miércoles, 30 de abril de 2014

Un vaso medio lleno y un vaso medio vacío.



Un vaso medio lleno se encuentra con un vaso medio vacío.

De casualidad, digamos… frente a frente en la mesa de un restaurant.

Junto a ellos están los restos de una cena de la que no puedo hablar.

Un bolso sobre una silla, música ambiente, la propina en un platillo, junto a la cuenta.

Y el aire está enrarecido por algo que puede ser una sensación, o el simple humo de un cigarro.

Me gustaría contar que hablan… que discuten acerca de las vicisitudes de la vida, pero lo cierto es que no pronuncian palabra alguna.

En cambio, un mozo comienza a retirar lo que quedó sobre la mesa.

Retira los platos, servicios, individuales…

Así, finalmente, el mozo descubre la confrontación que existe entre estos dos seres.

El vaso medio lleno y el vaso medio vacío, me refiero.

Se detiene entonces, por un momento, ante ellos.

Los observa.

Piensa en algo que intenta verbalizar.

Uno debiese tener dos corazones, como esos vasos, se dice.

Dos corazones escondidos, más allá del que funciona invariablemente.

Nada más se dice el mozo.

Entonces recoge los vasos.

Los coloca sobre una bandeja y se dirige al área de lavado.

Como ya es final de turno es él mismo quien debe lavarlos.

Abre la llave.

Observa el agua correr, por unos instantes.

No se acaba el mundo ni hay un terremoto ni comprende el sentido de la vida.

Lava los vasos.

martes, 29 de abril de 2014

El verdadero mapa del tesoro.



Encuentras un mapa del tesoro que hiciste de pequeño.

Lo observas.

Hay una serie de dibujos y señas y hasta un cuadro donde se explican los signos.

Círculos verdes para árboles.

La gran equis sobre el tesoro.

Líneas segmentadas para pasos.

Y claro… todo está en perfecto estado.

O casi todo… tal vez.

Lo observas.

Atentamente lo observas.

No recuerdas, sin embargo, cuál era el tesoro.

Y es que ya no existen, por ejemplo, las referencias espaciales.

De hecho, has olvidado el sitio concreto que utilizaste como escondite.

Así, todo es novedad cuando observas el mapa.

Incluso, te sorprendes cuando encuentras una máxima, anotada en rojo al otro lado del mapa:

El tesoro es siempre algo que brilla.

Observas la máxima.

Recuerdas.

De a poco, recuerdas.

Ubicas el mapa, entonces, en la posición correcta.

El color de las líneas segmentadas eran direcciones.

Haces memoria.

Observas.

Buscas un lugar amplio.

No eran árboles los círculos verdes.

Sales de tu casa y buscas un sitio amplio en algún sitio.

Lo encuentras.

Observas el mapa.

Un perro te mira contar tus pasos.

Siete hacia adelante…

Seis hacia la izquierda…

El punto verde indica que volteas.

Cuatro más a la izquierda…

Sigues las instrucciones en definitiva.

Finalmente, descubres, regresas al punto de partida.

La gran equis está sobre ti mismo.

El tesoro es siempre algo que brilla.

lunes, 28 de abril de 2014

Salvavidas de uno mismo.

“¿Puedo sentirme culpable si, no viendo
por ninguna parte provecho ni recompensa,
decido salvar, al menos, la vida?”
S.


-Algo así como salvavidas de uno mismo –le dije-. Imagínese, uno apostado en lo alto y viéndose a cierta distancia, pendiente de uno mismo… de nuestras propias acciones e imprudencias…

-¿Lo dice usted en serio? –preguntó.

-Por supuesto… con convicción… -insistí-. De hecho, pienso que es algo necesario si queremos realmente ser justos con nosotros mismos… Es decir, no se trata solo de una reflexión contemplativa, si no que mi propuesta incluye una respuesta a una serie de emergencias… un plan de rescate, si se quiere, para los momentos difíciles…

-¿Y eso incluiría, según usted, una supervisión, un rescate y hasta un castigo administrado por…?

-Por el salvavidas de uno mismo –aclaré-. Eso es lo que trato de explicarle. Un cuidado personal, pero a distancia… algo que no coarte nuestra libertad, pero que al mismo tiempo nos permita observarnos… conocernos…

-Espere… ¿acaso con esa propuesta usted quiere evitar que las normas sean vigiladas por otros?

-Exacto –señalé-.  Además eso será menos trabajo para usted, mi cabo…

-Capitán, señor Vian… capitán… -me corrigió-. Y ya que estamos en esto usted convendrá conmigo en que borracho, sin documentos y proponiendo una serie de ideas que me suenan a anarquía, lo menos que puede usted hacer es acompañarme a la comisaría…

-¿Quiere que exponga mi propuesta ante otros…?

-No -se apresuró a interrumpir-. O no necesariamente… Pero acompáñeme y veremos allá qué se nos ocurre…

-Gracias por la oportunidad, mi cabo… -comenté.

-Capitán… recuerde… capitán.

domingo, 27 de abril de 2014

Algunas brillan.


Un grupo de estudiantes hace un experimento. Desconozco el objetivo y las hipótesis, pero el experimento requiere dejar monedas en el suelo y ver quiénes las recogen. Me refiero a un análisis por grupos de edad, género y nivel social, entre otros. Los observo. Me parece un experimento llamativo. Tras prestar atención descubro que se trata simplemente de un proyecto para un trabajo estadístico. Y claro, para el trabajo, también son variables las monedas. De mayor y menor valor, más o menos brillantes, de mayor o menor tamaño… todos son rasgos que de una u otra forma quedan registrados en sus informes. Entonces me acerco a ellos. Me enseñan gráficos. Junto a ellos tienen varias filas con monedas. Algunas brillan. Hablamos un rato. Los oigo decir que han anotado todo. Los oigo no diferenciar entre precio y valor. No intervengo ni corrijo a nadie. En tanto, observo a una niña pasar y recoger una de las monedas. Luego a un hombre mayor hacer lo mismo. Los estudiantes toman datos. Parecen desarrollar seriamente su trabajo. Concentrados, me refiero. Mientras observo, me pregunto qué sucedería si en vez de monedas dejasen flores, o fotos viejas, o pequeños papeles escritos. Cosas así me pregunto. Horas después, mientras camino a casa, descubro una oruga en medio del camino. Me detengo a observarla, mientras avanza. El aire está un tanto húmedo. Suena gay, pero lloro un poquito.

sábado, 26 de abril de 2014

(No) Hablar de Bergman.



I.

-Esta semana vi ocho películas de Bergman.

-¿Y?

-Entendí una.

-Algo es algo.

-No. Esa no la vi.

-¿Qué cosa?

-Esa. La que dices. Pero no era.

-…


II.

-También vi un documental sobre Bergman.

-…

-O sea, sobre las películas de Bergman.

-¿Y cómo era?

-¿Bergman?

-No, el documental.

-Más o menos bueno.

-…

-O sea, tenía un montón de expertos explicando y analizando algunas de sus películas.

-¿Y?

-No sé… la verdad no entendí mucho el documental.

-…

-Pero era bueno, eso sí… o sea, más o menos bueno…

-…

-Si quieres te lo presto.


III.

-¿Viste Fanny y Alexander?

-No. Ninguna de las dos.

-…


IV.

-Los hombres son raros en las películas de Bergman.

-¿Raros? ¿En qué…?

-No sé… como que saben que son raros.

-¿Por ejemplo…?

-Por ejemplo, a veces siento que saben que van a morir al final de la película.

-…

-O sea, hablan sabiendo que no van a volver a hablar…

-…

-Y hasta la voz de los personajes sabe que va a morir, y los personajes no lo manejan del todo…

-No te entiendo.

-No importa… son impresiones nada más.

-…

-Bueno... en realidad lo dijeron en el documental.

-…

-Acuérdate que si quieres te lo presto.


viernes, 25 de abril de 2014

Una noche. (*Texto recuperado*)


Fue una noche en que mis padres habían discutido cuando papá nos llevó a mí y a mis hermanos a dar una vuelta. Como estábamos en La Serena, en casa de una tía, no conocíamos para nada el lugar.

-Es un secreto – nos dijo-, pero yo puedo llevarlos al país que quieran en cosa de minutos.

-No es cierto –dijimos todos-, no nos habrías traído acá y estaríamos en un lugar mejor y más grande.

-La verdad lo pensé –continuó papá-, pero su madre no cree en estas cosas y si uno no cree, no resultan… así que si uno de ustedes no cree en esto, que diga al tiro o nos echará a perder el viaje a los demás.

Papá hablaba tan seriamente y éramos tan pequeños que dejamos de dudar casi de inmediato.

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿A dónde quieren ir?

-Al Japón, -dijimos. Buscamos hacérsela muy difícil desde un inicio.

Papá hizo unos gestos, nos indicó un camino, sacó una pala para jugar en la playa y junto a una muralla comenzó a escarbar.

-¿Qué estás haciendo?

-El túnel –dijo-. Hasta la magia tiene su cuota de técnica y requisitos.

Nosotros nos miramos y comenzamos a cavar. La tierra estaba blanda y avanzamos rápidamente.

-¡Ya está! –dijo papá. Nos limpiamos. Papá guardó la pala en la chaqueta con cuidado y pasó primero. Nosotros lo seguimos.

-No deben abrir los ojos hasta que los tres hayan pasado. Solo háganse a un lado y confíen en mí.

Cuando abrimos los ojos no podíamos creer lo que estábamos viendo. Frente a nosotros había un típico puente japonés de madera desde el cual papá nos miraba. Fuimos juntos por un sendero junto a un lago con numerosos peces de colores y algunas aves que dormían junto al agua. También pasamos por alguna pequeña construcción de madera y algunas piedras grabadas con letras japonesas.

Lo único que nos inquietó, según recuerdo, fue que en Japón fuera también de noche, pues siempre nos habían dicho lo contrario.

-Quise traerlos de noche para que no nos topáramos con nadie –explicó papá.
Luego de recorrer el lugar papá nos llevó de nuevo a la muralla, nos hizo cerrar los ojos y atravesarla nuevamente. Recuerdo que esa noche casi no pude dormir de lo acelerado que tenía el corazón. Además papá nos había prohibido el comentar sus poderes con los otros, sobre todo con mamá. Decía que ella debía aprender a creer por sí sola.

Pasaron los años. Crecimos. Nuestros padres se separaron. Mamá decía que papá era un soñador y que un día entenderíamos. Por ese entonces volvimos a ir a La Serena. No veíamos a papá desde hace meses y decidimos contarle a mamá lo de nuestro viaje a Japón. Mamá se enojó mucho. Nos llevó a la mañana siguiente a las afueras de un jardín japonés que estaba ahí cerca, pero no quisimos entrar.

Por la noche decidimos ir a escondidas de mamá a ver si encontrábamos la muralla y el túnel de papá. No sé realmente si encontramos el lugar correcto, pero cavamos largo rato y apenas hicimos un pequeño hueco. Yo fui el último en cruzar, o en intentar cruzar. Me quedé atrapado a la altura de la cintura y ya no pude moverme.

Mamá me encontró en la mañana. Sentía su voz desde La Serena, pero mis ojos contemplaban el Japón. Tuvieron que venir a sacarme un guardia y hasta dos bomberos. Cuando pregunté por los otros, mamá me hizo callar. Les dijo a los bomberos que yo me inventaba hermanos porque siempre había estado sola, que papá me había criado como un niño y yo me creía tal. Yo seguía con la mitad de mi cuerpo en un mundo y la otra mitad en otro. Entonces me aferré al suelo y ya no quise salir. Tan fuerte me tiraron que creo salí disparado en las dos direcciones. Para mamá soy su niña consentida y regalona, pero yo realmente me quedé en el Japón. A veces papá viene de noche y me ofrece llevar a otro lugar, pero yo solo adoro este. Suelo dormir junto al lago o sobre el puente, oyendo el agua. Papá me acaricia el pelo mientras duermo. Mamá también lo hace en otro lado.


jueves, 24 de abril de 2014

Abrir o no la puerta.


Suena el timbre y me acerco a abrir la puerta.

Camino unos pasos y entonces me acuerdo que no tengo timbre.

Me detengo en el lugar.

Vuelve a sonar el timbre.

Como estoy borracho no logro ordenar las ideas.

De hecho, en vez de pensar que el timbre es de algún otro sitio, empiezo a creer que me encuentro en otra casa.

Comienzo entonces a mirar para encontrar elementos comunes.

Veo hojas, libros, unas figuras dispuestas sobre una mesa.

Estas cosas existen en todas las casas, me digo.

No es suficiente.

Nada quiere decir nada.

Vuelve entonces a sonar el timbre.

Bajo la puerta, alguien mete un sobre que queda ahí, sobre el piso.

Es muy probable que no sea para mí, me digo.

Pero entonces, junto cuando el timbre vuelve a sonar y hasta se escuchan unos golpes en la puerta, se despierta en mí una extraña consciencia.

Una idea extraña, pero que me parece de lo más lógica en ese instante.

Soy otro, me digo.

Y claro… el problema no es la casa, ni el timbre, ni los libros y cosas en el lugar… el problema es que soy otro.

Vian está en otro sitio.

Este no soy yo.

Reflexioné.

¡Cuántas cosas calzaban de esa forma…!

¡Cuántas sensaciones comenzaban a parecerme más sensatas luego de esta premisa…!

Justo entonces, alguien dijo un nombre desde el otro lado de la puerta.

Un nombre que me pareció familiar.

Tal vez me acerco a abrir la puerta.

miércoles, 23 de abril de 2014

Quemar Fuenteovejuna.


Tras la línea amarilla en el tren subterráneo, intento separarme de la multitud.

Así, dejo pasar uno a uno los trenes en los que no cabe ya nadie y me alejo hasta una esquina, desde donde se observa la escena.

Intento leer, mientras tanto.

Juro que pasan dos horas.

Es entonces que pienso en quemar Fuenteovejuna.

Encenderle fuego a uno, nada más, y empujarlo hacia el vagón.

Tal vez lo hago.

Algunos me desmienten, pero  casi estoy seguro que lo hago.

Elijo al más viejo para no sentirme culpable.

De hecho, intento imaginar que se trata de Coehlo o Pinochet.

Juro que lo intento.

Entonces, lo empujo hacia el interior y escucho el cierre de puertas.

Eso es todo, me digo.

Mientras avanza el tren, desde la estación, ya observo que todo comienza a arder.

Vuelvo a mi esquina.

Igualito que un boxeador vuelvo a mi esquina.

Feliz de haber lanzado unos golpes al aire, incluso.

Así, todo parece bien por unos minutos.

Casi justo, si quieren.

Pero claro… juro que pasa media hora.

Media hora y la gente sigue pasando en las mismas proporciones.

Solo entonces se me ocurre repetir la escena.

Una y otra vez, si es necesario.

Quemar Fuenteovejuna, me digo.

No existen inocentes.

martes, 22 de abril de 2014

Ser un Karamazov.

“Cada vez que me he hundido
en la más baja degradación
he releído estos versos…
¿Pero han servido de algo?
No. Porque soy un Karamazov,
porque cuando caigo al abismo,
caigo de cabeza…”
F. D.


I.

Hermosa maldición
la de ser un Karamazov.

Hermosas caídas.

Hermosa y terrible situación.

Así, rodeado de insectos,
sus zumbidos han dejado significados
como larvas en mis oídos.

Escuchadme, hermano,
decía el zumbido,
Dios solo ha creado enigmas.


II.

Se posan en mis ojos
los insectos.

Cubren mis ojos
como la noche.

Me muevo, entonces,
en mi sitio
para que sepan que estoy vivo.

En el desierto,
sin embargo,
también hay cadáveres
arrastrados por el viento.


III.

Maldita sensación
la de ser un Karamazov.

Incómoda revelación.

Lo descubres de pronto
como cuando pisas mierda.

Observas entonces a los otros
con inusitada distancia.

Y claro,
ajeno ya a ti mismo
abandonas aquello que aferrabas
como si soltases globos
o perros que no te pertenecen.


IV.

¿Servirá de algo
ser un Karamazov?

¿Habrá alguna herencia que reclamar
o una biblioteca vieja…?

¿Dará algún fruto la sensación
-la extraña sensación-,
de compartir miserias
afincadas finalmente en uno mismo?


V.

Ser un Karamazov.

Lo descubres, decía.

Lo aceptas.

Nada de reclamos
ni de espantar insectos.

Nada de alegar porque cierta amargura
te oprime el pecho.

Ser un Karamazov.

¡Qué hermosa maldición!

Dios solo ha creado enigmas.

lunes, 21 de abril de 2014

El motor del mundo.



Voy a una exposición sobre motores.

Motores de automóviles, de vehículos acuáticos, de pequeños aeroplanos.

Todo parece muy interesante.

Sin embargo, más allá de las características de tamaño, forma y potencia específica, me quedo finalmente leyendo unos documentos sobre la posición de los motores en distintas maquinarias.

Es decir, me quedo investigando sobre la eficiencia de ubicar un motor en la parte trasera, media o delantera de una máquina cuyo objetivo es impulsarse a sí misma.

Así, dentro de los textos que acompañan esta sección de la exposición, me encuentro de pronto con algunos que señalan dónde debiese tener el motor el hombre mismo, para rendir más eficientemente en relación a la energía que gasta en su desplazamiento.

Asimismo, dicho ejercicio también se realiza con otros animales… y hasta con el mundo mismo, visto como máquina.

Y claro… como decía, todo parece muy interesante.

Finalmente, tras el cierre de la exposición, me tomo una cerveza con un tipo bastante molesto quien quiere ofrecerme un trabajo de corrección para unos catálogos.

-Realmente no lo comprendo –me dice, tras negarme a su proposición-. Después de todo, la ambición es el motor del mundo…

-Es que yo no necesito motor –lo interrumpo, mientras salgo del lugar-. Además el mundo va en bajada.

domingo, 20 de abril de 2014

No es Bradbury.



-No sé si lo soñé por mi cuenta o me dejé llevar por un cuento de Bradbury –me dijo-. Yo estaba en una ciudad, en el futuro, y existían grupos suicidas. Individuos, más bien, suicidas, pero que estaban actuando en masa… Simplemente iban y se mataban frente a alguien. Sin razón aparente. Una ciudad colapsada, claro, pero sin motivos explícitos… Simplemente se paraban en frente de alguien, en medio de una calle y se volaban los sesos. Es decir, a veces no se volaban los sesos y se mataban de otra forma, pero el caso es que siempre era frente a alguien…

-No es Bradbury -comenté.

-De acuerdo, no es Bradbury… pero quizá robé la idea de algún sitio porque todo era demasiado elaborado… Es decir, no se trataba solo del suicidio, sino que, como esto sucedía en masa, las autoridades habían decretado una ley a partir de la cual las personas frente a las cuales se daban muerte los suicidas, debían hacerse cargo de los muertos… denunciar el hecho, costear el entierro, acompañar el proceso entero, digamos…

-Definitivamente no es Bradbury –afirmé.

-De acuerdo… Pero lo importante es que de cierta forma los suicidios comenzaron a escoger a sus víctimas… o sea, a las personas frente a las cuales se daban muerte… A veces los seguían por días, incluso, desde lejos. El punto es que de pronto en el sueño, yo me daba cuenta que una chica me seguía… una posible suicida, claro. De regreso del trabajo, cuando iba a comprar… yo notaba siempre que esa chica me seguía, pero nunca estaba lo suficientemente cerca como para poder hablarle…

-¿Querías decirle algo?

-Sí… o sea, no sé bien… supongo que sí… Es que en el sueño recuerdo que sentía una especie de piedad por ella… Y claro, además la chica era bonita por lo que yo sentía también cierta atracción. Por otro lado, ella también debía sentir algo, pensaba, porque me seguía y yo sentía que me miraba incuso cuando estaba en casa, o regaba un jardín pequeño…

-¿Ella regaba un jardín pequeño?

-No. Yo lo regaba, mientras sentía que ella me miraba.

-Ah -dije yo.

-El sueño seguía así hasta que de pronto, no recuerdo bien dónde, la chica se me aparecía de pronto, de frente y se quedaba en silencio…

-¿No se mataba?

-No… o sea, yo interiormente quería decirle algo, para detenerla, pero la chica simplemente me miraba y yo no sabía que decirle… era una situación extraña… Suena terrible de admitir, pero en sueño, yo casi quería que se diera muerte, pues no sabía qué hacer… Además era una chica que me conocía, no sé si me entiendes… iba a morir frente a mí, sentía yo… pero no ocurría nada… Todo era incómodo y hasta terrible…

-¿Y entonces?

-Entonces no ocurrió nada. Yo la miraba hasta tener que bajar la vista –continuó-. Finalmente, me hacía a un lado y pasaba junto a ella… casi avergonzado… Justo entonces, tras dar un par de pasos escuchaba un disparo y sabía que la chica se había matado, a mis espaldas…

-¿Debías hacerte responsable, entonces?

-Legalmente no, si era a mis espaldas… pero justamente ese fue el final del sueño… Es decir, yo dudaba si darme vuelta y encargarme de la chica o si simplemente debía seguir mi camino… Pero claro… justo entonces desperté. Desperté llorando.

-Mmm –dije yo.

-¿No te parece extraño…? –preguntó finalmente-. ¿No te suena de algún sitio…?

-No –contesté-. Y no es Bradbury.

sábado, 19 de abril de 2014

No te viene.



-No te viene.

-¿Qué cosa?

-No sé… eso…

-¿Eso?

-Claro… o sea, tu actitud, tus acciones… tú mismo, incluso…

-¿Y cómo sabes que no me viene?

-No sé bien, realmente… pero se percibe raro… como si estuvieses usando una especie de disfraz…

-¿De disfraz?

-Sí… o sea, un disfraz de ti mismo, quizá… pero un disfraz al fin…

-¿Y para qué?

-¿Para qué, qué?

-¿Para qué sirve ponerse un disfraz de uno mismo, según tú?

-Pues no sé bien… aunque claro, supongo que es como usar algo sobre tu ropa, para no mancharla.

-¿Y esas ropas son las que tú dices que no me vienen?

-No sé si es la ropa… es menos concreto, quizá… tú y algo más si quieres verlo así… un vínculo…

-¿Y quieres que haga algo con eso, supongo…?  

-No sé… quizá es solo una percepción… pero es una sensación incómoda cuando intento hablar contigo…

-¿Mis palabreas tampoco me vienen?

-No… O sea, no lo había pensado, pero no, no te vienen…

-¿Y te imaginas algo especial, acaso…? ¿Cómo te imaginas que podría lograr una buena correspondencia…?

-…

-¿Y?

-No quiero responder… No estas preguntando para solucionar nada…

-…

-¿Acaso no te das cuenta que estás raro?

-Pies no… no realmente…

-¿Y este final, por ejemplo? ¿Acaso no te das cuenta que no te viene?

-¿Final…? ¿Cuál final?

-Este.

viernes, 18 de abril de 2014

Muchas muertes.


Para saber si realmente era el hijo de Dios y comprobar si la resurrección era o no un hecho en el cual se podía confiar, ocurrió que Jesús se dio muerte de vez en cuando. Generalmente a solas, sin que nadie lo viera. Y aproximadamente desde los doce años.

Así, si su padre le preguntaba, Jesús simplemente le decía que estaba ensayando. Que todo era parte del plan mayor. Que se trataba simplemente de asegurar el procedimiento final, para que todo saliese perfecto.

Y claro, tras la explicación, su padre guardaba silencio.

Con todo, no se entienda acá que el darse muerte era cosa de juego y alegría. Muy por el contrario, la muerte de Jesús –separada del acto de resurrección que solía ocurrir 72 horas después-, era una muerte común, con angustias y dolores asociados a cualquier muerte ordinaria.

De esta forma, si hubiese habido fotografías en aquella época, quizá hasta se hubiese podido montar una exposición con las muchas muertes de Cristo, mostrando cada una de ellas precedida de una breve reseña, a modo de información complementaria.

A continuación algunos ejemplos:

Inanición, desierto, 17 años.

Cicuta, cercanías del Jordán, 24 años.

Ahorcamiento, Canaán, 26 años.

Ahora bien, respecto a la resurrección en sí, vale la pena mencionar que era prácticamente como un despertar cualquiera. Esto, ya que Jesús no despertaba con ningún dolor particular, salvo los asociados a la postura en que permaneció muerto, cada vez, durante tres días.

Por último, en cuanto al espectro anímico y/o espiritual, apenas podemos señalar que el supuesto hijo de Dios nunca supo discernir si se despertaba más vivo o más muerto.

Y es que la resurrección ha de ser cosa compleja, después de todo.

No podemos culparlo.

jueves, 17 de abril de 2014

Los tiempos del cólera.



Mueres tratando de atrapar un loro.

Un ave que repite una palabra mal aprendida.

Es así.

Te escuchas a ti mismo en aquel loro.

Te asusta.

Así, escuchas a tu propio corazón repetir una palabra que te parece única.

Una palabra como un latido.

Un latido como otro, piensas, y sin darte cuenta, adquieres la enfermedad mortal.

Esos son los tiempos del cólera.

El olvido de aquella sabiduría distinta.

Golpear insistentemente un muro donde alguna vez existió una puerta.

Por eso mueres.

Porque olvidas que no hay golpes iguales.

Porque los latidos no son un único latido repetido.

Porque el tiempo de la enfermedad mortal no es el mismo para todos.

Deja mejor que el loro se aleje.

Que construya un nido.

Pierde el miedo a soñar aquella palabra.

No mueras tratando de atrapar al loro.

Es así.

miércoles, 16 de abril de 2014

Palabras de la superficie.

“No alcanzan las palabras de la superficie
para describir esta profundidad”
Viaje al centro de la Tierra


Se descascara a veces, la piel de las palabras.

Se desprende el hollejo.

Y claro… asistimos entonces a un proceso extraño.

Nada de desnudez… nada de sutilezas, hay en ello.

¡Ni siquiera hueso…!

Y es que solo hay cáscaras bajo la cáscara.

Y es que solo hay piel, bajo la piel.

Algo así como una luna oscura.

Una cebolla que desarmamos capa a capa.

Hombres llorando en torno a un ataúd vacío.

Así, a veces esperamos en vano.

Y es que no hay muerte, digamos.

No para las palabras, al menos.

Con todo, frente a la casa en que habitamos,
se pasea un cortejo fúnebre.

Los vecinos se asustan.

Los perros ladran.

Se crea un silencio incómodo.


¿Y si se quedasen así, frente al viento…?

¿Qué pasa si se les vuela algún sonido?


Es decir… no me digan que no ocurre.

Y es que como decía:

Se descascara a veces, la piel de las palabras.

Una y otra vez se descascara.

Una y otra vez, decía.

Una y otra.


¡Qué pena…!

Al fondo hay algo…

No se alcanza a ver

si está vivo.

martes, 15 de abril de 2014

Siempre es un poco de esa forma.


Suena el celular que no tengo y me despierto del sueño que no duermo. Son las dos. Siempre es un poco de esa forma. Entonces, apago el reloj que no suena y miro las manecillas que no andan. Deben ser las dos, me digo, sin decir. Los libros que no termino están sobre la cama y hasta hay un cómic de una saga en que el héroe se queda todo el capítulo frente al espejo, sin amarrarse la capa. Un cómic sin portada, por cierto, pero en buenas condiciones. Afuera, los pájaros que no cantan deben de estar en algún sitio. Nadie piensa en ellos. Sobre un mueble, en tanto, las pruebas que no reviso se apilan junto a una serie de preguntas que yo mismo no respondo. Tareas que no realizo, me digo, aunque sé muy bien que se trata de otra cosa. Siempre es un poco de esa forma. Así, frente al computador y su hoja en blanco, escribo sin decir y avanzo y retrocedo sin motivo. Algo que parece ser la luna desvía luz hacia mi ventana. Luz de luna que no es propia, por supuesto. Son las tres. El reloj que no anda y hasta una polilla que permanece en la sombra parecen también comunicármelo. Busco un final de un texto que aparentemente no comienzo. Decir no diciendo, eso intento. Siempre es un poco de esa forma.

lunes, 14 de abril de 2014

Ni David tan chico ni Goliat tan grande.



Ante todo hay que aclarar que David no era tan chico. No se menciona mucho en el encuentro con Goliat, pero sí más adelante en otras historias de la Biblia. Por ejemplo se dice que era más grande que Saúl quien ya era descrito como un hombre imponente.

Por otro lado Goliat no era tan grande, puesto que ya en la antigüedad Yahvé había prometido que no habría más gigantes, ni tampoco hombres que superasen en vida los 120 años (además se contraponen las medidas de Goliat según las versiones del libro de Samuel: seis codos y un palmo o –la que parece más probable-, 6 codos menos un palmo).

Asimismo, según las descripciones que se hacen de Goliat y según distintas imágenes antiguas y leyendas de la tradición hebrea, Goliat parece haber sufrido cierta enfermedad producida por la glándula pituitaria, tras provocar una secreción excesiva de la hormona del crecimiento. Así lo atestigua al menos el reciente estudio de los orígenes de la acromegalia, que se remontan justamente hacia el tiempo y lugar del legendario enfrentamiento.

Por todo lo anterior, y teniendo en cuenta el tipo de arma empleado por David -que le permitía guardar distancia con su contrincante-, la enfermedad de Goliat y el supuesto favoritismo de Yahvé por el hebreo, no era de extrañar que la batalla se diese de la forma en que se dio, vale decir, con un resultado en contra del guerrero filisteo.

De hecho, de haberse llevado a cabo una posible apuesta en la época, estoy seguro que Goliat pagaba un dividendo mayor que el propuesto por David (yo calculo que un 1.8 versus un 1.15 aproximadamente) en caso de triunfar.

Por último, me gustaría señalar que la única forma en que Goliat hubiese tenido una ventaja plausible frente a David, hubiese derivado de un largo tratamiento a base de inyecciones de análogos de somatostatina, para tratar su enfermedad.

Con todo, es muy probable que Yahvé declarase esta sustancia como prohibida y hasta descalificase al supuesto gigante por doping con tal de salirse con la suya, tal como ha ocurrido en estos últimos siete mil doscientos años.

domingo, 13 de abril de 2014

No lo tomes como lo toma todo el mundo.


Yo tenía pocos años y ella quería darme una lección. Una lección y además quería demostrar que era muy sabia. Eso quería aunque yo creo que no lo era. Lo que pasa es que le gustaba corregirme y decía que era para mejor. Que yo ordenaba raro las palabras y que internamente hasta me hacía un lío. Y que por eso era muy serio, me decía. Yo la escuchaba simplemente porque tenía bellos ojos. Atractivos, me refiero. Grandes y verde oscuro. Verdes con negro, creo. Ya ni me acuerdo. Pero me caía mal, aunque me gustara. Entonces, para darme un ejemplo me contó de una historia de ella con sus padres. Una historia de cuando ella tenía mi edad. O sea la edad que yo tenía cuando ella me contó la historia. Un ejemplo y una lección me quería dar, esa vez. Y hacerse la sabia, de paso. La historia era de ella y su papá dibujando. Ella dijo que él hacía caricaturas de su madre (de la mamá de ella). Era como un secreto entre los dos. El secreto era que el padre dibujaba a la madre de una forma cómica. Con cuerpo de animal, por ejemplo, o de objeto. Un chancho, un perro, una sartén, por nombrar algunos, con la cara de la madre. Entonces ellos se reían y miraban a escondidas los dibujos, sin decirle a la madre, claro, quien casi siempre estaba en la cocina y los miraba sin sospechar que se reían de ella. Fue así por años hasta que un día la madre logró encontrar los dibujos. El padre los guardaba en un rincón secreto que solo compartía con su hija (la que me quería dar la lección, la de los ojos verde oscuro). Entonces la madre los encontró y lloró y hasta echó al papá de la casa. O sea, lo echó o al menos eso entendió la que me quería dar una lección, cuando era chica. Era más fácil así, dijo ella. Entonces volvió a hablar sobre mí y mi seriedad y dijo que no debía tomarme las cosas como se las toma todo el mundo. Que ella se equivocó en lo mismo. Recuerdo que cuando lo dijo me miró con sus grandes ojos verdes y yo agaché la vista y fue peor porque le miré las tetas. El punto es que entonces ella alargó más la historia y dijo que una vez, años después, ya adulta, había encontrado a su mamá a escondida mirando los dibujos que de ella hiciera su papá. Los miraba a escondidas, me contó, y luego me preguntó que qué creía yo que sentía la madre, cuando los veía. Yo ni lo pensé y recuerdo que contesté que su mamá sentía pena. Pena y rabia porque el papá había sido cruel con los dibujos. Eso le dije. Ella me miró y me dijo que sí, que ella pensó lo mismo en ese entonces, cuando tenía mi edad (mi edad en ese momento, cuando me contaba la historia). Pero que lo cierto es que su mamá se estaba riendo. Entonces ella se quedó callada haciéndose la sabia y yo no entendí la lección, pero no se lo dije. Tampoco te tomes esta historia como se la toma todo el mundo, agregó. Y me abrazó. Yo lloré un poco porque pensé que era eso lo que había que hacer y además porque así no me preguntaba qué había entendido de la historia. Esa vez, también, ella me besó en los labios. Un beso corto, por supuesto, nada más. Y es que ella (la que me contó la historia) debe haber tenido entonces poco más de treinta años y yo apenas unos diez, según recuerdo, quizá menos. Hoy me gusta recordarla y recordar su historia igualito como en aquel entonces. Ordenando extraño las palabras y sin dejar de pensar en sus oscuros ojos verdes, me refiero. Creo que ayer perdió su casa, en Valparaíso. Espero que esté bien.

sábado, 12 de abril de 2014

¡¿Cómo quieres que sepa dónde voy...?!


Me queda grabada esa frase de una película que no recuerdo.

La escena:

Un hombre discute a gritos con su esposa. Entonces, para dar fin a la discusión, el hombre abre violentamente la puerta de casa, para salir. La mujer, en tanto, le dice que al menos diga dónde va. Y claro… es entonces cuando el hombre lanza la frase que da el título a esta entrada:

¡¿Cómo quieres que sepa dónde voy…?!

Así, ocurrió que recordé la frase justamente mientras caminaba sin mucha claridad, hace unas horas…

Nada de mujeres que lo reclamen, ni peleas, ni varios otros rasgos de la película… pero sin duda una caminata sin saber a dónde uno se dirige…

-¿Piensa usted en el futuro? –me pregunta entonces una mujer aparentemente enviada por una iglesia.

-¿En el futuro? –digo yo.

Ella asiente.

-¿Se refiere usted a si pienso en autos voladores, bases humanas en Marte y ese tipo de cosas…? –pregunté.

La mujer guardó silencio.

Justo en ese instante –quizá por el mismo silencio que se generó-, llegó hasta nosotros el sonido de una canción que tocaba un hombre, en la calle, a unos diez metros de distancia.

He aquí lo que decía la canción:

El pájaro saltó del nido
y cayó en un nido más grande,
pero nunca lo supo…

Tres horas después, yo ya había regresado a casa.

Había bebido un poco; comprado un libro de Fante y extraviado un par de cosas, sin mayor importancia.

¡Todo un viaje…!

viernes, 11 de abril de 2014

La gran notaram.


Te inscribes en la gran notaram de la forma más tradicional del mundo. Nada de excentricidades ni requerimientos extraños. Simplemente vas, entregas tus datos, cancelas una pequeña cuota de inscripción y recibes de paso una camiseta del evento y una lista con recomendaciones y medidas para tu buen desempeño físico. Igual que en la competencia tradicional, nada más.

El correr en dirección contraria viene después.

Ya en la carrera, con todos los participantes de espaldas a la meta, el gran notaram comienza realmente su existencia. Es cierto, salvo los mejores exponentes, la gran masa de atletas que participa del notaram apenas y alcanza una velocidad media. Preocupados de realizar correctamente el retroceso, de no chocar con los otros o con algún inconveniente del camino, los participantes no son capaces de mantener un ritmo competitivo por más de un centenar de metros.

Con todo, la atención de los espectadores se encuentra extrañamente garantizada.

Y es que por lejos que se encuentre un competidor de poder alcanzar un lugar en el podio, los espectadores suelen alentarlo como si se tratase de un prodigio.

Así, guiados también por una extraña solidaridad –empatía tal vez, quién sabe-, los espectadores suelen restar el aplauso a los ganadores y preferir a esa ceremonia la llegada de los últimos participantes, momento en el cual los vítores y la expectación alcanzan su cúspide.

No lo piense más y sea usted también parte de este evento.

La sorpresa de llegar a la meta, cuando menos se espera, es sin duda el premio más importante.

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