jueves, 15 de junio de 2017

Una mujer con una taza.


Hubo un tiempo en que, por esta calle, se paseaba una mujer de un lado a otro, con una taza vacía. La taza era blanca, sencilla… una típica taza para tomar té, digamos, solo que sin nada en su interior. En cuanto a la mujer, se trataba de una mujer relativamente joven, de unos treinta años, calculo, que había llegado a vivir hacía pocos meses a una casa al final de la calle, junto a un hombre notoriamente mayor, que salía a trabajar durante todo el día.

Si bien mientras andaba con la taza no hablaba con nadie, yo solía pensar que –en su imaginación, al menos-, estaría pidiendo “una taza de azúcar”, a alguno de sus vecinos.

Por otro lado, algunos vecinos han optado por hablar directamente con el esposo de aquella mujer, para averiguar qué sucede con ella y pedirle que tome mayores medidas, para que la mujer –al menos-, permanezca en el hogar. Lamentablemente, debemos reconocer que el hombre que vive con la mujer se niega a hablar del anuncio y no reconoce problema alguno.

A partir de todo lo anterior no nos queda, a los habitantes de esta calle, sino aceptar a esta mujer y su taza vacía deambulando fuera de las casas. Tal vez esté loca o tal vez, simplemente, ocurra que quiere azúcar, pero es tímida y no se atreve  a pedirla.

En mi caso, en todo caso, supongo que no trataré de averiguarlo, pues ni siquiera tengo azúcar en mi casa, desde hace varios años.

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