demasiado tarde.

miércoles, 21 de junio de 2017

Alternativas.


Como no me gusta planchar debo buscar alternativas.

Lamentablemente, en mi trabajo, ya estoy acostumbrado a ir con camisa y eso es algo que lleva a planchar a diario.

Por lo mismo, si trabajo, planchar camisas es sin duda un acto obligatorio.

Por esto, hoy mientras miraba las camisas ya planchadas, proyectaba dificultosamente, una forma de no volver a plancharlas.

Tras un par de horas buscando alternativas llegué a la conclusión que la forma más efectiva de no tener que plancharlas nuevamente, era simplemente no arrugarlas.

Y claro, para no arrugarlas ocupé otras dos horas y llegué a la conclusión que no hay que ponérselas, y, desde, que no hay que trabajar.

Siguiendo esta lógica, por cierto, llegué también a la conclusión que el cuerpo mismo se arruga menos si no lo usamos.

Ídem el celebro, y hasta el espíritu, para los que crean, de cierta forma.

Ante esto, desde hace unas semanas, diseño una serie de normas y recomendaciones para evitar cualquier tipo de desgaste y/o arruga no deseada.

Todas estas formas, sin embargo, apuntan al desarrollo de una forma de vida del todo austera y carente –en lo posible-, de movimiento y emoción.

Todo esto, como verán, básicamente porque no me gusta planchar.

Ámbito a rectificar, lo admito, pero presente en cada uno de nosotros.

martes, 20 de junio de 2017

Dormido en el metro.


Me quedé dormido en el metro.

Me quedé dormido en el metro y Dios me habló.

Me quedó dormido en el metro, Dios me habló y era flaite.


Yo pensé que era alguien más.

Yo pensé que era alguien más y me asusté.

Yo pensé que era alguien más y me asusté, pero era Dios.


Sé que era Él.

Sé que era Él porque me hablaba de pequeño.

Sé que era Él porque me hablaba de pequeño, y me lo recordó.


Me dijo que el mundo no se acaba.

Me dijo que el mundo no se acaba, pero yo.

Me dijo que el mundo no se acaba, pero yo no le creí.


Entonces me puse choro.

Entonces me puse choro con Dios.

Entonces me puse choro con Dios, pues no me gusta que me mientan.


Hablamos fuerte.

Hablamos fuerte y discutimos.

Hablamos fuerte y discutimos, y nos movimos las manos.


Yo no pierdo, me dijo.

Yo no pierdo, me dijo. Yo soy Dios.

Yo no pierdo, me dijo. Yo soy Dios y vos soy na.

Entonces pa qué, le dije.

Entonces pa que hueai, le dije.

Entonces pa que hueai, le dije, si no soy na.


Rato después.

Rato después me desperté.

Rato después me desperté en la última estación.


Vi un Cristo.

Vi un Cristo al llegar al trabajo.

Vi un Cristo, al llegar al trabajo, y se estaba riendo.



lunes, 19 de junio de 2017

(Mis libros no saben que yo existo)


Vivir entre los árboles.

Contar hasta dieciocho sin pensar.

Buscar oro al interior de un río.


Nadar cerca de una ballena.

Ver una isla desaparecer en el mar.

Seguir un pequeño planeta, en su órbita lejana.


Abrazar con afecto a la Nothomb.

Construir un puente entre lugares que no he estado.

Tener mi corazón entre mis manos.


Caminar hacia atrás en las mañanas.

Reír por un chiste que no entiendes.

Mirar el mundo desde fuera.



No saber nada de la vida.

No tener dinero en los bolsillos.

No tener fotos, ni memoria.


No esperar en las salas de espera.

No apuntar con el dedo hacia los muertos.

No rasgar tu carne ni tu espíritu.


No tener miedo a los gusanos.

No poner alarmas ni relojes.

No distinguir a quien ama del que odia.


No cambiar de piel.

No echar raíces.

No nombrar a Dios en vano.



Conocer el rostro de un insecto.

Aprender a hacer pan sin levadura.

Comprender la vida de las plantas.


Entender el sonido del viento.

Aprender a curar a los pájaros.

Descubrir los propios sentimientos.


Distinguir el agua pura de la impura.

Reconocer señales de la lluvia.

Saber qué piedras hay debajo de las piedras.


(Mis libros no saben que yo existo)

domingo, 18 de junio de 2017

Tres riesgos de hacer la cama.


I.
Un amigo de universidad. Uno de los mejores escritores que me ha tocado conocer. Y también uno de los más obsesivos. Una de las pocas veces que hizo su cama se le ocurrió dejar sobre ella los capítulos de una novela que estaba construyendo. Todos por separado, eso sí, por lo que no le quedó espacio y tuvo que dormir sobre su alfombra. La situación, según recuerdo, duró varias semanas.

II.
Otro  amigo, pero este no de universidad. Un amigo de tragos, más bien. Según contaba, una vez había ordenado toda su pieza para invitar una chica que le interesaba bastante. Incluso se había comprado un cubrecama nuevo que había puesto ese día, al arreglar el lugar. De hecho, le quedó tan bien todo, que cuando la chica insinuó quedarse con él esa noche él le inventó una historia y hasta le pagó el taxi, para que dejase todo como estaba.

III.

Uno mismo. Para qué más lejos. Una nueva técnica para esta labor y de pronto la cama queda hecha cada vez de mejor forma. Podía hacerlo sin siquiera levantar los libros que estaban sobre ella. Hacer la cama incluso sin levantarse del todo. Lo intenté hasta que lo logré, sin problemas. Hacer la cama con uno mismo adentro, me refiero. Dos semanas encerrado, eso sí, esa vez. Aciertos y desgracias. No vale la pena el riesgo.

sábado, 17 de junio de 2017

Hablar de cosas distintas (Ella)


Hablamos de cosas distintas, dijo ella. Siempre hablamos de cosas distintas. Por eso es que ahora prefiero ya no hablar. Ni hablar ni escuchar, en todo caso. Ni siquiera quiero que te esfuerces esta vez. Eso aburre. No quiero que entiendas ni que quieras entender. Y no lo quiero no solo porque estoy cansada sino además porque no podrías. Me refiero a que terminarías hablando de algo y yo, como siempre, de otra cosa. Ya sabes: cosas distintas. Distintas y ajenas, a fin de cuentas. Patéticamente ajenas, incluso… ¿Te acuerdas que una vez lo dibujamos? Siameses unidos por el culo y que nunca han visto realmente al otro. Esa vez nos reímos incluso, pero de eso ya hace años. De todas formas yo creo que hasta en eso nos estábamos riendo de otra cosa. Riéndonos honestamente, tal vez, pero el punto es que reíamos de cosas distintas. Siempre ha sido así, si lo piensas. No tendría por qué cambiar. Sé que querrás negarlo, pero al menos debieses reconocer que se trata del futuro más probable. Años y años que vendrán y en los que seguiremos siempre de la misma forma. Al menos ahorrémonos el ruido, dijo ella. Hablamos de cosas distintas así que turnémonos mejor y así no naufragamos. Hoy me tca a mí y mañana a ti, si quieres. Tienes tiempo, incluso, para practicar.

viernes, 16 de junio de 2017

Algo así como pitanzas.


El doctor me contaba que le hacían algo así como pitanzas.

Llamadas telefónicas a altas horas de la madrugada donde le pedían ir de urgencias hasta algún sitio donde alguien, supuestamente, estaba gravemente enfermo.

Él mismo desconocía cómo lograban averiguar su número –lo cambiaba casi todos los meses y procuraba no dárselo más que a sus cercanos-, pero lo cierto es que cada semana terminaba yendo hasta algún sitio donde, finalmente, no había ningún enfermo.

De haber vivido en una ciudad grande, me decía, tal vez habría podido desviar la atención hacia algún hospital o centro mayor, pero al tratarse de un pueblo pequeño y ser el único doctor que vivía en el lugar, él explicaba que no podía negarse a los llamados, aunque ya supiese, antes de ir, que se trataba de una farsa.

Lo peor sin embargo, según lo que me cuenta, es que ya casi al final de su estancia en aquel lugar recibió otra de estas llamadas, donde le señalaban que lo requerían urgentemente para atender a un enfermo, aunque esa vez –esa única vez, al parecer-, se tratase de un caso verdadero.

-Lo que me avergüenza de todo esto es que me alegré que fuese cierto –me confesó-. Se trataba de un caso grave… una peritonitis que tuve que operar en el mismo domicilio... Un chico joven, según recuerdo… No sobrevivió la operación.

-¿Lo culparon de algo…? –pregunté.

-No… -me dijo-. No es el punto. Yo hice todo lo posible y así lo entendieron, al parecer. Además lo ratificaron los doctores que enviaron de la ciudad, al otro día.

Luego de eso, sin embargo, cesaron las pitanzas, según me cuenta-. Nadie le recriminó nunca nada y el trato en el día a día parecía ser el mismo, pero nunca volvieron a llamarlo en la madrugada, para que asistiese a algún enfermo imaginario.

-Fue como si hubiesen dejado de confiar en mí –me cuenta finalmente este doctor-. De hecho, sin más pitanzas, solo aguanté seis meses más en aquel lugar…

-Una lástima –dije yo entonces, por decir algo.

-Una verdadera lástima –corrigió él.

jueves, 15 de junio de 2017

Una mujer con una taza.


Hubo un tiempo en que, por esta calle, se paseaba una mujer de un lado a otro, con una taza vacía. La taza era blanca, sencilla… una típica taza para tomar té, digamos, solo que sin nada en su interior. En cuanto a la mujer, se trataba de una mujer relativamente joven, de unos treinta años, calculo, que había llegado a vivir hacía pocos meses a una casa al final de la calle, junto a un hombre notoriamente mayor, que salía a trabajar durante todo el día.

Si bien mientras andaba con la taza no hablaba con nadie, yo solía pensar que –en su imaginación, al menos-, estaría pidiendo “una taza de azúcar”, a alguno de sus vecinos.

Por otro lado, algunos vecinos han optado por hablar directamente con el esposo de aquella mujer, para averiguar qué sucede con ella y pedirle que tome mayores medidas, para que la mujer –al menos-, permanezca en el hogar. Lamentablemente, debemos reconocer que el hombre que vive con la mujer se niega a hablar del anuncio y no reconoce problema alguno.

A partir de todo lo anterior no nos queda, a los habitantes de esta calle, sino aceptar a esta mujer y su taza vacía deambulando fuera de las casas. Tal vez esté loca o tal vez, simplemente, ocurra que quiere azúcar, pero es tímida y no se atreve  a pedirla.

En mi caso, en todo caso, supongo que no trataré de averiguarlo, pues ni siquiera tengo azúcar en mi casa, desde hace varios años.

miércoles, 14 de junio de 2017

Como todo el mundo.


I.

Ella actúa frente al espejo.

No es metáfora.

No es una frase que busque instalar el tema de la identidad y desarrollarlo a partir de una serie de imágenes.

Ella actúa frente al espejo, entonces.

No interprete nada más.


II.

Pide obras en la biblioteca.

Tragedias griegas, teatro isabelino y hasta guiones de cine contemporáneo.

Memoriza parlamentos y los practica frente al espejo.

No los dice en voz alta, pero mueve los labios.

Vive sola, pero no se atreve a escucharse siendo otra.

De hecho, no habla en voz alta en su departamento.

Y es que tampoco se atreve a escucharse siendo ella misma.


III.

Le gusta una obra de O´Neill.

También el guion de Interiores, de Woody Allen.

Le asusta Medea, por lo que la practica con los ojos cerrados.

Le es fácil memorizar a Miller y a Williams.

Nunca ha entendido bien cómo deben ser los gestos en el teatro de Brecht.


IV.

En su trabajo, para un aniversario, una vez montaron una obra de teatro.

Se trataba sobre el origen y desarrollo de la empresa.

Ella quiso actuar y le asignaron un papel.

Desarrolló el papel de una trabajadora que cumplía sus mismas funciones.


V.

No tiene hijos ni pareja ni gatos.

Yo la conozco porque intercambiamos un par de libros de guiones de películas de Bergman.

Esa vez me contó que actuaba frente al espejo y lo otro que dije arriba.

Dice también sentirse feliz e infeliz, como todo el mundo.

Al mismo tiempo y sin saberlo, me refiero.

martes, 13 de junio de 2017

Un guante y una mano.

"Un guante y una mano...
¿se aman?
¿saben acaso lo que es el amor?"
Canción rumana.


Encuentro un guante.

Encuentro un guante en la calle.

Encuentro un guante en la calle, con una mano adentro.

La mano está seca.

La mano está seca, pero se ve la carne.

La mano está seca, pero se ve la carne y el hueso.

Saco la mano del guante.

Saco la mano del guante y observo.

Saco la mano del guante y observo sus rasgos.

No es mi mano.

No es mi mano, al menos.

No es mi mano, al menos, pero es como mi mano.

La dejo en la mesa.

La dejo en la mesa sobre unos papeles.

La dejo en la mesa, sobre unos papeles y entonces se mueve.

Se arrastra por la mesa.

Se arrastra por la mesa utilizando los dedos.

Se arrastra por la mesa utilizando los dedos y toma un lápiz.

Sobre papeles ahora.

Sobre papeles ahora, comienza a escribir.

Sobre papeles ahora, comienza a escribir, una frase extraña.

Morí y estoy viva.

Morí y estoy viva, y sin embargo.

Morí y estoy viva, y sin embargo, no tengo qué decir.

Como se veía triste.

Como se veía triste le enseñé entonces.

Como se veía triste le enseñé entonces, a revisar pruebas.

Qué susto.

Qué susto me dio al inicio.

Que susto me dio al inicio, por la conchesumadre.

lunes, 12 de junio de 2017

Primero un pie, luego el otro.


Primero fue un pie, luego el otro.

Sin nada premeditado.

Solo había que sentir el río.

El movimiento digamos, la fuerza.

No el río en sí.

Ni siquiera el agua.

La corriente entonces ahí, como si quiera llevarte.

Te preguntas dónde y no sabes.

No eres piedra.

No tienes dirección propia.

Nunca has tenido la determinación de ir con esa certeza hacia sitio alguno.

¿Llevará esa fuerza hasta el sitio de los hombres?

¿Hasta el verdadero sitio de los hombres?

Y es que tú lo has visto, digamos.

Aquellos que se van por el río, me refiero.

Las cosas de los olvidados.

El cuerpo de los hombres.

Una vez incluso viste el cadáver del mundo arrastrado en esa dirección.

¿Ganas de descubrir aquel sitio?

¿Ganas de descubrir aquello o ganas de sumarte a lo muerto?

No sabemos, por supuesto.

No distinguimos.

Ambos pies en el río, simplemente.

Ambos pies y de pronto te abandonas dentro.

Tan deprisa te abandonas que no sabes cómo es quedar a solas con tu cuerpo.

No sabes donde dejar la vida para abandonarte a aquella fuerza.

Y es que nunca has dejado de cargarla, digamos.

Nunca pensaste en moverte, sin ella.

Vas así, sobre las aguas, al encuentro de los hombres.

Al estanque ese donde los cuerpos se estacionan.

Apenas caben más.

El estanque parece estar repleto.

Tus pies chocan entonces con el cadáver del mundo.

Si Dios estuvo alguna vez en un sitio, debiese también estar acá, flotando.

Tal vez si uno.

Tal vez si todos.

Tal vez si intentásemos mover los pies.

Pero claro... no sabemos para qué ni hacia dónde.

Primero un pie, luego el otro.

El ruido del río.

Eso es todo lo que sé.

domingo, 11 de junio de 2017

Tartamudos.


Un poeta griego, tartamudo, se ha propuesto declamar pese a su limitante, el texto de  La Ilíada, de forma íntegra.

Según me informo, es además el vocero de un colectivo de tartamudos de la comunidad europea que viene luchando hace tiempo por una serie de derechos ya que su limitante no es considerada –desde el ámbito legal, al menos-, como algún tipo de discapacidad, aunque sin duda genere un gran número de dificultades en quienes las padecen.

Se dice que este hombre ya lleva casi tres meses declamando esta obra y que le quedan solo un par de rapsodias, que recita día a día en una plaza de Atenas. Mientras, el público fiel que tiene –miembros de su mismo colectivo mayormente-, se encuentran expectantes.

Ya han ido medios de radio y tv, y hasta fue noticia por algunas semanas, permitiendo que muchos niños que visitaban el lugar se entusiasmaran con fotos, mientras varios de sus padres escuchaban a voceros del grupo –también tartamudos, por cierto-, intentando explicar sus propuestas y solicitando finalmente una firma, que nadie negó.

Al día de hoy, el hombre ha avanzado hasta cerca del verso quince mil, por lo que se espera pueda terminar en un par de días –o poco más-, su gran declamación.

De vez en cuando, cuando he recordado la historia, suelo asociarla con un par de ideas llamativas que por lo demás olvido.

Por lo mismo, este no debiese haber sido el final, para este texto.

sábado, 10 de junio de 2017

Cuerda para hacer nudos.


En el colegio les piden cuerda para aprender a hacer nudos.

Cada uno con sus nombres y formas de realizar.

A veces, en esas clases, los chicos aprietan tanto los nudos que luego no se pueden deshacer.

Por lo mismo, se llena la basura, esos días, con trozos de cuerda anudada.

Así, acumulada la basura, las ratas roen las cuerdas y hasta se comen los nudos, sin más.

Un vagabundo intenta comer entonces una de esas ratas y se encuentra un nudo intacto.

Lo guarda en una caja de fósforos como una importante señal.

Con el tiempo cuenta su hallazgo a otros y ellos lo toman por santo.

La voz se corre y pronto es el centro de una nueva religión.

Sus seguidores hacen figuras con cuerdas y anuncian la llegada de un nuevo mesías.

Un mesías sin padre, que viene a atar y desatar el corazón de cada hombre.

Eso dice al menos el folleto que comienzan a entregar.

Tal vez imprimen demasiados pues varios quedan abandonados por las calles.

En el folleto puede apreciarse la imagen de una caja de fósforos con un nudo dentro.

Una reproducción, digamos, de lo que ocurrió en realidad.

Todo en la ciudad, sin embargo, apenas cambia.

En el colegio, por ejemplo, a los niños les piden cuerda para aprender a hacer nudos.

Dicen que hay más ratas, cada año, en la ciudad.

Invitas al vecino.


Invitas al vecino. Confiada lo invitas porque en el fondo piensas que no irá y eso tranquiliza. Se lo dices como siempre. Mientras riegas, tal vez, se lo dices. Hasta agregas un horario. Lo invitas en resumen, como tantas otras veces. Extrañamente, esta vez, algo parece ir mal con la invitación. Entonces, el vecino pide detalles y te advierte de unos jóvenes que ha visto los últimos días. Uno anda con un gato rojizo. Lo hablarán esta noche, te dice.  Tú asientes. Lo cierto es que te importa una mierda hablar y piensas cómo deshace la invitación, pero asientes. Así, tras darle vueltas, decides no abrirle esta noche, si es que viene. Apagarás las luces. Guardarás silencio. Fingirás que no estás. Ya vendrá tiempo después para inventar una excusa. Una emergencia familiar. La muerte de un amigo de infancia. Ya verás que dices, pero ahora al menos decides guardar tiempo. Tú me entiendas, me dijo. Con eso basta. Así, de una cosa en otra ocurrió que de pronto llegó la noche.  Escuchas llamar fuera, pero no te asomas. Todo está apagado mientras llaman. Por último, en cuclillas, a un costado de la puerta, te preguntas de donde salió ese gato rojizo que está a un costado. Nada más, prácticamente, alcanzas a preguntarte. Nunca más, te dice, invitar al vecino.

jueves, 8 de junio de 2017

La casa casi abandonada.


Para diferenciarla de las otras, la llamábamos la casa casi abandonada.

Estaba junto a otras casas habitadas y cerca de una 100% deshabitada, por lo que la distinción era totalmente necesaria.

No es que viésemos a nadie en ella -de forma concreta al menos-, pero al mirarla, todos coincidíamos en que se trataba de una casa que parecía estar levemente habitada, o en proceso de abandono. Aunque claro… no sabíamos explicar de forma precisa a qué nos referíamos con esos nombres.

Pocos nos atrevimos a entrar y lo cierto es que cada uno de nosotros salió con la misma sensación. Por un lado, la certeza de que en la casa no había nadie más que la casa misma, y por otro, la fuerte sensación de una presencia que permanece apenas.

De esta forma, ante la aparente contradicción de estas ideas, no nos quedó más que plantearnos algunas preguntas necesarias, que giraban mayormente en torno a una única gran incertidumbre: ¿Puede una casa estar habitada por sí misma?

Hoy puede parecer extraño, es cierto, pero no dejábamos en ese entonces de preguntarnos este tipo de cosas… y hasta llevábamos esa misma pregunta a instancias más cercanas… ¿podía un hombre habitar dentro de un hombre? Y si podía, ¿podía habitar de una forma imprecisa, abandonando su residencia al mismo tiempo…?

De más está decir, en todo caso, que nunca respondimos –de forma certera, al menos-, ninguna de estas preguntas, y que incluso fuimos dejándolas de lado con el paso del tiempo, reduciendo nuestra percepción a casas habitadas y casas deshabitadas, nada más.

¡Una gran pérdida…!, si se me permite decirlo.

miércoles, 7 de junio de 2017

Paracaídas.


I.

-¿Y si no se abre?

-¿El paracaídas?-

-Sí, ¿qué pasa si no se abre?

-No sé…. Supongo que ocurre algo… nada más.


II.

-Estudié todo el día… Día y noche, estudié… ¿crees que eso me deja en mejo pie…?

El hombre lo pensó en silencio.

No dijo palabra alguna.


III.

Vendo cajas con relojes malos.

Eso debiese decir un aviso, en el periódico.

“Ex periodista vende relojes viejos”, dijo.

Luego de eso, ya ni importa si alguien se lleva alguno con resultados inexactos.

Todos han sido advertidos, después de todo.


IV.

Todos vamos a morir.

Y vamos a morir porque vamos a morir.

No parece un argumento, pero de cierta forma sí lo es.

Lo justo sería que los viejos lo hicieran primero, pero hay veces en que no.

Eso he aprendido de esas cosas.


V.

Vi la noticia en la mañana:

Ciento doce adultos mayores saltan en paracaídas para cumplir su sueño.

¿Todos habrán tenido el mismo sueño?

¿En qué consiste finalmente ese sueño?

La noticia, ingenuamente, propone que el sueño era saltar en paracaídas.


VI.

Casi sin darle importancia la noticia cuenta que tres no saltaron.

Se habían preparado, al parecer, pero se arrepintieron a última hora.

Si yo fuera un Dios justo, ¿saben qué diría?

Bienaventurados sean estos tres, pues no equipararon el valor de la vida con el valor de un sueño.

martes, 6 de junio de 2017

Ella me pidió un vestido blanco.


Ella me pidió para su cumpleaños que le regalara un vestido blanco.

Entonces yo se lo llevé y ella dijo gracias, pero que no era blanco.

Como yo estaba seguro que era blanco me molesté y le dije que no dijera gracias si es que no era blanco, pero le recalqué que de todas formas era blanco.

Ella se burló entonces de mi forma de hablar y comenzó a decir que no solo era torpe, y que además se equivocó al pensar que al menos los colores podía entender, pero que no era así.

Como dijo eso me puse nervioso y le dije que buscáramos a alguien y le preguntáramos por el color del vestido.

Ella no quería porque decía que no era necesario porque no era blanco, pero esa no era una razón ya que yo sabía que era blanco y no podían ser dos razones verdaderas.

Entonces yo salí a la calle y la tomé de un brazo y salimos, pero ella no quería así que la tuve que apretar y entonces una persona le preguntó qué pasaba y ella dijo que yo le estaba haciendo daño, pero no dijo nada del color del vestido.

La persona era un hombre mayor que me dijo que la soltara y yo le dije que lo haría, pero que me dijera antes si el vestido era blanco.

La persona no entendió e insistió y llamó a un hombre que es mi vecino y yo la sujetaba a ella por el brazo y en el otro tenía el vestido blanco.

Entonces como ella lloraba y un hombre me tiraba y yo no quería dejarla tuve que soltar el vestido blanco y yo no podía explicar que era ella quién mentía diciendo que no era blanco y que yo quería saber si ella mentía y también si yo decía la verdad, porque en el fondo no era tan malo si no era blanco y ella decía la verdad, porque eso quería decir que ella no mentía y es bueno que alguien no te mienta, aunque uno se equivoque.

Pasó así el rato y como ella gritaba y un hombre me golpeaba, vino más gente y el vecino que me conoce dijo que él me calmaría yo le intenté explicar y acepté soltar el brazo, pero le dije a ella que no se fuera hasta que nos dijeran que no era blanco y ella dijo que yo estaba loco y que le hacía daño.

Lo peor era que yo quería explicar y que alguien me dijera de qué color era el vestido, pero todos decían que eso no tenía importancia aunque yo sabía que tenía, pero ellos no querían entender.

Nada les costaba decir si era blanco o no, pero no querían.

Y yo hasta lloraba un poco porque nadie quería decir eso y yo quería eso porque era una respuesta fácil, pero nadie quería así que cuando llegó el policía yo intenté explicarle que nadie quería decir si era blanco el vestido y hasta se lo pregunté a él, pero él comenzó a pedir datos números y tampoco me decía el color del vestido.

Entonces me dijo ocho veces que me calmara y a la ocho me calmé y yo le dije lo primero para que entendiera la historia.

Y lo primero era que ella me pidió un vestido blanco para su cumpleaños.

Le preguntaron a ella si era cierto y ella dijo que era mentira, y que no era su cumpleaños y entonces yo supe que era mentirosa porque incluso me lo anotó en el papel donde anoto las cosas importantes y que guardo en mi bolsillo izquierdo, pero no se lo dije al policía.

Al rato llegó mi hermano y les explicó que yo quería la verdad y que no hago daño. Después mi hermano habló con el policía y con ella y con el vecino y al final me llevó a casa donde me curó unas heridas que tenía en el rostro.

Al final, mientras me acostaba, le pedí a mo hermano que me dijera el color del vestido y el preguntó cuál y yo se lo mostré porque lo había entrado y estaba sobre una silla.

Él no lo dudó y me dijo que era blanco, y que mejor me durmiera, porque era bueno descansar.

Así, mientras me dormía, estaba feliz porque el vestido era blanco, pero igual lloré un poquito, porque ella me dijo que no lo era.

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