viernes, 8 de enero de 2021

Cada tres años.


Me viene a ver aproximadamente cada tres años. 

Mi casa queda de paso, al parecer, del lugar donde va a renovar su auto. 

Pasa antes de renovarlo, por lo que nunca he visto el auto nuevo. 

Luego va hasta la automotora, negocia la venta, y arregla la compra de un nuevo vehículo. 

Hablamos de otras cosas, por supuesto. 

Además, yo no sé de vehículos. 

Entonces hablamos. 

Él siempre parece tener planes, aunque de cierta forma es el mismo. 

Yo también, por cierto, soy el mismo. 

Sin auto que renovar. 

Con apenas renovaciones propias. 

Abrimos unas cervezas. 

Charlamos. 

Vemos fotos de algún viaje. 

Recordamos amigos. 

Situaciones lejanas. 

Nuevos proyectos por lo que, más adelante, no nos atrevemos a preguntar. 

Esta vez, sin embargo, siento que debo probar mi amistad. 

Hacer algo por su bien, me refiero. 

Quemar su auto, por ejemplo. 

Poner veneno en la cerveza. 

Arrancarle los ojos con el sacacorchos con el que ahora, justamente, abrimos un vino. 

Tal vez así lo sacaría del ciclo. 

De esa rutina que no le hace bien a nadie. 

Nuestros hijos están grandes. 

Nuestra situación económica mejora o empeora ligeramente. 

El mundo sigue, de esta forma, más o menos igual. 

Yo me río entonces, porque él no sabe qué le espera. 

Bebe vino. 

Come carne, tal vez, demasiado cruda. 

No comprende nada, en lo absoluto. 

Ahora todo va a cambiar.

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