jueves, 30 de junio de 2011

Una visita de cortesía.


“Honni soit qui mal y pense”
Tolstoi, Anna Karenina.
.

No es que el tiempo me sobre, pero como me avisaron que tenía 30 días para dejar el departamento -por razones que ya expliqué en alguna entrada anterior-, he tratado que mi injusta despedida no pase inadvertida.

Con todo, no se trata de hacer más difícil la vida de nadie, sino de incorporar un pequeño elemento que provoque cierta tensión en la rutina diaria de mis vecinos, y en especial del administrador, quien me acaba de realizar una visita de cortesía para aclarar algunos puntos.

-Señor Vian –me dijo apenas abrí la puerta-, necesito hablar con usted.

Yo lo miré y tras pensarlo un poco, decidí dejarlo pasar, y hasta saqué unos libros de una silla, para que pudiera sentarse.

-¿Una cerveza? –le ofrecí.

-No, gracias. Y tampoco necesito que deje los envases vacíos fuera de mi departamento como ha estado haciendo estos días, pues me ha traído más de un inconveniente.

-¿Tiene usted cómo demostrar su acusación?

-No –admitió-, pero no soy tan idiota como usted parece creer…

-La realidad supera a veces a la imaginación –le dije-, es una frase cliché, pero no deja de ser cierta…

Él entonces guardó silencio y empezó a desdoblar un papel que traía en su bolsillo.

-¿Sabe lo que es esto? –preguntó.

-Sí.

Él espero un poco y luego agregó:

-¿Y qué es lo que es?

-Un papel –dije yo, mientras tomaba mi tercera cerveza de la tarde.

-Veo que lo quiere usted hacer difícil… -insistió-. Verá, señor Vian, este es el aviso que usted ha pegado en el ascensor, en la recepción, y hasta en las paredes de cada uno de los pisos, hablando sobre el extravío de dos mascotas… ¿lo recuerda?

-Perfectamente, como el final de Anna Karenina…

-Me alegro, así me ahorraré recordarle su desagradable contenido…

-¿Por qué desagradable?

-¿No le parece desagradable hablar de dos serpientes, mencionar sus peligros, y hasta detenerse en detalles anatómicos que no hacen sino acentuar el grado de repulsión y hasta temor que pueden causar entre los habitantes de este edificio?

-¿A qué se refiere con “detalles anatómicos”?

-A las absurdas descripciones que hace usted… -dijo mientras comenzaba a impacientarse-, como lo de la serpiente que supuestamente tiene pelo en el rostro y que le recordaría a su padre…

-¿Se refiere usted a Delmónico…?

-¡No me interesan los estúpidos nombres que les puso…! Solo quiero que escriba un comunicado desmintiendo la existencia de estas dos serpientes, que bien sabemos que no existen…

-¿Y cómo podría yo demostrar que no existen…? ¿Escribiéndolo simplemente?

-Por supuesto –dijo el administrador, mientras me extendía una hoja en blanco-. Con eso basta.

Yo pensé entonces en la viejita del 203, y me dio pena recordarla temerosa, con una toalla puesta en la parte baja de la puerta, como había visto esta mañana. Así que escribí:

“Yo, Vian, por medio de la presente, y por petición expresa del señor administrador, comunico que Delmónico y Desiderio no deben ser considerados ya como seres existentes, por lo que no es necesario, desde ahora, preocuparse sobre ellos. Con todo, si los ven, les pido no comunicarles sobre su inexistencia pues pueden causarle un trauma del que no podrán recuperarse fácilmente, y desconozco sus posibles reacciones”.

Se lo extendí al administrador. Él lo leyó.

-¿Me está hueveando? –preguntó.

-Decídalo usted mismo –le dije-. Yo sinceramente no tengo tiempo para aclarar sus dudas…

-¡Escúchame hueón! –dijo entonces-. ¡Ya dejé pasar lo de la lavandería, lo de los sobres cambiados en conserjería, las caminatas nocturnas, las performances en el estacionamiento, los preservativos que no sé cómo hiciste para esconder en la cartera de mi esposa…!

-¿Qué preservativos…?

-¡No te hagas el hueón…! ¿O pretendes acaso que dude de mi mujer…?

El administrador siguió entonces enumerando una serie de acciones que supuestamente habría realizado, pero yo me quedé pensando en lo de los preservativos y comenzó a darme pena el administrador, pues sinceramente -esa acción al menos-, no tenía nada que ver conmigo.

Hilé algunas situaciones entonces, y hasta deduje quién era el amante de la mujer, pues ya había visto algunos movimientos extraños con anterioridad, aunque no había pensado mal de aquel asunto…

-¡…y todo esto que no se reduce más que a mierdas infantiles! –concluyó entonces el administrador, dando un pequeño golpe en la mesa.

Yo lo quedé mirando detenidamente y me fijé en unas gotas de sudor que le caían por la frente. Asimismo, presté atención a sus cejas espesas, a su cuerpo rollizo, y me detuve incluso en la ropa de trabajo que parecía algo descuidada… y me dio lástima aquella situación.

Tiene razón, me dieron ganas de decirle, solo son mierdas infantiles… pero casi todo en esta vida son mierdas infantiles… Usted y su trabajo en el banco, la colección de tacitas de la vieja del 203, la obsesión por su auto del tipo del 601, mis clases de gramática, el exagerado relleno de la mujer del 404… ¿y sabe? Súmele incluso el final de Anna Karenina, ya que estamos en eso…

-¿No me va a decir nada? –preguntó entonces el administrador, interrumpiendo mis pensamientos.

Yo me lo pensé un rato, pero al final le dije que no… y que después de todo, quedaban pocos días para que me fuera… y que pensara en eso…

Él me miró y debe haber considerado que ya no valía la pena alargar la discusión. Y se fue tras aclararme algunas cosas respecto al finiquito del contrato de arriendo cuando se trata de una expulsión regulada.

Por último, cuando se fue, me quedé mirando mis libros. Estaban repartidos por la habitación y pensé que ya no podrían ser ordenados, al menos en este lugar.

Luego pensé unas cuantas cosas más, me duché y me acosté… y acostado escribo esto.

“La razón se le ha dado al hombre para librarse del tedio”, recuerdo que le dicen a Anna Karenina en la última parte de la novela…

Pero eso no es cierto. En lo absoluto.

miércoles, 29 de junio de 2011

Pañuelos desechables para narices desechables, y otras variaciones.

.
.

I. Pañuelos perennes para narices perennes.

Así fue en un principio:
la edad de oro
el dios presente
el hombre
el paraíso…

¡Si ni siquiera existían
las enfermedades venéreas…!

Solo el catarro.

Y el hombre con su alma inmortal
y su nariz inmortal
decidió entonces combatirlo.

Pero claro,
los términos de la inmortalidad
fueron cambiados al poco andar.

Y el tiempo del hombre se le fue en estornudos
y en el retiro de sustancias mucosas
desde sus fosas nasales
y el pañuelo eterno ya parecía mortaja,
aunque el hombre no moría.

Fue así que un día,
cansado,
el hombre se sonó más fuerte que de costumbre,
tanto así que sintió que se vaciaba
totalmente;
y fue así que Dios salió expulsado del hombre
y todo lo que fue perenne y perpetuo,
en un inicio,
pasó de un momento a otro
a ser considerado desechable,
carne seca,
desperdicio.

Y el hombre no supo entonces
si estornudaba,
o si reía,
o si aquellas eran las formas
que tomaba la agonía…

Y entendió la vida el hombre
como una gran enfermedad,
y aprendió a morir
y a dejarse morir,
sin encontrar diferencia alguna
entre estas dos acciones.


II. Pañuelos desechables para narices perennes.

Hubo entonces un primer cambio.
Y el hombre creyó que la solución
era tan sencilla como quitarle vida
a aquello que lo rodeaba.

Y creó las fechas de vencimiento,
e inventó edades para todo
incluso para el universo,
y pensó el hombre que había dado
con el gran secreto,
y que había descubierto el reloj
que marca la gran cuenta regresiva…

Pero erró el hombre.

Y por más que se llenó la tierra
de hombres muertos,
y se fotografiaron estrellas muriendo,
y el hombre se repitió mil veces que la muerte
era un estado natural,
lo cierto es que algo hay que se rebela
y lucha
y patalea…

Pero claro,
el hombre combate la enfermedad,
y cree que la prórroga es un triunfo,
siendo así el pañuelo desechable
la moneda de cambio,
y hasta el símbolo del triunfo…

Y lo peor:
pareciera que no hay vuelta.

Pero erra el hombre.


III. Pañuelos desechables para narices desechables.

¡Atención!
Yo, Vian he traído la solución.

Borracho y todo,
como me ven,
me propongo demostrar
que el gran secreto de todo
flota en la superficie
como un muerto,
y que no es necesario ya
para encontrarlo
drenar el lago.

Y es que el resfrío común
que nos aqueja,
salta a la vista
que reside finalmente
en cualquier sitio,
y hay que aceptarlo,
por lo mismo, sin reparos.

Sin embargo,
lo verdaderamente dañino
y peligroso,
consiste en aceptar lo común
de ese resfrío,
concediendo así,
sin más,
espacio suficiente para que lo común
haga de nosotros
el lugar donde afincarse
y echar raíces.

Arranque usted mismo entonces,
las raíces cotidianas,
y transforme su resfrió en algo más
que lo común:
frótese con hielos,
salga a caminar bajo la lluvia,
no tenga miedo a quedarse dormido
en plena calle,
pues yo, Vian,
lo compensaré con un milagro.

Ya verá usted,
que muy pocos lo extrañan realmente,
y que la vida
y el amor
y todo aquello
que creímos trascendente,
venían también en formatos desechables,
y no nos sujetaban realmente
a ningún sitio.

Despójese más bien…
¡Alíviese!

El basurero
es la fosa común
para la enfermedad
y el enfermo…

Después de todo
nunca hemos sido
verdaderamente
tan importantes.

martes, 28 de junio de 2011

Prehistoria, para qué... (obra dramática)

.

El escenario representa una sala de clases, repleta de alumnos, con sus respectivos olores. Vian está delante de ellos intentando explicar algo intrascendente.

Escena 1.

Vian – Inspector – Alumnos (como decorado).

(Golpes en la puerta. Vian abre)

Inspector: (Con premura) Teacher Vian, en recepción lo buscan urgente.

Vian: (Fingiendo interés) ¿Quién?

I: Es un hombre alto… tiene un bigote…

V: Pues dígale que yo ya tengo y no necesito otro…

I: No, me expliqué mal, el hombre tiene un bigote, pero lo trae acá otro asunto…

V: ¿Puedo saber cuál?

I: Imposible.

V: ¿Por qué?

I: Porque todavía no se lo he dicho.

V: ¿Y me lo podría decir entonces?

I: Si lo entendiera claramente sí, pero ciertamente es un asunto algo confuso… es que el hombre…

V: (Con prisa) ¿Qué sucede con el hombre?

I: El hombre me parece algo absurdo… pero no sé bien cómo explicarlo… ¿quiere que cuide a los alumnos mientras usted baja y lo ve personalmente?

V: No. Preferiría que él viniera. No tengo inconvenientes en hablar frente al curso.

I: ¿Pero y si es un asunto importante y sus alumnos no debiesen enterarse?

V: Pierda cuidado, los alumnos nunca se enteran de nada, o lo olvidan rápidamente.

I: Voy entonces, teacher Vian… pero quisiera antes pedirle algo…

V: Diga.

I: ¿Me puedo despedir del público?

V: ¿Qué público?

I: ¿No es esto una obra de teatro?

V: Para nada, es un texto escrito en un blog, solamente…

I: ¿No hay aplausos ni esas cosas?

V: No. Ni aplausos, ni pifias ni fruta podrida.

I: (Lamentándose) Y pensar que me arreglé como diez minutos antes de entrar a escena…

V: Ya ve, la vanidad no engendra nada… de hecho ni siquiera lo describí.

I: (Desencantado) O sea que el traje con lentejuelas que arrendé…

V: Nada, ni siquiera hice alusión a eso.

I: Pues entonces me retiro ofendido. Buenas tardes, teacher Vian.

V: Buenas tardes, inspector.


Escena 2.

Hombre alto con bigote – Vian – Alumnos (como decorado).

Hombre: (Enérgico) Señor Vian ante todo me gustaría decirle que yo tenía un loro.

Vian: (Sorprendido) ¿Un loro?

H: Sí, uno verde, con plumas… un loro típico. De esos que repiten palabras, inclusive.

V: ¿Y qué sucedió?

H: Ayer lo enterré, al pobre… ¡estuve seis horas en eso!

V: ¿Seis horas? ¿Por qué tanto?

H: Porque no se dejaba el desgraciado, si me picoteó todas las manos, mire… (se las muestra).

V: (Comprensivo) ¡Qué desconsiderado…! Justo ayer leía un libro sobre eso…

H: ¿Sobre los loros?

V: No, sobre la ingratitud, era una carta de suicidio de un hermano de Kierkegaard.

H: Sí, otro desconsiderado… aunque estoy seguro que mi loro era peor.

V: ¿Por qué?

H: En primer lugar porque era verde.

V: Comprendo.

H: Gracias (saca un pañuelo desechable y se limpia la nariz).

V: ¿Me decía usted?

H: (Distraído) No, le decía “gracias”.

V: Me refería a que puede continuar, ¿o vino a contarme de su loro?

H: No. Específicamente no, pero es un atajo que debo atravesar… es que sabe… el loro aquel dejó de hablar de improviso… ¡años hablando y repitiendo frases y de pronto fue el silencio…!

V: ¡Qué agradable…!

H: ¡Para nada…! Si era muy útil, uno podía pasar todo el día hablando de él con los invitados… pero ahora, ¿sabe cuánto me cuesta encontrar temas para hablar con mis amigos?

V: Mmm… no sé… ¿horas?

H: Más, teacher Vian… más que la conchesumadre, de hecho…

V: Señor, le recuerdo que estamos en una sala de clases… los alumnos parecen de cartón, pero no me confío…

H: Disculpe, es que me exasperro…

V: (Corrigiéndolo) Me exaspero…

H: ¿Usted también? ¡Cuánta empatía!

V: Me refería a que usted dijo exasperro en vez de exaspero.

H: ¿Dije eso…? ¿No habrá sido una falla de tipeo?

V: No lo creo.

H: Está bien, digamos entonces que me exaspero… pero es que sabe… las mascotas son necesarias para entablar conversaciones amistosas con los demás, y cuándo una te defrauda… como que todo se puede venir abajo…

V: ¿Simplemente porque el loro deja de hablar?

H: Sí teacher Vian, o porque uno no encuentra al gato, o porque el hurón dejó de poner huevos…

V: Pero los hurones no ponen huevos…

H: ¿No?

V: No.

H: Entonces lo juzgué mal…

V: ¿Y si hizo lo mismo con su loro?

H: No. Ese sí se lo merecía. Hablaba de lo más bien y de pronto se quedó callado. Yo siempre contaba sus gracias y lo llevaba a la mesa, y entonces podíamos hablar de lo que él decía y la vida se hacía más fácil.

V: Sí… el otro día leía un libro sobre eso…

H: ¿Sobre los loros que se quedan callados?

V: No. Sobre las conversaciones de mesa y la facilidad con que nos despojamos de nuestros significados más pesados, como si fueran capas… creo que se llamaba “Costumbres de la gente-cebolla”…

H: ¿Si tiene dibujos, me lo prestaría?

V: (Tajante y sin ganas de prestarlo) No tiene dibujos.

H: ¿Y no podría hacerme un resumen?

V: No tengo tiempo, realmente…

H: Es que sabe… me malacostumbre un poco con el loro, él era perfecto en los resúmenes… a veces escuchaba largas conversaciones y simplemente resumía todo en una palabra al final de ellas, o a lo más en una frase…

V: Es una gran pérdida entonces… Lo lamento…

H: Gracias. Ojalá hubiese encontrado esa comprensión en mi pareja…

V: ¿No lo comprendió a usted?

H: Para nada, simplemente se quedó callada, como el loro… Imagínese que cuando estábamos en el funeral yo la miraba y era como si me hiciese sentir tan extraño…

V: ¿Cómo “extraño”?

H: Es que no sé… era como si no hubiésemos conocido realmente al que estábamos enterrando, como si no supiésemos realmente qué habíamos perdido…

V: Siempre pasa eso, cuando se pierde algo… justamente ayer leía un libro sobre eso…

H: ¡Pero esto es más terrible, teacher Vian! ¡Esto no tiene escrito la última palabra!

V: ¿A qué se refiere?

H: A que en los libros al menos uno sabe a qué atenerse, hay cierta cantidad de palabras, el final está dado… es decir, si quiero me adelanto y lo descubro, pero en la vida real es distinto, y la sensación de incertidumbre es peor, o la de pérdida…

V: Entiendo…

H: Es como cuando uno siente caer algo y rebotar en el piso, algo de metal me refiero, una moneda probablemente… solo que no sabemos bien qué es, y no nos decidimos entonces qué buscar, y aunque encontremos algo seguimos buscando…

V: (Extraviado) ¿Se refiere usted a la muerte del loro?

H: Claro…

V: (abstraído) Sí… generalmente morirse es también un llamado de atención con los otros… como las pataletas de los niños…

H: Eso decía mi esposa, de hecho fue lo último que dijo mi esposa antes de enojarse y encerrarse en la pieza…

V: Lo lamento.

H: Sí, yo también. (Acercándose y hablando en voz baja) Además tengo mi ropa interior en la pieza y no me he podido cambiar en dos días.

V: ¿Y habrá sido para tanto el enojo? ¿Quería ella mucho al loro?

H: Esa misma pregunta me hice yo, y hasta pensé que podrían ser amantes… pero al final entendí que el problema tiene su centro en otro sitio… mire (H le acerca las manos a Vian y vuelve a mostrarle las heridas)

V: Sí, las heridas de los picotazos, ya me las mostró…

H: Yo también creí eso, pero mire bien, ¿no ve como marcas de dientes?

V: (Acercándose a mirar) Pues sí, se ven como dientes marcados…

H: Pues eso es lo que enojó a mi esposa… según ella yo enterré a nuestro hijo, que se había intercambiado con el loro…

V: ¿Intercambiado?

H: Sí, según mi esposa, nuestro hijo habría fingido ser el loro para que lo lleváramos a la mesa y habláramos de él, como para sentirse importante ¿me entiende?… bueno, esa es la teoría de mi esposa al menos… que donde no le poníamos atención, él se habría emplumado y…

V: Espere, pero si eso es así, el loro…

H: El loro tendría que estar acá, disfrazado de mi hijo… a eso vine, de hecho… ¿No ha notado usted nada raro en alguno de sus alumnos?

V: (Recordando) Pues verá… ahora que lo dice, en la hora anterior anoté a uno porque no paraba de decir unas frases inconexas…

H: ¿Decía por casualidad “Prehistoria para qué” o “Milagro de natividad”?

V: ¡Sí…! Justamente… ¡eso decía!

H: ¡Qué alegría…! ¡El loro está vivo…!

(El hombre salta y celebra en la sala de clases)

V: (Reflexiona brevemente) Pero entonces su hijo… ¿estaría muerto…?

H: Sí, pero no me deje como el malo en su historia, usted tampoco supo diferenciarlo… usted es de mi misma clase…

V: (Tras guardar silencio un rato) Puede que tenga razón… de hecho ayer mismo leía un libro sobre eso…

H: (Mientras corre por la sala) Pues déjeme decirle que no me interesan sus libros, teacher Vian… ¡he recuperado a mi loro!

V: (Sin mucha seguridad) Sí… supongo que tiene razón… pero ¿podría usted salir ahora, para continuar la clase…?

(Justo entonces suena el timbre y los alumnos se retiran corriendo del lugar, junto al hombre que sale también de la escena, entre ellos.
En la sala solo queda Vian.
Por último, mientras se apagan las luces, vuelve a entrar el Inspector, con su traje de lentejuelas, y hace una reverencia hacia el lado donde se imagina debe estar el público.
Justo después le llega una fruta podrida, y luego otra. Y se apaga la luz.)

lunes, 27 de junio de 2011

No me gusta discutir, pero.

.
.

-¿Crees de verdad que los dinosaurios están extintos? -me preguntó.

-¿Qué…?

-¿Que si crees realmente que los dinosaurios…?

-Sí escuché la pregunta, pero… ¿a qué mierda viene eso?

-A todo… le viene a todo –agregó, como si con esa frase explicara algo.

Yo pensé entonces que era un buen momento para retirarme, pero claro, si lo hacía, era muy probable que no tuviese de qué hablar en esta entrada, y yo estaría ahora rellenando la conversación con algunas frases rebuscadas y, en resumen, simplemente habría cambiado un absurdo por otro…

-¿No me vas a responder? –Insistió.

-Mira… para ser franco no lo sé… en una de esas digo que no, y tú me sales con que las lagartijas o no sé qué animales son saurios y…

-No, yo me refiero a los grandes… al tiranosaurio, al diplodocus… todos esos.

-Pues sí, si hablamos de esos sí… -contesté, pero él me miraba extraño-. ¿Debiese contestar que están extintos, no?

-Si así lo crees…

-Pero espera… ¿puedo saber cuál es el punto?

-El punto es la extinción –me dijo-. La extinción misma. El significado de la extinción.

-¿Y por qué con dinosaurios?

-Porque tengo una teoría… O un ejemplo, no sé…

-Y supongo que ahora me vas a exponer tu teoría…

-No. Te equivocas. Solo voy a pedir que te imagines algo.

-¿Qué?

-Un brontosaurio.

-¿Un brontosaurio?

-Sí.

-¿De algún color en especial?

-No, basta con que te imagines el brontosaurio…

-Ya. Listo. Qué más.

-Dime como es en el extremo de adelante…

-¿Cómo…?

-¿Cómo es en relación al resto del cuerpo?

-No sé… más delgado quizá… Si, la parte delantera, la de la cabeza me refiero, es más delgada.

-Bien… ¿Y la parte trasera?

-¿La cola?

-Sí, la cola.

-Delgada también… en comparación al cuerpo, claro.

-¿O sea que tenemos un animal delgado a ambos extremos y grueso al medio…?

-Eh… sí… ¿pero de qué mierda me quieres hablar…? ¿Esa es tu teoría?

-No, en concreto no, pero al menos nos acercamos al asunto de los significados desproporcionados.

-¿Significados desproporcionados?

-Sí, como el brontosaurio… ¿me podrías decir por qué no hay animales al revés?

-¿Cómo “al revés”?

-Al revés que el brontosaurio –me explicó- Delgados en el centro y anchos en sus extremos.

-Mmm… quizá haya alguno…

-¿Cuál?

-No sé, pero…

-Nada. No hay. Estoy seguro.

-¿De haberlos harían caer tu teoría?

-Harían caer más que eso, de seguro… Pero me alejas del centro y después te molestas…

-Ya, ¿y el centro era…?

-La extinción. El significado de la extinción.

-Ya, ¿y…?

-¿Podrías demostrarme que los dinosaurios están extintos?

-…

-¿Podrías?

-Claro… no hay uno en ninguna parte.

-Esa es una impresión, pero ¿puedes demostrarla? ¿Puedes demostrar la inexistencia de algo, o más específico aún, la extinción de algo…?

-Mmm, pues no sé… creo que no.

-Por supuesto que no, eso es lo que quería que entendieras. La premisa al menos.

-Mira, voy a ser franco –le dije-, te estoy escuchando solo para tener material para la entrada del blog de esta noche, pero realmente me importa una mierda tu teoría.

-No has escuchado mi teoría, solo escuchaste mi premisa…

-A ver, ¿cómo te lo explico…? Darle vueltas a las cosas, extintas o no extintas, me tiene sin cuidado, yo mismo por ejemplo…

-¿Me vas a contar tu premisa?

-No, hueón, te voy a dar un ejemplo de que las vueltas de mierda te dejan donde mismo.

-Ya.

-Pero no me digay “ya”, si te voy a contar cuando yo quiera…

-Ya.

-…

-Disculpa.

-¿Tú sabís que yo soy profe, cierto?

-Si po…

-Bueno, el punto es que en la empresa donde trabajo…

-¿Pero no trabajas en un colegio?

-Esas hueás son empresas, los colegios que no son empresas están extintos…

-Pero…

-¡No me digay ni una hueá…! Escucha no más… -él movió la cabeza-. El punto es que ahí tienen una supuesta preocupación por el personal, respecto a tu satisfacción en la institución… y el caso es que cada cierto tiempo te hacen una especie de encuesta para saber si estás más feliz o menos feliz que al entrar a trabajar, pero claro… a pesar que estoy menos feliz…

-¿Por qué…?

-Da lo mismo, hueón… lo importante es que estando menos feliz y contestando cada vez cosas más negativas mi encuesta sigue arrojando mejores resultados…

-Ya…

-Así que el otro día no me conformé con la respuesta y fui donde la sicóloga de la empresa, y le exigí que me pasara el formulario 34A, que es el que entregan cuando te va mal en la encuesta y sale que estás más infeliz…

-¿Y ese formulario…?

-No me interrumpay po hueón, si te estoy contando…

-Ok.

-El 34A es un formulario que reevalúa cuál sería tu trabajo ideal, y si te sale mal, o sea distinto a lo que estás trabajando, a veces negocias con la empresa y te pagan el finiquito completo, y claro… yo podría no trabajar unos meses y escribir una novela…

-¿Sobre dinosaurios?

-¡¿Qué…?!

-Que si quieres escribir una novela sobre dinosaurios.

-¿De dónde sacay esas hueás?

-No sé… se me ocurrió…

Yo tomé aire.

-Pues bien, escucha: al final me hicieron el 34A, y adivina qué fue lo que me salió como trabajo ideal…

-Mmm… ¿guardia de un zoo?

-No, hueón, me salió profesor, y me abrazaron y me ratificaron en el puesto… ¿me entiendes ahora?

-¿Entender qué?

-Que darle vueltas a las cosas te devuelve donde mismo…

-No sé… yo creo que no…

-¿Por qué?

-Mira, piensa en el brontosaurio…

-¡¿Qué…?!

-No te enojís, piensa un poco no más, ¿te acuerdas que dijiste que era delgado en ambos extremos pero ancho al medio…?

-Sí, hueón, pero no quiero hablar más de eso…

-Espera y contéstame primero: ¿Da lo mismo el extremo?

-¿Cómo?

-¿Es lo mismo el extremo delantero que el extremo trasero del brontosaurio?

-No po, hueón, no es lo mismo.

-Ok. Pues esa es mi teoría.

-¿…?

-¿Me entiendes ahora?

-Pero entonces… ¿daba lo mismo explicarla con dinosaurios? –pregunté.

-No. No daba lo mismo –me explicó con un tono que por un momento me pareció sabio-. Además trabajar con dinosaurios es lo más cercano a estar solo… sin referente concreto, me refiero, y entonces uno siempre termina hablando de uno mismo… Es decir, no están allí, claro… por lo que uno podría preguntarse qué es lo que está allí, de la forma tradicional de estar, claro…

-¿Y luego uno podría preguntarse por la forma tradicional de estar solo? –le pregunté, intentando seguir su lógica.

-Claro, ¡diste en el centro!

Lo pensé un momento, en silencio, pues las concusiones me parecían un tanto absurdas, pero tampoco quería dilatar más el asunto.

-Mmm… -dije al fin.

-¿Por qué “Mmm”? –preguntó él.

-Es que no sé… creo que a mí no me gustaría eso... como que le quitaría el misterio a la vida…

-¿Cuál misterio?

-No sé hueón, en todo caso di “cuál vida”, y la boca te queda donde mismo…

Él me miró entonces, y supongo que se percató que estaba molesto, pues comenzó a cerrar la conversación.

-¿Puedo preguntarte una última cosa, Vian? –me dijo, mientras se paraba para irse.

Yo asentí.

-¿Crees de verdad que los dinosaurios están extintos?

Pero yo no respondí, y guardé silencio.

Luego él se fue.

Por último, sentí como si estuviese resbalando por el extremo delgado de un brontosaurio, y, mientras resbalaba, sentí también que algo se me escapaba… ¿pero saben…? No supe qué.

domingo, 26 de junio de 2011

La historia de hoy.

.
-No sé cómo diferenciar entre un hombre y el fantasma de un hombre –me dijo.

Luego encendió un cigarro y se sentó a mi lado. Yo le ofrecí cerveza, pero ella no quiso.

-A veces me pasa que hablo horas con alguno –continuó-, y cuando ya va siendo hora de finiquitar el asunto y uno debe elegir entre llevárselo a la cama o simplemente despedirse resulta que el supuesto hombre era en realidad el fantasma de un hombre, y uno se encuentra hablando a solas y haciendo el ridículo… ¿tú de cuáles eres, a todo esto?

-¿Cómo?

-¿Qué tipo de hombre eres, me refiero?

-De los que irían a la cama –contesté.

-Me refiero si eres de los de carne y hueso o de esos que desaparecen así sin más –explicó.

-De los de carne y hueso –repliqué.

-¿Puedo probar?

Yo asentí.

Entonces ella apoyó una mano sobre una de mis piernas y la apretó.

-¿Y? –pregunté.

-Parece que eres de los que no desaparecen –contestó.

-¿Y eso es bueno?

-Sí –me dijo, y me besó brevemente.

Yo llevaba en el local unas horas y ya había tomado varias cervezas. Y el amigo con el que había ido a aquel bar había ido a buscar algo al auto, así que me encontraba solo en ese entonces.

La mujer que se había acercado era una chica morena, bastante atractiva y supongo que mi amigo habría dudado un buen rato antes de darse cuenta que era yo el que estaba ahí con ella, antes de acercarse.

-Generalmente confundo cosas –me dijo la chica-, me pasa desde pequeña… Es como en esas películas de terror cuando existen tipos que hablan con gente muerta, y a veces no se dan ni cuenta…

-¿Hablas con muertos?

-Sí –me dijo-. Y los veo constantemente. De hecho, no tengo una forma clara de diferenciarlos de los vivos hasta que ya es tarde…

-¿Y sabes que yo estoy vivo porque me tocaste la pierna…?

-No. A veces los muertos también me son tangibles… -explicó-. La diferencia es otra… en todo caso tú eres de esos que deberían estar muertos…

-¿…?

-Sí, por eso vine… La verdad es que me atraen un poco más los muertos, sabes… Y tú eres de esos que debieron estar muertos, pero los salvó otro…

-¿Cómo?

-Eso, que a ti te salvaron… un muerto me refiero… uno que murió ahogado, parece, o algo así… ¿quieres que intente verlo mejor?

-No… no es necesario.

-¿Ni siquiera quieres saber para qué te salvó?

-…

-Es que no te salvan porque sí, ellos salvan por algo…

-Pues la verdad es que preferiría no saberlo…

-¿Por qué?

-Quizá porque siento que ya tengo suficientes responsabilidades –le dije.

Entonces ella me sonrío, y poniéndome nuevamente una mano en una de mis piernas se acercó para que nos besáramos, otra vez…

Pero el beso no llegaba.

-¿Qué te pasa, hueón? –dijo entonces mi amigo, mientras se sentaba a mi lado y ponía dos cervezas llenas.

-¿Y la morena?

-¿Cuál morena…? ¿Queríai cerveza negra…?

-No… yo hablo de la morena po hueón –intentaba explicarle-, una chica que habla con muertos y que me vino a hablar y que nos besamos y…

-¿Era fea?

-No hueón, era súper linda y…

-Estay cagado, hueón –me dijo- Si hubiese sido fea te creo, a lo mejor...

Yo miré hacia los lados y calculé el tiempo. Si ella hubiese estado ahí la habría visto. Algo andaba mal.

Yo lo miré y noté que él no le daba importancia al asunto, así que al final desistí de explicarle, aunque seguí buscando en el local durante bastante rato.

Al final tomamos otro par de cervezas y nos fuimos.

Fue entonces que, llegando al auto, tres tipos se acercan, dos de ellos con una pistola en la mano.

Mi amigo que los vio poco antes intentó avisarme y arrancar, pero uno de los tipos le disparó en la pierna.

Sí, igualito que en las películas, solo que aquí no había motivo alguno, y todo era un poco más fome, principalmente porque no había banda sonora.

Por lo demás, los tipos parecían vestir el mismo atuendo, como si pertenecieran a una banda musical, o a un equipo de basquetbol.

Fue entonces cuando uno de los tipos se me acercó y me apuntó con la pistola en la frente.

-¿Tú eres Vian? –me preguntó.

-Sí –contesté.

Y luego él apretó el gatillo. Pero no pasó nada.

Es decir, sonó como algo trabado en el arma, y el tipo miró a sus compañeros que estaban algo más lejos, cerca de mi amigo.

Fue entonces que el tipo que había intentado dispararme me golpeó con la culata del arma, en la frente, haciéndome una herida, mientras intentaba nuevamente disparar, sin lograrlo.

-No vas a poder –le dije. Y el tipo me miró, creo que asustado.

Luego huyó del lugar, junto a los otros hombres, que se subieron a un auto que pasó a buscarlos, segundos después.

Mi amigo me contó que los tipos le dijeron que me buscaban a mí, y que hasta uno se excusó por el balazo.

Llegaron policías, salieron testigos, y nos llevaron a constatar lesiones.

Como no tengo carnet tuve que inventar que me lo robaron, y me contradije en la declaración dos veces.

Mi amigo tiene apenas un rasguño porque la bala solo lo hirió superficialmente ya que andaba como con tres pantalones, por el frío, y además no le llegó de lleno.

Yo me quedé con un corte en la frente y citado a declarar.

Esa es la historia de hoy.

No hay ficciones. Salvo unas palabras que crucé con la mujer morena y que preferí omitir.

Y me importa una mierda si la policía investiga y encuentra esto.

Por último, hoy también en el cielo, vi dos lunas.

sábado, 25 de junio de 2011

Nadie es metáfora de otro.


A) Introducción. 
De la misma forma como nos encontramos en la calle un objeto perdido, resulta que a veces encontramos una fábula, u otro tipo de historia pequeña en la que creemos descubrir una enseñanza.

Lamentablemente, al igual que con los objetos que encontramos, olvidamos que estas historias tienen dueño, y que sus moralejas, o enseñanzas, no están hechas pensando en nuestras propias experiencias.

Es lo mismo que ocurre cuando encontramos un borracho en plena calle -pienso ahora-, y lo subimos a la acera para que no lo atropellen, y mientras lo hacemos pensamos en “otro otro”, como en el tío Luis, por ejemplo, lo que es ya un abuso ya que al no ser el arrastrado el tío Luis, resulta que hemos estado utilizando al borracho como mero signo de reemplazo, y claro, se nos olvida que nadie es metáfora de otro, y terminamos haciendo cosas por significados equivocados, y erramos el camino. Y la comprensión se escapa. 

Por eso, decía, las fábulas que uno encuentra tienen finalmente mensajes exclusivos, moralejas que solo pueden ser cobradas por quien las vive, como los cheques emitidos al portador, para dar un ejemplo más gráfico. 


B) Desarrollo. 

La historia en sí ocurre en un pequeño barrio de Santiago. De esos pocos que quedan aún con calles adoquinadas, y que suelen tener, al menos los viernes y sábados por la noche, un gran número de autos estacionados en sus aceras. 

Pues bien, en uno de ellos, digamos que está una mujer esperando la venida de un hombre. Esperando al interior del auto, me refiero. Tras del volante. Pensando en algo que no sé. 

Lo que sí sé, en cambio, es que minutos después llega un hombre, quien saluda a la mujer mientras se acerca hasta un costado del vehículo, para subirse, supongo, e ir hasta otro lugar, quizá similar a éste. 

Pero ocurre entonces que el seguro del auto no se baja, y los gestos de la mujer denotan sorpresa y todo parece indicar que, al parecer, ha ocurrido un desperfecto y el sistema que permite abrir las puertas ha fallado, y tanto la mujer como el hombre se encuentran ahora detenidos en espacios que no tienen ya, un acceso directo entre ambos. 

El hombre entonces, entre risas nerviosas, intenta abrir cada una de las puertas del auto aunque sin lograr su cometido, mientras que en el interior del vehículo, la mujer va cambiando poco a poco su expresión afable por una donde parece crecer el enojo, y hasta la antipatía, como si la situación fuese en realidad resultado de la negligencia e ineptitud del hombre, quien hace gestos a la mujer como preguntándole qué hacer, a continuación. 

Por último, la mujer grita al hombre, desde el interior del auto, ofuscada. Tremendamente molesta porque resulta que ni siquiera las ventanas se pueden bajar, y porque el hombre –imagino que debe pensar ella-, es un inútil que no sabe solucionar por sí mismo una situación tan simple. 


C) Conclusión. 

Erróneamente, acostumbramos esperar el final de una historia, para obtener la moraleja. 

De hecho, cuando no la encontramos tras una primera lectura, volvemos a leer la parte final del texto, esperando comprenderla. 

De esta misma forma, pienso ahora, actuamos en distintos ámbitos de nuestra vida, esperando encontrar las claves para solucionar un problema, revisando exclusivamente nuestras últimas acciones. 

Pero claro, olvidamos que nuestras últimas acciones no reemplazan a las primeras, y que el igual como ocurría con el ejemplo del borracho, nada ni nadie, es metáfora de otro. 

Y es entonces cuando somos injustos con el tío Luis, o con las personas que amamos, o hasta con uno mismo, y vivimos la vida como si la estuviéramos reviviendo, y nos resulta al menos tibia, y a lo más amarga. 

¿Qué recomiendo entonces? 

Fácil: devolver aquello que encontramos y que no nos pertenece, y aprender a amar y a cuidar aquello que verdaderamente nos es propio, y entender que es único. 

Así de simple.

viernes, 24 de junio de 2011

El hombre que se ahorcó sin percatarse y otras observaciones.

.
I.

Leo sobre un hombre
que mientras se preparaba
para ir a trabajar,
apretó tanto el nudo de su corbata
que se ahorcó a sí mismo.

Es decir,
mientras lo apretaba,
el hombre fue incapaz de comprender
que la sensación de ahogo que sentía
era producto de su propia acción
y terminó por dar cuenta de sí mismo
-al parecer-,
sin entender lo sucedido.

Y claro,
no es que quiera yo
ponerme a reflexionar
para entender de forma tardía
lo que el hombre aquel no comprendió,
pero me gustaría dejar constancia
al menos, de este hecho,
antes de seguir
con otro asunto.

Resumo entonces este punto:

Un hombre se ahorcó a sí mismo,
al ponerse la corbata
y no se dio cuenta,
jamás,
de lo ocurrido.


II.

El agua fluye hoy por cañerías.

No toda, claro,
pero al menos lo hace
la gran mayoría
del agua que consumimos.

Por lo mismo,
es de vital importancia
el cuidado de dichas cañerías,
para asegurar que el líquido
llegue en buenas condiciones
hasta nosotros.

Respecto al agua que fluye libre, en cambio,
aprendemos que hay que desconfiar
pues puede dañar nuestro organismo,
de la misma forma que el niño
que no asiste al colegio,
o el hombre que renuncia sin razón
a su trabajo,
puede dañar
el organismo social,
sin saberlo.

De todas formas,
dejo a su propio criterio
la relación y el significado
que los datos recién entregados
puedan tener
en función de lo primero que hablábamos
respecto a un hombre y su corbata
y a la muerte que nos viene
por nuestra propia mano,
sin que nos demos cuenta.


III.

Ahora bien,
mientras intentaba vincular
entre sí
lo anteriormente descrito,
acabo de recordar que existe otro hecho
cuyo sentido
prefiero dejar que se me escape.

Y es que de un tiempo a esta parte,
-calculo aproximadamente que desde mayo-,
un gato que acostumbra
meterse a escondidas a mi pieza,
me ha sorprendido trayendo siempre
en su hocico
un pájaro muerto,
y dejándolo justo
frente al lugar en que me encuentro
como si se tratara de un altar.

Por lo demás,
la variedad de las víctimas
hace aún más difícil
entender esta acción
como un hecho cotidiano.

Y es que lejos de traer gorriones,
o palomas
u otros pájaros que abundan
en el sector,
el gato misterioso trae a casa
pájaros azules,
amarillos y rojizos
que parecen ser más de colección
o cautiverio,
y que nunca me ha tocado ver
fluir libres por las calles…

Quizá,
pienso ahora, esas aves,
solo vuelan al interior de cañerías
como el agua potable,
y el gato misterioso simplemente los trae
para vencer esa sed extraña
que nunca logramos comprender,
-al menos por nosotros mismos-,
de qué manera saciar.


IV.

Perdón.

Había dicho que no quería
proponer interpretaciones
y casi termino haciendo una…

Lo cierto,
sin embargo,
es que más allá de toda posible comprensión,
o traducción del significado
a palabras más cotidianas
y concretas,
hoy me limito
a contarles a ustedes unos hechos
cuyo sentido se me escapa,
por más que intuya
intersecciones…

Por último,
no crean que los dejo aquí
por una razón distinta al afecto
que me lleva a mostrarles
algo así como mis “debilidades intelectivas”,
y sepan también que no pretendo
que pierdan ustedes su tiempo
intentando solucionar
aquello que al igual que una flor
-o una piedra-,
está ahí para ser comprendido
con una herramienta muy lejana
al intelecto,
y cuyo nombre concreto,
por cierto,
todavía desconozco.

jueves, 23 de junio de 2011

¡Pare de sufrir, señor Edipo...! (Canción rara)

.
No llore más, señor Edipo,
mire que luego da hipo
y hasta vienen convulsiones,
escuche mejor razones
y cambie así su fortuna
que arrastra desde la cuna
sin ser usted un mal tipo.

Venza como a la esfinge
a ese destino que finge
dar libertades amargas,
alíviese así de esa carga
y sepa que el gran acertijo
es disfrutar con los hijos
la vida que a todos nos rige.

No quiero verlo en despojos
ni que pierda usted los ojos
¿me entiende señor Edipo?,
yo a usted me anticipo
para pedirle este favor:
no cometa usted el error
de ser un espíritu flojo.


Coro:

Yo también me enamoré
de la persona equivocada,
pero eso no justifica
que en un dos por tres
la vida se vuelva nada.
(x2)


No llore más, amigo Edipo,
el camino tiene ripios,
mas si uno quiere se eleva,
gobierne así sobre Tebas
y no sienta que lo aplasta
haber amado a Yocasta
y luego haberla perdido.

No siga usted con el daño
pues el amor es tan extraño
que en una de esas da vuelta,
no pierda usted la respuesta
ni deje jamás de intentar
y aunque vuelva usted a fallar
no crea que hubo un engaño.

Beba mejor de mi vino
y ataquemos los dos al destino
no vaya a ser que algún día
con las cuencas ya vacías
comprendamos que fue un error
desconfiar así del amor
y que huimos de algo genuino.


Coro:

Yo también me enamoré
de la persona equivocada,
pero eso no justifica
que en un dos por tres
la vida se vuelva nada.
(x2)

miércoles, 22 de junio de 2011

Tengo un vecino que ladra.

.
Tengo un vecino que ladra.

Nadie sabe quién es.

Todos en el edificio lo hemos escuchado
y las habitaciones fueron revisadas,
para comprobar que no se trataba
de un perro de verdad.

“¿Usted vive aquí?”,
me dijeron.

Yo dije que sí.

El administrador miró entonces
y vio libros por todo el lugar
y un colchón en el suelo.

“Es que estoy ordenando la biblioteca”,
le dije.

Y él se fue.

Días después citaron a una reunión
para tratar el tema.

“Alguien acá se está haciendo el chistoso”
dijo el administrador,
tras confirmar que en el edificio
no había ningún perro.

“Los que vivimos aquí
nunca habíamos pasado por esto antes”
dijo otro.

Luego comenzaron a comparar datos:

-horas en que se escuchan los ladridos.

-sectores del edificio desde donde son más audibles.

-posibles sospechosos.

Luego sentí que me miraban,
y supe de inmediato que yo era el sospechoso.

“¿Tienen algo que decirme?”
pregunté.

Pero ellos no respondieron.

Luego de un rato el administrador
pidió no culpar a nadie:

“No porque alguien haya llegado al mismo tiempo
que comenzaron los ladridos,
o porque alguien beba demasiado,
o porque su luz permanezca prendida toda la noche,
debemos desconfiar…”
dijo.

“Además hay que tener pruebas concretas…
de lo contrario, sería como acusar a alguien
por tener cara de perro…”
agregó.

Los otros, sin embargo,
me seguían mirando como con rabia,
y yo buscaba algo así
como un tipo de defensa,
pero sinceramente no encontré ninguna
que pareciera convincente,
y me quedé en silencio.

Dos días después
cerca de la una de la mañana
volví a sentir los ladridos.

Yo estaba leyendo a Onetti
y tomando unas cervezas,
y fue entonces que escuché.

“¡Guau…!”
Se escuchaba.
“¡Guau…!”

Se trataba de ladridos claramente
realizados por algún humano,
y yo apagué hasta la luz
para concentrarme en el sonido.

“¡Guau…!”
se volvía a escuchar.

Fue entonces que creí notar en los ladridos
una especie de nota triste,
o desgastada,
algo así como una oración sin esperanza,
o el idioma de un lugar
donde queda solo un habitante
llamando a los otros.

“No es bueno que el hombre esté solo”
pensé entonces.

Y tras un rato en que le di vueltas
a quién podría ser,
intenté mejor centrarme
en el significado del ladrido,
para comprender aquel idioma
que estaba a punto de perderse.

Así,
dejando de lado la molestia
por las sospechas infundadas,
y hasta las ofensas de unos chicos
que me gritaron “¡Buena Bobby!”
o “¡Buena Spike!”
cuando salía al trabajo,
decidí arriesgarme e intentar comunicarme
y comencé a ladrar en respuesta
con toda la fuerza que tenía
para asegurar que ese otro
me escuchara.

Estuvimos así largo rato,
un ladrido el otro,
y un ladrido yo,
hasta que quizá, desconociéndonos,
nos sentimos extrañamente comprendidos,
y me sentí en profunda paz
y tuvo cabida el silencio.

Fue así que a la tarde del día siguiente,
tras volver del trabajo,
me entregan una carta firmada
por el administrador y los residentes
informándome que el contrato de arriendo
había sido objetado,
y que debía irme del lugar
en un plazo de quince días.

Tras leerlo,
lo doblé cuidadosamente,
y salí al pequeño jardín del edificio
a enterrarlo como un hueso.

Luego fui hasta mi cuarto.

Ahora, claro está,
me dispongo a ladrar.

Y dejo la invitación abierta,
si se animan.

martes, 21 de junio de 2011

De eso hablo.

.
“Es mi propósito escribir acerca de los cuerpos
que han sido transformados en otros
de materia diferente…”
Ovidio, Las metamorfosis.
.

I

No hablo con metáforas.
Me refiero a cambios concretos.
Demostrables.

La foto del niño.
La foto de joven.
La foto del viejo.

Miren los rasgos.
Identifíquenlos.

De eso hablo.

No son metáforas.
No me gustan las metáforas.
No creo en las metáforas.

El hombre envejece.
Los dioses envejecen.
El espíritu envejece.

Y nos olvidamos.

De eso hablo.


II

Los hombres mienten.
Y no sabemos cuándo mienten.

Incluso cuando creen decir la verdad,
los hombres mienten.

Y no lo saben.

Yo soy Juan, dice un hombre.
Yo soy Pedro.
Yo soy Marta.

Y luego crecen.
Y se desgastan.

Y sin haber respondido nunca
verdaderamente una pregunta,
ellos dicen:

Yo soy Juan.
Yo soy Pedro.
Yo soy Marta.

Y dejan entonces
de respirar,
como si nada.

De eso hablo.


III

En el silencio no hay metáforas.
En la muerte no hay metáforas.
Y en el amor, no debiera haber metáforas.

La vida entera debiese ser
un intercambio de piedras
y otras cosas
igual de concretas.

Esas son las reglas que propongo.

Todo lo demás me tiene sin cuidado.

Igual que los caminos que se dirigen
a los lugares donde no me interesa ir,
o a las metas que no son mías.

Es decir:

Hablo de tener claro dónde vamos.

O saber al menos dónde no queremos ir.

De eso hablo.


IV

Desconfía de los que hablan con metáforas.

Escúchalos y finge
que sus palabras son grandiosas.

Aplaude incluso, si con eso,
logras que ellos hagan silencio
por un tiempo.

Por último
has lo posible por olvidar
todo aquello que no pudiste
dejar de oír.

Asimismo
si llegaste en algún momento a creer en algo.
abandónalo si no es concreto
como una piedra
y no puedes atesorarlo
en la palma de una mano,
para que no se escape.

En otras palabras,
hablo de arrancar el corazón de lo que amas…

¡que no te distraigan las metáforas!

De eso hablo.

lunes, 20 de junio de 2011

A veces me detengo a pensar.

.
"Lo que jamás sucedió en parte alguna
es lo único que no envejece"
Schiller.
.

A veces me detengo a pensar
en el lujoso ferrari
que perteneció a John Lennon,
o en uno de los jacuzzis
que llegó a tener Bukowski,
o en las rastreras cartas
escritas por Kafka
para que le diesen un par
de días libres.

Y claro,
veo los remates por internet,
y traspaso a mi moneda
la postura mínima,
y calculo los siglos que debería pasarme
trabajando como profesor para comprar
el más pequeño de esos artículos
de los que alguna vez fueron mis ídolos.

¡De verdad son siglos…!

Así que para distraerme
pongo la televisión,
e intento admirar los comerciales
para MTV
hechos por Banksy…
y pongo las noticias donde un nóbel de la paz
aparece justificando bombardeos
a países que se van quedando
sin aliados.

Agotado,
busco entonces un nuevo libro,
pero Houellebecq tira fuegos artificiales
Vargas Llosa sigue jugando al historiador
y Dostoievski no reencarna
por ningún lado.

Por si fuera poco
la Nothomb se olvidó de escribir,
Fuentes ya está muy viejo,
y Vila-Matas dejó de existir
desde la cabeza hacia abajo…

¡Y qué mierda…!
¡todos los demás están muertos…!

Para consolarme
llamo entonces a mis amigos,
pero se me olvida
que ellos están casados
y adormecidos,
y solo aguantan dos a tres litros de cerveza
los fines de semana,
y temen ir a poner bombas
como antes
porque si los descubren
pierden los puntos para el subsidio
o puede peligrar su trabajo
en universidades privadas,
y hasta me dicen, excusándose,
que no quieren ser un mal ejemplo
para nadie.

Los otros,
están en el extranjero,
gastándose la plata de mis impuestos
y viviendo gracias a becas
que les permiten escribir
entre 100 y 500 páginas
de letras sobre otras letras
que a nadie importan…

Si yo fuera puta,
pienso entonces,
-y con esto no quiero decir que aún no lo sea-,
le vendería mi culo
al pordiosero más sucio
y aceptaría un trago de cualquier cosa con alcohol
como pago…

Pero claro,
Dios me hizo macho
y mi prostitución ha sido hasta ahora
de una naturaleza distinta:
trabajando para un colegio
de la Cámara Chilena de la Construcción,
por ejemplo,
y ocultando en gran parte aquellas cosas
que los padres que envían sus hijos ahí
no quieren que ellos oigan.

Desde ahí,
apenas puedo darme pequeños lujos:
obligarles a que despeguen los adhesivos del ché
con los que han adornado sus celulares nuevos,
o rechazar invitaciones para ir a ver a McCartney
que valen poco más de dos sueldos mínimos…

Es decir,
mi única revancha
es decir que no.

El mundo mientras tanto,
sigue contaminándose,
y algunos pagan por ir a gritar consignas antiimperialistas
junto a U2,
y otros se filman follando en el auto nuevo
de sus padres…

Y el alcohol los adormece
Y la marihuana los adormece
Y los estudios
Y los créditos…

Y solo despiertan
cuando en la cajita feliz
les sale una foto del che jugando golf…

¿Se acuerdan amigos
cuando hicimos esas cosas…?

Cuando golpeamos a un Superman por facho
o a un Batman porque todo lo que hacía lo hacía
por sí mismo…

¿Se acuerdan que lloramos
cuando encontramos las facturas
por seis mesas de pool
para casas particulares
financiadas por el partido comunista…?

¿Se acuerdan de las biografías falsas?

Esas en que Kafka renunciaba
y golpeaba a sus superiores,
o en que Van Gogh elegía otra muerte,
o en que Cioran se convertía en líder
de un grupo suicida…

¿Se acuerdan que creíamos en los otros?

¿Se acuerdan que creíamos
en nosotros mismos?

¿Fue acaso porque las mujeres que amamos
nos fueron infieles…?

¿O fue porque nos dolió que el mundo nos mintiera
y se hiciera infiel a sí mismo?

¿O simplemente fue que nos dimos
demasiada importancia?



Eso pienso mientras saco cuentas
y vuelvo nuevamente a los remates
de esos artículos
por internet…

Y sí…
mañana será otro día,
me digo,
y luego otro…

Pero un día de estos,
sin duda,
será distinto.

domingo, 19 de junio de 2011

Tal vez necesito una pausa.

.
"Y su voz había sonado
como la de un perdido"
C.L.
.

Tal vez necesito una pausa. Pero también es posible que esa pausa me derrumbe.

¿Qué hago entonces?

¿Le doy vueltas a una historia?

¿Dejo de enfocar otra vez el pilar débil que puede quebrarse y hacer que todo se venga abajo?

Sinceramente no lo sé.

Mejor comienzo simplemente siendo sincero:

Mi biblioteca es un caos. Un sistema en que la circulación se coagula y en el que el orden parece imposible pues no sé por dónde comenzar.

Aunque tal vez miento. Sé por dónde comenzar. El problema es que le tengo miedo a lo que viene después del orden, y en cierto sentido la felicidad me asusta. Es la única explicación que tengo.

Y es que da miedo reconocer que casi toda la carga está constituida en gran parte por las acciones o carencias de uno mismo.

No es que sea flojo, en todo caso. Hoy revisé pruebas y trabajos, por ejemplo, durante seis horas, pero prácticamente no veo un avance concreto.

Me falta una mano, una ayuda. Y me pesa estar solo. Esa es la verdad.

Y también es cierto que me cuesta seguir una dirección clara.

No quiero pedir nada. Y me gustaría no necesitar nada. Pero el juego que sigo me acerca cada vez un poco más al colapso y éste se aleja un poco más, y al final uno termina resistiendo mucho más de lo que creyó, y quizá daba reconocer que equivoqué la táctica.

Es como la historia del hombre que decidió un día dejarse morir y fue sorprendiéndose poco a poco al ver como su cuerpo resistía y no moría nunca.

Aunque claro, yo no quiero morir. No crean.

O tal vez el secreto es que una biblioteca no se puede ordenar estando solo. Y quizá por eso comencé a escribir acá y todo aquello de orden que iba a hacer y que se reveló imposible, era en realidad un llamado para que me ayudaran a ordenarla.

Pero no estoy seguro de eso, realmente.

Y claro, llegado a este punto, puede que la verdadera carencia sea eso que siempre dejamos de lado: sentirnos queridos. Y el error más grande no dejarnos querer y querer dar siempre, hasta lo que no tenemos.

Cuando pequeño, por ejemplo, yo quería ser bueno, y me costaba. Y es que era absurdo casi eso de “intentar serlo”, pues esto ya suponía una distancia y uno se complicaba… porque estaba consciente que esa distancia me alejaba de los que eran totalmente buenos. Esos que hasta sin quererlo lo eran, y les salía natural.

Por el contrario, siempre el querer estaba ligado a una serie de exigencias… y entre tanto querer dar y olvidarme de lo que verdaderamente necesitaba supongo que me fui convirtiendo en un pozo. Y como tal fui quedándome vacío. Y oscuro.

¿Suena terrible, no…?

Lo malo es que sin adornos es así. Y hoy no quiero adornos.

Ahora voy a levantarme y ordenar un poco. Y quizá haga algunas cosas más… de esas concretas como preparar un material para el trabajo, u ordenar las ropas para mañana… pero lo cierto es que será poco, pues sinceramente estoy cansado… y estoy bastante seco, como para ser pozo esta noche.

Disculpen, pero hoy no tengo nada de beber, para ofrecerles.

sábado, 18 de junio de 2011

Los santos de yeso.

.
Los encontré en una caja de cartón que tenía una tía. Una un tanto rota que estaba en un cuarto abandonado, atrás de su casa.

Yo tenía prohibido meterme ahí, y además me daba miedo, porque había ratones. Y como yo a veces soñaba con ratones y la sensación me acompañaba de una forma desagradable apenas me mencionaban estos animales, resultaba que aquel cuarto tenía para mí, barreras que me parecían inexpugnables.

Sin embargo, hubo un día en que pasé por alto algunos temores y me acerqué hasta una de esas cajas, que estaba en un rincón, sobre un suelo que, según recuerdo, era todavía de tierra.

Por otra parte, no recuerdo donde estaban mis tíos, o mis padres, pero tengo grabada la imagen de cuando descubrí al primer santo, envuelto en papel periódico amarillo.

Era una figura de unos 20 centímetros de alto, un hombre vestido con algo que hoy recuerdo como una jardinera, y totalmente blanco.

-¿Qué es eso? –me preguntaron en el colegio, cuando lo llevé al otro día.

-Es un santo –les dije-. Un santo de yeso.

Y nadie me lo pidió, ni molestó, ni me dijo nada por pasarme todo un día absorto mirando la figura.

-Hay un montón en donde lo obtuve –agregué-. Cajas y cajas llenas de santos… ¡un ejército de santos…!

Y todos me miraban y quizá querían decir algo, pero al final el supuesto santo parecía absorber las palabras de los otros, dejándome una sensación de poder, como si cada uno de ellos hubiese contenido una especie de defensa.

-Mañana traigo otros, y se los muestro –les ofrecía. Y mis compañeros aceptaban, aunque siempre en un silencio que me era imposible de interpretar, en ese entonces.

En la casa, en tanto –yo vivía en una que estaba en el mismo terreno que la de mi tía-, había logrado sacar un número importante de santos, e incluso había intentado pintar con témperas unos cuantos, para darles colorido.

Con todo, los santos se veían mejor de blanco, con el olor a tierra todavía impregnado y hasta parecían imponer más respeto mientras más fallas o pequeños daños revelaban, como si hubiesen sido martirizados y eso los hiciera, de cierta forma, más dignos.

-¿Por qué le falta una mano a esa figura? –me preguntaban entonces en el colegio.

Y yo empezaba luego a improvisar un nombre y una historia para aquel santo y me preocupaba siempre de resaltar que había pasado por terribles tormentos.

-¿Por qué ese no tiene pies?

-¿Cómo se llama el que no tiene un brazo y tiene como una grieta grande en la espalda?

-¿Qué le hicieron a esa que tenía el rostro como borroso y le faltaba un pedazo de cabeza?

Y yo inventaba. Y los hacía sufrir. Y mi ejército crecía.

Pero sucedió un día que mi madre descubrió los santos bajo la cama, y como había sucedido una historia extraña con unas gitanas que me hablaron en un parque, y como yo negué saber qué hacían esas figuras, sucedió que al final mi madre decidió juntar todos aquellos que encontró, y arrojarlos a la basura.

-¿A la basura? –preguntaba yo.

-Claro que a la basura, ¿qué más vamos a hacer con ellos? –decía mi madre.

-¡Pero si son santos…!

-¿Cómo que santos…? ¿Quién te dijo que eran santos…?

-Nadie…

-¡¿Quién te dijo que eran santos…?! –exigía mi madre.

Y claro, yo seguía diciendo que se trataba de una idea mía y mi madre negaba que fueran santos, y hasta se enojaba porque yo insistía con lo mismo.

Recuerdo incluso que esa vez, con el alboroto, llegó incluso mi tía, y mi madre le enseñó las figuras, y ambas concordaron en que yo estaba loco si creía que esas figuras representaban a santos, o algo similar.

Lo más extraño, sin embargo, fue que mi tía no demostraba conocer las figuras, y ambas parecían entender y temer algo que había puesto esas figuras bajo mi cama, y que, según ellas, no era yo.

-¿Estás seguro que no fuiste tú, cierto? -Buscaban confirmar.

Y yo mentía y les decía que no. Y que nunca había visto esas figuras, salvo en sueño. Pero no sé si realmente me creían o ambas estaban fingiendo yambién, sobre algo.

Fue así que pasó el tiempo, y supongo que para evitar problemas, nunca más fui a buscar a ese cuarto otras figuras. Luego pasó más tiempo y hasta olvidé lo de los supuestos santos…

¿Pero saben…?

Este último tiempo he vuelto a soñar con ratones. Un montón de ratas corriendo en torno a la historia contada y pudiendo, en lo posible, establecer un vínculo entre esas viejas figuras y todas aquellas otras cosas en que creemos, en algún momento, y hasta creímos santos…

-¿Y de qué figuras se trataban? –me decidí a preguntarle el otro día a mi madre, tras visitarla, justo después de uno de esos sueños.

-¿De verdad no te acuerdas? –me dice ella, con un tono extraño.

Y entonces yo la miro y la noto asustada, y ella me pregunta por qué le pregunto eso ahora, y yo invento algo sobre un cuento que leía, por estos días, y que relacioné unas ideas...

-Esas figuras éramos nosotros –me dice ella, con la voz cortada-, tú y yo y tu padre, y una mujer extraña, según recuerdo, repetidos varias veces…

-…

-¿No han vuelto a aparecer, cierto? –pregunta, asustada.

-No. No han vuelto a aparecer desde entonces –contesto yo.

Pero ella me mira de forma extraña nuevamente, y yo entiendo que hay algo más. Y tras pensarlo un poco creo adivinar que esas figuras sí volvieron a aparecer, solo que yo no lo supe.

-¿Cuándo encontraste la última? –le pregunto entonces a mi madre.

-Hace como un mes –me dice-. Estaba en el jardín, después de un día que nos visitaste. Era la figura de una mujer, sin cabeza… y la boté de inmediato…

Mi hijo interrumpe entonces la conversación, y yo me voy a jugar con él, e intento dejar de pensar en las figuras de yeso…

-¿A las cartas o al taca-taca? –me pregunta él, mientras yo lo miro.

-¿Puedo elegir mejor una tercera opción? –pregunto.

Y él me dice que sí. Y yo la elijo.

viernes, 17 de junio de 2011

Un amigo va al psicólogo.

.
.

-Tiene un grano, hueón –me dijo-, ¡un puto grano en medio de la frente!

-¿Quién? –pregunté yo.

-¡¿Quién…?! ¡¿Acaso no llevo como media hora hablándote de mi mujer…?!

-Ah… ¿La Sole…?

-Si po, hueón, la Sole, mi mujer… y tiene un grano en medio de la frente hace como seis meses…

-¿Y tienen qué operarla?

-¡¿Por un grano…?! ¡¿Tú creís que van a operar a mi mujer porque tiene un puto grano en la frente…?!

-Pero entonces… ¿cuál es la importancia?

-El grano po, hueón, la importancia es que no puedo intentar ni pensar en la mujer separada de ese grano…

-Pero… ¿le produce algo? ¿Le hace algún mal ese grano?

-A ella no… ella no se da ni cuenta… ¡como si le hubiesen comido el sistema de la vergüenza!

-No te entiendo, no estarás exagerando un poco… Además, ¿quién se habría querido comer ese “sistema”…?

-El grano po, hueón… ¿o me vay a decir que no sabes de qué se alimentan?

-¿Se alimentan de la vergüenza de las personas?

-No po hueón, se alimentan de algo así como los sistemas operativos de un ser humano…

-Mmm… ¿y de dónde chucha sacaste eso?

-De mi psicólogo. Es súper bueno y ha intentado que yo comprenda todo esto.

-¡¿Estay yendo al psicólogo…?! Pero si tú mismo hablabay en contra de ellos y de…

-¡Pero eran otros tiempos…! Hay hueás que uno tiene que cambiar… De hecho es lo único de lo que le agradezco al grano…

-¿Cómo…?

-Que gracias al grano debo reconocer que he cambiado algunas cosas…

-O sea que también el grano afectó tus propios sistemas operativos…

-Sí. Y quizá me ha ayudado a ver cosas… pero siempre él ha estado adelante…

-¿Quién ha estado adelante?

-El grano po, hueón… el de la Sole… ya me es imposible verla sin que el grano se interponga…

-…

-A veces lo intento, sabís… como concentrarme en lo que hay atrás del grano, me refiero… en la mujer con que me casé, con la que quería incluso tener hijos…

-¿Y?

-Y no puedo po hueón… Ni siquiera mirarla de frente, cuando nos encontramos…

-¿Cómo que “cuando se encuentran”…? ¿Ya no viven juntos?

-No... El psicólogo me lo recomendó… vivimos cerca eso sí, pero ya no tenía sentido vivir juntos…

-¿Y separados sí tiene sentido?

-Pues un poco sí, aunque sinceramente, todavía me siento muy cerca del grano…

-¿De su grano…?

-No sé si “su” grano… pero si te refieres al que está en su frente sí, a ese grano…

-…

-Es que sabes Vian, no puedo concebir que ese grano sea parte de ella, de hecho es como si hubiese quedado pegado en mí vista… como si mirase por una ventana donde el grano está pegado como un sticker que contamina todo lo que veo…

-¿Y no serás tú el contaminado?

-No. El psicólogo dice que no. Aunque la Sole también me decía eso, ahora que recuerdo…

-¿La Sole te decía que tú eras el contaminado…?

-Sí. Que ese grano “era fruto de mi voluntad”, o algo así… pero nunca asumía su culpa…

-¿Cuál culpa?

-La de ser portadora del grano, de permitir que exista en ella… de ser una con el grano… de estar ligada… ¿De verdad no entiendes?

-Pues parece que no…

-Quizá debería recomendarte mi psicólogo…

-No, tú sabes que a mí nunca me han gustado y…

-Pero si a mí tampoco me gustaban… “antes al proctólogo que al psicólogo”, decía yo… pero este hueón la cagó pa ser bueno… además que te atiendan en tu propio hogar…

-¿Te atiendes a domicilio?

-Bueno... es que estamos viviendo juntos, para ser sincero… yo me tenía que ir de donde la Sole y a él le sobraba una pieza…

-¿Y todo por un grano?

-Mmm… pues sí, en un inicio sí… pero créeme que todo ha sido para mejor, a fin de cuentas…

-Mmm…

-¿No me crees?

-¿Qué cosa?

-¿Que todo ha sido para mejor?

-Pues si tú lo dices…

-Y lo dice el psicólogo… y él sabe…

-Bueno, entonces sí estas mejor.

-Sí. Gracias.

-¿Y la Sole, a todo esto? ¿Está bien…?

-Mejor. Además se dejó chasquilla y el grano no se le nota…

-Y entonces ¿tú y ella…?

-No hay vuelta... Entre un yo y un ella hay un grano. Y hemos decidido no aceptarlo entre nostros…

-¿Hemos…? ¿Tú y ella o tú y el psicólogo?

-Yo y el especialista, claro, lo ideal es decidir todo sin tantas afectividades de por medio.

-…

-…

-¿Quieres decirme algo?

-Te iba a preguntar por el grano, pero luego pensé que era estúpido…

-Pues el grano existe, si es lo que te interesa…

-No digo si existe o no, pero pensaba en alguien que ayudara a extirparlo en vez de a alejarse de él, simplemente…

-¿Estás cuestionando a mi psicólogo?

-…

-¿Estás pasando por alto sus estudios y su…?

-¿Y si el psicólogo fuera un enviado del grano?

-¿Qué…?

-Ya lo dije. ¿Qué pasa si el psicólogo estuviese protegiéndolo al grano…? Después de todo estaba a favor de los cambios del sistema operativo…

-¡Vian…! ¡Ándate a la mierda!

-Pero…

-¡A la mierda! ¡No puedes faltarle el respeto así a las personas…!

-…

-Puedo entender lo que sucede… el psicólogo me lo vaticinó: “van a intentar atacarme”, me dijo…

-O sea que tu conocías este final, aún antes de comenzar…

-Pues sí, el psicólogo me habló de tu posible actitud.

-¿Y qué opinas del final, entonces?

-¿Del final? ¿Cuál final?

-Este final.

-Pero este no es un final, no así tan brusco, me refiero...

-Claro que lo es, aunque no lo comprendas.

-Es que no sé... debiese etenderlo, pero...

-Pero falta el psicólogo.

.Pues sí... sinceramente sí...

-Bueno, otro día lo entiendes, y me dices.

jueves, 16 de junio de 2011

El sueño de la razón, según Kant.

.
“Es principio esencial de todo uso de nuestra razón
el llevar su conocimiento hasta la consciencia de su necesidad”
Kant, Fundamentación a la metafísica de las costumbres.
.

I.

Le acercamos el alimento a la Razón
y ésta abre la boca, hambrienta,
pero claro,
aplazamos la satisfacción de la Razón
y retiramos el alimento
justo antes que la razón compruebe
y satisfaga
sus ansias de experimentar
el concepto.


II.

Sin el requisito
de ordenar aquellas impresiones
recogidas por los sentidos,
la realidad sería algo así
como una lluvia de challas,
pero claro,
alguien tiene la voluntad necesaria
para que la mente juegue
a estar viva,
y lo primero que ésta hace
es crear compartimientos
metafísicos
donde no pueden almacenarse
los alimentos necesarios:

La despensa de la Razón está vacía.


III.

Dispongo por tanto, frente a la razón,
un plato de arroz
con un jugoso trozo de carne
recién horneado.

No es que quiera congraciarme,
ni que le tenga afecto
ni lástima,
pero algo hay en ella
que me invita a ser amable
y consentirla.

“1612 granos de arroz”,
dice entonces la Razón,
e intenta colocar
el jugoso trozo de carne
recién horneado,
sobre un punto blanco
que ha descubierto en su pecho.


IV.

La razón tiene una tía
que se llama Antinomia.

A veces Razón la visita
y sospecha que en verdad
se trata de dos tías.

Para resolver sus sospechas
un día la razón,
miró largamente y en detalle
a aquella a quien visitaba.

Inquieta, decidió entonces
dar un pequeño pinchazo a su tía,
y descubrir si la impresión de un otro revelaba
algo que la impresión propia
era incapaz de registrar.

Sin embargo,
una primera tía
reventó como un globo
al primer pinchazo.

Luego,
una segunda,
repitió el proceso de manera tal
que no supo distinguir la Razón
si se trataba realmente de un fenómeno
distinto al primero,
o si era el mismo.


V.

La razón se olvida de comer
pues se queda pensando
frente al plato servido
en el hambre que tiene.

Y claro,
sucede entonces
que el alimento se enfría,
y la Razón se queda mirando el blanco
con un rifle entre sus manos,
y no sabe apuntar a nada
que esté fuera de sí misma.

Por último,
nerviosa,
la Razón comienza a masticar
sus propias uñas,
que vuelven,
inmediatamente,
a crecer.


VI.

La Razón a veces sueña
que es un huevo.

Y siente,
cuando sueña,
que es un huevo.

Sin embargo,
la Razón está limitada
y no llega a conocer nunca
la necesidad que impulsa su sueño.

Y el huevo se quiebra,
sin razón.

miércoles, 15 de junio de 2011

Donde se trata de la descomunal batalla entre el caballero Vian y la desalmada vaca negra, junto a cosas de mucho gusto y dignas de recordación.

.
"Las feridas que se reciben en las batallas
antes dan honra que la quitan, querido Sancho...."


Destos parajes y de otros, allende la biblioteca, cuéntase que el dignísimo caballero de Vian supo recorrer palmo a palmo en busca de lo inencontrado en otros sitios.

Pero acabóse la superficie yerta y clara y viose entonces el caballero ingresar en la espesura y oscuridad propia desos espacios desahuciados, que de Dios no han escuchado más que el alegato injurioso de los olvidados y alejados que deste han sido.

-Deste sitio es posible salir malherido –quejóse-, pues todos los trances que la falta de caminos produce han venido aquí a dar fruto, y a saberse: de amargor profundo y carentes de fermosura.

En esto, alzó los ojos y sintió como si una voz hubiese fablado en un idioma secreto, y lo mesmo percibió de las cosas antaño naturales, pero ahora alborotadas de las que ya no era bien de fiar.

-Si has de venir, avente pronto y no demores, pues bien está preparada la empresa de mi espíritu para combatir cualquier designio –lanzó.

Y fue así cuando de la espesura brotó injuriosa la figura de una vaca negra, diríase de oscuro brillante, si imaginarse pudiera un sol que arroje su luminosidad negra sobre esos rincones del paraje, que casi nunca es físico.

-Vuestra merced prepárese a fenecer por indiscreción y falta de costumbres –habló la vaca- no te alborotes y presta paciencia a lo que el suceder te avecina.

Callaba Vian ante la bovina presencia y sus augurios daban vuelta en sus oídos taladrando hasta llegar al hombre negro que dormita al interior del hombre amanecido, y pidióle consejo para tan extraña ventura.

Y ocurrióle a Vian sospechar que en sus alforjas una respuesta podía ocultarse, y buscó entre libros, inquieto, mientras la vaca se acercaba a dar cumplimiento a su amenaza; desta forma, mientras mugía, la voz secreta del animal que no era Vian, acompañábase del lenguaje secreto que le era dado entender al caballero, sin razón aparente, ni escondida.

-De caballeros metafísicos no me temo –decíale-, ni de muerte ni de castigo ni de palabras allende los significados oscuros que ya contengo, y de mi oscuridad poco tengo que justificarme salvo de su afán de engullir que le es propio, y que mes propio desde que su negrura me resulta también perteneciente.

En tanto, Vian apresurábase a sacar de las mencionadas alforjas aquello quel instinto le pedía que encontrase, dando así con un pequeño trozo de carne que parecía viviente, y que tras verlo en detalle, lo consideró vestido y similar a su propia apariencia.

La oscura vaca fijóse entonces en el alumbramiento de Vian y temió del nacimiento del laberinto que es negrura desigual y ajena al mesmo tiempo, y retrocedió un paso, si la exactitud me es propia.

-Guárdate de aquello que es como tú y que desconoces –lo reprendió la vaca negra, mientras sus patas se doblaban y el alma parecía tornársele en hierro, haciéndole venir a tierra pues su interioridad oscura había de pronto adquirido un peso que se apreciaba insostenible.

-No es bueno que el hombre esté en un caso como el que te es presente –continuó hablando el animal caído-, ni que cuente en sus alforjas solo con su envoltura pequeña ni que se ande con el corazón fuera del cuerpo, pues éste se ennegrece… ¡si lo he de saber yo!

Y al ver Vian al animal cayéndose de sí, dejó de temer la primera amenaza y se aventuró a comprender lo que la oscura vaca hablaba, pero, lastimosamente, desatendió que no es de hombres entender lo oscuro; y aunque le pese, Vian recordó que era solo un trozo de carne vestida, de esa que echa olor cuando se pudre y que, fenecida ya, solo llega a contener gusanos.

Acercóse entonces Vian al despojo de lo que había sido un animal amenazante y observó la falta de extremidades y percibió aquello como un trozo extraño de algo que fue vivo…

-Posiblemente un corazón –barajó-, arrancado de algo que lo dejó vivir alimentándose en el interior de la espesura…

Y sintió entonces el hombre rabia de eso que también era un trozo de carne y tras sentirla en plena descomposición, arremetió contra ella a golpes, y la sensación y el cansancio le hizo transformar el entendimiento hacia aquello que fue una vaca negra, en un inicio, en actual piedra o roca que absorbió la arremetida del valiente caballero, hasta que lo alejó de toda fuerza y lo arrojó horizontal, y dormido.

Desta forma, el dormir trajo el soñar y Vian, que era en la espesura hasta hace poco, entendió de pronto que estaba ya de nuevo en otro sitio, y sintió deseo de pertenencia en aquel lugar y arrojó al olvido todo lo que sintió amenaza y lo llamó fantasía, y rio de la vaca muerta y dijo “mú” y “mú”, transformando la victoria en una derrota confortable, y durmióse sobre ella.

-De nada más quiero acordarme –concluyó.

Ultimando, la luna fue oculta y dejó de verse y luego apareció. Y nadie sospechó, que no fuese la misma.

martes, 14 de junio de 2011

Y entre tantos saberes.

.
“Y entre tantos saberes,
tan pocas certezas…”
.

De mis manos sé que son dos,
porque las vengo contando
desde hace años…

Sin embargo,
si las escondo tras la espalda
o las meto a mis bolsillos,
dudo un poco
antes de responder con certeza
ante quien se muestra severo
manifestando una opinión contraria.

Quizá por eso
no suelo ser muy útil
cuando se me pide hablar de cosas
que están en la superficie,
pues apenas sé creer
en las cosas que veo
y no conozco
sus verdaderos inicios.

Atrás de eso,
sin embargo,
sé perfectamente
existe algo
que podríamos llamar verdadero;
una certeza latente
que no cuestiono
ni pongo en duda
en lo más mínimo,
aunque su definición exacta,
por cierto,
se me escapa.

Y es que atrás de todo,
parece existir algo
similar a una promesa:
una moneda no acuñada todavía,
o un relámpago pequeño
y todavía oscuro…

¿Es una mujer?
me preguntan.

¿Es una mujer lo que hay atrás
de todo esto?

Y yo me detengo
y lo pienso un poco.

Supongamos que es una mujer,
les digo,
supongamos que atrás del collar de fantasía
y de la sonrisa feliz,
está la mujer que yo busco.

Supongamos que atrás de esa perfección,
atrás de los hijos bien criados,
del pelo arreglado con esmero
y de los fideos sacados al dente,
está una mujer esperando,
perfecta y plástica
porque yo la busco.

Supongamos que atrás de ese perro de raza
que sabe sentarse y hacerse el muerto,
o atrás de la camisa planchada con esmero,
o atrás del segundo diario de duda
de la mujer perfecta,
permanece agazapada
la mujer que yo busco…

¿Entonces si es una mujer?
insisten.

¿Es una mujer lo que hay al fondo
de la superficie?

Y claro,
yo no sé cómo explicarles
que el fondo de la superficie
del que hablan
es también
otra superficie…

Así que tomo un tiempo,
y me lo pienso.

La mujer de la que hablo tampoco es esa,
les digo al fin,
la mujer que yo hablo está incluso atrás
de esa por la que ustedes preguntan:

Y es que la mujer que yo busco
no tiene dientes
y tiene el corazón tan gastado
como el sexo,
y su olor es nauseabundo,
como el de un cuerpo estancado
que no han terminado
de parir…

¡¿Tan fea…?!
exclaman los otros.

¿Qué tiene esa mujer
que no tengan las otras…?

Y claro,
yo vuelvo a tomarme un último tiempo
para escoger las palabras adecuadas
y no recibir réplica alguna.

Tiene verdad,
les digo al fin.

Tiene verdad
y sabe quién es
y quién es el mundo,
y al centro de ella hay algo así
como un puntito blanco
que aún no sé que significa.

¿Pero saben…?

Lo sabré algún día.

Estoy seguro.

lunes, 13 de junio de 2011

Estimado doctor.

.
Estimado doctor:

No tengo insomnio. Lo que tengo es culpa de dormir, que es distinto. Lo he pensado mucho y estoy seguro que es eso, así que le devuelvo las pastillas y el jarabe y hasta el CD con canciones de cuna que me prestó el otro día. Se lo agradezco, pero no los quiero. Y espero que no se moleste, por cierto.

Sé que usted actúa profesionalmente y que ha hecho lo posible por convencerme de lo que es mejor para mi salud, pero creo que lo que entendemos por ese término es diametralmente opuesto, aunque no quiero entrar en detalles, claro.

Prefiero en cambio explicar brevemente a qué me refiero cuando hablo de culpa, y digo que no tengo insomnio, pues creo que es en este ámbito donde está realmente el centro de lo que usted llamaría “mi problema”, y donde es necesario fijar nuestra atención.

Ante todo, me gustaría aclarar que no tengo nada contra el dormir. Es decir, si usted duerme diez, o doce o hasta quince horas diarias, sepa que no tengo absolutamente nada que reprocharle. Es más, puede usted hasta hibernar, si le place, y no me verá nunca hacer una referencia o comentario negativo a este respecto. Duerma usted –y los otros- cuanto quieran, entonces, y siga yo con mi explicación.

Como sabrá usted –o recordará más bien- yo soy profe en un colegio. Lo que trae adjunto una serie de otros datos como por ejemplo el llevar trabajo a casa, las preocupaciones, las pruebas por hacer y por revisar, y una inquietud constante, en definitiva, por no tener nunca las obligaciones al día y mantener la despensa llena de trabajos pendientes y esas cosas.

Con todo –y a pesar de lo que pueda parecer-, no tome esto como una queja. Esto es algo que yo elegí y escogería nuevamente y que por lo demás entrego ahora simplemente como un dato para que pueda usted entender la situación de la que aquí le hablo.

De esta misma forma, me gustaría que considerase también el tiempo que ocupo al día en escribir, leer, y todo aquello que supuestamente asumo como una necesidad y que por lo demás no podría no realizar, a riesgo de contraer otro insomnio aún más improductivo y menos satisfactorio.

Y es que sabe, doctor, a pesar de todo, lo mío es un insomnio que me da algunas satisfacciones. Y, desde ahí, debo confesar que es un estado electivo… Ahora mismo, por ejemplo, si yo dejase de escribir, créame que bastaría con apoyar mi cabeza en la almohada para dormir casi inmediatamente, pero al hacerlo, claro, comenzaría a incubarse –quien sabe si como un virus-, una sensación que identificaba como culpa, en un inicio, y que no sé realmente a qué se debe, ni cuál es, a fin de cuentas, su objetivo.

Y es que de cierta forma, si duermo sin haber escrito me viene una extraña sensación de culpa, como si me acostara sin decir buenas noches a mi hijo o sin regar mis plantas, o sin ordenar al menos un libro en mi biblioteca, que ya se viene abajo entre tanto papel dispuesto y mal dispuesto y hasta se llena de apuntes que es muy probable no vuelva a leer en mi vida, así como voy de tiempo.

¿Qué piensa usted, doctor? ¿Suena muy absurdo todo esto? ¿Le pasa a usted sentirse así cuando no hace algo?

Yo a veces pienso que sí, que a todos les pasa, y que usted no debe ser la excepción… pero el problema es también que no sabemos bien qué es aquello que debemos hacer.

A veces, por ejemplo, me quedo horas frente a la página en blanco… ¡horas, doctor! Buscando la sensación correcta, la forma correcta… o simplemente saliendo a caminar para encontrar la historia que debo contar cada día… y entender, ojalá, lo que debo aprender de ella.

Hoy mismo por ejemplo, antes de venir acá, caminé largo rato por la calle que da hacia esas nuevas construcciones que están haciendo atrás de esta villa, y justo cuando pensé que todo había sido en vano… ¡Ta-Táan! Me encontré una oreja –para que me crea se la voy a dejar junto a esta nota en el sobre café-.

Ahora bien, ¿cree usted que es normal que me encuentre una oreja?

¿Qué se supone que debo hacer yo tras caminar buscando algo y encontrarme esto?

¿Acaso cree prudente que tras encontrarla me tome una pastilla para dormir y procure descansar como usted tan amablemente me lo dice?

¡Porque no crea que se trata solo de la oreja…! También pude haberme encontrado otra cosa: una carta, unos fósforos, o hasta la rama de un árbol que tenga la forma de una llave de sol… es decir, siempre termino encontrando algo que parece decirme algo… y claro, yo lo transmito, o intento exprimirlo, como a una naranja.

Hoy día en cambio –como le decía-, simplemente encontré una oreja. Y la oreja, por supuesto, no me dice nada, sino que escucha. Y como yo solo la encontré a ella ya no sé qué historia contarle.

Por eso se la había traído a usted doctor… esa fue mi intención cuando se la puse entre sus manos y forcejeamos hace unos momentos en la entrada de su casa… no crea que era una amenaza o nada parecido… O sea, quería devolverle las pastillas, claro, y de pasada consultarle sobre esta oreja…

Y es que me urge saber si ella está realmente escuchando… o si escucha, me gustaría saber si está entendiendo algo de lo que digo…

No sé si usted podrá decirme algo al respecto, cuando despierte, o si estará en condiciones luego del golpe que se propinó en el borde de la puerta, pero me sería muy útil si pudiese determinar algo claro, e informármelo.

Después de todo, supongo que eso es lo que significa la oreja: algo que te escucha, y que, por lo tanto, reafirma mi insomnio, y la necesidad de escribir, y todo aquello que le mencionaba antes y que a veces me cuestiono, quién sabe si innecesariamente, o no.

Por último, me gustaría disculparme por los otros inconvenientes que pude haber causado, pero le digo claramente que no fue mi intención, además los niños se desesperaron cuando lo vieron en el piso y yo solo quería que ellos se tranquilizaran y pudieran dormir tranquilos, como usted mismo recomienda… por el bien de su salud.

Pasaré un día de estos por una respuesta clara y concreta.

Buenas noches, doctor.

Que descanse.

Vian.

domingo, 12 de junio de 2011

Un topo, el topo.

.
Mientras recogía unos libros que estaban en un rincón del dormitorio me encuentro con un topo. Igualito a los caricaturizados en programas infantiles, solo que más feo y con una apariencia que llega incluso a intimidar, cuando te lo encuentras así, de sorpresa, y en el lugar menos indicado.

-¡Qué mierda….! –exclamé con sorpresa-. ¡Un topo…!

-¿Un topo? –dijo el topo.

Y es como un loro, pensé, si hasta repite lo que yo digo.

-¿Soy un topo? –insistió entonces el animal-. ¿Podrías decirme si soy un topo?

-¡¿Y hablas…?! –grité, sorprendido.

-¿No debo hablar? –preguntó entonces, intentando abrir los ojos.

-¡Claro que no…! No debieras, al menos…

-¿Por qué no?

-Porque eres un topo…

-¿Entonces sí soy un topo?

-Sí… -le dije-, claro que sí, pero…

-¿Qué sucede?

-Que los topos no hablan… es decir, tú no debieras hablar…

-¿Entonces no soy un topo?

-Claro que lo eres, es solo que no debieras hablar y…

-Pero si hablo quizá no sea un topo, a lo mejor te confundes.

-¿Y acaso tú no sabes quién eres? –le dije, algo molesto, por la situación.

-Nadie sabe –contestó.

-¿Cómo nadie?

-Nadie. Ni yo ni los otros, por eso me enviaron…

-Espera, ¿de qué me estás hablando?

-De los otros, de los que vivimos bajo tierra… es que ninguno sabe muy bien quién es…

-Pero, ¿son cómo tú?

-¿Cómo…?

-En apariencia, me refiero, ¿son parecidos a ti…?

-No lo sé, es que abajo está oscuro… pero yo creo que sí, al menos hacemos las mismas cosas…

-Pues entonces son topos –le dije, para zanjar el asunto y calmar un poco las cosas-. Voy a abrir una cerveza, ¿quieres una…?

-¿Qué es una cerveza?

-¿No has escuchado nunca hablar de la cerveza?

-No… ¿sirve para saber quién es uno?

-Mmm… la mayoría dice que no… -reflexioné-, pero a mí me ayuda.

-Entonces dame un poco, por favor.

Fui entonces por un par de cervezas y le puse un poco en un cuenco. Luego supongo que me tranquilicé un poco, y acepté la situación sin darle más vueltas. Aunque seguía interesado por su visita.

-¿Y tú dices que te enviaron los otros para saber quiénes son?

-Sí –contestó-. Abajo está oscuro y queremos saber… apenas nos reconocemos por lo que tocamos y casi todo nos resulta lo mismo…

-Entonces quiere decir que son físicamente parecidos…

-Quizá, o a lo mejor estoy solo y los otros son también otros yo que se preguntan lo mismo…

-¿No crees que le estás dando muchas vueltas a las cosas?

-…

-Me refiero a que están bien, ustedes, allá abajo… ¿es tan necesario salir para averiguar aquello?

-¿Si es necesario salir de dónde uno está para saber quién es uno? –preguntó el topo.

-Sí… es decir, sé que es importante, pero uno debiera tener las herramientas para saber quién es uno… supongo…

-¿Aunque sea en la oscuridad?

-Sí…

-¿Y aunque no haya caminos y para avanzar debas hacerte los caminos tú mismo…? –me dijo, con un tono que revelaba cierta molestia.

-Pues sí… y no te lo digo para que te enojes, o algo… es solo que los topos están bajo tierra y prácticamente nunca salen a la superficie…

-¿O sea que para ser quién soy debo permanecer bajo tierra, y si salgo a averiguar quién soy dejo de ser yo…? ¿No te parece injusto?

-Mmm… quizá un poco, pero yo no tengo la culpa de eso…

-¡¿Cómo que no la tienes?!

-…

-¿Acaso no eres Dios? ¿Acaso no eres tú quien nos creaste y pusiste en nosotros estas peguntas…?

-Espera –lo interrumpí-. Yo no soy ningún Dios…

-¿No…?

-Claro que no… yo solo vivo aquí, entre mis libros… tú pudiste salir en cualquier lado, y encontrarte con cualquier otro…

-¿Pero acaso no se dice que Dios vive arriba de nosotros?

-Pues sí, eso se dice…

-¿Y cómo se hace para llegar hasta allá…?

-¿Hasta arriba…? Pues no sé bien… es que sabes, para ser sincero, los hombres, hemos llegado bastante arriba… y no hay señales…

-¿No hay Dios?

-No dije eso… solo digo que no hemos visto nada concreto…

-¿Pero entonces cómo saben quiénes son…?

-Eh… no sé… pero a veces es mejor no preguntar.

-¿No…? ¿Y qué pasa si los topos son ustedes?

-¿Y los hombres ustedes?

-Da lo mismo quiénes somos nosotros… lo que no me explico es cómo ustedes están tan seguros y tranquilos, y no se preguntan estas cosas…

-Hasta hace un rato no te daba lo mismo quiénes eran…

-Ahora tampoco, pero el caso es que tú no puedes decírmelo… no eres Dios…

-Pero sé que eres un topo…

-Pues no sé si creerte, tú dijiste que los topos no hablan y no salen a la superficie…

-Es que a lo mejor tú no eres “un topo”, sino que eres “el topo”…

-¿Cómo es eso…?

-Que tal vez tú seas algo así como la excepción dentro de la generalidad…

-¿Qué generalidad?

-La de los topos, claro…

-Mmm… no entiendo eso…

-Que a lo mejor tú, siendo un topo y no sabiéndolo, pasas a ser la excepción que busca saber quién es para confirmar su especie…

-¿O sea que según tú yo soy algo así como el “mesías topo”…? –preguntó irónico.

-No lo digo para que te molestes, es solo que no tengo más respuestas que ofrecerte…

-Ni respuestas para ti tampoco, supongo…

-Pues no, supongo que no… -contesté, vaciando la segunda cerveza.

El topo entonces guardó silencio un rato, y se dio media vuelta, ocultándome el rostro.

Yo, mientras, aproveché que no estaba mirando y me tomé el poco de cerveza que le había vaciado en el cuenco.

-Es mejor que regrese –dijo entonces el topo.

-¿Vuelves donde los otros?

-Sí. Gracias por escucharme, al menos…

-Pero… ¿qué les vas a decir?

-¿A los otros?

-Sí…

-No sé… supongo que les diré que me encontré con Dios… no sé… quizá trate de inventar algo que les permita continuar viviendo y cavando, día a día…

-Pero y tú…

-¿Yo qué? –me dijo el topo, volteándose-. ¿Acaso te importa?

Entonces me fijé que el animalito estaba llorando, y que gruesas lágrimas caían de sus pequeños ojos, que seguían esforzándose por ver aquí afuera.

-Yo… -intenté decir, pero no pude.

Él, en cambio, levantó con seriedad una de sus patitas a modo de despedida y se metió nuevamente al hoyo, por donde había llegado, y luego desapareció.

Han pasado unas horas desde entonces.

Mis libros siguen aquí, en torno mío… y claro, aunque suene obvio y no sea un buen final, debo admitir que me abruma la vergüenza. Lo suficiente al menos como para sentirme un animal pequeño, ciego y sin lenguaje… y no querer adornar este escrito con una reflexión importante y vacía que no debiese pronunciar.

Me retiro, por lo tanto, en silencio.

Y guardo, con cuidado, la moraleja. Para no ensuciarla más.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales