lunes, 11 de enero de 2021

Ella cuenta.


Ella cuenta que en ese tiempo vivía con sus hermanos y que no tuvieron problemas para tener unos pingüinos como mascotas. 

Eran tres hermanos, en total, y tres pingüinos, por lo que todo se correspondía sin mayores complicaciones. 

La región en que vivían era lluviosa y fría, pero de todas formas esos pingüinos aguantaban bien hasta los veintiséis o veintisiete grados, según les habían informado. 

Alcanzaron a tenerlos poco más de dos años, por lo que observaron cómo cambiaban plumas y fueron testigos de extraños comportamientos que, como niños, parecían divertirlos, nada más. 

El pingüino que ella tenía se llamaba Elvis. Era el más pequeño de los tres y probablemente el más tranquilo. 

Tal vez por eso, fue atacado por el perro de la casa, quien le dio muerte durante una noche particularmente helada, enterrándole los dientes en el cuello y arrastrándolo por el lugar. 

Ella lloró, por supuesto, y trató de consolarse con el pingüino de alguno de sus hermanos, pero esos eran animales poco dóciles y no se acercaron a ella, mayormente. 

Sus padres, por otro lado, ya no querían tener nuevos pingüinos, por lo que desestimaron las peticiones de su hija, como también se acostumbraba hacer por aquel entonces. 

Los pingüinos de sus hermanos, en tanto, desaparecieron sospechosamente un mismo día, meses después, sin que lograsen obtener alguna pista al respecto. 

Tal vez por eso, cuando ella cuenta la historia, todo está lleno de espacios vacíos y parece de cierta forma una ensoñación. 

Yo, mientras la escucho, la observo directamente y comprendo que miente. 

Tuvo un pingüino, eso es cierto, pero todo ocurrió realmente de otra forma.

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