viernes, 30 de noviembre de 2018

Lo que hace Adán en el día de la madre.


Yo creo que Adán busca.

O quiero creer que Adán busca.

No debe tener claro por qué, pero yo creo que eso es lo que hace.

Y es que el clima festivo…

Los preparativos por parte de los otros animales…

La jirafa tejiendo una bufanda hace más de seis meses…

Supongo que eso debe llevar a Adán a hacer algo.

Tal vez por eso, me es fácil imaginar a Adán buscando en el paraíso.

Un poco contrariado pues Dios le había dicho que ahí tendría de todo.

Pero claro, sobre la marcha, Adán comprendía que poco podía saber Dios sobre las necesidades del hombre, y optó por buscar en vez de conformarse con esa felicidad mediana a la que había sido invitado.

-¿Cómo que felicidad mediana? –le dijo entonces Dios, omnipresente hasta en los pensamientos más íntimos del pobre Adán.

-Mediana… -confirmó Adán, algo molesto pues Dios se había comprometido a no investigar en sus pensamientos desde que lo sorprendió imaginando esas cosas con las ovejas.

-¿No estás conforme…? –siguió diciendo Dios-, ¿me has visto infeliz alguna por no tener madre, o alguna de esas cosas superfluas?

-No sé lo que es superfllua –dijo Adán-, pero no te he visto infeliz ni feliz… lo que es casi igual a decir que no te he visto de forma alguna…

-¿Buscas ofenderme…? –dijo Dios, algo resentido-, ¿buscas que me considere culpable o sienta imperfecta mi labor? ¿Buscas que compense de alguna forma lo que tú consideras carencias? ¿Buscas…?

-No es eso lo que busco –interrumpió Adán-. Creía que ya sabías eso.

Pero Dios no contestó.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Batman dentro del traje.

“¡Si la baticueva hablara…!”
Robin

Al amanecer, recién terminado el turno, Batman llega a la baticueva y se saca el traje.

Lo cuelga en el batiperchero y recién entonces se da cuenta que se ha dejado olvidado, él mismo, dentro del traje.

Se siente un tanto ridículo así, olvidado ahí dentro, y piensa que de cierta forma es más vulnerable, de lo que aparenta.

Recién en dos horas vendrá Alfred.

Recogerá las cosas.

Limpiará el batimóvil.

Y antes de volver a la mansión recogerá el traje.

Batman calcula que serán al menos dos horas.

Ciento veinte minutos que estará ahí, colgado, dentro del traje.

Y Batman ya no sabe si en ese tiempo debe seguir siendo quién es, dentro del traje.

Para evitar complicaciones decide simplemente contar.

Números, piensa, como si fuese la solución a un acertijo.

Cuando va en el novecientos cuarenta entra Alfred.

Recoge algunas cosas.

Limpia el batimóvil.

Y cuando Batman llega al cinco mil setecientos veinte va por el traje.

Alfred, sin embargo, no se percata que Batman está aún dentro del traje.

Y lo manipula como si no hubiese nada dentro.

Seis mil doscientos cuatro y el traje ya está en condiciones vuelto al batiperchero.

Alfred se va.

Batman comienza a comprender cuando llega al ocho mil novecientos.

Entonces, deja de contar.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Otros asuntos.


Los que se preocupan por los demás
y se descuidan a sí mismos
terminan dando, con el tiempo,
un paupérrimo espectáculo.

Yo mismo participé, no lo niego,
de estas experiencias,
pero me extravié de tal forma
que hoy organizo una búsqueda
para volver a encontrar
lo perdido.

Intenté creer en teorías
que validaran estas acciones,
y hasta me parecieron,
en aquel momento,
hermosas teorías.

De vez en cuando un agradecimiento,
de vez en cuando renovabas energía,
incluso hubo ocasiones
en que a alguien realmente le servía
aquello que entregabas,
pero lo cierto es que iba hacia todos
con las manos vacías,
y mis manos se gastaron
y se llenaron de heridas
y el mundo de los otros resultó ser áspero
y amargo como pocos.

Puedo parecer frío, hoy en día,
puedo haber resguardado mis manos,
puedo pasar por el lado de aquellos
que antes me conmovían…
pero creo que debo preocuparme,
de momento,
de otras cosas.

No me pidan más
que no tengo qué entregar.

O pidan,
pero acepten,
que es justo que pase por su lado,
sin siquiera mirarlos.

Y que grite el mundo.

Y que los moribundos eleven
sus brazos a los cielos.

Y que baile sola
la chica que nadie saca a bailar…

Pero yo tengo ahora
otros asuntos.

martes, 27 de noviembre de 2018

Rey Lear.

Adopté un perro viejo y le puse de nombre Rey Lear. De vez en cuando ladra y hasta se mueve un poco, pero lo cierto es que pasa la mayor parte del día echado. Es grande y tiene el pelo largo, aunque ya algo canoso, por la edad. Intenté decirle Lear, a secas, pero me pareció que se confundía un poco. Por lo mismo, decidí seguir con el trato más solemne. De hecho, ahora hasta lo peino un poco, para que se sienta un poco más digno y no ande buscando tormentas ni se me venga abajo. Más que comer me parece que le gusta beber agua. Por lo general le lleno un gran pocillo, aunque parece disfrutar más cuando dejo correr el agua en la manguera y se la acerco al hocico. Lo hace con otro ritmo digamos, como si lo necesitase más. El otro día mientras lo peinaba me desconoció y me lanzó unos ladridos. No parece enfocar bien la vista y al parecer no le funciona muy bien el olfato. De todas formas no se lanzó a morder así que no fue peligroso. Debe haber sido un gran perro en otro tiempo, de esos que imponen respeto incluso sin ladrar. Hoy está viejo y no debiese quedarle mucho de vida. Estoy seguro que caerá un día, a sus anchas, bajo una tormenta. No parece tener miedo.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Su sueño era morir en Londres.


Su sueño era morir en Londres. No sabía por qué. Nunca había estado en la ciudad, sin embargo, cuando por alguna razón se hablaba sobre la muerte, nos terminaba contando que quería morir en Londres. Siempre creí que era una idea sin importancia, pero alguna vez en su casa me mostró un mapa donde incluso estaba marcado el lugar exacto donde quería morir. Y claro, también tenía sus ahorros destinados para ese efecto. Su idea era que, tras saber de una enfermedad terminal o cuando se edad ya le hiciera difícil proyectar mucho tiempo de vida, viajaría a Londres. No me importan los museos, nos decía. Me importa una mierda  el Támesis, el Big Ben y el London eyeYo lo que quiero es ir a morir a Londres, nada más. En tranquilidad, agregaba. Sin molestar a nadie. Y claro, como casi siempre que hablábamos de esto estábamos borrachos uno solía bromear y molestar un poco pues, que supiéramos, ni siquiera sabía hablar inglés. No se necesita hablar para ir a morir a un lugar, nos decía, los cobardes son los que hablan para intentar salvarse… pero las palabras, igualmente, nunca han terminado por salvar a nadie…  Lamentablemente para sus pretensiones, murió hace un par de días, en Rancagua, en un accidente lo suficientemente estúpido como para avergonzarme de contarlo aquí. No tuvo hijos así que no sé qué harán con sus cosas. Con su sueño, por ejemplo, ya no se puede hacer nada.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Una puerta pequeña, en mi habitación.


Cuando duermo en mi cuarto,
y sueño que estoy en mi cuarto,
siempre observo una pequeña puerta secreta
aunque a veces cambia de sitio.

Ya ni siquiera me asombro, al encontrarla,
simplemente voy hasta ella,
la observo,
y a veces compruebo
que se encuentre abierta
aunque entrar por ella
debido a sus dimensiones,
me es algo imposible de lograr.

A pesar de eso,
en ocasiones la he abierto
y he tratado de ver
qué se encuentra
al otro lado.

Y claro, 
si bien en el sueño
veo claro
y hasta tengo la impresión
al despertar
de haber hablado con alguien,
no logro recordar nada
de lo que hay tras esa puerta.

Por otro lado, ya despierto,
mientras estoy en mi cuarto,
tengo la impresión que tras de mí,
está aquella puerta,
y que se mueve al mismo tiempo que yo,
para quedar siempre
a mis espaldas.

Así, para confirmarlo,
mientras estaba en mi cuarto,
tomé un espejo entre mis manos
y lo mantuve oculto,
intentando ver a mis espaldas.

Mi sospecha resultó ser cierta:
vi la puerta.

En varios lugares,
según me movía por la habitación,
vi la puerta.

En un momento incluso,
la puerta se entreabrió
y pude ver a una mujer
de aproximadamente 30 centímetros,
con los ojos desorbitados
y vestida con harapos,
que llevaba en una de sus manos un cuchillo
y en la otra algo que me pareció
un conejo degollado.

Entonces la mujer pequeña
me miró indirectamente,
a través del espejo
y pareció reírse,
luego, volvió a entrar por aquella puerta.

Entonces,
el espejo cayó de entre mis manos
y yo hui
de aquel lugar.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Ropa para poder correr.


Su única recomendación respecto a moda, fue que siempre comprase ropa con la que pudiese correr. En principio pensé que lo decía por temas de comodidad, pero luego me di cuenta que se trataba casi de una obsesión. Si se te ve bien mejor aún, me decía. Si combina da gracias a Dios. Pero que tu prioridad sea que te permita correr. Yo le hice caso hasta los quince años y luego digamos que me rebelé un poco. Me dio un tiempo por los bototos y chaquetas largas, por ejemplo. Y eso trajo problemas. El más visible fue que me dejó de hablar por varios meses, aunque antes de hacerlo me gritó que yo era un traidor. Cuando llegue el momento de correr no podrás venir conmigo, me dijo en esa oportunidad. Tú mismo lo has elegido, sentenció. Y claro, yo había elegido los bototos y las chaquetas largas, pero no me había detenido a pensar siquiera de qué es lo que me hablaba. Qué era eso de correr, me refiero. Hacia dónde había que hacerlo y de qué había que huir. Recuerdo que se lo pregunté a otras personas, como si fuese algo natural, como si lo que les dijera fuese una anécdota o una forma de entender la pequeña manía de otro. Fue entonces que ellos intervinieron. Primero con conversaciones y luego simplemente llamando a los tipos de un hospital que llegaron hasta nuestra casa. De más está decir que huyó, apenas lo vio. Corriendo gracias a sus ropas que se lo permitían, pero yo me quedé ahí. En una casa que desde entonces ha estado siempre prácticamente vacía. Con visitas cada cierto para comprobar que todo está bien. Así que eso es lo que les digo.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Se te queda algo.


I.

-Se te queda algo –me dijo.

-¿Qué…? –pregunté.

-Digo que se te queda algo -repitió.

Yo mire el lugar donde estaba, pero no veía nada en especial.

-Encima de la mesa, parece… -agregó.

Yo mire, pero seguía sin reconocer nada, salvo servilletas, las botellas vacías, un par de vasos…

Como me dio vergüenza hice como que encontraba algo y me dispuse a salir del lugar.

-Gracias –le dije al salir.

-De nada –me contestó-. Además contigo es fácil: siempre se te queda algo.


II.

Ya al llegar a casa sentí que era cierto lo que me habían dicho.

Se me había quedado algo.

No es que recordara qué  en todo caso, sino que tuve la impresión que algo importante faltaba.

Revisé mis cosas, me miré al espejo… y hasta fui a la biblioteca, pero en ella solo faltaban los libros que de vez en cuando les presto a mis alumnos.

Sin embargo, por más que no descubriese qué podía ser, me dormí con la angustias de haber extraviado algo importante.

En algún lugar.

Quién sabe cuándo.


III.

Esa noche soñé que alguien me exigía que le entregara algo.

Tampoco entendía qué, así que esa persona me revisó por todos lados para comprobar que no andaba trayendo aquello que buscaba.

-¿Qué has hecho con lo que te entregué? -, me decía entonces aquella persona.

-Creo que lo enterré –le dije-, en algún lugar, para que no se dañe.

Y claro, justo entonces desperté, y comprendí poco a poco, de qué iba todo esto.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Produce cáncer, pero no engorda.


Este producto produce cáncer.

Produce cáncer, pero no engorda.

Digamos entonces que no es ni un buen ni un mal producto.

Estudié el caso y repasé aspectos en voz alta.

Tiene bonito envase.

Su precio no es elevado.

En fin… compraré unas cajas.

Todo eso, me dije.

Entonces probé ponerlo a la venta y no me fue mal.

Dudé un poco sobre los lugares de venta, pero al final fue lo menos importante.

Y es que sentí que la gente lo miraba con cariño, sabiendo que uno mismo no es mejor que ese producto.

Al menos es honesto, comentaba la gente.

Y al decirlo se daban cuenta que aquella era una frase difícil de decir, hoy en día.

Y ocurría entonces que llevaban uno.

O tal vez dos.

Y mientras miraban el producto intuía yo que pensaban en otras cosas.

En cosas que no se piensan juntas, generalmente.

En cosas que es un error, mejor dicho, no pensar juntas.

En la superficie y el fondo, por ejemplo.

O hasta en la vida y la muerte, en un caso extremo.

Produce cáncer, pero no engorda… leían ellos, en voz alta.

Y se sonreían un poco.

Y probaban el producto.

Y dejaban finalmente su dinero casi con alegría.

Como si estuviesen pagando, por perder de apoco su propia vida.

O como si donaran sangre, gota a gota, en un hospital.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

El esclavo.

El abuelo de mi abuelo tuvo un esclavo. Lo trajo desde Estados Unidos en los tiempos que ya se estaba cuestionando la validez de la esclavitud. No lo dejaba salir mucho de casa y lo ocupaba mayormente en labores domésticas. Reparaciones de la casa, mantener el jardín y hasta creo que cocinaba un poco. Como estaban en Chile aprendió a tocar la guitarra en vez de la armónica y hasta dicen que compuso unas cuecas. Hay una que hoy está grabada por un grupo de cueca urbana aunque el autor aparece como anónimo. La cueca se llama El almíbar. El esclavo en tanto se llamaba Jim, aunque luego de unos años en el país comenzó a hacerse llamar Jeremías. No tuvo hijos y cuando murió el abuelo de mi abuelo, Jeremías se fue a trabajar a una peluquería y entretenía a los clientes tocando alguna tonada. Cuando le hablaban sobre si había sido verdaderamente un esclavo, Jeremías cambiaba el tema aunque no negaba la situación. Todos servimos a alguien, dice en una canción que se conserva hasta hoy. Y servir te mantiene en pie. Murió seis años después que el abuelo de mi abuelo. Está enterrado junto a la tumba de varios inmigrantes que ocupan un pequeño sector en un cementerio en la décima región. No sé si en su tumba alguien haya puesto, alguna vez, una flor.

martes, 20 de noviembre de 2018

Por qué mueres joven.

Siempre dicen que mueres joven. Da lo mismo la edad que tengas. Siempre dicen que mueres joven. Al principio no me molestaba escuchar esto, pero hoy pienso que la frase esconde en realidad otra cosa. Y es que te ven joven porque tienen de ti la imagen de alguien que hizo poco… o que le quedan, en el mejor de los casos, muchas cosas por hacer. Puede no sonar mal, esto último, pero hay que tener en cuenta que en este sentido el joven es siempre quien de cierta forma está en deuda con su propia vida. Quien carece de grandes experiencias que conviertan su vida en algo pleno, en algo ya vivido. O en otras palabras, te ven joven, cuando mueres, porque no hiciste algo que pudiera dar por terminada tu vida. No llegaste a la meta. No la completaste de modo alguno. Da lo mismo su estás en eso, o si ya renunciaste a llegar. Te ven joven porque no llegaste. Así lo veo yo al menos. Y siempre dicen que mueres joven. No es linda aquella frase. No es un halago. Moriste joven porque no aprendiste a vivir. Porque te arrebataron la vida cuando aún no la vivías. Caducó un producto que no consumiste. Lo dejaste caducar, más bien. Por eso mueres joven.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Pésame.

I.

Le di el pésame por la muerte de su hijo a la vecina equivocada.

Mi hijo está vivo, me dijo.

Tal vez, le dije yo. En algún sitio.

No hueón, agregó. Está ahora mismo en su pieza, para no ir al velorio del hijo de tu otra vecina.

Ah, dije yo.

Y fui donde mi otra vecina.


II.

Mi otra vecina lloraba desconsolada, sentada en un sillón.

Quise esperar a que parara de llorar para darle el pésame.

Treinta minutos esperé, pero no se detenía.

Casi a los cuarenta hizo una pausa.

Entonces me acerqué.

Lo lamento, le dije. Esteban era un muy buen niño.

No murió Esteban, me aclaró.

Murió Rolando, el más grande.

Como no me acordaba cómo era Rolando fui a verlo al ataúd.

Es cierto, le dije. No es Esteban. Es Rolando.

Ella  volvió a llorar.


III.

Rolando me debía un libro de Pessoa.

El libro de versos de Álvaro de Campos.

Para recuperarlo dije que iba al baño, pero fui al cuarto de Rolando y saqué el libro.

Como es grande no podía ocultarlo así que me vieron luego con él.

Antes de irme, algunos pensaron que quería leer algo y se reunieron en torno a mí.

La situación era bastante incómoda.

Yo no escribo ni leo para los muertos, les dije.

Luego me fui del lugar.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Las mismas cosas.


Un amigo regresa al país tras cuatro años en Australia.

Tomamos unas cervezas mientras cuenta algunas historias sobre su vida en aquel lugar.

De vez en cuándo muestra alguna foto y yo la observo, cada vez con menos atención.

Nunca supe entender bien a qué fue y lo cierto es que tampoco comprendo a qué vino.

Tras la tercera cerveza se lo pregunto, directamente.

Él me dice que no sabe, pero que sin duda es la misma razón.

Siempre es la misma razón para todo, me dice.

Luego recordamos algunas cosas.

Casi siempre son las mismas cosas.

Le cuento de mi hijo.

De mi trabajo.

De mi propia Australia, digamos.

Hasta con canguros y koalas propios.

El día que entendamos las cosas van a cambiar las cosas, dice de pronto, como si intentase explicar algo.

Y entonces nuevamente no vamos a entenderlas, digo yo.

Algo que tampoco comprendemos nos alegra, extrañamente.

Abrimos la última cerveza.

La hacemos durar un poco más, aunque ya no hablamos mucho más.

Tal vez cuando pasen algunos años quiera volver a Australia, me dice, cuando nos despedimos.

Yo sé que está mintiendo.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Un dedo meñique y una cifra.


Me envían un dedo meñique y una cifra.

El dedo tiene la uña pintada color rosa y la cifra está formada por siete dígitos.

Horas después recibo un celular, aparentemente nuevo.

Pongo las tres cosas sobre la mesa y comienzo a pensar.

Podría concluir que la cifra es un número al que hay que llamar y que el meñique me sirve para marcar en el teléfono.

Pero claro, la cifra tiene el signo $ adelante y marcar con ese dedo no debe ser del todo cómodo.

Me tomo una cerveza para pensar mejor.

Luego otra, para potenciar el efecto.

En eso suena el celular.

No me gusta hablar por teléfono así que no contesto.

Sin embargo vuelven a llamar y ya en el tercer intento, me decido.

-Queremos que lleve el dinero al lugar que le diremos –me dicen-. No sea estúpido. No hable con la policía. Si lo hace como le decimos la recuperará, sin problemas.

-¿La recuperaré…? –pregunté.

-Sí. Una vez entregue el dinero la recuperará.

-¿A quién recuperaré? –insisto.

-Usted sabe –agregan-. Todos quieren recuperar algo. En este caso la dueña del meñique.

Entonces me dicen el lugar para que lleve el dinero, mientras yo le doy vueltas al asunto.

-Lo queremos en billetes chicos –señalan.

-¿Como los del Monopoly? –pregunté.

-No sea hueón… -agregan-. Lleve el dinero en una mochila y la deja donde le dijimos… ¿Entendió?

-De entender sí… pero lo que pasa es que no tengo –digo.

-¿No tiene mochila?

-No es eso.

-¿Dinero?

-Pues no tengo, pero no me refería a eso.

-¿Está jugando con nosotros?

-No… solo me refería a que no tengo nada que quiera recuperar…

-Claro, si lo tuviera no podría recuperarlo… -me dice.

-Pero tampoco no lo tengo… no hay nada que ya no tenga que quiera recuperar…

-Pues se va arrepentir, señor Bian… sepa usted que…

-Espero, ¿dijo Bian? –lo interrumpí.

-Claro. Fuerte y claro. Con voz de macho.

-Parece que se equivocó entonces… Yo soy Vian, no Bian… Creo que me confunde usted…

-¿Está seguro?

-Eh… sí… Hasta donde sé estoy seguro.

Entonces quién me habla se queda en silencio y me llegan murmullos de una discusión, desde el otro lado.

-Entonces necesitamos que nos devuelva el meñique y el celular, señor Vian –me dicen-. En el mismo lugar que le habíamos señalado.

-Lo hago, pero si me pagan el taxi –digo yo.

-Uber –dicen ellos.

-De acuerdo –conluyo-. Puedo salir en veinte minutos.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Un ejército acampando en las afueras de una ciudad.


Un ejército acampado en las afueras de una ciudad.

Somos un ejército acampando en las afueras de una ciudad.

Una ciudad que ninguno de nosotros, ha visto.

Esperamos.

Esperamos una orden que no llega.

Algunos, incluso, han olvidado qué aguardamos.

Pero somos un ejército.

Y siempre es bueno saber, aquello que somos.

Esperamos.

Asediamos.

No construimos nada.

No construimos nada para poder abandonar de inmediato.

Y es que somos un ejército.

Un ejército acampando en las afueras de una ciudad.

Encendemos hogueras.

Mantenemos limpias nuestras armas.

Nos permiten hacer ruido para recordarles que aguardamos.

Somos un ejército.

Nunca ninguno de nosotros ha visto la ciudad.

Desde donde estamos, de hecho, apenas divisamos las murallas.

Es extraño.

Pero no se nos permite pensar que tal vez no haya ciudad.

Además eso solo complicaría las cosas.

Ya sabemos qué somos.

Ya sabemos cómo debemos esperar.

Eso debiese bastarnos.

Los de la ciudad tal vez no sepan ni eso.

Esa es nuestra principal ventaja.

Y es que al menos, esperamos.

Esperamos una orden que no llega.

Un ejército acampado en las afueras de una ciudad.

Somos un ejército acampando en las afueras de una ciudad.

Eso debiese bastarnos.

Una ciudad que ninguno de nosotros, ha visto.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Pepitas de oro.


Una vez, en un pequeño río, estuve una semana tratando de encontrar pepitas de oro.

Fue durante unas vacaciones en que por razones que no quiero detallar terminé quedándome con una familia que intentaba vivir de aquello.

Trabajábamos por lo general seis horas, más las cinco que nos demorábamos yendo y viniendo hasta el lugar.

Cargábamos los utensilios, un par de frutas y por lo general unas tortillas que cocinaba la hija, que se quedaba en casa.

Durante la semana, entre todos, encontramos cerca de dos gramos.

Según ellos eso era lo normal.

No lo decían quejándose ni nada parecido.

Era como si sus palabras fueran, de cierta forma, parte del rio que seguía corriendo.

Pasada la semana fuimos hasta la ciudad, a venderlo.

Al final resulté ser solo un gramo y medio.

Con eso compraron harina y alimento, para unas gallinas que tenían.

Yo conseguí un pasaje de bus que cambié por una chaqueta, un saco de dormir y unas zapatillas.

Quise comunicarme con ellos, alguna vez y le envié un par de cartas.

Me llegaron de vuelta, mis propias cartas, diciendo que la dirección no existía.

Llamé a correos y hasta hablé con una persona, bastante amable, a quién le expliqué, de forma exacta, el lugar donde ellos vivían.

Días después, esa persona me contactó y me dijo que encontró el lugar, pero que no había ahí, ninguna vivienda.

Y no puede haber porque por ahí pasa un río, me dijo.

Yo no insistí y olvidé gran parte de lo sucedido.

Lo anterior, de hecho, es lo único que recuerdo, de esa historia.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Un cofre.


Cavo en la tierra y encuentro un cofre.

Y dentro del cofre otro cofre.

Ese segundo cofre, sin embargo, al abrirlo, descubro que solo se contiene a sí mismo.

Es decir, dentro del segundo cofre, está el mismo segundo cofre, y al sacarlo quedas con el mismo objeto en tus manos, como si hubieses simplemente, dado vuelta un calcetín.

Como el caso era extraño intenté encontrar a alguien que pudiese explicármelo.

Y viajé entonces a la montaña para encontrar a un hombre sabio.

Doce días viajé hasta que di con el hombre sabio que estaba enterrado hasta la cintura, bajo tierra.

Tras desenterrarlo, le conté del cofre.

Del primero, del segundo y del continuo segundo.

Me dijo que le pasara la situación por escrito porque no tenía ganas de escuchar a nadie.

Yo lo hice.

Entonces él me criticó porque había repetido demasiadas veces la palabra cofre en mi texto.

Yo le dije, sin embargo, que aquello era necesario.

Además resultaba que había varios cofres, y ese era en parte el verdadero problema.

El sabio me dijo que le pasara esa nueva explicación por escrito.

De paso, me señaló que el verdadero problema estaba siempre en otro sitio.

Y yo, entonces, sin esperar respuesta, me fui a buscarlo.

martes, 13 de noviembre de 2018

Hablar con tres gallinas.


Nade me cree, pero una vez, de pequeño hablé toda una tarde con tres gallinas.

Estaba en el sur, acampando, y las tres gallinas se paseaban cerca del lugar así que fui hasta donde estaban para ver si rastreaba algún huevo.

Como fui un poco a escondidas, y tal vez las gallinas no pensaban encontrar a nadie, las escuché hablar, escondiéndome tras de unos árboles que había en el lugar.

No entendí bien de qué hablaban, en principio, pero luego me di cuenta que era sobre un gallo y sobre una gallina que creía tener los mejores pollos del lugar.

Fue entonces que una de las gallinas me vio y comenzó a cacarear para alertar a las otras, que reaccionaron demasiado tarde y debieron confesar.

-Igual nadie le cree a este hueón si es que cuenta –dijo una, al ver que me acercaba.

Y las otras asintieron y siguieron conversando sin más.

Trataron de hacerse las interesantes entonces, intentando hablar sobre el sentido de la vida y si habían sido primeras ellas o el gran huevo primordial, y me miraban de reojo de vez en cuando, para ver mis reacciones.

-¿Y qué hay de la gallina esa de la que hablaban antes? –les pregunté-. ¿Es cierto que sus pollos son los mejores del sector?

-Por supuesto que no –dijo la que me había visto primero-. Es solo que la muy engreída intenta siempre molestarnos y…

Entonces se sumaron las otras y me dieron más detalles.

Luego contaron qué hacían con los granos malos, imitaron  a unas compañeras que caminaban extraño y hasta contaron chistes de pavos, que eran muy buenos.

Así se nos pasó la tarde y tuvimos que separarnos.

Me indicaron donde habían puesto unos huevos y me advirtieron sobre no contar nada de lo sucedido.

-Al menos hasta que calcules que hayamos muerto –me dijeron-. Para no tener problemas…

Y yo hice caso.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Quiero el bien, quiero el mal (II)

“Quiero el bien, quiero el mal
y al final no quiero nada”
F. P.
I.

Sé lo que quiero.

Hace mucho que lo sé, pero no sé si es cierto.

Sé lo que quiero, decía.

Pero lo quiero todo.


II.

Es mentira que luego de tener se quiera más.

Eso lo inventan lo que más tienen.

Yo aguanté sus palabras y fingí creerlas, sin más.

Pero el tiempo pasa y hasta los ejemplos dejan de ser ejemplos
cuando llegan demasiado tarde,


III.

Sé qué quiero, pero a veces no sé si ya lo tengo.

Y claro, tampoco sé, en el fondo, para qué lo quiero.

Las manos, después de todo, no parecen realmente estar hechas para asir las cosas.

Ese es el bien y ese es el mal, que nos es permitido.


domingo, 11 de noviembre de 2018

Quiero el bien, quiero el mal (I)

“Quiero el bien, quiero el mal
y al final no quiero nada”
F. P.
I.

No sé bien porqué quiero todo aquello.

Ni qué ni a quién ni nada de eso que algunos llaman: metas por las cual vivir.

A veces, por ejemplo, pienso que son otros, y que elijo alternativas distintas.

Esta vez, sin embargo, las distintas opciones llevan a lo mismo, así que intuyo, algo habrá de pasar.


II.

El bien y el mal no son, como se cree, dos opciones de camino.

Y es que no hay camino, finalmente, si es que observas bien.

Todo es permanecer.

Todo es permanecer.

Todo es permanecer.

Y como por un hechizo antiguo, adquieres de pronto la posibilidad de ser atendido por Alguien que sabe la verdad, sobre aquello que verdaderamente, está ocurriendo.


III.

Quiero el bien y quiero el mal, le dices entonces a ese Alguien.

Quiero vivir por algo que vaya más allá de este permanecer.

No se bien por qué quiero todo aquello, le dices.

Y lloras sin querer, y con querer y ya ni sabes, la diferencia que existe entre todas las cosas.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Deshacer.


Una de las complicaciones de ser multimillonario es que no puedes, así como así, deshacerte de todo tu dinero.

He estudiado la situación –para una de esas tantas novelas que he abandonado al poco andar-, y me he sorprendido encontrando una serie de trabas al momento de querer eliminar tu dinero.

Por ejemplo, todo el asunto de las donaciones –ya sea por beneficios en impuesto o puro altruismo-, tiene un límite asociado al patrimonio inicial del donante, fijando porcentajes específicos que varían de un país a otro, pero que te impiden donar el 100% de tus posesiones.

Si se quiere intentar, de todos modos, es recomendable la donación al estado, pero de todas formas los trámites deben ser regulados por una serie de organismos que harían demorar el traspaso total del patrimonio, en una estimación mínima de catorce años, y que no aseguran, necesariamente el éxito de esta iniciativa.

Por otro lado, el querer traspasar a dinero real –billetes, paras ser preciso-, la suma neta de las inversiones de un multimillonario actual (para poder reglarla de mano en mano, digamos), es totalmente imposible, debido a la cantidad de papel moneda en circulación y a una serie de restricciones que impiden, más allá de cierta suma, realizar transacciones con dinero en efectivo.

Incluso, de llegar a conseguir que gran parte de tu dinero esté en billetes y quieras, por ejemplo, quemarlo, las distintas policías de tu país pueden intervenir, ya que si bien en general no está tipificado directamente como delito –aunque en doce países fuera de la OCDE sí-, esta conducta se encuentra asociada a una serie de otras que sí pueden ser consideradas como delito y deben, por lo tanto, ser intervenidas e investigadas, según una serie de estrictas disposiciones que no resultan, en definitiva, nada cómodas.

Por otro lado, si logras hacerlo a escondidas, de todas formas existen disposiciones legales que pueden ir en tu contra, como la teoría de fraude de ley, que apela al daño que se hace al estado por dejar de percibir impuestos u otros beneficios, y que ya ha sido aplicada con éxito en dos extraños casos en los últimos años (uno en Rusia y otro en China, ambos en el 2014).

Ahora bien, dicho lo anterior –en donde se ha omitido por cierto una serie de otras dificultades específicas que solo alargarían el asunto-, no queda sino alegrarse por la pobreza o escasa riqueza monetaria propia, ya que de cierta forma me entrega la libertad de entregar mi patrimonio total simplemente vaciando mis bolsillos, O quemando la biblioteca, cosa que por cierto me ha estado rondando, quién sabe por qué, en el último tiempo.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Dos lagartijas.

“El alma no crece más”
P. P. P.

I.

Cerca de mi ventana
se posan unas lagartijas a tomar el sol.

Dos lagartijas.

Una de ellas, mientras escribo, se da cuenta que la observo.

Queda atenta, mucho más nerviosa que la otra, que descansa al sol dándole la espalda.

Y es que de alguna forma sabe, mientras la observo, que el vidrio que nos separa, la protege.

De hecho, tras un rato, se acerca a la ventana, desafiante.

Luego de esto, como dejando hecha una advertencia, se voltea igual que la otra y se dispone a tomar el sol.


II.

Tomar el sol.

No había pensado en esa frase.

Y desde ella, en la forma en que tomamos las cosas, sin tomarlas.

Recibirlas, más que tomarlas.

¡Tantas cosas en las que uno no ha pensado…!


III.

Sigo escribiendo mientras las lagartijas toman el sol.

Escucho música y escribo, para ser exacto.

Pero entonces, de improviso, la lagartija que antes no me había visto, me descubre.

Así, sorprendida, se arranca del lugar desprendiéndose de su cola.

La otra lagartija, segundos después, también la sigue, aunque más calma.

Yo, en tanto, observo lo que sucede y lo escribo.

La cola abandonada queda moviéndose, casi viva, a un lado del vidrio.


Estas palabras quedan, abandonadas también, del otro lado.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales