viernes, 29 de enero de 2021

Una sala de torturas.


Es cierto. El castillo ofrecía un gran número de construcciones y lugares interesantes, pero en esa oportunidad fuimos expresamente a visitar una sala de torturas. Debíamos fotografiarla y escribir mil palabras para una revista de importancia, por lo que conseguimos permiso incluso para estar solos en la sala, durante poco más de media hora. 

Habíamos investigado bastante al respecto, tanto del elemento histórico como de una serie de leyendas que circulaban sobre el lugar, y la revista había puesto en nosotros grandes expectativas. 

Por lo general no me exigían ni me sugerían nada, solo me daban un tema o lugar de partida y luego yo tenía libertad para hablar de cualquier tema, siempre y cuando hubiese un título llamativo, referencias culturales rebuscadas y unas cuantas frases llamativas antes del remate, que debía parecer genial, para que todos quedasen satisfechos. 

Esa vez, sin embargo, en la sala de torturas, no se me ocurría nada. Podía tomar cualquier elemento como punto de partida, pero lo cierto es que no lograba articular nada. Y es que, hasta la voluntad de hacerlo, supongo, escaseaba. 

Cuando venció el plazo de entrega, tres días después, tuve una reunión con el editor, quien atribuyó todo a una especie de maniobra mía para poder cobrar más o un plan para pedir otra cosa… un cambio, una sección… ni yo entendía qué. 

-No es eso -le intenté explicar-. Ni siquiera sé si quiero seguir acá. 

-¿Acá dónde? -me preguntó. 

-En esto -le dije, pero en realidad no sabía en qué. 

Volvimos a hablar un par de veces más, con el tiempo, pero nunca más trabajamos juntos, ni me solicitó nada. 

Las fotos de la sala de tortura quedaron así, simplemente, en una carpeta, a la espera de un texto. 

Yo volví a la sala de torturas, por cierto, un par de veces. 

Pero así y todo, no da para una historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales