sábado, 3 de junio de 2017

Tres situaciones inciertas, pero ciertas.


I.

Conozco a un vendedor de un almacén, cerca de la casa de unos tíos, que por alguna razón desconocida, no puede decir mil novecientos noventa. Es extraño, porque puede decir otras cifras que terminan de la misma forma, pero no puede con esa. A veces, con mi primo, íbamos a comprar una serie de cosas que diera exactamente ese precio y lo poníamos a prueba. Siempre terminó bajándonos diez pesos, aunque hace unos años redondea hacia los dos mil.


II.

Una vez, de casualidad, entré en la iglesia vieja de La Tirana justo después que la habían profanado. No estuve mucho en el lugar pues tras un par de minutos pensé que podían culparme si me quedaba en el lugar. Si bien la iglesia estaba vacía siempre que recuerdo ese momento visualizo a un niño escondido en el confesionario, que quedo volteado y roto.  El niño se parece a mí, cuando pequeño, pero parece más alegre.


III.

Cuando trabajé en un local de bowling, cada cierto tiempo ocurría que alguien se ponía a llorar, inexplicablemente, mientras miraba el sector donde los jugadores dejan, momentáneamente, sus zapatos. Lo extraño es que al comentarlo con el encargado del local me decía que ocurría en todos los locales, y que había personas que no venían a jugar, sino a mirar, directamente, este sector del local. No son malos tipos, recuerdo que me dijo.

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