sábado, 30 de enero de 2021

Un musical en el que no bailaban.


Una vez, en los tiempos de los videoclubs, arrendé un musical en el que no bailaban. 

Así, infructuosamente, me pasé esperando las dos horas quince, a que lo hicieran. 

Al parecer, no era un musical, sino una película cualquiera que estaba mal catalogada. 

Mientras la veía, sin embargo, distinguí una gran cantidad de momentos en que podía comenzar el baile. 

Momentos en que el mundo daba la oportunidad del movimiento, de quebrar la estructura, de dar un giro. 

Momentos desperdiciados, pensaba entonces, ante la expectativa del musical, que no llegaba. 

Devolví la película al otro día y hasta reclamé, esa vez, por la mala clasificación. 

No me devolvieron el dinero, pero al menos la experiencia me sirvió para otra cosa. 

Algo que podría ser profundamente inútil o valioso, dependiendo de lo que estemos dispuestos a hacer, con aquel aprendizaje. 

Y es que, en concreto, aprendí a reconocer los momentos exactos en que cualquier situación (sin importar si es al interior de una película o en el mundo real), puede transformarse, sin más, en un musical. 

Puede ser durante un momento complejo, al despertar o hasta en medio de la rutina del trabajo… 

¡Son muchos los momentos…! 

Se pierden uno a uno, es cierto, pero siempre quedan más. 

Eso fue lo que aprendí, en definitiva, cuando arrendé un musical en el que no bailaban. 

Tal vez usted, sin saberlo, lo haya visto.

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