sábado, 30 de enero de 2021

Un musical en el que no bailaban.


Una vez, en los tiempos de los videoclubs, arrendé un musical en el que no bailaban. 

Así, infructuosamente, me pasé esperando las dos horas quince, a que lo hicieran. 

Al parecer, no era un musical, sino una película cualquiera que estaba mal catalogada. 

Mientras la veía, sin embargo, distinguí una gran cantidad de momentos en que podía comenzar el baile. 

Momentos en que el mundo daba la oportunidad del movimiento, de quebrar la estructura, de dar un giro. 

Momentos desperdiciados, pensaba entonces, ante la expectativa del musical, que no llegaba. 

Devolví la película al otro día y hasta reclamé, esa vez, por la mala clasificación. 

No me devolvieron el dinero, pero al menos la experiencia me sirvió para otra cosa. 

Algo que podría ser profundamente inútil o valioso, dependiendo de lo que estemos dispuestos a hacer, con aquel aprendizaje. 

Y es que, en concreto, aprendí a reconocer los momentos exactos en que cualquier situación (sin importar si es al interior de una película o en el mundo real), puede transformarse, sin más, en un musical. 

Puede ser durante un momento complejo, al despertar o hasta en medio de la rutina del trabajo… 

¡Son muchos los momentos…! 

Se pierden uno a uno, es cierto, pero siempre quedan más. 

Eso fue lo que aprendí, en definitiva, cuando arrendé un musical en el que no bailaban. 

Tal vez usted, sin saberlo, lo haya visto.

viernes, 29 de enero de 2021

Soñaba que era un pozo, me dijo.


De chica soñaba que era un pozo, me dijo. Pensaba que era alguien, en principio, pero luego me daba cuenta que era un pozo. Me daba cuenta de una forma sencilla: porque otros miraban en mí, como si fuera un pozo. Se apoyaban en mi cuerpo que de cierta forma era el brocal por el que miraban intentando ver el fondo. De vez en cuando alguno lanzaba piedras y se quedaba escuchando. Generalmente era entonces cuando yo terminaba de comprender que era un pozo y también quedaba escuchando, atenta para saber cuál era mi profundidad, junto a aquel que había lanzado la piedra. Siempre me sorprendió descubrirla, en esos sueños... Me refiero a que siempre era más de la que yo creía. A veces pensaba que la piedra ya no iba a sonar, pero justo entonces se escuchaba que llegaba al fondo. Recuerdo que le conté el sueño a varias personas y me hicieron escribir las sensaciones que me provocaba. Un sicólogo, parece, fue el que me hizo escribirlas. Yo no le di muchas vueltas y anoté cuatro cosas. Escribí que era extraño, lejano y triste, pero también un poco alegre, dentro de todo. También anoté una explicación breve, según recuerdo. Extraño porque era un pozo. Lejano porque lo que yo era estaba en parte fuera de mí, o demasiado dentro tal vez, como para sentirlo cerca. Triste porque estaba sola. Y alegre porque, a pesar de todo, la piedra caía en agua, y era lindo saberse con agua, al fondo. Eso es lo que anoté. Y eso es lo que soñaba. Ahora te toca a ti, me dijo.

Una sala de torturas.


Es cierto. El castillo ofrecía un gran número de construcciones y lugares interesantes, pero en esa oportunidad fuimos expresamente a visitar una sala de torturas. Debíamos fotografiarla y escribir mil palabras para una revista de importancia, por lo que conseguimos permiso incluso para estar solos en la sala, durante poco más de media hora. 

Habíamos investigado bastante al respecto, tanto del elemento histórico como de una serie de leyendas que circulaban sobre el lugar, y la revista había puesto en nosotros grandes expectativas. 

Por lo general no me exigían ni me sugerían nada, solo me daban un tema o lugar de partida y luego yo tenía libertad para hablar de cualquier tema, siempre y cuando hubiese un título llamativo, referencias culturales rebuscadas y unas cuantas frases llamativas antes del remate, que debía parecer genial, para que todos quedasen satisfechos. 

Esa vez, sin embargo, en la sala de torturas, no se me ocurría nada. Podía tomar cualquier elemento como punto de partida, pero lo cierto es que no lograba articular nada. Y es que, hasta la voluntad de hacerlo, supongo, escaseaba. 

Cuando venció el plazo de entrega, tres días después, tuve una reunión con el editor, quien atribuyó todo a una especie de maniobra mía para poder cobrar más o un plan para pedir otra cosa… un cambio, una sección… ni yo entendía qué. 

-No es eso -le intenté explicar-. Ni siquiera sé si quiero seguir acá. 

-¿Acá dónde? -me preguntó. 

-En esto -le dije, pero en realidad no sabía en qué. 

Volvimos a hablar un par de veces más, con el tiempo, pero nunca más trabajamos juntos, ni me solicitó nada. 

Las fotos de la sala de tortura quedaron así, simplemente, en una carpeta, a la espera de un texto. 

Yo volví a la sala de torturas, por cierto, un par de veces. 

Pero así y todo, no da para una historia.

jueves, 28 de enero de 2021

Arrugas.

Las enfermedades hacen su trabajo a escondidas, 
sus estragos a menudo no se ven. 


Las arrugas están siempre, me dijo, solo que al final afloran. No es que la piel se seque, se desgaste o que las células vayan muriendo. Todo eso son mentiras. Inventos que difunden los laboratorios que fabrican cosméticos y cremas para supuestamente corregir aquello. Si quieres creer eso, allá tú… pero lo cierto es que las arrugas están siempre. A lo mejor no lo expreso con las palabras exactas, o los tecnicismos o el lenguaje científico, pero al menos soy sincero y te lo digo sin ambigüedades: nacemos con arrugas. Están ahí, bajo la piel, todo el tiempo. Entre los huesos y la piel, más o menos. Lo que ocurre simplemente es que con los años salen a la luz. Se dejan ver. De a poco nos hacemos transparentes y las arrugas llegan a la superficie. Se disuelve la máscara que construimos, digamos, y entonces aparecen. Como el cuerpo de un muerto que flota sobre un lago. Así llegan a la superficie. O como las hormigas que aparecen cuando el tiempo es propicio. No te creas lo que dicen… Somos arrugaditos como pasas desde que nacemos. Solo que afloran como los muertos en el lago. Como la sangre tras la herida. O como la tristeza que se deja ver cuando alguien ha dejado de reír demasiado fuerte. Tal vez no me tomes en serio, pero yo sé de lo que hablo. Esa es mi verdad, no mi teoría.

martes, 26 de enero de 2021

Demasiada gente en todas partes.


Había gente hablando sola,

Parecía un sueño. 

No digo un buen sueño. 

Solo un sueño. 

Un sueño de gente hablando sola. 

Caminaban por las calles, apuradas. 

Miraban las vitrinas. 

Cambiaban, de vez en cuando, el ritmo de sus pasos. 

Eso hacía la gente y si te fijabas bien, hablaban solas. 

O sea, hablaban solas de igual modo, pero solo si te fijabas bien, veías eso. 

Y claro… entonces pensabas que podía ser un sueño. 

Un sueño en que la gente hablaba sola. 

Podías ver los detallas y anotar todo aquello que ocurría. 

Seguramente algún especialista podría asignarle un significado a todo eso. 

No digo un buen o mal significado. 

Solo un significado. 

De hecho, no sea si sea posible que un significado sea bueno o malo, de forma alguna. 

No debiese haber adjetivos para los significados. 

O no debieran existir los adjetivos, sin más, no importa a qué palabra se adhieran. 

Cuando habla sola, por ejemplo, la gente no utiliza adjetivos. 

No al menos si es honesta, esa gente, cuando habla sola. 

¡Tanta gente hablando sola!, me escucho decir entonces, en voz alta. 

Me sorprendo un poco, al hacerlo, pero la observación es cierta. 

Hay demasiada gente en todas partes. 

No digo que sean buenas o malas personas. 

Ya he comentado algo, sobre eso. 

Solo constato lo que observo. 

El hecho de que hay gente hablando sola. 

El hecho de que parezca un sueño. 

Y el hecho de que este texto, termine ahora, justo aquí.

lunes, 25 de enero de 2021

El desengaño.


I. 

Si hubiese tenido solo una hoja 
para desarrollar su obra, 
dicha hoja habría estado siempre en blanco. 

Y es que todo lo que habría hecho 
serían bocetos, 
ensayos, 
proyecciones. 

Cientos de ellos, 
pero nunca tocar la hoja. 

Nunca ensuciarla, digamos. 

No lo planeó así, 
pero así se habría dado, ciertamente. 

Día a día. 

Mes a mes. 

Año a año. 

La hoja en blanco, sobre la mesa, 
hasta quién sabe cuándo. 


II. 

No es que fuesen malos 
sus ensayos. 

Tampoco es que actuase con desdén, 
o le faltase energía. 

De hecho, es probable que trabajara más 
que todos nosotros. 

Pero el problema es que, 
como les decía, 
de haber tenido solo una hoja, 
esta habría quedado en blanco. 

Sobre una mesa, 
envejeciendo igual 
como envejecemos todos. 

Eso habría pasado. 

Si alguien dice otra cosa 
será simple desconocimiento. 

Muérdase la lengua, 
el lector, 
si quería opinar,
o cuestionar algo. 


III. 

Probablemente habría muerto 
sin tocar la hoja. 

Si el tiempo fuese deprisa 
(y él tuviese solo una hoja) 
eso es lo que habría pasado. 

Todo en torno a él, 
sin embargo, 
serían signos. 

Cuatro mil bocetos, digamos, 
en torno a una hoja. 

Eso es lo que habría sido, 
de haber sido ya el tiempo. 

Día a día. 

Mes a mes. 

Año a año. 

Que comprenda el que quiera comprender. 

Y que entre al corazón 
lo que acostumbramos rechazar. 

El temor de perderse y no saber. 

El amor por uno mismo. 

El desengaño.

En todo lo demás era como cualquier otra.


En todo lo demás era como cualquier otra. 

Pero a ella le desagradaban profundamente las cosas que crecen. 

Lo encontraba antinatural, incluso. 

Si hablabas con ella te lo explicaba casi de inmediato. 

Lo hacía de forma sencilla, didáctica incluso. 

Sin darle muchas vueltas. 

Le desagradaban los cuerpos, por ejemplo. 

Los seres vivos. 

No por estar vivos, sino por crecer. 

Así lo veía ella, al menos. 

Así lo explicaba. 

Tejidos que formaban órganos y fluidos que aumentaban su volumen, decía. 

Lo explicaba con una mueca extraña. 

Y es que de cierta forma eso le daba asco. 

Imaginaba protuberancias, malformaciones. 

Veía el crecer como la primera etapa de la descomposición, como parte inicial del declive. 

Crecer como comenzar a pudrirse, recalcaba. 

Como no saber existir. 

Como una pérdida de equilibrio. 

Para ella un gusano envuelto en un capullo debía seguir siendo, al final, un gusano envuelto en un capullo. 

La belleza era permanecer, decía ella, pero pocos lo sabían. 

Por eso el arte, por ejemplo, era algo fijo. 

Y por eso el amor, entre seres vivos, no funcionaba en lo absoluto. 

Todo esto lo decía directamente. 

Sin buscar ofender, me refiero. 

Sin intentar atacar a nadie en particular. 

Solo prefería el silencio. 

La no-sensación. 

Las piedras. 

Te lo dejaba en claro apenas la conocías. 

En todo lo demás, era como cualquier otra.

domingo, 24 de enero de 2021

Le gustaba apostar, desde pequeño.


Le gustaba apostar, desde pequeño. 

Ante cualquier cosa o evento, siempre intentaba apostar. 

Que va a llover mañana. 

Que papá no va a llegar esta noche. 

Que el próximo auto que pase por la calle será rojo. 

Como no tenía nada realmente suyo apostaba con acciones. 

Si perdía cortaba el pasto del jardín. 

Lavaba los platos por tres días. 

Cosas de ese estilo. 

A cambio ganaba pequeñas sumas de dinero, permisos u otras acciones que, con el tiempo, comprendimos que no le importaban en lo más mínimo. 

Era el hecho de apostar lo que le interesaba. 

Lo entendimos en principio como un desafío. 

Una manera de enfrentarse a la autoridad. 

De salir victorioso ante las probabilidades. 

De imponer una certeza desde la incertidumbre. 

Nadie vio la gravedad. 

La situación resultaba chistosa y a lo más cansaba un poco. 

Había que limitarlo, simplemente. 

Decir que con ciertas cosas se podía apostar y con otras no. 

Decir que su abuela moriría en el próximo año, por ejemplo, era tentar la desgracia. 

Él lo entendió y lo aceptó así. 

Sin embargo, con los años comenzó a sacar las apuestas de su casa. 

Y con eso, los límites impuestos perdieron su valor. 

Se abrieron otros espacios. 

En el colegio, en la universidad y luego en su vida adulta, más privada. 

Yo lo conocí en ese entonces. 

Trabajaba simplemente para adquirir más cosas que pudiese apostar. 

Casi nadie aceptaba sus apuestas, pero ponía todo sobre la mesa. 

Su tiempo. Su dinero. Sus posesiones. 

Me pareció que incluso veía como un triunfo el que no aceptaran el desafío. 

Tal vez por eso comencé a aceptar. 

A subirle la apuesta incluso, cuando estaba en mis posibilidades. 

A su favor, diré que nunca rechazó alguna. 

A mi favor, diré que siempre corrí, al menos, el mismo riesgo. 

Ahora algunos me culpan, pero yo tuve suerte, simplemente. 

Solo ocurrió, digamos, lo que tenía que pasar. 

No me quedé con sus pertenencias. 
No me aproveché en lo absoluto.

Yo creo que, secretamente, siempre quiso perder todo.

sábado, 23 de enero de 2021

Tiotimolina resublimada.


Me encontré con ella de casualidad, una vez. 

Solo una vez, sin buscarla. 

Todo fue tan extraño que decidí no narrarlo ni dar detalles. 

Todo tan extraño que decidí incluso no sentirlo. 

O intenté, al menos, no sentirlo. 

Supongo que lo logré, aunque en el proceso, dejé también de sentir otras cosas. 

Olvidé, más bien, sentir otras cosas. 

No parecía algo grave y, si me preguntaban, hasta habría considerado que se trataba de un precio justo. 

Excesivo, tal vez, pero justo. 

Un precio, me refiero, que habría estado dispuesto, conscientemente, a pagar. 

Por eso, aclaro, no lo cuestioné entonces. 

Tampoco lo juzgo ni lo cuestiono ahora. 

Después de todo, ni la cabeza ni el corazón saben a ciencia cierta cuando hacemos lo correcto. 

Y si lo saben no lo dicen. 

O si lo dicen no tenemos cómo distinguir quién de los dos nos habla. 

Ni podemos comprender si está en lo cierto. 

Respecto a ella, no hubo más casualidades, al menos por mi parte. 

Y es que las probabilidades, supongo, estaban en contra. 

Además de la distancia, por supuesto. 

¿Sabían que Asimov escribió que la tiotimolina resublimada se disolvía 1,2 segundos antes de entrar en contacto con el agua? 

¿No lo sabían? 

Pues yo no voy a hablar, al respecto.

viernes, 22 de enero de 2021

El sol respira (y otras observaciones).


I. 

El sol respira. 

No muy bien, pero respira. 

La luna solo exhala. 

Muy de vez en cuando, 
la luna exhala. 

De hecho, 
siempre puede ser 
su última exhalación. 

Luego ya sería 
solo un cuerpo. 

Uno más 
en el espacio. 

O algo así. 


II. 

Neptuno no respira. 

No hace nada, Neptuno. 

Tiembla un poquito, 
pero puede ser por el frío. 

Incluso si pudiese respirar 
no lo haría. 

Aguantaría la respiración, 
supongo, 
para llamar la atención 
de los demás. 


III. 

Júpiter nace. 

Hace mucho que Júpiter está naciendo. 

Puede que esa sea, 
incluso, 
su forma de existir. 

Saturno, en cambio, 
ya nació, pero no sabe. 

Dejó de crecer 
todavía en el vientre 
y prefirió no saber. 

No lo culpo, por eso, 
sin embargo. 

No saber es jugar limpio. 

El saber es sucio. 

El conocimiento es sucio. 

Y las palabras. 


IV. 

La Tierra observa. 

O debiese observar, más bien. 

Sin embargo, en vez de observar 
se queja, 
diciendo que no tiene 
donde posar la vista. 

Aunque claro, para ser justo, 
quien se queja no es la Tierra. 

Y es que la Tierra no saca aún la voz. 

Su voz está contenida, de hecho,
dentro de la tierra. 

Hablar supondría el desgaste. 

El deterioro. 

Ya ven lo que le pasó a Marte, 
por decir lo que dijo. 

Y nadie lo escucho.

jueves, 21 de enero de 2021

Nada especialmente entretenido.


I. 

Todo estuvo bien, no lo niego, 
pero no hubo nada especialmente entretenido. 

Tal vez fue que no vino el asesino. 

O que las expectativas fueron demasiado altas. 

Tuvimos que hacer como si no esperáramos 
algo distinto, 
pero sin duda lo esperábamos. 

Podía notarse en los rostros. 

En las expresiones. 

Y hasta en la falta de expresiones. 


II. 

A veces, esas noches, 
jugamos a que uno de los presentes 
es Dios. 

Solo por verlo. 

Por excedernos. 

Elegimos a alguien porque sí. 

Al azar. 

Sin comentar nada de nuestras elecciones. 

Luego observamos su comportamiento. 

Sacamos conclusiones. 

Cómo es. 

Quién es, realmente. 

Por qué nos hizo. 

Qué quiere de nosotros. 


III. 

Las conclusiones esta vez fueron sencillas. 

Yo elegí aun tipo de camisa azul. 

Lo observé toda la noche. 

Dio vueltas por el lugar. 

Barajaba unas cartas con una de sus manos. 

Bebió dos tragos, que no lo marearon en lo absoluto. 

Habló con una mujer silenciosa 
y no muy agraciada. 

Dios es un jugador, concluí. 

Pero es un jugador que no apuesta. 

Y es que, como todo es uno, para él, 
cualquier apuesta es absoluta. 

El mismo se apuesta, me refiero, 
cuando apuesta. 

Por eso no lo hace. 

Anoté mis observaciones en una servilleta. 

Incluso otras que no menciono.

Luego boté la servilleta. 

Respecto a mí, por cierto, 
confirmé que no le intereso 
en lo absoluto.

miércoles, 20 de enero de 2021

Figuras de cartón.


I. 

Hacías figuras de cartón. 

Figuras con forma humana. 

Buscabas modelos en fotos y revistas. 

Luego proyectabas. 

Con cuidado cortabas sus bordes. 

No aceptabas fallas. 

Te gustaba reforzarlas hasta que podían mantenerse de pie. 

Solo entonces te sentías orgulloso. 

Las observabas. 

Las ponías frente a ti. 

Ya terminada, comenzabas otra. 

Todo lo demás, carecía de sentido. 


II. 

Puestas así, sobre el escritorio, 
o sobre el piso, 
las figuras fueron cubriendo cada vez 
mayor espacio. 

Algunas, incluso, 
comenzaron a reunirse con otras. 

Tenían trajes afines, 
tamaño, 
o hasta actitudes 
que te obligaban a ponerlas así, 
unas junto a otras. 

Mejoraste tu técnica, con el tiempo, 
aunque te negaste a retocar 
a las primeras. 

Sus errores les pertenecían. 

No te sentiste con derecho 
a transformarlas. 


III. 

Como eran planas, sin embargo. 

Rígidas. 

Debías cuidar su posición. 

Me refiero a que no podías ponerlas en un ángulo 
que delatara su falta de volumen. 

Además, por atrás no eran figuras. 

No estaban pintadas, por ese lado. 

Eran solo trozos de cartón 
y soportes 
para mantenerlos verticales. 

Para alguien que las viera 
desde esa posición, 
al menos, 
eso es 
lo que habrían sido. 


IV. 

Con el pasar del tiempo 
las fuiste guardando en cajas. 

Ya no había espacio 
para mantenerlas de pie. 

Aun así, 
cuando terminaste la última, 
pusiste los cientos de figuras sobre el piso 
y te dedicaste a observarlas 
por última vez. 

Cada figura, pensabas, 
había encontrado su lugar perfecto. 

Dentro de ellas, incluso, 
te pareció que algo 
había encontrado su lugar. 

No las fotografiaste. 

No se las mostraste a nadie. 

Solo volviste a guardarlas. 

En grupos que amarraste con cáñamo, 
sin saber por qué. 

Cuando recuerdas todo aquello, 
hoy en día, 
te asustas un poco de ti mismo, 
y si te preguntan entonces en qué piensas, 
dices que estás pensando en nada 
o en otra cosa. 

Y tu corazón late más rápido. 

Y no sabes por qué.

martes, 19 de enero de 2021

Sueño con cerdos.


Sueño con cerdos que caen por un acantilado. 

Se abalanzan hacia él, más bien, como si huyeran de algo. 

Nada los persigue, en todo caso. 

Nada logro ver tras ellos. 

Simplemente siguen de largo, frenéticos, cayendo por la pendiente, golpeándose entre las rocas hasta ser cuerpos sin vida, al fondo del barranco. 

Como no sé bien qué hacer -y el sueño se repite cada cierto tiempo-, pienso en ir hasta el fondo del acantilado, y acabar con esos cerdos. 

No es que los cerdos se levanten y vuelvan a arrojarse una y otra vez. 

Tampoco es una secuencia eterna como esas de corderos saltando sobre una cerca. 

Pero me da la impresión que aquello que impulsa a los cerdos escapa de ellos una vez que mueren. 

Como si el intento de los cerdos por acabar con eso que los impulsa, fuese infructuoso, y ellos no lograsen comprenderlo. 

Por eso en el sueño ahora bajo por el barranco. 

Entierro un cuchillo en los cerdos y busco que se desangren. 

Una vez la sangre cae a tierra, la cubro de piedras, pesadas, para que no escape. 

Luego quemo los cuerpos. 

O eso intento, al menos. 

El proceso es lento. 

Agotador, incluso. 

Nunca termino la labor, cuando despierto. 

Al quemarse, la piel de los cerdos arroja un hedor insoportable. 

Casi tanto como la sangre. 

Cuando regreso al sueño siguen cayendo cerdos, pero son menos. 

Tengo en mis manos un cuchillo de piedra. 

Las rocas que cubren la sangre suelen estar tibias, como si les diera el sol.

lunes, 18 de enero de 2021

Ajeno.


Sabíamos que tenía problemas, pero siempre se veía tranquilo. Silencioso. No digo que me arrepienta y que debimos haberlo ayudado… Eso ahora lo dicen todos. Pero se veía tan calmado, tan ajeno a nosotros que esa era una acción que nunca hubiésemos considerado realizar. Todo el que ahora diga otra cosa está mintiendo. No se trata de ser malos o indiferentes. Solo intento ser honesto ahora que ya no hay vuelta atrás y llegan ustedes con preguntas que no sé bien hacia dónde se dirigen o qué pretenden. Además, si observamos la situación con detención nunca lo atacamos ni nada parecido. A lo más algún comentario del que él nunca se enteró y que tampoco buscaba hacer daño. Si me preguntan, yo creo que le ocurrió lo mismo que a un contador Geiger… de esos que miden la radiación de un lugar. El otro día lo veíamos en clase y se me ocurrió pensar eso. Cuando uno de esos contadores es expuesto a mucha radiación… a una radiación realmente excesiva, me refiero, arroja una lectura que tiende a cero… Con él yo creo que pasó lo mismo. Su actitud, su forma de existir incluso, tendía a cero. Nunca mostró otra cosa. Si quieren saber por qué no hicimos otra cosa pueden anotar eso. No buscar generar culpas y esas cosas. Además, están los problemas de nosotros… siempre se olvidan de eso. Nadie nunca habla de los problemas de nosotros… Por eso yo creo que somos así.

domingo, 17 de enero de 2021

Lengua muerta.


Les pregunté por qué no salían a jugar y me miraron como si hubiese dicho una estupidez. Como si no hubiese un sitio al cual salir o como si el jugar fuese una acción obsoleta. Un verbo en latín. Una oración fuera de tiempo. La hora que marca un reloj desfasado. Un yogurt vencido al fondo de un refrigerador. 

-Disculpen -les dije- Lo que pasa es que me expreso en una lengua muerta. 

No sé por qué le dije eso. Apenas lo dije me arrepentí de haber hablado. Siempre cuando me indigno o me enojo tiendo a disculparme yo, supongo que para abandonar esa sensación… no sé… Tampoco me entiendo muy bien a mí mismo, si soy sincero. 

Ellos me observaron y comentaron algo entre ellos, sin hablarme directamente. No parecían molestos, sino levemente alegres. Como si yo los divirtiera de cierta forma. Como si los divirtiera y al mismo tiempo no los observara. Como si fuesen muertos, de cierta forma. Fantasmas en un mundo incapaz de verlos. O seres reales, tal vez, en el que yo era, más bien, el fantasma. 

No sé bien cómo explicarlo. Pero si alguien me hubiese dibujado en ese instante habría dibujado también una bandera atrás, flameando. Como uno de esos memes que hacen ahora. Yo adelante diciendo cosas (porque había vuelto a hablar, ciertamente) y atrás una bandera que flamea. Yo y la bandera, nada más. Sin palabras. La bandera de un país que ya no existe.

sábado, 16 de enero de 2021

Pijamas y pantuflas.


Se molestó porque en esa oportunidad le regalamos pijamas y pantuflas. Nos acusó de coordinarnos. De armar un complot contra ella ya que supuestamente queríamos verla en cama, disminuida, postrada incluso. Al principio pensamos que bromeaba, pero pronto descubrimos que lo decía en serio. Se veía molesta, enojada… como si realmente la hubiésemos ofendido o quisiéramos hacerle algún tipo de daño. Así, casi gritándonos, nos confesó que ya nos venía observando desde años anteriores. Sospechaba de nosotros. Y es que este era un plan, según ella. Había querido ignorarlo, pero ya habíamos sobrepasado sus límites y ahora nos acusaba de atacarla directamente. De herirla. De humillarla. Recordó la cama nueva. Un cubrecama. Almohadas anatómicas. Libros para entretenerse desde el reposo. Todo lo interpretaba hasta hacerlo encajar en esa teoría que nos sorprendió en un principio, aunque más tarde debimos admitir que, tal vez inconscientemente, parte de aquello de lo que nos acusaba podía ser cierto. No en lo de hacerle daño, por supuesto… no en la voluntad de hacerlo, me refiero, pero sí… tal vez si éramos honestos teníamos una visión de ella que motivaba nuestros obsequios… y puede que sí… que prefiriéramos verla en cama en vez de haciendo otras cosas con dificultad, con un esfuerzo que nos hacía sentir culpables… No lo admitimos, en todo caso. Negamos en esa oportunidad y prometimos que la próxima vez le regalaríamos otras cosas… Artículos para una vida más activa, dijimos… Cosas para salir, para vestir de día… un viaje, tal vez. Así calmamos un poco su enojo, esa vez, aunque no sé si creyó realmente en nuestras intenciones. Ahora, de todas formas, ya es imposible saberlo. No tuvimos posibilidad de regalarles otras cosas. Cuando guardamos sus cosas, vimos que sus pijamas y pantuflas estaban intactos, en una bolsa, al fondo de un cajón. Ni siquiera los tocamos. Nos quedamos en silencio, simplemente. Cerramos el cajón.

viernes, 15 de enero de 2021

Correspondencia.


Querido Vian: 

Hoy tampoco fue mi cumpleaños. Qué frustración. No sé cómo hacen todos que lo esperan así, sin desesperarse durante tantos días. Yo en cambio me levanto ansiosa y lo compruebo cada mañana. Miro el calendario, reviso mi carnet… ya sabes, por si acaso con los nervios uno confunde las fechas. Pero no. Resulta que otra vez no es mi cumpleaños. Y lo triste es que es poco probable recibir regalos si no es tu cumpleaños. Navidad no la ansío tanto porque ahí también debemos hacerlos y eso no siempre es bueno. En tu cumpleaños es distinto. Tú solo los recibes. Los abres. Te alegras incluso aunque no recibas gran cosa. En este sentido tú sabes que no soy exigente. Espero con ansias el cumpleaños y por continuidad los regalos, pero el contenido de los regalos no me inquieta. Me alegra el gesto, más bien. La sorpresa. El tener algo que antes no tenías. Con esto me refiero a dos cosas: al objeto mismo que contiene el regalo y a la certeza de que eres importante (hasta cierto punto) para aquel que te ha regalado algo. Tal vez ya te he explicado esto en otras ocasiones, pero me nace decirlo, mientras escribo. Igual como me nace comprobar si es mi cumpleaños, cada mañana... ¿Tú no esperas eso? ¿No te levantas cada mañana con la esperanza secreta de que hoy sí ocurra eso improbable que es el cumpleaños en una fecha que tal vez no corresponda…? ¿No te ilusiona tener algo que antes no tenías? Escríbeme pronto y contesta mis preguntas. Si es mi cumpleaños, cuando respondas, ojalá adjuntes un pequeño regalo… o vengas a dejarlo, no sé… Ya sabes que acá -y sobre todo en mi cumpleaños-, son todos bien recibidos. 

Cariños. Espero tu respuesta. 

F. 


Estimada F.: 

Recibí tu carta. Para tus preguntas mis respuestas son negativas. Supongo que tiene que ver conmigo, no digo que desestime tus anhelos. Son válidos en cuanto te sean válidos. 

Por otro lado, no envío nada adjunto porque no es tu cumpleaños. Aclaro, sin embargo, que no se trata de una acción egoísta ni mezquina. Después de todo, si recibes regalos en otras fechas, tu cumpleaños perderá el sentido, y sin quererlo te habré hecho un daño. 

Que todo ande bien y que lo que anhelas llegue pronto. 

(Y ojalá que cuando llegue, te deje satisfecha)

Saludos cordiales.

Vian.

jueves, 14 de enero de 2021

Pesas demasiado para el río.


I. 
Pesas demasiado para el río. Para este río, al menos. Apenas un arroyo en el que pretendes dejarte ir, sin éxito. Así, apoyado sobre las piedras, a medias sumergido, sientes el agua pasar por tus bordes, dejándote en el mismo sitio. Abandonándote, de cierta forma. Eso sientes, mientras pasa el río. 

II. 
Por otro lado… si el río te llevara, ¿a qué lugar quieres que te lleve? ¿Es solo un dejarse ir lo que buscas o es necesariamente llegar a otro sitio? ¿Acaso no buscas abandonar tu peso, simplemente? Ser el río, digamos. Por un instante ser el río. Ir con él, me refiero, no ser arrastrado por él. Si me preguntas, eso es lo que buscas. 

III. 
No te confundas. No te mientas. No hay otra orilla. Todo es siempre la misma orilla. Eso es algo que sabes. Algo que repito, sin embargo, porque tal vez prefieras pensar que hay otras posibilidades. Engañarte con eso. Mentirte con eso. No lo hagas. No hay otra orilla. El río te deja en el río. Te devuelve a ti mismo. Te deja en tu propia orilla. El agua pasa por tus bordes y no te mueve. ¿Lo entiendes? El mundo no te perteneces. Ese eres tú.

miércoles, 13 de enero de 2021

Lees el libro...


Lees el libro del escritor que hizo eso que tú no hiciste. No escribir el libro, pues tú también escribes, sino elegir la vida que pensaste y que luego no tomaste. El libro no es malo. Los relatos son similares a los que tú, probablemente, escribías en otra época. Desconocidos que deciden vivir juntos. Personas que se preguntan para qué sirven sus acciones. Individuos que parecen no estar conformes, en definitiva, con su propia vida. Lees los relatos uno a uno y más allá de alguno que te sorprende los encuentras similares a los de otros autores, principalmente norteamericanos de hace veinte o treinta años, que leíste en otra época. Más allá de los relatos, sin embargo, lo que haces es volver una y otra vez a la información del autor. En ella se comenta que el autor abandonó su trabajo (tu mismo trabajo) y que se fue a vivir a la zona en que tú mismo, incluso, consultaste por terrenos en algún momento, cuando aún creías firmemente en la necesidad de todo aquello. Tal vez él deseó más esa vida, piensas, aunque sabes que eso no es cierto. O no es exacto, más bien. Después de todo, no es que envidies su vida o el libro que has leído. Sabes que ese libro no cambia nada, me refiero, a pesar de ser honesto y estar bien escrito. Poco después, con una extraña sensación, cierras el libro y lo dejas en el suelo, junto a una pila de otros libros que tampoco tienen ubicación en tu biblioteca. Mientras haces eso, piensas que tal vez debieses llegar a una conclusión, pero no se te ocurre a cuál.

martes, 12 de enero de 2021

En asientos separados.


Viajaron en el mismo avión, pero en asientos separados. 

No voluntariamente, por supuesto, sino porque no encontraron pasajes para asientos contiguos. 

Por un momento pensaron en pedir un cambio a las personas que se encontraban a su lado, pero finamente aceptaron la situación, sin querer complicarse con la situación. 

Ella se dispuso a leer un libro de Auster y él aprovechó de responder unos mails, desde el celular. 

Tras unas horas de viaje ambos pensaron en escribirse por whatsapp, pero no supieron qué decirse. 

Ella pensó que era mejor que él hablara primero, y él estaba un tanto molesto ya que la culpaba por la compra a última hora de los pasajes. 

El viaje fue tranquilo, como cabía esperar. 

Como el vuelo era de seis horas ambos decidieron intentar dormir un rato. 

Ella se fijó que él reclinó su asiento y se dispuso a hacer lo mismo. 

Como tuvo algún inconveniente su compañero de asiento le ayudó. 

Era un hombre de mediana edad, en el que no se había fijado demasiado. 

Cuando avisaron que estaban próximos al aterrizaje ambos enderezaron sus asientos y cambiaron su actitud. 

A ninguno de los dos les daba miedo el aterrizaje, pero lo cierto es que se ponían bastante tensos en ese momento. 

Él pensó en escribirle por whatsapp un breve mensaje para mantener la calma, pero luego pensó que ella se molestaría y decidió no hacerlo. 

El avión aterrizó sin problemas poco después y ambos bajaron por sus pasillos, hasta que se encontraron en la columna de bajada del avión. 

Caminaron uno al lado del otro, como dos desconocidos. 

Sintieron que habían llegado a un lugar completamente distinto.

lunes, 11 de enero de 2021

Ella cuenta.


Ella cuenta que en ese tiempo vivía con sus hermanos y que no tuvieron problemas para tener unos pingüinos como mascotas. 

Eran tres hermanos, en total, y tres pingüinos, por lo que todo se correspondía sin mayores complicaciones. 

La región en que vivían era lluviosa y fría, pero de todas formas esos pingüinos aguantaban bien hasta los veintiséis o veintisiete grados, según les habían informado. 

Alcanzaron a tenerlos poco más de dos años, por lo que observaron cómo cambiaban plumas y fueron testigos de extraños comportamientos que, como niños, parecían divertirlos, nada más. 

El pingüino que ella tenía se llamaba Elvis. Era el más pequeño de los tres y probablemente el más tranquilo. 

Tal vez por eso, fue atacado por el perro de la casa, quien le dio muerte durante una noche particularmente helada, enterrándole los dientes en el cuello y arrastrándolo por el lugar. 

Ella lloró, por supuesto, y trató de consolarse con el pingüino de alguno de sus hermanos, pero esos eran animales poco dóciles y no se acercaron a ella, mayormente. 

Sus padres, por otro lado, ya no querían tener nuevos pingüinos, por lo que desestimaron las peticiones de su hija, como también se acostumbraba hacer por aquel entonces. 

Los pingüinos de sus hermanos, en tanto, desaparecieron sospechosamente un mismo día, meses después, sin que lograsen obtener alguna pista al respecto. 

Tal vez por eso, cuando ella cuenta la historia, todo está lleno de espacios vacíos y parece de cierta forma una ensoñación. 

Yo, mientras la escucho, la observo directamente y comprendo que miente. 

Tuvo un pingüino, eso es cierto, pero todo ocurrió realmente de otra forma.

domingo, 10 de enero de 2021

Esferas de piedra.


Trabajó algunos años en Costa Rica, junto a un equipo que buscaba y desenterraba esferas de piedra, como patrimonio de la humanidad. 

Fueron tres años de trabajo en los que, junto a su equipo, desenterraron casi cincuenta esferas, relativamente pequeñas, de no más de medio metro de diámetro. 

Durante ese periodo tuvo una relación con una periodista que fue varias veces a consultar sobre los avances en la búsqueda, ya que escribía reportajes relacionados con la arqueología e historia antigua de la zona. 

Ella tenía dos hijos que estudiaban en Estados Unidos y vivía con una prima en una zona cercana a la de la búsqueda de las esferas. 

Él, en tanto, tenía una esposa y una hija a las que veía en verano, cuando viajaba durante un mes a su país y se comprometía a no alargar el trabajo más allá de la fecha programada, que siempre se consideró de tres años, como máximo. 

Por lo general llevaba fotos, que les mostraba directamente en sus viajes, pues no tenia permitido compartir nada sobre los hallazgos por lo que no se atrevía a enviarlas a distancia. 

Así, entre esas fotos, su esposa observó una en que él aparecía demasiado cerca de la periodista, por lo que le hizo unas preguntas. 

Él se mostró ofendido ante esas preguntas, y le aseguró a su esposa que solo se dedicaba al trabajo, y volvió a mostrarles fotos de las esferas. 

Lo principal, según decía, no era el tamaño ni la perfección, pero sí la ubicación de cada una, pues eran de las pocas que no habían sido movidas con anterioridad y podían revelar patrones relacionados con constelaciones o arrojar otros datos que pudiesen ser analizados. 

Fue semanas después de una de esas visitas que el hombre se enteró que tanto su esposa como la periodista estaban embarazadas, con un par de meses de diferencia. 

Eso ocurrió durante su ultimo año en Costa Rica. 

Hasta dónde sé, el hombre regresó con su esposa, aunque mantiene contacto con la periodista. Con ambas tuvo una hija cuyos nombres desconozco. 

Las piedras encontradas están actualmente en la bodega de un museo, y la ubicación en que fueron encontradas reveló cierta relación con la posición de las islas de un pequeño archipiélago, en Indonesia. 

Nadie ha interpretado ese hecho, por cierto, ni propuesto alguna teoría lógica. 

En lo personal, aclaro, no sé nada más sobre aquel asunto.

sábado, 9 de enero de 2021

Durante un partido de fútbol.


Se enteró que el Chuma había muerto durante un partido de fútbol. 

Era un partido sin importancia, en el que apenas se contaban los goles, luego de reunirse en aquel lugar. 

Llovía levemente, esa tarde. 

Uno de ellos filmaba ese partido. 

Las caídas de alguno al resbalar en el agua. 

Los goles perdidos. 

Errores, mayormente, que cometían al jugar. 

Por eso es posible ver la reacción que tuvo cuando en medio de una jugada, le llegó la información que el Chuma había muerto. 

Dejó de jugar, por un momento. 

Se sentó a una orilla de la cancha y pidió detalles. 

Uno del equipo contrario salió a explicarle, para mantener equilibrado el juego. 

Por momentos parecía molesto, mientras escuchaba. 

De hecho, les comentó a otros que no era la forma correcta de contarle aquella información. 

Los otros sabían del hecho desde que ocurrió, hacía un par de meses. 

Él había estado en el sur, durante ese tiempo y no se había enterado de nada. 

El partido, mientras tanto, se desarrollaba a un ritmo bastante lento. 

No practicaban hace tiempo y además estaba el tema de la lluvia y que no se jugaba por algo. 

Tal vez por eso, se detuvo de pronto el partido. 

Se habló para hacer dos equipos parejos y jugar en serio, aunque fuesen quince minutos, al final. 

Entonces le preguntaron si volvería a jugar o permanecería a un lado de la cancha. 

Él dijo que no, en un principio, porque había muerto el Chuma. 

Sin embargo, ante las insistencias, decidió finalmente volver a jugar. 

Hizo un gol, incluso, aunque no lo celebró demasiado. 

La lluvia se volvió más fuerte y el partido más interesante. 

El marcador final, de todas formas, no tiene aquí mayor importancia.

viernes, 8 de enero de 2021

Cada tres años.


Me viene a ver aproximadamente cada tres años. 

Mi casa queda de paso, al parecer, del lugar donde va a renovar su auto. 

Pasa antes de renovarlo, por lo que nunca he visto el auto nuevo. 

Luego va hasta la automotora, negocia la venta, y arregla la compra de un nuevo vehículo. 

Hablamos de otras cosas, por supuesto. 

Además, yo no sé de vehículos. 

Entonces hablamos. 

Él siempre parece tener planes, aunque de cierta forma es el mismo. 

Yo también, por cierto, soy el mismo. 

Sin auto que renovar. 

Con apenas renovaciones propias. 

Abrimos unas cervezas. 

Charlamos. 

Vemos fotos de algún viaje. 

Recordamos amigos. 

Situaciones lejanas. 

Nuevos proyectos por lo que, más adelante, no nos atrevemos a preguntar. 

Esta vez, sin embargo, siento que debo probar mi amistad. 

Hacer algo por su bien, me refiero. 

Quemar su auto, por ejemplo. 

Poner veneno en la cerveza. 

Arrancarle los ojos con el sacacorchos con el que ahora, justamente, abrimos un vino. 

Tal vez así lo sacaría del ciclo. 

De esa rutina que no le hace bien a nadie. 

Nuestros hijos están grandes. 

Nuestra situación económica mejora o empeora ligeramente. 

El mundo sigue, de esta forma, más o menos igual. 

Yo me río entonces, porque él no sabe qué le espera. 

Bebe vino. 

Come carne, tal vez, demasiado cruda. 

No comprende nada, en lo absoluto. 

Ahora todo va a cambiar.

jueves, 7 de enero de 2021

Lo pensamos de esa forma.


Lo pensamos de esa forma.

En ese orden, me refiero.

No improvisamos.

No confiamos en el azar.

Hecho así, solo ocurrían las cosas que debían pasar.

Lo que era inevitable, hasta cierto punto.

Las consecuencias lógicas.

Previsibles, incluso.

No hablo acá de cosas buenas o malas, sino simplemente de efectos esperables.

Resultados, secuelas… acciones que existieron antes como predicciones.

Salvo alguna rareza o singularidad, por supuesto. 

Una excepción, en palabras simples.

Estas palabras, por ejemplo, son de cierta forma una excepción.

Una pausa forzada para reordenar procedimientos.

Sonidos para rellenar grietas en el significado previo de las cosas.

En el bloque de significados ya establecido.

Entonces, observo trizaduras y decido qué hacer.

Protejo esas grietas con estas palabras.

Las lleno de significados que buscan fortalecer una estructura.

Cubro las grietas y pulo la superficie.

Todo vuelve a ordenarse, hasta cierto punto, bajo este procedimiento.

Así lo pensamos.

Lo planificamos y llegamos a un acuerdo.

Mis palabras para cubrir las grietas.

Debía aprender a manejarlas para eso.

Buscar algunas sólidas, con significados concretos que pudieran apilarse.

Por lo mismo, si esto se viene abajo no será por mi culpa.

Si quedo entre los escombros habrá sido un hecho inevitable.

Una grieta en una grieta.

Una trizadura invisible.

Una palabra no vista al interior de otra palabra.

No será mi culpa, en resumen.

Yo he hecho, sin duda, lo que ha estado a mi alcance.

miércoles, 6 de enero de 2021

Servicio al cliente (Uñas sobre uñas).


Lo atendió una mujer atractiva. 

Tan atractiva que a él lo incomodó. 

Ella le hablaba amistosamente desde el otro lado de un escritorio. 

Para no mirarla directamente, él observaba sus manos. 

Las manos de ella, me refiero. 

Manos que parecían suaves, cuidadas. 

De uñas largas. 

Uñas que, se fijó, tenían una especie un realce. 

Algo sobrepuesto, digamos. 

Ella tiene uñas sobre las uñas, pensó. 

Como no acostumbraba mirar manos de mujeres esto le sorprendió. 

O sea, tal vez miraba manos de mujeres, pero estas no tenían mayor arreglo. 

Solo tenían uñas normales y ya está. 

O uñas pintadas, simplemente. 

No uñas sobre las uñas. 

-¿Qué es lo que dijo? -escuchó él, que ella le preguntaba-, ¿Qué dijo sobre mis uñas? 

Él la observó y vio que ella se mostraba alegre, despreocupada. 

-Usted tiene uñas sobre las uñas -le dijo, sin pensarlo demasiado. 

Ella rio un poco, nerviosa. 

Lo miró a él, y luego observó sus propias manos. 

-Disculpe -dijo él, luego de un rato-. Me distraje… Lo dije sin pensar. 

-No importa -dijo ella-. No lo había pensado así. Uñas en las uñas… 

-Disculpe… -volvió a decir él. 

Hubo un momento de silencio y luego ella intentó volver a su actitud anterior. 

Pero parecía incómoda. 

Era como si tuviera una sonrisa sobre otra sonrisa, pensó él, aunque a diferencia de las uñas no podía saber cuál era la original, la verdadera. 

Pasado unos minutos el firmó unos documentos. 

Ella parecía haber superado la situación. 

Él pensaba sobre otras cosas que siempre estaban sobre otras, pero sin mucha profundidad. 

Casi como una forma de no pensar en nada. 

Ella entonces le entregó una copia del documento y se puso de pie, para indicarle que el encuentro había terminado. 

Él también se puso de pie y se dispuso a marcharse. 

Pensó en disculparse nuevamente, antes de irse, pero determinó finalmente que era algo exagerado. 

Sonrió, dijo alguna frase de rigor y luego se fue del lugar. 

Ella llamó, segundos después, a un nuevo cliente.

martes, 5 de enero de 2021

Sin sentido alguno.


Eligió los números y los escribió en un papel.

Siete números. 

Luego dobló el papel. 

Eran números escogidos al azar, sin un significado especial. 

Todos de tres cifras, en todo caso. 

Números que memorizó, aunque sin establecer secuencias o relaciones directas entre ellos. 

Guardó el papel en un bolsillo. 

En ningún momento lo abrió o volvió a cerciorarse de las cifras, aunque en realidad, él las repetía mentalmente cada cierto tiempo. 

Entonces se encontró con ella. 

Se saludaron cordialmente. 

Hablaron de trabajo. 

Ella se quejó del clima y él se mostró molesto sobre la dificultad de encontrar un repuesto para el auto. 

Sus conversaciones no solían ser muy distantes de aquellos temas. 

Entre ellos, digamos, pero tampoco con otras personas. 

Entonces, como tomaron un café y él debía buscar una tarjeta para el pago, se encontró de pronto con el papel doblado con los números. 

Él sacó el papel y ella lo vio, doblado. 

Quizá por eso, ella le preguntó que tenía en aquel papel. 

Él le dijo que había anotado siete números, al azar, todos de tres cifras. 

Probablemente ella no le creyó, pero de todas formas aceptó la propuesta sobre intentar adivinarlos. 

Ella fue de esta forma diciendo números al azar, siete números, todos ellos de tres cifras. 

Él los escuchó atentamente y comprobó que coincidían uno a uno con los que él había escrito en el papel. 

Se sintió confundido, pero no le dijo a ella sobre lo que había ocurrido. 

O más bien, le dijo, pero con un tono que parecía broma, y como no le quiso mostrar el papel, todo quedó como una cuestión absurda. 

Sin sentido alguno. 

Además, pensó él, ella no tenía nada especial, nada los unía salvo una serie de siete números de tres cifras dichos al azar. 

Ni siquiera le gustaba, mayormente, 

Poco después, simplemente, terminaron de hablar. 

Comentaron algo sobre sus hijos y se despidieron de forma cordial. 

Comenzó a oscurecer, como todas las noches. 

Así, finalmente, el mundo siguió siendo el mismo.

lunes, 4 de enero de 2021

Niños que juegan en la noche.


I. 

Mientras armaba otro cigarro, el viejo me dijo que en esa caleta, en el sector más alejado, lleno de piedras, salían niños a jugar de noche. 

Tres o cuatro niños, casi siempre, aunque de vez en cuando se veía a un quinto, que se sentaba lejos de los otros, sin participar. 

Salen de las rocas y vuelven a las rocas, dijo el viejo. 

A veces se acercan y llegan hasta los botes, pero nunca se suben y nadie les dice nada. 

Puedes escuchar lo que dicen… pero son cosas que se olvidan luego. 

Puedes acercarte y verlo tú mismo. 

No intentes recordar nada, concluyó. 


II. 

Me acerqué a las rocas durante esa tarde, cerca del ocaso. 

Las rocas estaban más lejos, por cierto, de lo que parecía en un inicio. 

Ya antes de llegar logré ver a un primer niño. 

Era una forma borrosa, en un inicio, pero cuando apareció el segundo ya se apreciaba claramente que jugaban a algo. 

Recogían algo, entre las rocas, y comparaban luego. 

Lo mismo hacía la otra pareja de niños que apareció después. 

Correteaban entre ellos, a veces parecía que se escondían, o que tiraban pequeñas piedras, en una dirección. 

Por el lugar donde me encontraba, no veía el lugar donde tiraban las piedras, pero algo me llevó a pensar que se las tiraban a un niño que no participaba, como había contado el viejo. 

Escuchaba sus voces. 

Hacían un sonido molesto, como de pájaros viejos. 

Me alejé del lugar cuando me observaron directamente y dejaron de jugar. 

Probablemente lanzaron gritos, para que me fuera. 

Así, finalmente, yo regresé a casa y ellos regresaron a las rocas. 

Han pasado meses desde aquello. 

A veces en las noches, ya lejos del lugar, vuelvo a escuchar sus voces, como pequeñas amenazas. 

No son cosas que se olvidan luego, como dijo el viejo.

domingo, 3 de enero de 2021

¿Y si cada árbol fuese un bosque?



-¿Y si fuese así? -dijo ella-. ¿Has pensado qué pasaría si todo fuese como en el sueño que tuve anoche…? ¿Si cada árbol fuese un bosque? 

-¿Un bosque? -Preguntó él. 

Ella guardó silencio un momento y luego explicó con calma. 

-Ya te lo había dicho, pero te lo repito… Iba por un bosque, en el sueño, y de pronto me apoyaba en un árbol… supongo que iba un poco perdida, así que decidí centrarme en el árbol, calmarme de esa forma… Pero claro, entonces me di cuenta que cada uno de los árboles del bosque, era también un bosque. Sé que suena raro decirlo así, pero imagínalo de una manera distinta… secreta, si quieres… cada árbol era también un bosque… Al mismo tiempo que era árbol, me refiero… 

-¿Y era bueno eso? -preguntó él. 

-¿Me preguntas si era buena que un árbol fuese un bosque? 

-Apuntaba a la sensación -aclaró él-. ¿No es acaso más inquietante estar perdida en un bosque donde cada árbol es también un bosque? 

-No lo creo -dijo ella-. Te pierdes cuando hay un sentido, un lugar al cual llegar… pero cuando descubres que cada árbol es también un bosque, y piensas que en ese bosque, que era el árbol, hay también otros árboles que son también un bosque y que en todos ellos puede haber alguien como yo, en un sueño, sintiéndose inquieta por querer llegar a algún sitio… Lo único que queda es aceptar el absurdo y disfrutar el árbol… o alegrarse al menos por el descubrimiento… y porque una misma, tal vez, puede ser también un montón de yo mismas, descubriendo que cada árbol es un bosque… y etcétera. 

-Me gusta cuando dices eso -dijo él, sonriendo. 

-¿Te gusta cuando digo que cada árbol es un bosque? -preguntó ella. 

-No -aclaró él-. Me gusta cuando dices etcétera. 

-Puede ser -dijo ella-. Es un poco infinita esa palabra, después de todo. 

Él dudó un momento antes de volver a hablar. 

-No me gusta porque sea infinita -dijo entonces-, en realidad me gusta porque… 

-No me digas por que te gusta -lo interrumpió ella-. Prefiero que lo dejes sí.

-¿Sin explicar por qué?

-Sí -dijo ella, finalmente-. Es más lindo de esa forma.

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