lunes, 30 de noviembre de 2015

Uno siempre está más enamorado que el otro.


M y F toman un helado.

Mientras lo hacen, ambas conversan de forma entusiasta, tanto que se escucha desde mi mesa, donde transcribo estas palabras.

-Tienes que entender  –dijo F-, uno siempre está más enamorado que el otro.

-Puede ser… -aceptó M-, uno más que el otro, pero ese hueón nunca se enamoró ni un poco…

-Algo debe haberlo estado… -siguió F-, si estuvieron juntos harto tiempo…

-Porque aceptaba que fuera así, solamente… -dice M-, no puede ser que esté enamorado y te sean así de infiel…

-¿Así cómo?

-Así, po… con cualquiera…

Justo entonces hacen una pausa y llaman a una chica para que les traiga más salsa de chocolate.

Luego de un rato, prácticamente vacían la salsa, en la copa.

-¿Te acuerdas que una vez viajamos a Lima? –preguntó M.

F hace un ruido que no sé cómo transcribir, pero que quiere decir sí.

-Esa vez estuvimos en un hotel antiguo… -narraba M-, si hasta tenía esculturas en el dormitorio… tamaño natural, me refiero… desnudas… ¿sabes lo que hizo ese hueón?

F hace un ruido que no sé cómo transcribir, pero que quiere decir no.

-El hueón la metió a la cama… -dice M-, a la estatua de la mujer, por supuesto, mientras yo había ido a una sala de masajes…

-No te creo… -dice F, asombrada.

-Así mismo fue… -dijo M-, y el muy hueón se lo quiso tomar a broma…

Ambas dejan de hablar del tema otro momento, pues habían derramado un poco de helado y llamaron para que trajeran servilletas.

-¿Te puedo preguntar algo? –le dice entonces M a F.

F hace un ruido que no sé cómo transcribir, pero que quiere decir sí.

-¿Nunca hiciste tú de estatua…? –pregunta M, cambiando el tono.

F se queda entonces en silencio, de improviso, mientras comprende la pregunta.

Finalmente, ante la mirada insistente de M, F hace un ruido que no sé cómo transcribir, y que tampoco comprendí qué significaba.

domingo, 29 de noviembre de 2015

¿A qué vuelven los zombies?


Sé que la pregunta puede sonar estúpida, pero me excuso diciendo que se la escuché a una niña que consultaba a su papá, mientras veían una película, en un bus.

-¿A qué vuelven los zombies? –preguntó.

-Vuelven a matar hueones... –le contesta el papá.

Yo, que iba atrás de sus asientos los escucho atentamente, pues se me había acabado un libro de Mo Yan.

-Yo digo que qué quieren hacer… si vuelven para algo… -insiste la niña.

-Para matar hueones –repite el papá-, ya te dije...

-¿Y después que los matan a todos? –insiste la niña.

-Nunca los matan a todos –dice el papá-, siempre hay un hueón que los mata a ellos, al final…

Entonces la niña deja de insistir y yo me fijo en la película.

En ella, un grupo de zombies persigue a una chica que huye hasta dar con otro tipo, que está armado de un martillo y una pistola lanzadora de clavos.

Y claro, los zombies van tras ellos, avanzando torpemente.

-Si ganan los zombies es muy fome… –comenta entonces la niña.

El papá no dice nada.

-El mundo zombie debe ser fome… -agrega-. No deben hacer nada.

El papá tampoco dice nada.

Parece que se ha dormido.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Ella dice que están en todos lados.


Conozco a una mujer que dice ver muertos.

Dice que están en todos lados.

Mientras tomamos una cerveza cuenta que prácticamente no se diferencian de los vivos.

Un poco más lentos, tal vez, acepta.

Le pido que describa algunos y habla de uno que está a mi lado, incluso, sin que me dé cuenta.

Pienso que miente, desde un inicio, pero sus detalles son minuciosos.

El piso también está lleno de ellos, comenta.

Caminamos por unas calles céntricas y sigue describiendo en detalle.

De vez en cuando describe también a un hombre vivo, sin diferenciarlos mayormente.

A veces da un poco de asco, me dice, pero no asustan.

Entramos a otro bar y tomamos algo más.

También comemos algo liviano.

Luego, sin darme cuenta, terminamos hablando de otros temas.

Cosas superficiales, supongo, no recuerdo bien.

Así, sin darnos mucha cuenta, terminamos en su departamento, que quedaba en el sector.

Tuvimos sexo un par de veces y encargamos sushi, según recuerdo.

Entonces me dio por preguntarle nuevamente sobre los muertos que estaban en el lugar.

Ella describió varios y hasta detalló que mientras lo hacíamos, algunos muertos se frotaban lentamente, contra algunas cosas.

Siempre es así, me dijo.

Además los muertos derraman todo, sobre el piso.

Mientras hablaba, fui sintiendo ahora, que no mentía.

Pasaron unos minutos.

Tuvimos sexo una vez más, pero no resultó muy bien.

Finalmente, decidí llamar un taxi e irme del lugar.

Vomité dos veces, al llegar a casa.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Imagínatelo con moscas, si quieres, o con billetes.


No es eso, me dijo. Esto no se trata de tener o no razones, o de tener o no recuerdos. Esto va por otro lado. Se trata más bien de la capacidad de apresarlos, o de retenerlos un momento. Imagínatelo con moscas, si quieres. Revoloteando en torno tuyo, me refiero. Todas esas moscas y uno ahí sin poder apresarlas. Eso me pasa, más bien, con todo esto. Recuerdos, razones, emociones incluso, ya que estamos. Y claro, luego de un tiempo empiezas a dudar un poco. Primero de la existencia de esas moscas, y luego hasta de tu propia existencia… Y no creas que es cosa lejana, o de locos… Esto llegó así, de un momento a otro, nada más. Me acuerdo por ejemplo de lo que pasó en un concurso… ¿Viste alguna vez esos en que metían a una persona en una cabina donde había viento y cientos de billetes volaban en torno a él?  Pues esa es otra situación que sirve. Una señora, por ejemplo, intentando tomar esos billetes y pasarlos por una ranura. Todo en un tiempo máximo, claro, o hasta que la señora colapsa y queda quieta, mientras los billetes seguían dando vueltas. Recuerdo que esto último pasó una vez y hubo que detener la máquina. El animador entonces intentaba bromear con la mujer, pero ella no respondía, y tuvo incluso que mandar a comerciales para que alguien la atendiera. No sé si me explico. Me refiero a que cosas así, pasan, sencillamente, aunque parezcan irreales. Junta, de hecho, las dos imágenes: los billetes cayendo al piso y las moscas aburriéndose y posándose sobre las paredes. Los billetes que revelan su falta de valor y las moscas que van muriendo inmóviles, en la pieza. Eso sí es a lo que me refiero. A esa desesperación. A esa carencia. Lo contrario de King Kong con esa chica en su mano... Ojalá puedas entenderme, me dijo. Ojalá.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Cuatro dedos.


Mi tía nos prestó la casa de campo siempre y cuando arrancáramos la maleza. Nosotros dijimos que sí, pero no pensamos que había tanta.

Así, resultó que nos pasamos las dos semanas de vacaciones, desmalezando.

De hecho, nos rompimos las manos al tercer día y tuvimos que ir hasta el pueblo para comprar guantes de trabajo.

Cuando los quisimos usar, sin embargo, descubrimos que los guantes estaban mal fabricados, pues tenían cuatro dedos.

Ante esto, pensamos en devolverlos, pero como había que ir hasta el pueblo y teníamos unas heridas, decidimos finalmente acomodarnos y meter dos dedos en un espacio y zanjar la cuestión.

Pasados unos días tuvimos que ir a pueblo a comprar algunas cosas y fuimos a comprar otros guantes. Cuando lo hicimos, aprovechamos de comentar que los anteriores venían con fallas, pero el vendedor se lo tomó a broma y se rio simplemente, del asunto.

Cuando quisimos seguir desmalezando, sin embargo, descubrimos que esos guantes tenían también cuatro dedos.

Sin darle mayor importancia trabajamos ese día y fue así que, a pleno sol, comenzamos a dudar si teníamos o no, el número de dedos correctos.

Suena estúpido, pero hasta en unas revistas que había en a casa comenzamos a ver en fotos cuántos dedos tenía la gente.

No logramos, sin embargo, establecerlo con claridad, y hasta que nos fuimos del lugar seguimos con la duda.

Tampoco, por cierto, logramos arrancar toda la maleza.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Escribo y borro.


Escribo y borro. Una frase por medio. Aprovecho porque en la vida no se puede. Leo a la Ogawa. Dibujo un hipopótamo enano. Sobre todo olvido. La página está en blanco. Un trozo de vidrio se me clava en la mano. Limpio con un paño. Borro, sobre todo. El doctor dice que el vidrio pasó a llevar algo un tanto grave. No lo venden sin receta, eso sí. Cosas así he aprendido. Luego de un tiempo, tal vez un dedo no se mueva, me dicen. No sé… me sobran algunos dedos. Escribo y borro. Acuarela. Igual que en un inicio. Pero a veces no. Así es a Ogawa. Una frase por medio. No creo, pero son también formas de decir algo. No muere, al final. Nadie muere. Escribo y borro. Un murciélago se golpeó con esa pared. No hago ruido. Esa planta necesita agua. Un giro. De pronto se vuelve agresivo. No, no es la misma línea. Ahora borro. Una frase por medio. Ya viví esto antes. Funciona con todo menos en lo importante. De eso me preocupo. Una mano está vendada. La otra no sabe. Escribo y borro. Estoy seguro que vi una eclipse. Aprovecho porque en la vida no se puede.

martes, 24 de noviembre de 2015

Sangre mía en un frasco.


Yo era chico y la habían pedido en el cole. Sangre de uno en un frasco. No recuerdo bien para qué era, pero sí que debía de estar limpia. Nos habían advertido eso varias veces. Que la obtuviéramos limpiamente. Que no se mezclara con nada más. Que el frasco debía ser de vidrio. Que bastaba con un poco. Y que tapáramos el frasco.

Por lo mismo, como no tenía frasco, lavé innumerables veces uno de mermelada que encontré en el refrigerador. Me fijé que calzara la tapa y hasta ideé una forma para llevarla y que no se volteara en la mochila.

Recién entonces fue que comencé a pensar que la sangre debía salir de algún sitio. Y comencé también a pensar en la cantidad solicitada. Bastaba con un poco, habían dicho, pero al mismo tiempo hablaron de un frasco… La situación me parecía algo confusa.

Para peor, no quise decirle nada a mi madre. No sé bien la razón, pero creía que eso debía solucionarlo yo solo. Además, si debía hacerme una herida, para la obtener la sangre, prefería hacérmela yo mismo.

Fue así que pasé largo rato aquella tarde con un cuchillo en mi cuarto. Lo pasaba levemente por la yema de mis dedos, pero solo conseguía cortes superficiales. No me atrevía a hacer una herida verdadera, digamos.

De esta forma, ocurrió que el día se empezó a ir y comenzó a oscurecer, poco a poco.  Todo esto mientras yo pensaba en la sangre… en que dentro de uno había unos cuantos litros dando vueltas… moviéndose incluso… y que uno era también una especie de frasco que contenía aquella sangre.

Esa imagen me dio miedo, según recuerdo. Ser consciente por un momento que uno era poco más que una bolsa de piel que contenía ciertos órganos y algunos litros de sangre, nada más… Era una comprensión poco agradable, estoy seguro.

Así, recuerdo que me fui a acostar esa noche, agitado por el día y aún con el frasco vacío.

Minutos después, me despertaba con sangre de nariz y un tanto sorprendido.

El resto de la historia es obvio y fome.

(El primero también, pero ya está hecho)

lunes, 23 de noviembre de 2015

No se puede estar en todas partes.


No se puede estar en todas partes, me dijo.

Yo escuché y luego alegué que todo era cuestión de voluntad.

Entonces ella me atacó diciendo que me metiera la voluntad en la raja.

Yo no supe qué responder así que cambié el tema.

El mundo se ha corrompido, dije entonces.

Al instante, ella arremetió diciendo que me metiera también el mundo en la raja, corrompido y todo.

Me demoré unos segundos sopesando la factibilidad lógica de aquello que había escuchado.

Fueron cavilaciones importantes.

Luego, no sé por qué, me fijé en que ella tenía las piernas torcidas.

Levemente, es cierto, pero torcidas.

Pensé en no decírselo, claro, pero lamentablemente lo pensé en voz alta.

No te voy a decir que tienes las piernas torcidas, me escuché decir entonces.

Ella, como si le hubiese dicho un cumplido, sonrió acongojada

Son la base de mi personalidad, señaló.

Yo sonreí también, de puro estúpido.

Quizá ayudó a esto la televisión, que permanecía encendida, junto a nosotros.

Estaban dando un noticiero eslavo.

En él, según entendí, se estaba mostrando la noticia de una marcha, que habían convocado unos jóvenes, para demostrar su propia existencia.

No tenemos pruebas de nada, deben haber dicho los carteles que llevaban.

Cuando quise comentar la noticia, sin embargo, ella me hizo callar y apagó y encendió y apagó y volvió a encender la televisión.

Disculpa, me dijo, pero nunca me han gustado las producciones húngaras.

Ni a mí las aceitunas, agregué yo.

Ella se rió entonces, estrepitosamente y hasta con ligeras convulsiones.

¡Cómo pesan estas cucharas…!, gritaba, mientras convulsionaba.

Para ayudarla le metí un pañuelo en la boca.

Esa no es mi boca, balbuceó.

Tú misma lo dijiste, concluí, no se puede estar en todas partes.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Fábricas.


-¿Viste que pusieron una fábrica? –dijo ella.

-¿Una fábrica? –preguntó él.

-Sí, la echaron a andar hace poco, en el galpón que estaban arreglando…

-Debe haber sido para eso… ¿me pasas la mermelada?

-Toma…

-…

-¿No se te ocurre qué harán…?

-¿Qué?

-Que si no sabes qué producto harán en esa fábrica…

-Me acabas de contar de ello… ¿cómo voy a saber…?

-Sí, es cierto…

-¿No había una mermelada de mora, el otro día?

-Esa es.

-¿Cómo?

-La vacié a ese frasco, pero es la de mora…

-Ah…

-¿Sabes…? El otro día vi que llegaron como unos camiones chicos pero no tienen nada escrito…

-¿En la fábrica?

-Sí… es raro, porque no he visto tampoco a muchas personas transitar por el lugar…

-Tal vez son pocos trabajadores.

-Sí, puede ser…

-…

-Igual es raro.

-¿Qué hayan pocos trabajadores…? Tal vez ni siquiera esté funcionando bien… tal vez la están poniendo en marcha…

-Puede ser, pero yo me refería a qué esté ahí, una fábrica…

-¿En el galpón?

-No digo en el galpón, sino cerca…

-Sí, puede ser, también…

-Es que es raro… que a unas calles haya una fábrica y no sepamos ni qué produce, ¿no crees…?

-…

-Es que no se trata de vecinos… no como familias, al menos, donde uno no se mete… uno debiese saber lo de la fábrica…

-No le des importancia… piensa que son vecinos…

-Sí…

-¿No vas a querer…? ¿Me la puedo comer toda?

-¿Qué cosa?

-La mermelada…

-Pues sí, claro…

-…

-Igual todos somos fábricas… o sea, no es por seguir con el tema, pero igual producimos cosas, supongo…

-¿Las familias…?

-No, individualmente, incluso… y nadie sabe tampoco qué producimos…

-Pues tú y tus ideas producen dolor de cabeza… -dijo él, alegre.

-Puede ser… es que estuve pensando mucho en el asunto…

-Mira, si estás muy intrigada podríamos pasar y preguntar… debe haber alguien en el ingreso, supongo…

-No… no es necesario…

-Te lo digo en serio, igual debiésemos preguntar, por seguridad, al menos…

-…

-¿Te imaginas si no…? Un día que nos levantemos y todo sea fábricas y uno se quede en medio…

-Suena a película de terror…

-Sí, más o menos…

-…

-¿Dejaste mermelada al final?

-Te pregunté y me dijiste que no querías…

-Sí, no hay problema, era solo por si habías dejado…

sábado, 21 de noviembre de 2015

¿Y si no rima?


Como no rima está nerviosa. Cada cierto rato se acerca y nos pregunta y se queda mirando. Yo le explico que no es el punto, que no importa, que se evalúan otras cosas. Entonces ella revisa y borra igual. Y piensa en la rima. Desarma versos valiosos, de hecho, por tratar de poner rimas. Camina frente a nosotros y eso hace. Pierde recreos incluso y hasta se ve afligida. Voy a hablarle e intenta explicarme. Que no es que no me crea, me dice. Que no es que no me crea, pero mira los poemas y no parecen poemas. Si no riman no parecen poemas, me dice, exactamente. Parece que mienten, me dice. Entonces, hace una comparación entre caminar y escribir poemas, que no sé de dónde habrá sacado. Los pasos riman, me dice. Cuando uno camina de verdad los pasos y los movimientos riman. Todo se parece y no es igual, según me explica. Yo la escucho, en tanto, y le digo que no. Que uno avanza, de todas formas. Que los pasos raros igual te llevan a alguna parte. Lamentablemente, ella insiste en su teoría. Y es que caminar distinto es poco natural, piensa ella. Igual que una poesía sin rima. Una poesía con pasos sin rima no va hacia ningún sitio, insiste, afligida. Yo anoto sus observaciones. Así, finalmente, no me deja el poema. Rompe, de hecho, el escrito y me dice que le ponga el uno, que no importa, que no me preocupe. Yo observo la pauta y pienso que sí, que eso debo hacer, que no debo preocuparme. Además la pauta está dada. Me la entregaron así, me refiero. Puedo lavarme las manos. Segundos después suena el timbre, tras resolver la situación. 

viernes, 20 de noviembre de 2015

Cifras.


Cada cierto tiempo sueño con cifras.

Las escribo tras despertar, si las recuerdo.

Es extraño, pues si las escribo en el sueño, casi siempre puedo recordarlas.

Y entonces tendría que decir que las reescribo, al despertar.

Más allá de eso, sin embargo, me preocupa no saber qué significan.

Y es que las cifras cambian de manera constante.

A veces son cuatro, siete o hasta doce dígitos, en la misma cifra.

Por lo mismo, no logro establecer patrones para aclarar qué significan.

A veces las transformo en fechas.

O hasta busco su presencia en alguna fórmula especial, sin grandes resultados.

A pesar de esto, debo reconocer que me gusta recordar esas cifras exactas.

Y es que la sensación que tengo al llevarlas a un papel, resulta similar a rescatar algo, desde el sueño.

Un elemento concreto, digamos, que apareció por alguna razón, dentro de uno.

Y claro… un elemento que aparece al mismo tiempo que desaparece todo lo demás, luego del sueño.

Y es que me faltaba decir que cuando anoto cifras me es imposible recordar algo más, de los sueños donde aparecieron.

Así, tras pensarlo, la única conclusión que se me ocurre es que las cifras vengan a ser algo así como resúmenes.

Algo como códigos de barra que clasifican el contenido del sueño.

372841

5648374947005

4536029

Algo queda al menos, me digo.

2735463705

Con eso me basta, supongo.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Suena el timbre.


Suena el timbre.

Pero no tengo timbre.

Lo que tengo es cansancio.

Agotamiento.

Decepción, a veces.

Aunque claro,
tal vez tenga timbre.

Y es que las cosas son cada vez
más borrosas.

Como Dios, incluso.

Como lo que hubo,
alguna vez,
en el corazón.

Como el sonido ese
que se repite
a cada rato.

Más encima
la cabeza me da vueltas.

Y ahora, además,
parece que una polilla
está golpeando la ventana.

Si consigo abrir los ojos
tal vez piense más claro.

Dejar mi cuerpo acá
y llevar mi cabeza a otro sitio,
como el gato ese.

Alguna vez funcionó,
es cierto,
pero ya he extraviado
demasiadas partes.

Vuelve a sonar el timbre.

Parece también
que gritan un nombre.

No recuerdo tener nombre.

Aunque claro…
tampoco recuerdo tener timbre.

Si consigo moverme podría ir a ver
y aclararme.

Si consigo a Dios
o una creencia cualquiera.

Si consigo reunirme,
como el gato ese.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Pies.

“¿Y la verdad?
¿Se vive o se comprende?”

Estaba observando mis zapatos
a un costado de la cama,
cuando de pronto me doy cuenta
que dentro de ellos están mis pies.

Lo deduje casi de inmediato
y luego lo comprobé
mirando aquellos pies,
con detención.

Aproveché entonces la facilidad
para lavarlos detenidamente
y cortar las uñas,
con precisión.

Luego los miré largo rato
hasta que perdieron significado.

No sé cuánto tiempo pasó
si soy sincero,
pero lo cierto es que los pies
parecieron vaciarse
y no hubo diferencia entonces
entre ellos
y los otros objetos
dispersos sobre el escritorio.

La sensación era extraña.

De hecho,
hoy pienso que debo haber envejecido
viendo esos pies
sobre el escritorio.

No de forma concreta,
por supuesto,
pero sé que igualmente envejecí
de alguna forma.

Y es que todo aquí
existe –y envejece-,
en base a sensaciones.

Quise entonces tomar los pies
y acunarlos incluso,
como si fuesen hijos.

Lamentablemente,
todo intento resultó patético,
y es que, de hecho,
no eran hijos,
e incluso como pies,
ya habían perdido
todo significado.

Quizá por eso,
me dediqué mejor a olvidar
esos pies.

Así, por último,
los deposité nuevamente
al interior de los zapatos
y los dejé
nuevamente
a un costado de la cama.

Cada vez, sin embargo,
quedaba menos tiempo.

martes, 17 de noviembre de 2015

Igualito a Kafka.


Conocí un hueón igualito a Kafka.

¡Pobre hueón…!

Más encima ni escribe.

Trabaja de jardinero, cortando el pasto.

Es simpático en todo caso.

Y medio tartamudo.

Un día tomamos una cerveza y yo le conté.

Que se parecía a Kafka, por supuesto.

Él dijo que no sabía quién era.

Entonces yo le conté un poco de él y hasta le hablé de los libros.

Traté de relacionarlos con su biografía… cosas típicas, digamos.

Mientras lo hacía, puedo asegurar que él se veía interesado.

Interesado hasta que se largó a reír, por supuesto.

Yo creí que era por mi forma de narrar, o algo por el estilo.

Finalmente me confesó que se reía de mi propia ingenuidad.

De creer que yo le podía decir quién era Kafka.

Eso no se dice, me dijo él, entre risas.

Entonces, algo incómodo, preferí cambiar el tema.

Finalmente, acordamos en que el leería algún libro de Kafka
mientras yo cortaba el pasto en el jardín.

Los dos lo intentamos diez minutos y luego volvimos a nuestros roles.

Cinco minutos después yo tampoco pude con Kafka y volví a la cerveza.

Un hueón me dijo que yo era igualito a un tal Kafka, debe haber contado.

¡Pobre hueón…!, debe haber dicho.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Tiliches.

“-¿Qué es lo que hay aquí? –pregunté.
-Tiliches –me dijo ella-. Tengo la casa toda entilichada.”
J. R.


Todo se vuelve tiliche.

Uno mismo, si se piensa.

No es envejecer, siquiera.

Tilichamos, nada más.

Y las cosas que vienen a los ojos,
tilichan, también,
mientras decimos que tilichan.

Y claro:
me gusta todo eso,
si no miento.

Y es que no me duele tilichar.

Y no me apena, tampoco,
el mundo tilichado.

De hecho,
podría decir que me enternecen
los tiliches.

Niños tiliches.

Sueños tiliches.

Amores tiliches, incluso.

Y es que si lo pienso,
podría vivir fácilmente,
entre todos ellos.

Conocerlos.

Ordenarlos.

Sacudirlos de vez en cuando.

Sí…
podría ser un buen
cuidador de tiliches,
ahora que lo pienso.

Aunque claro…
más que cuidador,
sería más bien
un acompañante de tiliches…

Un tiliche más, digamos,
pero con ciertas responsabilidades.

Sí…
no sería una mala vida,
si se piensa.

Solo en un mundo de tiliches…

Como en esas eras apocalípticas
en que llega a quedar
un solo hombre…

Solo en un universo de tiliches…

Hablándoles mientras camino
entre ellos.

Todo se vuelve tiliche,
les diría.

Uno mismo, si se piensa.

Etcétera.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Perro que ladra no miente.


Si hablara cagamos.

Pero ladra.

Eso nos da confianza.

Los otros rasgos poco dicen.

Cualquiera mueve la cola, me refiero.

Y basta un problema a la columna,
para andar en cuatro patas.

Si ladra, en cambio,
resulta honesto de inmediato.

¿Acaso no le suena
el guau guau más verdadero…?

¿Más propio de cosa viva…?

Cierre los ojos y oiga.

Oiga al mundo ladrar, me refiero.

Oiga al corazón ladrar.

¡Si hasta el sol ladra, brillando…!

¡Si hasta el viento ladra, silbando…!

No confunda,
sin embargo,
ladrido con ruido.

La honestidad, por ejemplo,
es silenciosa,
como el musgo.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Te enteras.


Te enteras.

Sin preámbulo, te enteras.

Por lo mismo, no puedes evitar una leve sorpresa.

Incomodidad incluso, pues eso del cambio,
aunque no quieras,
afecta a cualquiera.

Así es cómo te enteras.

Nada de comunicaciones oficiales.

Nada de sutiles avisos.

Te enteras, simplemente.

A veces, de hecho,
hasta te malenteras.

Y es que el límite es sutil
entre aquello que sabías
y aquello que te enteras.

Porque claro,
una condición para enterarse
es justamente pasar a hacerlo.

Me refiero a que no te enteras
de algo que ya sabes…
claro está.

Por lo mismo,
existe algo así como un cambio de consciencia
en todo esto.

Una alteración, si se quiere.

Una muerte y un nacimiento breve, incluso.

Tú puedes elegir
las palabras.

No puedes elegir,
eso sí,
no enterarte.

De todos los otros árboles,
en cambio,
puedes elegir.

Digamos, entonces,
si quieres,
que esa es una regla.

Y claro,
reconozcamos que te enteras,
por supuesto.

Y que te enteras de improviso.

Y que eso, de paso,
genera sorpresa.

Lo refuerzo porque entonces el silencio
suele acometer y no largarse.

Y en el silencio no hay Dios.

Y si mueres en silencio,
dicen,
vagas hasta siempre
por la tierra.

Para mí no suena mal,
pero te lo digo por si acaso…

De esto,
entonces,
te enteras.

Con preámbulo, 
eso sí
pero te enteras.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Bajo esa mirada qué.


I.

-¿Bajo esa mirada qué?

-¿Qué?

-¿Como “qué”?

-Claro, bajo qué mirada…

-No es el punto… es el segundo “qué” el que importa…

-¿Cuál qué?

-¿Cómo?

-¿Cuál segundo qué?

-¿No te acuerdas?

-No.

-Pero…

-Disculpa.

-¿Partimos de nuevo?

-Vale.


II.

-¿Bajo esa mirada qué?

-Nada.

-¿Nada?

-Sí, nada.

-¿Nada qué?

-Lo que tú decías…

-…

-Bajo esa mirada, nada.

-…

-No hay nada.

-Sí entendí.

-¿Y entonces?

-Eso no sirve.

-…

-No es un diálogo.

-¿No es un diálogo?

-No.

-¿Y qué es?

-Otra cosa. No un diálogo.

-¿Y qué hacemos?

-No sé…

-¿Otra vez?

-Vale… otra vez.


III.

-¿Bajo esa mirada qué?

-¿”Bajo esa mirada qué”?

-Sí… O ¿qué hay, bajo esa mirada?

-Pues no sé bien…

-¿No sabes qué hay bajo una mirada?

-Es que supongo que todo…

-¿Todo?

-Sí, supongo que todo, menos la mirada.

-Eso es muy vago.

-Una mirada también es vaga.

-Y lo que hay afuera también.

-¿Todo es vago, entonces?

-…

-Las miradas y lo de fuera… ¿nada deja de ser vago?

-Tú sabes esa respuesta.

-Pero entonces esto tampoco…

-¿Tampoco qué?

-¿Tampoco sería un diálogo?

-¿Tampoco?

-Claro… ya sabes… saber las respuestas de antemano…

-No he dicho eso…

-¿No has dicho lo de saber la respuestas de antemano?

-No. No he dicho lo de no ser un diálogo.

-Tal vez, pero tú mirada…

-¿Mi mirada?

-O sea, no sé bien… tú mirada o bajo tu mirada…

-Es vaga, supongo.

-No.

-¿No?

-Claro que no… y además no es el punto.

jueves, 12 de noviembre de 2015

La piedra ante la que todos entristecen.


Alguien debe haberla bajado y puesto ahí. Antes estaba en la montaña. Justo en la cima, como una especie de freno para aquel que subía y que, gracias a ella, era impulsado a bajar nuevamente.

Ahora en cambio la piedra estaba ahí, a un costado de la calle. La rodeaba un grupo de gente sin saber qué ocurría. Yo, que vi sus rostros, y reconocí la piedra, lo supe de inmediato.

-No se preocupen, -les dije-, no es tan mala la tristeza y hasta limpia un poco…

-¿Quién es este saco de huea…? –se preguntaban algunos.

-¿De qué mierda está hablando? –decían otros.

Yo los dejé hablar, simplemente, y me acerqué hasta el lugar, y recogí la piedra.

Comprobé que fuera ella, eso sí, para salir de dudas.

Así, durante algunos días, la fui dejando en diferentes partes, observando minuciosamente la reacción de las personas que se fijaban en ella.

Comprobé entonces que se trataba, sin duda, de aquella piedra.

Y claro, la llevé a casa.

Debo reconocer que de vez en cuando la miraba, aunque la mayor parte del tiempo permanece en una caja, en medio de la biblioteca.

Con todo, me he percatado que cambia de color, levemente, según los libros que le quedan cerca.

Cerca de Chejov, por ejemplo, adquiere tonos turquesa.

De ahí que mirarla, hoy por hoy, hasta me llene de una especie de alegría, al descubrir esos matices.

Tal vez un día, entre mis manos, adquiera también un color, que me satisfaga.

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