martes, 28 de junio de 2011

Prehistoria, para qué... (obra dramática)

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El escenario representa una sala de clases, repleta de alumnos, con sus respectivos olores. Vian está delante de ellos intentando explicar algo intrascendente.

Escena 1.

Vian – Inspector – Alumnos (como decorado).

(Golpes en la puerta. Vian abre)

Inspector: (Con premura) Teacher Vian, en recepción lo buscan urgente.

Vian: (Fingiendo interés) ¿Quién?

I: Es un hombre alto… tiene un bigote…

V: Pues dígale que yo ya tengo y no necesito otro…

I: No, me expliqué mal, el hombre tiene un bigote, pero lo trae acá otro asunto…

V: ¿Puedo saber cuál?

I: Imposible.

V: ¿Por qué?

I: Porque todavía no se lo he dicho.

V: ¿Y me lo podría decir entonces?

I: Si lo entendiera claramente sí, pero ciertamente es un asunto algo confuso… es que el hombre…

V: (Con prisa) ¿Qué sucede con el hombre?

I: El hombre me parece algo absurdo… pero no sé bien cómo explicarlo… ¿quiere que cuide a los alumnos mientras usted baja y lo ve personalmente?

V: No. Preferiría que él viniera. No tengo inconvenientes en hablar frente al curso.

I: ¿Pero y si es un asunto importante y sus alumnos no debiesen enterarse?

V: Pierda cuidado, los alumnos nunca se enteran de nada, o lo olvidan rápidamente.

I: Voy entonces, teacher Vian… pero quisiera antes pedirle algo…

V: Diga.

I: ¿Me puedo despedir del público?

V: ¿Qué público?

I: ¿No es esto una obra de teatro?

V: Para nada, es un texto escrito en un blog, solamente…

I: ¿No hay aplausos ni esas cosas?

V: No. Ni aplausos, ni pifias ni fruta podrida.

I: (Lamentándose) Y pensar que me arreglé como diez minutos antes de entrar a escena…

V: Ya ve, la vanidad no engendra nada… de hecho ni siquiera lo describí.

I: (Desencantado) O sea que el traje con lentejuelas que arrendé…

V: Nada, ni siquiera hice alusión a eso.

I: Pues entonces me retiro ofendido. Buenas tardes, teacher Vian.

V: Buenas tardes, inspector.


Escena 2.

Hombre alto con bigote – Vian – Alumnos (como decorado).

Hombre: (Enérgico) Señor Vian ante todo me gustaría decirle que yo tenía un loro.

Vian: (Sorprendido) ¿Un loro?

H: Sí, uno verde, con plumas… un loro típico. De esos que repiten palabras, inclusive.

V: ¿Y qué sucedió?

H: Ayer lo enterré, al pobre… ¡estuve seis horas en eso!

V: ¿Seis horas? ¿Por qué tanto?

H: Porque no se dejaba el desgraciado, si me picoteó todas las manos, mire… (se las muestra).

V: (Comprensivo) ¡Qué desconsiderado…! Justo ayer leía un libro sobre eso…

H: ¿Sobre los loros?

V: No, sobre la ingratitud, era una carta de suicidio de un hermano de Kierkegaard.

H: Sí, otro desconsiderado… aunque estoy seguro que mi loro era peor.

V: ¿Por qué?

H: En primer lugar porque era verde.

V: Comprendo.

H: Gracias (saca un pañuelo desechable y se limpia la nariz).

V: ¿Me decía usted?

H: (Distraído) No, le decía “gracias”.

V: Me refería a que puede continuar, ¿o vino a contarme de su loro?

H: No. Específicamente no, pero es un atajo que debo atravesar… es que sabe… el loro aquel dejó de hablar de improviso… ¡años hablando y repitiendo frases y de pronto fue el silencio…!

V: ¡Qué agradable…!

H: ¡Para nada…! Si era muy útil, uno podía pasar todo el día hablando de él con los invitados… pero ahora, ¿sabe cuánto me cuesta encontrar temas para hablar con mis amigos?

V: Mmm… no sé… ¿horas?

H: Más, teacher Vian… más que la conchesumadre, de hecho…

V: Señor, le recuerdo que estamos en una sala de clases… los alumnos parecen de cartón, pero no me confío…

H: Disculpe, es que me exasperro…

V: (Corrigiéndolo) Me exaspero…

H: ¿Usted también? ¡Cuánta empatía!

V: Me refería a que usted dijo exasperro en vez de exaspero.

H: ¿Dije eso…? ¿No habrá sido una falla de tipeo?

V: No lo creo.

H: Está bien, digamos entonces que me exaspero… pero es que sabe… las mascotas son necesarias para entablar conversaciones amistosas con los demás, y cuándo una te defrauda… como que todo se puede venir abajo…

V: ¿Simplemente porque el loro deja de hablar?

H: Sí teacher Vian, o porque uno no encuentra al gato, o porque el hurón dejó de poner huevos…

V: Pero los hurones no ponen huevos…

H: ¿No?

V: No.

H: Entonces lo juzgué mal…

V: ¿Y si hizo lo mismo con su loro?

H: No. Ese sí se lo merecía. Hablaba de lo más bien y de pronto se quedó callado. Yo siempre contaba sus gracias y lo llevaba a la mesa, y entonces podíamos hablar de lo que él decía y la vida se hacía más fácil.

V: Sí… el otro día leía un libro sobre eso…

H: ¿Sobre los loros que se quedan callados?

V: No. Sobre las conversaciones de mesa y la facilidad con que nos despojamos de nuestros significados más pesados, como si fueran capas… creo que se llamaba “Costumbres de la gente-cebolla”…

H: ¿Si tiene dibujos, me lo prestaría?

V: (Tajante y sin ganas de prestarlo) No tiene dibujos.

H: ¿Y no podría hacerme un resumen?

V: No tengo tiempo, realmente…

H: Es que sabe… me malacostumbre un poco con el loro, él era perfecto en los resúmenes… a veces escuchaba largas conversaciones y simplemente resumía todo en una palabra al final de ellas, o a lo más en una frase…

V: Es una gran pérdida entonces… Lo lamento…

H: Gracias. Ojalá hubiese encontrado esa comprensión en mi pareja…

V: ¿No lo comprendió a usted?

H: Para nada, simplemente se quedó callada, como el loro… Imagínese que cuando estábamos en el funeral yo la miraba y era como si me hiciese sentir tan extraño…

V: ¿Cómo “extraño”?

H: Es que no sé… era como si no hubiésemos conocido realmente al que estábamos enterrando, como si no supiésemos realmente qué habíamos perdido…

V: Siempre pasa eso, cuando se pierde algo… justamente ayer leía un libro sobre eso…

H: ¡Pero esto es más terrible, teacher Vian! ¡Esto no tiene escrito la última palabra!

V: ¿A qué se refiere?

H: A que en los libros al menos uno sabe a qué atenerse, hay cierta cantidad de palabras, el final está dado… es decir, si quiero me adelanto y lo descubro, pero en la vida real es distinto, y la sensación de incertidumbre es peor, o la de pérdida…

V: Entiendo…

H: Es como cuando uno siente caer algo y rebotar en el piso, algo de metal me refiero, una moneda probablemente… solo que no sabemos bien qué es, y no nos decidimos entonces qué buscar, y aunque encontremos algo seguimos buscando…

V: (Extraviado) ¿Se refiere usted a la muerte del loro?

H: Claro…

V: (abstraído) Sí… generalmente morirse es también un llamado de atención con los otros… como las pataletas de los niños…

H: Eso decía mi esposa, de hecho fue lo último que dijo mi esposa antes de enojarse y encerrarse en la pieza…

V: Lo lamento.

H: Sí, yo también. (Acercándose y hablando en voz baja) Además tengo mi ropa interior en la pieza y no me he podido cambiar en dos días.

V: ¿Y habrá sido para tanto el enojo? ¿Quería ella mucho al loro?

H: Esa misma pregunta me hice yo, y hasta pensé que podrían ser amantes… pero al final entendí que el problema tiene su centro en otro sitio… mire (H le acerca las manos a Vian y vuelve a mostrarle las heridas)

V: Sí, las heridas de los picotazos, ya me las mostró…

H: Yo también creí eso, pero mire bien, ¿no ve como marcas de dientes?

V: (Acercándose a mirar) Pues sí, se ven como dientes marcados…

H: Pues eso es lo que enojó a mi esposa… según ella yo enterré a nuestro hijo, que se había intercambiado con el loro…

V: ¿Intercambiado?

H: Sí, según mi esposa, nuestro hijo habría fingido ser el loro para que lo lleváramos a la mesa y habláramos de él, como para sentirse importante ¿me entiende?… bueno, esa es la teoría de mi esposa al menos… que donde no le poníamos atención, él se habría emplumado y…

V: Espere, pero si eso es así, el loro…

H: El loro tendría que estar acá, disfrazado de mi hijo… a eso vine, de hecho… ¿No ha notado usted nada raro en alguno de sus alumnos?

V: (Recordando) Pues verá… ahora que lo dice, en la hora anterior anoté a uno porque no paraba de decir unas frases inconexas…

H: ¿Decía por casualidad “Prehistoria para qué” o “Milagro de natividad”?

V: ¡Sí…! Justamente… ¡eso decía!

H: ¡Qué alegría…! ¡El loro está vivo…!

(El hombre salta y celebra en la sala de clases)

V: (Reflexiona brevemente) Pero entonces su hijo… ¿estaría muerto…?

H: Sí, pero no me deje como el malo en su historia, usted tampoco supo diferenciarlo… usted es de mi misma clase…

V: (Tras guardar silencio un rato) Puede que tenga razón… de hecho ayer mismo leía un libro sobre eso…

H: (Mientras corre por la sala) Pues déjeme decirle que no me interesan sus libros, teacher Vian… ¡he recuperado a mi loro!

V: (Sin mucha seguridad) Sí… supongo que tiene razón… pero ¿podría usted salir ahora, para continuar la clase…?

(Justo entonces suena el timbre y los alumnos se retiran corriendo del lugar, junto al hombre que sale también de la escena, entre ellos.
En la sala solo queda Vian.
Por último, mientras se apagan las luces, vuelve a entrar el Inspector, con su traje de lentejuelas, y hace una reverencia hacia el lado donde se imagina debe estar el público.
Justo después le llega una fruta podrida, y luego otra. Y se apaga la luz.)

1 comentario:

  1. wujajaja lo mejor es el Inspector con traje de lentejuelas XD

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