sábado, 23 de enero de 2021

Tiotimolina resublimada.


Me encontré con ella de casualidad, una vez. 

Solo una vez, sin buscarla. 

Todo fue tan extraño que decidí no narrarlo ni dar detalles. 

Todo tan extraño que decidí incluso no sentirlo. 

O intenté, al menos, no sentirlo. 

Supongo que lo logré, aunque en el proceso, dejé también de sentir otras cosas. 

Olvidé, más bien, sentir otras cosas. 

No parecía algo grave y, si me preguntaban, hasta habría considerado que se trataba de un precio justo. 

Excesivo, tal vez, pero justo. 

Un precio, me refiero, que habría estado dispuesto, conscientemente, a pagar. 

Por eso, aclaro, no lo cuestioné entonces. 

Tampoco lo juzgo ni lo cuestiono ahora. 

Después de todo, ni la cabeza ni el corazón saben a ciencia cierta cuando hacemos lo correcto. 

Y si lo saben no lo dicen. 

O si lo dicen no tenemos cómo distinguir quién de los dos nos habla. 

Ni podemos comprender si está en lo cierto. 

Respecto a ella, no hubo más casualidades, al menos por mi parte. 

Y es que las probabilidades, supongo, estaban en contra. 

Además de la distancia, por supuesto. 

¿Sabían que Asimov escribió que la tiotimolina resublimada se disolvía 1,2 segundos antes de entrar en contacto con el agua? 

¿No lo sabían? 

Pues yo no voy a hablar, al respecto.

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