domingo, 10 de marzo de 2024

Conseguir un ojo de vidrio.


Conseguí un ojo de vidrio en una tienda de antigüedades.

Lo cambié, de hecho, por la primera edición de un libro que no me interesaba.

El ojo de vidrio estaba en perfecto estado, aunque el estuche en que se guardaba se veía gastado.

Era un estuche de madera.

Según el dueño de la tienda el ojo había pertenecido a una alemana ya fallecida, de quien también tenía la prótesis de un dedo, un uniforme militar y una peluca.

El uniforme militar era de la segunda guerra mundial y su valor me pareció desmesuradamente alto, aunque el dueño de la tienda aseguraba era muy escaso y estaba dentro de los valores del mercado.

Lo que me convenció de adquirir el ojo de vidrio, por cierto, fue el extraño color del iris.

Se me viese forzado a describirlo debería decir que era un tono entre grisáceo y violeta.

Su tamaño no me pareció muy grande, y al mirarlo fijamente se veía como un ojo natural, que te devolvía la mirada.

Ya en casa, pasé mucho tiempo mirando ese ojo, hasta que de un momento a otro comenzó a provocarme miedo.

Tanto así que no solo guardé el ojo en el estuche de madera, sino que quise sellarlo y comencé a dejarlo fuera de casa.

Aún así, mi inquietud se fue acrecentando, por lo que una mañana, antes de ir al trabajo, busqué un martillo y me decidí a destruir aquel ojo.

Si es de vidrio puede quebrarse, me dije.

Acerté.

En principio se trizó de forma extraña, pero tras unos cuantos golpes más logré quebrarlo del todo.

Nada extraño ocurrió durante el proceso, salvo que unas astillas de vidrió se quedaron en mis manos.

Entonces fui al trabajo y después volví.

Barrí los restos que no pude recoger en la mañana y decidí botarlos junto a la caja de madera.

Eso hice, al día después.

Con todo, aprendí que no se puede destruir un ojo de vidrio.

No del todo, al menos.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales