viernes, 2 de junio de 2017

Vian el Bautista.


Convencido de la necesidad de identificar diferenciadamente algunas cosas o seres de mi entorno, para que sean entidades singulares en el proceso de significación, me he dedicado hoy a dar nombre a los siguientes ítems, de la forma en que se indica:

A un reloj de pared que compré hace varios meses y que he decidido no habilitar ni colgar en sitio alguno, lo he llamado Señor Feudal.

Al vinilo de un cantante de tango finlandés, que tiene justo una curvatura durante los coros del último tema del primer lado, lo he llamado Médula Espinal de Garza Gris.

A un libro sobre el impero hitita que está encuadernado al revés y que trae erróneamente ilustraciones de iconos rusos, lo he llamado Ciclo Brayton de Dispersión Elíptica.

Al grillo que se esconde detrás del mueble donde guardo revistas Mecánica Popular de los años setenta, lo he llamado Pequeño Kreutzberger.

Al bonsái seco que está en una base azul junto a una ventana del segundo piso, lo he llamado Silencio de Chuck Norris.

A la caja de madera donde alguna vez guardé cartas y otros escritos personales, lo he llamado Eufemismo Transilvano.

A los guantes de niño que encontré inexplicablemente bajo la cama, los he llamado Pasos indecisos en la Nieve.

Al gorila de goma de los años treinta que compré en una feria en Río Bueno, lo he llamado Verso triste de Hiroito.

A los cuatro calcetines huachos que van quedando en el segundo cajón de la cómoda, los he llamado Corazones de pulpo.

A la biblia que está en el mueble a los pies de la cama, bajo las fotocopias de las traducciones de las piezas No, la he llamado Siderurgia Frágil.

Al blog dónde escribo cada día, desde hace más de siete años, lo he llamado Ordenarlabiblioteca.

Por último, a la sensación que precede el instante previo al fin de cada día, lo he llamado Dios.

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