miércoles, 31 de mayo de 2023

En un lugar polvoriento.


Todo esto ocurre en un lugar polvoriento.

Calles de tierra, construcciones antiguas, aparentemente abandonadas.

Un poco como esos pueblos del oeste americano, justo antes de un ataque.

Entonces, por la calle central de ese pueblo, podías verla a ella, caminando.

Sin apuro, con un vestido sucio, por el polvo.

Con un andar extraño.

No sé bien por qué, pero me hice la idea que tenía una pierna de madera y la otra de hierro.

Estaba seguro de aquello.

No era antiguo, el lugar si lo recuerdo.

Solo parecía abandonado.

Recuerdo, por ejemplo, haber visto un gran número de objetos abandonados, dispersos en aquel sitio.

Cajeros automáticos, automóviles, carritos de supermercados con sus compras dentro.

Todo cubierto de polvo, eso sí.

De tierra incluso, más que polvo.

Entonces, en medio de aquello, ella se acercó a un asiento que extrañamente estaba limpio.

Se sentó en él y hurgó en su bolso, en silencio, como si buscase su voz ahí dentro.

De vez en cuando levantaba la vista y me miraba como diciendo que la esperase un poco más.

Dando a entender que tenía algo importante que mostrarme.

No sé por qué, pero no podía conseguirlo.

Dejó a un lado el bolso y se puso de pie.

Entendí que había distancia, entre ambos.

Como si estuviésemos en regiones distintas.

Poco después, la vi escribir su nombre en el vidrio sucio de un auto.

Pero cuando intenté leerlo el auto partió y todo volvió a llenarse de tierra.

Una nube de tierra, de hecho, me impidió ver algo más.

Cuando se disipó, ella ya no estaba, aunque su bolso estaba sobre el piso.

Me acerqué a mirar en él.

Tenía el interior oscuro.

Me incliné para ver mejor y sin entender cómo, caí dentro.

Pasó un tiempo.

Adiviné que ella volvería por su bolso poco después.

Todavía la espero.

martes, 30 de mayo de 2023

Vecinos.


I.

Dos vecinos se pelean y ahora tienen más alta la pared.

La pared que separada sus viviendas, por supuesto.

Los oí discutir varias veces y luego me percaté de lo que habían realizado.

No sé si la hicieron juntos o uno de ellos lo realizó por cuenta propia.

Lo que sí sé, es que desde entonces no los he oído discutir.

Y que desde entonces la idea comienza a rondarme, aunque no suelo discutir con mis vecinos.

Eso es lo que sé.


II.

Lo que no sé es si mis propios vecinos se molestarán si hago más altas las paredes.

O si tengo derecho a hacerlo, por supuesto.

He buscado en internet, pero no encuentro nada claro.

Solo ejemplos.

Y hasta Oscar Wilde me sale en los ejemplos…

No entiendo bien por qué.


III.

Ayer un gato me observaba desde lo alto de la pared.

Yo también lo observaba, pero pensaba en la altura, no en el gato.

Entonces él hizo un ruido y caminó y me obligó a mirarlo fijamente.

Era un gato blanco con marrón.

Nada en especial tenía aquel gato.

Salvo que parecía querer llamar mi atención.

Se paseó así, observando por sobre la muralla, sin bajar nunca hacia mi patio.

Tendré que bajarlo de ese sitio, pensé, si me animo a construir.

Solo si me animo, por supuesto.

lunes, 29 de mayo de 2023

Puede ocurrir de varias formas.


Puede ocurrir de varias formas.

Pero solo una vez ocurre, eso sí.

No hablo de amor, por cierto, ni de ningún otro de esos inventos cursis.

No hablo de palabras, me refiero.

Y es que las palabras, por cierto, no son cosas o hechos que ocurran.

Y yo hablo aquí de algo que ocurre, aunque solo lo haga una vez.

De varias formas, como decía en un inicio.

Y probablemente sin que nos percatemos.

Igual como no solemos reparar en nosotros mismos, mientras avanza el día.

Aunque puede ser de otra forma, por supuesto.

De hecho, la forma es lo de menos.

Siempre es lo de menos.

Disculpen que me trabe, mientras digo esto.

No es que me afecte.

No es que cueste decirlo o que sea difícil esbozarlo, sin decirlo.

Se los aseguro: no pongo esfuerzo en ello.

Lo que puede decirse lo digo, aunque mal.

Y el mal aquí está adosado a uno y ya no tiene peso.

Por eso ignoras.

Por eso es imposible saber si lo llevas o no puesto.

El mal que traba, me refiero.

Aunque sospeches.

Y es entonces cuando usas el momento de descuido que has creado.

La ocasión propicia, como dicen algunos.

Y lo que debe ocurrir sucede.

Solo una vez, sucede.

No importa de qué forma.

domingo, 28 de mayo de 2023

Algo mejor que ofrecerme.


¿Tienen ustedes algo mejor que ofrecerme?

Con esa frase, finaliza una carta que a los 24 años Kurt Vonnegut envió a la General Motors.

Antes de eso (en la misma carta) había hecho una breve muestra de sus conocimientos académicos y descrito algunas razones relacionadas con sus motivaciones para el trabajo.

Había dicho, por ejemplo, al referirse a sus estudios de antropología:

“No estudié antropología antes de la guerra. Escogí esa disciplina como parte de reajuste personal tras vivir algunas experiencias desconcertantes como soldado de infantería y, más tarde, como prisionero de guerra en Desde, Alemania. El estudio de la ciencia del hombre me ha resultado extremadamente satisfactorio desde ese punto de vista personal (…)”

También, por supuesto, hay otra serie de observaciones que podría citar, pero en este caso solo me remito a esta.

Cómo sea… tras leer el texto completo, lo menos que puedo decir es que me resulta honesta aquella carta.

Por otro lado, además de ser lo menos, también es lo más que puedo decir -por ahora, al menos-, sobre aquella carta.

Y es que no me resulta fácil hablar de Vonnegut.

Iba a guardar mis razones, pero por respeto las mencionaré, al menos.

No me resulta fácil porque me emociona.

Porque me duele y maravilla.

Pero sobre todo porque me avergüenza un poco.

(Y hasta más de un poco, en ocasiones)

De hecho, no explicaré más sobre aquello, y dejaré esto hasta acá.

¿Tienen ustedes, acaso, algo mejor que ofrecerme?

sábado, 27 de mayo de 2023

Subastan una pintura.


Subastan una pintura en la que aparece Juana de Arco enfrentándose con un oso.

Yo la observo en línea, tras llegar de casualidad a una página que transmitía la subasta en vivo.

Obviamente, se subastan también otra gran cantidad de artículos.

Pero yo me detengo, únicamente, en la pintura de Juana de Arco.

Durante varios minutos, se desarrolla la subasta.

Finalmente, tras un alto número de alzas, se la adjudica uno de los principales accionistas de una cervecería belga.

Descubro esto por los datos que entrega el sitio.

Al parecer -según esa misma información-, ese mismo hombre compró también una máscara asiática de nácar y un orinal ruso del siglo XII.

La pintura de Juana de Arco, por cierto, no está firmada ni tiene una fecha de creación, aunque se daban hipótesis sobre su posible autor.

Respecto al enfrentamiento representado en la pintura, sin embargo, por más que investigué, no logré encontrar asidero alguno.

Ninguna información de tipo histórica, me refiero, ni leyendas o anécdotas al respecto.

En la imagen, por cierto, aparece Juana de Arco empuñando su espada.

Con ella, extendida, Juana se distancia del oso que, parado en dos patas, la amenaza.

Tras ellos, un bosque, sin detalles especiales.

Ampliando la imagen, los ojos de Juana no parecen mirar precisamente al oso.

Lo mismo ocurre con los ojos del oso, que tampoco apuntan a los de Juana.

Podría decirse, en este sentido, que ella mira sobre el oso y el animal a su vez, mira bajo Juana.

La espada, en tanto, sí marca una línea perfecta entre ambos.

Quien logre interpretar adecuadamente todo esto tal vez pueda venderle esta información al accionista belga.

Yo puedo, si los necesitan, enviarles los datos de contacto.

viernes, 26 de mayo de 2023

Guardas el documento en los archivos.


I.

Guardas el documento en los archivos.

Dos veces, lo guardas.

En formatos distintos, me refiero.

Intento comprenderte, pero no sé por qué lo haces.

Y es que nunca vuelves a abrirlos.

En todos estos años, al menos, nunca lo has hecho.

Probablemente dirás que es cuestión de seguridad, si te pregunto.

Por eso mejor no te pregunto.

Y dejo que guardes, en silencio, el documento en los archivos.

Nada más.


II.

Probablemente, si te dijese mi punto, dirías que no se dice así.

Que eso de guardar el documento en los archivos no es una expresión correcta.

Y atacarías la forma, entonces, pero evitarías ver el fondo.

Yo te diría otra cosa, por supuesto, y aceptaría la corrección.

Bien sabes que siempre acepto tus correcciones.

De hecho, eso es lo único que acepto.


III.

Así y todo, de hablarlo, yo intentaría explicarme.

No sé decir por qué, pero eso es lo que haría.

Te diría por ejemplo que por eso prefiero no sacarme fotos.

Y busco excusas, siempre, para no posar ante la cámara.

Y es que con esas fotos pasa lo mismo que con los documentos.

Y ocurre que no vuelves jamás a abrirlas.

No es que me afecte eso, en todo caso, pero me gustaría ser olvidado de otra forma.

Y en un solo formato, si es posible.

jueves, 25 de mayo de 2023

Ruinas de una ciudad.


Ruinas de una ciudad bajo el agua.

No una ciudad, sino ruinas.

Eso, tal vez, podrías encontrar.

Ahora, si crees que vale la pena, puedes comenzar a buscarlas.

Nadie te detiene.

Solo te aseguro, antes que partas, que no encontrarás nada especial.

Nada de joyas, me refiero.

Nada de vida (ni restos de vida), hallarás en aquel lugar.

Solo ruinas de una ciudad como las nuestras, pero más antigua.

Mucho más antigua.

Únicamente ruinas de una ciudad abandonada, bajo el agua.

Podrás fotografiarlas, ciertamente.

Podrás comunicar, hasta cierto punto, el descubrimiento.

Iniciarás trámites legales para hacerlo oficial.

Entonces, te aclararán que nada de lo encontrado te pertenece.

Que nada puedes llevarte.

Y llegarán otros hombres a las ruinas y tú simplemente serás uno más.

Así y todo, puede que te guste la compañía, en un principio.

Y te emocione aquello de jugar a escarbar.

Tal vez descifren un escrito entre las ruinas.

Probablemente encuentren estructuras similares, a las de otras ciudades.

Pero tú, sin duda, irás tomando distancia poco a poco.

Después de todo, comprenderás, no estás hecho para permanecer bajo el agua.

Entonces, descubrirás que las ruinas que encontraste solo son piedras apiladas.

Y con la cámara en las manos, no sabrás ahora qué fotografiar.

Puedes hacerlo, igualmente, nadie te detiene.

Yo solo te recuerdo lo evidente.

No es una ciudad, sino ruinas de una ciudad.

Y todo lo demás, resulta intrascendente.

miércoles, 24 de mayo de 2023

Dos hamburguesas congeladas.


Abrí el refrigerador y no encontré nada.

Bueno, casi nada, en realidad.

Y es que, en la parte alta, en medio del hielo,
encontré un par de hamburguesas congeladas.

Las observé un rato, fijamente, mientras pensaba en nada.

Dos hamburguesas congeladas, me dije.

Tras un par de minutos cerré la puerta del refrigerador.

Incluso después de hacerlo, seguía pensando en las hamburguesas.

Resultaba extraño, pues lo cierto es que no tenía hambre.

Y pensar en dos hamburguesas congeladas, sin tener hambre…

Lo admito: no es que sea una gran fuente de reflexión…

De hecho, solo la imagen de esas dos hamburguesas estaba en mi cabeza.

Nada de pensamientos, en realidad.

Solo esa imagen de dos hamburguesas congeladas que en teoría debían ser iguales.

Digo en teoría, por cierto, porque en ese instante me parecían dos seres independientes.

Parecidos, ciertamente, pero cada hamburguesa congelada (comprendí),
merecía diferenciarse de la otra.

Tal vez deba ponerles nombres, me dije.

Y sí, debo reconocer que bauticé a las dos.

Sin ritos, por cierto.

Y es que se trataba de una necesidad, no de la celebración de un sacramento.

Por lo mismo, ni siquiera las saqué del refrigerador, para bautizarlas.

Me bastaba imaginarlas y darles el nombre mentalmente.

Daisy y Violet, las nombré.

Tal vez porque estaban unidas por el hielo.

Si ellas abrieran mis propias puertas, como si fuese un refrigerador,
me dije,
no encontrarían hambre verdadera.

De todas formas, concluí, no puedo quejarme realmente.

Y menos aún antes dos hamburguesas congeladas.

martes, 23 de mayo de 2023

Quise tomar la iniciariva.


I.

Quise tomar la iniciativa, lo juro.

Lo que pasó es que no supe en qué.

La explicación es sencilla, aunque avergüenza:

Demoré tanto en decidirme que olvidé el asunto.

Así que ahora, tomo la iniciativa simplemente para confesar.

Y lo que confieso es que sabía en qué, pero lo olvidé.

Que le quité la vista al objetivo para centrarme en la iniciativa.

Y olvidé cosas, por supuesto, es el proceso.

¿Pueden culparme de lo ocurrido?

Y si es así, ¿cuál es la culpa exactamente?


II.

Casi suena como una desgracia.

Me refiero a eso de tomar la iniciativa y no saber para qué.

Casi suena de esa forma, es cierto, pero puedo asegurarles que no lo es.

Y es que, a fin de cuentas, uno digiere lo que traga queriéndolo o no queriendo.

Y si no lo digieres es solo porque era imposible hacerlo, desde un principio.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la iniciativa?

O incluso, ¿qué tiene que ver con el objetivo hacia el cual dirigimos nuestra iniciativa?

Pues podría parecer que no… pero lo cierto es que todo ya está dicho.

No se esfuercen por parecer ingenuos.

En mi caso, al menos, la iniciativa está.

A destiempo, probablemente, pero está.

Todo lo demás, al menos estuvo.

¿Cuál es la culpa, exactamente?

lunes, 22 de mayo de 2023

Como ya no fui el primero.


Como ya no fui el primero en caminar sobre la luna, mi meta es ahora ser el último en hacerlo.

El último paso del hombre, digamos, en aquel lugar.

No por dejar mi nombre ni mi huella, por cierto.

Eso es cosa que poco me importa.

Más bien por clausurar tras de mí aquel sitio, y decir que no vale la pena viajar hasta allá.


Tampoco miraría a la Tierra, desde esa superficie.

Caminaría simplemente, disfrutando la ausencia de caminos, y borrando mis huellas, al regresar.

No dejaría banderas.

No hablaría en directo ni emitiría transmisión alguna.

Pondría un paño sobre el que sentarme, eso sí, y sacaría un libro de bolsillo.

Uno de Vonnegut, probablemente.

Y lo leería a oscuras, sin que nadie pudiese interrumpir.


Como soy despistado, eso sí, probablemente dejaría el libro ahí, luego de haberlo leído.

Y pasaría el libro a ser entonces la más preciada basura espacial.

De regreso a la nave no pensaría en nada, estoy seguro.

Y ya dentro, tomaría un chocolate caliente; con cuidado de no desperdiciar ni un sorbo.


Escucharía entonces voces desde la Tierra.

Voces ansiosas, demandantes y por último desesperadas.

Y probablemente lloraría un poquito, sin haber oído las que quería escuchar.

Cerraría los ojos y apagaría las luces.

Una a una, apagaría las luces.

Lo siento Houston, les diría finalmente, pero nunca aprendí a manejar.

domingo, 21 de mayo de 2023

La ciudad no está abandonada.


La ciudad no está abandonada.

Y es que ellos, realmente, no abandonaron la ciudad.

Fueron expulsados, digamos, por la ciudad misma.

Por la ciudad que siempre estuvo sola.


Ahora, sin embargo, además está vacía.

No abandonada, recalco.

Vacía porque es su forma de estar sola.

Y ellos vagan fuera sin percatarse que ya no están en la ciudad.


Es chistoso, si lo piensas.

Un poco triste también, pero eso es mejor no pensar.

Los muros de piedra, el agua en las cañerías, las casas deshabitadas.

Y ellos fuera, como decía, también deshabitados.


No abandonados, eso sí, o al menos no por otros.

Así rondan la ciudad, como ejércitos antiguos que asedian las murallas.

La ciudad vacía, que de vez en cuando lanza un grito.

Su propio nombre, dicen, que nadie puede pronunciar.


Ni ellos ni la ciudad sabe, por cierto, que de vez en cuando duermo en ella.

Sobre el suelo de un camino, que nadie ha vuelto a transitar.

Escondo mis latidos para que nadie se percate.

Y duermo ahí tranquilo, pues hasta los sueños la han abandonado.


La ciudad, en tanto, no está abandonada.

Puede parecer confuso, es cierto, pero eso pasa por no saber escuchar.

Por cerrar los oídos; por abandonar el lenguaje de las cosas.

Todo grita y todo murmura, a fin de cuentas. Y nada se puede habitar.

sábado, 20 de mayo de 2023

Nubes, digamos.


Nubes, digamos.

Nubes y algo de frío.

No digamos más.

Nubes entonces como una palma que tapa la boca.

Como montones de algodón -o telas-, que amortiguan el ruido.

Algo oscuro, me parece.

El día está algo oscuro.

No deberá ser así, habría dicho en otro tiempo.

No es un lienzo, por supuesto, pero todo parece fijo.

En el aire se percibe un silencio forzado.

A ambos lados de las nubes, se percibe.

Tal vez alguien quiera hablar, pero algo no lo deja.

Yo mismo, si soy sincero, prefiero a veces que no hablen.

Amordazamos así (sin quererlo) al cielo y a los pájaros.

Poco más hay que amordazar.

Alguien gime y se desespera pues le han metido nubes en la boca.

Se ahoga.

Los ojos se desorbitan y el sol nos deja de observar.

Un experto diría que lloverá, probablemente.

Es extraño sin embargo que lo llamemos experto, si ni siquiera eso puede asegurar.

Poca diferencia hay, pienso entonces, si estoy dentro o fuera de mi casa.

Me falta una ventana hace meses y las nubes desde entonces amenazan con entrar.

Antes me arrancaba a la montaña cuando esto sucedía.

Ahora todo ha cambiado, aunque digan que es lo mismo.

Si no llueve no hay goteras, me dijeron.

No te preocupes más.

viernes, 19 de mayo de 2023

Formas de perder una cámara fotográfica.


Perdí una cámara fotográfica en la catedral de Praga.

También una en Lisboa, en un aeropuerto, al abandonar la ciudad.

No fue la misma cámara, por supuesto, no hay aquí metáforas ocultas.

Perdí dos cámaras simplemente, en aquel viaje, y compré una más.


También perdí las fotos, por cierto, que estaban en aquellas cámaras.

A veces pienso, cuando recuerdo, que la pérdida no fue accidental.

De hecho, la cámara nueva, permaneció intacta hasta que la cambié por unos libros.

No es que duelan las imágenes. No es eso.

Ocurre simplemente que no contesto llamadas.

No veo imágenes pasadas.

Y así se pasa el tiempo.

Tampoco es una forma de olvidar ni un credo que haya establecido.

Nunca he establecido, por cierto, ningún credo.


La cámara que perdí en Praga la dejé junto a un vitral.

Fue en un momento en que ella salió y yo me quedé a solas.

Entonces dejé la cámara a un lado y cerré los ojos, junto al vitral.

Nunca eché de menos aquella cámara.


La que perdí en Lisboa, sin embargo, me dolió un poco.

Tal vez había vuelto a tener esperanzas y perderla las volvió a arrancar.

Preguntamos por ella en varios sitios, pero no hubo resultados.

Ella -me pareció-, se esforzó un poco más que yo, en volverla a encontrar.

jueves, 18 de mayo de 2023

Así aplaudimos.


Aplaudimos finalmente porque los demás aplaudían. Solo por eso, me refiero. Porque nos vimos en medio de aquellos aplausos y no sumarse a ellos habría resultado incómodo. Luego, de casualidad, reconocimos el escenario. Bajo nuestros pies, lo descubrimos. Resultaba extraño, pero lo cierto es que no nos sorprendimos mayormente. Después, seguimos aplaudiendo pues ellos no se detenían. Mientras lo hacía, observé que mis palmas estaban rojas. Y que seguían chocándose entre sí. Bajo el escenario, un tramoyista parecía hablarme, pero no lograba oír lo que decía, debido a los aplausos. Por eso, finalmente, me acerqué disimuladamente hacia él e intenté escuchar sus palabras. Iban dirigidas hacia mí, como creía, y parecían indicaciones, pero no comprendí exactamente qué quería. Algo molesto, según me pareció, sacó un papel y comenzó a escribir en él unas cuantas palabras que luego me entregó. Además, mediante señas, parecía indicarme que las dijese en voz alta, urgentemente, ahí, en medio de los aplausos. Dudé en hacerlo, pues nadie parecía prestarme atención, pero ante los gestos de aquel hombre, lo hice. Leí las palabras y las dije alzando mi voz lo más alto que pude. De inmediato los aplausos cesaron. Me observaban. Esperando algo, me observaban. Como no sabía qué más hacer volví a leer desde el papel. Dos, y hasta tres veces lo leí. Ahora ellos se miraban unos a otros, en silencio. Parecían decepcionados. Uno me lanzó una moneda oscura que me golpeó en la frente. Luego, igual que los otros, simplemente dio media vuelta y comenzó a salir del lugar. Una niña pequeña que estaba entre ellos comenzó a aplaudir, mientras salía, pero le sujetaron las manos y la llevaron con ellos. Yo, en tanto, no me moví de mi sitio, en lo absoluto. Así dejamos de ser nosotros, me dije. Finalmente, la luz se apagó.

miércoles, 17 de mayo de 2023

El objeto más lejano.


Jugábamos a ver cuál era el objeto más lejano que podíamos identificar. Estábamos cerca de un lago, en el sur de Chile y mirábamos hacia el interior de un bosque. Podían ser animales, por cierto, o cualquier tipo de ser vivo, pero preferíamos elegir objetos porque luego podíamos caminar en esa dirección y comprobar si lo que habíamos visto era cierto o se trataba de un simple engaño.

M. estaba ganando pues había identificado unas hebras de lana roja en la rama de un árbol que, calculamos, estaba a más de sesenta metros de distancia del lugar de observación.

T. había visto una bolsa colgada de otro árbol, pero cuando avanzamos, resultó ser un letrero antiguo, que probablemente había entregado información sobre ese árbol.

Yo, por mi parte, veía todo como un conjunto y no podía distinguir nada en específicos que pareciese separable del resto y plantear entonces su identificación.

Sin embargo, como me presionaban, inventé que, en cierta dirección, enterrado en el tronco de un árbol que logré identificar con dificultad, había un cuchillo enterrado, con un jirón de tela que aparentemente era de una camisa gruesa, cuadrillé.

Como lo dije seriamente M. y T. fueron conmigo en la dirección señalada, el árbol que había señalado estaba fácilmente a cien metros y apenas se distinguía, entre los otros.

Como había comenzado a oscurecer esa iba a ser la última búsqueda, acordamos.

A pocos pasos del árbol T. distinguió el cuchillo enterrado en el tronco del árbol, sobre una tela que además de ser cuadrillé estaba manchada y parecía incluso tener escrito algo.

Extrañamente, ni T. ni M. festejaron el encuentro, sino que permanecieron quietas, de espaldas a mí, como temerosas de algo.

Hasta entonces -deben creerme-, yo no tenía nada pensado… pero claro, la actitud de ellas me molestó y ante todo me pareció injusta.

Después de aquello, por supuesto, ocurrió lo que ustedes ya saben. O creen saber en realidad.

Aclaro que no les digo esto último menospreciándolos.

De hecho, yo mismo, que estuve ahí, creo que no lo comprendí del todo.

martes, 16 de mayo de 2023

Se ponía triste cuando hacía sumas.


Se ponía triste cuando hacía sumas.

Sabía hacerlas, por supuesto, pero igual se entristecía.

Lo comprendió poco a poco, siendo adulta, y entonces lo contó.

Observó también a su propia hija.

Incluso a algunos compañeros de su hija.

Convencida, preguntó entonces si había una forma científica de comprobarlo y poco después comenzó un estudio.

No ella, me refiero, sino un conocido que trabajaba en una universidad privada y cada cierto tiempo publicaba algunos papers.

Incluso ella recibió un breve incentivo económico a partir de aquello.

El estudio consideró a una muestra bastante heterogénea de individuos.

Todos menores de 20 años, eso sí.

Así, aunque no se llegó a establecer el porqué, los resultados fueron concluyentes.

No se habló de entristecer, eso sí.

Se prefirió enfocarlo de otra forma, digamos.

Así, se señaló que la mayoría de las personas estudiadas era “más feliz” resolviendo restas que sumas.

Se decía de una forma más compleja, por supuesto, explicando la felicidad a partir reacciones neuronales promovidas por neurotransmisores químicos específicos…

Ella, en cambio, lo explicó siempre en otros términos.

Mientras la suma le producía tristeza -parafraseo aquí sus palabras-, consideraba la resta como una operación más sutil y delicada.

Más humana, se citaba en una nota al pie, bajo el texto.

Y hasta más afín con su propia condición.

lunes, 15 de mayo de 2023

Abandonar.


Abandonar. Dos, tres o cuatro veces. Como se abandona al perro que regresa. Cinco veces. Seis, incluso. Disculpen si es confuso. Hablo de abandonar, claro. Por eso lo señalo en un inicio. Y por eso, también, lo reitero. Así y todo, dicen que no me explico bien. Con distintas palabras me lo dicen. Yo los entiendo, por supuesto, pero solo un poco. Mi forma de entender es escuchar, digamos. Siete veces. Ocho… Además, si no me explico bien, para qué regresan. La anterior no es, por cierto, una pregunta real, aunque la responderé de igual modo. Yo creo que regresan porque intuyen algo. Puede incluso que algunos comprendan. Que lean en el abandono un significado tan claro como distinto. Distinto al abandono mismo, me refiero. Nueve veces. Diez... Lo cierto es que el número puede seguir creciendo y la situación repitiéndose hasta que usted decida reconocer que comprendió hace tiempo y que -por cobardía, vergüenza o alguna otra razón-, ha decidido indignarse por el abandono. Por cualquiera de ellos, aclaro. Por el número once o doce… poco importa, en realidad. Más vale preguntarse qué es aquello que abandonamos cuando debemos abandonarlo en reiteradas ocasiones. Porque no es el perro, por supuesto. Ni tú ni yo tenemos de esos perros. Trece veces… Catorce. Dejémoslo en catorce, mejor, como un borde. Abandonar, entonces. Simplemente abandonar.

domingo, 14 de mayo de 2023

Una puerta.


I.

Entre el día y la noche pasamos por una puerta.

O entre la vigilia y el sueño, más bien.

Es una puerta oscura, en mi caso, cuya manilla yo mismo giro, antes de hacer el cruce.

También ocurre de forma inversa, por supuesto.

Hay un guardia que nos vigila y que no interviene, junto a aquella puerta.

De hecho, de ambos lados hay un guardia, aunque siempre recuerdo solo a uno.

Nunca he hablado con él ni me he sentido amenazado, pero supongo que está ahí para vigilar nuestros pasos.

El guardia, por lo demás, es ciego, pero siempre está atento.

Tiene los párpados pegados entre sí, y su boca también está cosida.

Así y todo, puedes darte cuenta que comprende todo, y que se encuentra ahí cumpliendo de buena forma su trabajo.


II.

Un día, por probar, hice girar la manilla de la puerta y la hice sonar, sin pasar al otro lado.

Me refiero a que abrí y cerré la puerta, pero me quedé en el sitio inicial.

Volví a cerrar la puerta, en silencio, e intenté no hacer ni el más mínimo ruido.

El guardia parecía inquieto, y se acercó hacia dónde estaba, pero finalmente no me descubrió.

Supongo que yo quería observar qué es lo que él hacía, cuando no era guardia.


III.

Descubrí así que lo que hacía era bastante trivial.

Se sentó en el suelo, junto a la puerta y sacó algo de comer, de su bolsillo.

Parecía un simple chocolate.

Como su boca estaba sellada se lo acercaba a su nariz, y lo olía.

Luego volvía a guardarlo en su bolsillo y volvía a ponerse de pie.


IV.

A pesar que hizo pocas acciones comprendí que ya era el tiempo en que yo debía volver a entrar.

Por lo mismo, tomé nuevamente la manilla y abrí y cerré la puerta.

Esta vez, sin embargo, crucé hacia el otro lado.

También me quedé en silencio y el guardia hizo algo similar a lo que hizo el guardia al otro lado de la puerta.

Sabía que no debía estar ahí, pero no me pareció algo grave.

De hecho, he seguido haciendo lo mismo, desde entonces.

Como suelo mirarlos atentamente, he descubierto que los guardias envejecen igual que yo.

También envejece la puerta, por supuesto.

No sé bien por qué lo hago.

sábado, 13 de mayo de 2023

Si pongo atención escucho cosas.


I.

Si pongo atención escucho cosas.

Por ejemplo, escuché a una chica decir que, si hubiese un horno microondas del tamaño adecuado, no dudaría un instante en meterse dentro.

Ella iba en el vagón del metro, vestida de escolar, hablando con otra chica.

No comprendí muy bien el resto de lo que dijo, pero me parece que no pretendía hablar de aquello como una forma de morir o de tener un destino trágico.

Se trataba más bien de probar el horno unos segundos y sentir que algo afectaba el interior antes que lo exterior.

Simplemente -me pareció oír-, para variar un poco.


II.

Si la piedra tuviese manos seguramente se arrancaría el musgo, dijo otro.

Fue un viejo el que lo dijo, en un bar pequeño al que iba en mis primeros semestres de universidad, hace más de veinte años.

No lo había recordado (no conscientemente al menos) hasta ahora que lo escribo.

No recuerdo bien, en todo caso, el contexto en que lo dijo.

Es decir, recuerdo que fue en el bar, pero no recuerdo a qué vino aquella frase.

Creo que el viejo estaba solo, reclamando algo mientras se iba, cuando dijo esas palabras.

Si la piedra tuviese manos seguramente se arrancaría el musgo.

Ahora que lo pienso, no sé si se refería a que la piedra no lo dejaría crecer, o si se arrancaría ese musgo una vez crecido.

Otra cosa que recuerdo es que, cuando escuché aquella frase, yo también estaba solo.

Y que pensé guardar aquella frase, en mi memoria, hasta el momento en que estuviera dispuesto a comprenderla totalmente.

Hoy ha llegado, supongo, ese momento.

viernes, 12 de mayo de 2023

No crecen los ojos.


-No crecen los ojos -dijo él-, supongo que lo sabes.

Ella no dio muestra de haberlo escuchado.

Él continuó.

-De hecho -dijo-, es la única parte de nuestro cuerpo que se mantiene de igual medida desde que nacemos hasta que morimos.

Ella siguió en su sitio, sin inmutarse.

-No crecen -aclaró él-, pero debemos admitir que se transforman.

Ella lo observó.

-No hablo de envejecimiento -agregó, mirándola directamente-, sino más bien de un cambio que ocurre al interior de algo que permanece siempre del mismo tamaño...

-¿De qué mierda hablas? -preguntó ella, interrumpiéndolo.

Él iba a contestarle… pero la actitud de ella lo intimidó. Y prefirió guardar silencio.

-¡Lo que pasa es que nunca entiendes una mierda! -gritó ella-. ¡Estoy segura de que ni siquiera entiendes de qué hablas…!

-Hablo de ojos -dijo él, con voz apenas audible-. Estaba hablando de ojos…

-Pues no se puede hablar de ojos -lo interrumpió ella-. Es imposible… No hay nada que decir sobre ellos…

Él calló. Probablemente quería responder, pero tras pensarlo un poco no lo hizo.

Ella también guardó silencio.

-¿Sabes lo que pasa? -dijo ella, luego de un rato. Luego repitió la pregunta.

-No… -dijo él-. No sé qué es lo que pasa...

-Lo que pasa es que nunca pedí conocerte -aseguró ella, con un tono extraño.

-Es cierto -admitió él.

Ambos se miraron a los ojos, durante algunos segundos.

Después, ella dijo unas cuántas frases más.

Él, en cambio, apenas dijo una. Pero fue la final.

Los ojos de ambos, por cierto, nunca volvieron a encontrarse.

jueves, 11 de mayo de 2023

Tal vez podrías leerlo.


I.

Escribí un libro en el que incluí 1001 formas de evitar el aburrimiento, me dijo. Tal vez podrías leerlo.

¿Hay alguna que funcione?, pregunté.

Las 1001 tal vez, pero lo cierto es que no podría asegurarlo…

¿A qué te refieres?

A que no todo lo que ocurre es resultado de otra cosa, me dijo.

¿No es así?

No.

¿Estás seguro?

Sí. Segurísimo.

¿Y hablaste de eso con Aristóteles?, pregunté.

Todavía no, contestó. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?


II.

¿Has oído hablar de los contradeseos de Freud?, me preguntó.

¿Freud contradeseaba?

No, no es eso…

¿Y entonces?, pregunté.

O sea, supongo que sí le ocurría, pero me refiero en realidad al concepto de Freud, que ha sido traducido como contradeseo.

¿Qué ocurre con eso?

Te preguntaba si sabes algo sobre eso.

¿Del concepto de contradeseos de Freud?

Sí. Exacto.

Pues no sé, le mentí. No tengo ni la menor idea.


III.

¿Publicaste el libro, finalmente?, pregunté.

¿Cuál libro?

El de las 1001 formas de evitar el aburrimiento, le aclaré.

Sí, me contestó. Pero la verdad es que no se ha vendido muy bien.

Pues tú mismo lo dijiste: no todo lo que ocurre es resultado de una cosa.

Él guardó silencio.

No entiendo la relación, dijo entonces, luego de un rato.

Ni todo lo que ocurre ni todo lo que existe, agregué.

Sigo sin entender, dijo él

Pues no importa, le dije. ¿Sabes acaso cómo suena el teléfono que suena en una casa vacía?

Nadie sabe, me contestó.

Exacto, señalé finalmente. Nadie sabe.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Una onomatopeya.


I.

Escuché una vez a un rabino decir que el nombre de Dios era ciertamente una onomatopeya.

No sé si lo escuché en el mundo real o dentro de una película de Woody Allen.

De igual forma, la frase quedó, mientras que el contexto fue desdibujándose poco a poco.

No sé si dijo cuál era la onomatopeya, pero debo suponer que no.

Y es que supongo que eso, al menos, lo recordaría.

Probablemente no habría dicho aquel nombre en voz alta, pero lo guardaría sin duda para alguna emergencia.

Para decirlo nada más, en esa emergencia, aunque honestamente no esperaría nada.

En otras palabras, para terminar de borrar todo aquello que, igual que el contexto de la frase inicial, ya se ha desdibujado.


II.

Otro dios desdibujado, me digo.

Parece una frase rebuscada, pero en realidad pienso en pinturas y hasta en algunos grabados en piedra.

Y es que todo, supongo, va desgastándose de a poco.

Podríamos culpar al viento, a la temperatura, al agua… pero bueno…

Supongo que saben mejor que yo qué es lo que ocurre.

Además, está el asunto ese de la carne, por supuesto.

Y por último, la onomatopeya esa de la que hablaba el rabino.

Si es que alguna vez habló.

martes, 9 de mayo de 2023

En medio de un lago, Kafka se ahoga.


I.

Estoy seguro que, en medio de un lago, Kafka se ahoga.

Flota un rato, por inercia, pero luego se va derechito al fondo.

Estoy seguro que no se sacará el traje para evitar hundirse.

Seguro que no aligerará el peso, me refiero.

Y también estoy seguro que mientras lo hace, pensará mayormente en nada.

Sí, en nada… pues casi todo lo ha dicho.

A diferencia de la mayoría de nosotros.


II.

No sé si sería triste ver ahogarse a Kafka.

Ni siquiera sé si me produciría una emoción perdurable o trascendente.

Sería como ver sumergirse a alguien que ya, previamente, se había sumergido.

Un doble ahogado, digamos.

Un doble muerto.

Un cuerpo que no lucha.

Probablemente, en vez de burbujas, saldrían a la superficie palabras en alemán.

No grandes palabras.

Deícticos, probablemente.

Onomatopeyas nunca dichas, hasta entonces.

Y el lago parecería entonces una oscura sopa de letras.

Servida para nadie.


III.

Una vez, por cierto, vi a dos personas analfabetas tomar una sopa de letras.

Su expresión, sin duda, es similar a la que uno podría poner viendo ahogarse a Kafka.

Pudiendo ir por él, tal vez, pero observándolo como a un signo que no reconocemos.

Una masa carente de sabor especial y significado.

Podría fácilmente darle la espalda, incluso, y observar mejor el exterior del lago.

Otras profundidades, digamos, sobre las que flota el mundo.

lunes, 8 de mayo de 2023

Los que están al lado del rey.


No sé si son importantes, realmente, los que están al lado del rey.

Acostumbraos pensar que sí, pero la lógica que usamos es bastante básica.

No me refiero a la reina, por supuesto, sino a esos otros hombres que a veces están ahí.

No los guardias, que están detrás, sino esos que visten casi tan bien como él y que están al lado.

Uno a cada lado, por ejemplo, cuando son dos.

Puedes observarlos si quieres.

Buscar en tus recuerdos, me refiero, o en una grabación concreta, en algún sitio.

¿Puedes verlos?

No es, si lo piensas, una imagen compleja de analizar.

Ahí están.

Aparentemente tranquilos.

Conversan sin tanta formalidad.

Intercambian frases y hasta gestos cómplices.

De vez en cuando alguno ríe, o sonríe.

De hecho, podríamos mezclarlos, si vistieran igual, y luego no sabríamos bien cuál es el que reina.

Pensando en eso, por cierto, es que vuelvo al punto de saber o no saber si son importantes.

Si tienen o no poder e influencia, digamos, en las decisiones más importantes del reino o el estado.

Y no sé bien porqué, pero busco en los gestos del rey la respuesta a estas preguntas.

¿Han mirado, por cierto, atentamente a un rey?

Pues resulta que a veces, por efectos de la imagen, parece que él también te estuviese mirando.

Es extraño, pues eso nunca ocurre con esos hombres que están al costado del rey.

Esos que, como decía en inicio, ni siquiera sé si son importantes.

Una vez, recuerdo, en un acto oficial que se realizaba al aire libre, comenzó a llover torrencialmente.

Y fue entonces que el rey y esos hombres debieron correr para guarecerse de la lluvia y salieron del campo visual.

Donde ellos habían estado, sin embargo, se formó rápidamente un charco, con el agua de la lluvia.

Y claro… yo permanecí mirando aquello.

Entonces, quise poder haber estado ahí, para ir a ver mi rostro reflejado en aquel charco y comprender un poco más algunas cosas.

Estoy seguro que, de haberlo hecho, podría haberlo conseguido.

domingo, 7 de mayo de 2023

Esa montaña está ladeada.


Mírala bien, me dijo.

Esa montaña está ladeada.

Hace unos días estaba bien, estoy segura.

Derechita, me refiero, pero ahora está ladeada.

Yo entonces miro la montaña, pero también, de paso, la miro a ella.

La observo por si acaso es ella, finalmente, quien está ladeada.

Si uno se fija bien termina descubriendo estas cosas, sigue diciendo ella.

No sé de qué sirve, agregó, riendo, pero son cosas llamativas, al menos.

Yo asiento, mientras observo.

Poco después le admito que es cierto, la montaña se ve algo ladeada.

Obviamente, supongo que ha estado ladeada desde siempre, pero eso es algo que no le digo.

Además, suelo sentir que estoy mintiendo cuando llego a pensar siquiera en esa frase: “desde siempre”.

Sé que no me crees, dijo entonces ella, pero podemos buscar fotos o grabaciones, para demostrarlo.

Le sonrío.

No es cuestión de creer o no creer, le digo.

Ella me observa como si no comprendiese.

Me refiero a que no sabría que creer si tuvieses razón en esto, le digo.

Ella asiente.

Tampoco se trata de eso, dice entonces.

Solo digo que la montaña está ladeada.

No estoy hablando aquí de creer o no creer en algo.

De acuerdo, digo yo.

Entonces, ella se pone a buscar imágenes.

Fotos comunes, en realidad, donde la montaña en cuestión aparece atrás, supuestamente más derecha de lo que ahora se encuentra.

Acá tengo una, me dice, mientras me entrega su celular, para que yo observe.

Mírala bien, me dice.

Yo lo hago.

No se bien por qué, pero lo hago.

Así ocurre siempre, con nosotros.

sábado, 6 de mayo de 2023

Miel durante casi dos meses.


F. se alimentó únicamente de miel durante casi dos meses.

Lo hizo voluntariamente, como parte de un experimento.

Era miel antigua, además, que había sido conservada durante varias décadas en frascos de vidrio, a temperatura ambiente.

El otro día entendí de qué trataba el experimento, pero lo cierto es que me da flojera contarlo y no siento que sea algo importante o trascendente.

Según me he informado, F. se aisló en una cabaña durante ese tiempo.

En una región prácticamente deshabitada, perteneciente a la Patagonia argentina.

Se comunicaba a distancia eso sí, con otras personas, ya que contaba con internet y con algunos recursos tecnológicos que le permitían establecer sin problemas dicho contacto.

Un amigo que habló con F. durante ese tiempo me dice que no notó nada extraño.

De hecho, dice que hablaron mayormente de unos libros que F. estaba leyendo mientras estaba en la cabaña.

Unas novelas policiales no muy pesadas y varios libros de poesía.

A mi amigo, en este sentido, le sorprendió que F. hubiese estado leyendo a Anne Carson.

Le sorprendió más, incluso, del hecho central de aquella experiencia.

Es decir, que F. se estuviese alimentando exclusivamente de miel durante todo aquel tiempo.

Según entiendo, nada malo le ocurrió finalmente a F.

Aunque tampoco puedo asegurar que le ocurriese algo notoriamente bueno.

Me gustaría terminar diciendo algo respecto al sabor de la miel o sobre un poema que me gusta, de Anne Carson.

Pero de eso, ciertamente, no trata este texto.

viernes, 5 de mayo de 2023

Una anciana que juntaba colillas.


Me acuerdo de una anciana que juntaba colillas.

En un parque, dejándolas sobre una banca.

Era un personaje de una obra de teatro No, de Yukio Mishima.

No sé por qué, en este momento, la recuerdo.

Podría inventar razones o establecer algunas asociaciones,
pero de todas formas terminaría resultando extraño.

En definitiva, no sé por qué ocurre.

Por otro lado, no la recuerdo como un personaje sino como una persona específica.

Nunca la vi, me refiero, solo leí aquella obra,
pero la recuerdo como si la hubiese visto físicamente,
frente a mí.

De hecho, mis recuerdos van más allá,
y me imagino teniendo una conversación con aquella mujer.

En la conversación hablamos sobre el pasado,
y después sobre el futuro.

La imagen es tan nítida que incluso puedo contar las colillas que hay sobre el banco.

Son dieciocho.

Ella las ordena y luego las mete en una especia de tarro plástico en el que ya suma 121.

Al parecer, soy yo el que hablo del pasado y la mujer me corrige,
diciéndome que es absurdo hablar sobre aquello.

Luego busca una de las colillas menos consumida y me la entrega.

Incluso me pasa fósforos, para que encienda aquel cigarro.

No fumo, pero de igual forma intento prenderlo.

La mujer espera a que lo fume, sin decir nada en particular.

Me molesta el humo, pero no toso.

Debo haber tenido una expresión extraña porque ella se ríe.

Se ve alegre, mientras me observa.

Me gustaría haber sido hecha, de hecho, para poder observarme y reírme así.

No recuerdo para nada, si soy sincero, de qué trataba la obra de Yukio Mishima.

Probablemente, nunca más en mi vida, la vuelva a leer.

jueves, 4 de mayo de 2023

Maté una mosca, dos veces.


Maté una mosca dos veces. Estoy seguro. No maté dos moscas… maté una misma mosca. Dos veces. Soy estúpido a veces, pero no mentiroso. Pueden creerme. La mosca había estado revoloteando por mi cuarto Desde la noche anterior había estado revoloteando. Estaba oscuro, pero la observé. Adivinaba donde estaba antes incluso que emitiera un ruido. Por la mañana la encontré. Estaba sobre una de las ventanas de mi dormitorio. Quieta. Me acerqué a ella. La observé desde diversos ángulos. En ningún momento la mosca se movió. Incluso me pareció que en un momento determinado quedamos mirándonos a los ojos. Acerqué mi mano lentamente, entonces, permitiéndole arrancar. Quería darle otra oportunidad. Permitirle que huyera y se alejara. No fue así. Tal vez la mosca quería morir, me dije. Incluso me inventé razones que podía tener ella para decidir morir, en este mundo que compartíamos. En ese sentido, podría decir que la primera vez que la maté lo hice por lástima. Apreté su cuerpo contra el vidrio hasta que la mosca reventó dejando una marca en el vidrio. El cuerpo, lo tomé entre mis dedos, abrí la ventana y lo arrojé al exterior. Apenas volví a cerrar la ventana vi a la mosca nuevamente. Estaba ahora sobre la pared, pero era sin duda la misma mosca. Me aseguré de ello tras acercarme a ella y observarla desde varios ángulos. Tampoco se alejaba. No solo quería morir, sino que quería morir dos veces. Quien sabe si para ir luego de este mundo a otros dos distintos, y poder escoger. Por lo mismo, sin pensarlo demasiado volví a matarla. La aplasté también, aunque esta vez contra la muralla. Nuevamente dejó una marca y tomé el cuerpo entre mis dedos. Y nuevamente abrí la ventana y arrojé el cadáver de la mosca hacia el exterior. Luego cerré la ventana diciéndome que podría hacer aquello cuantas veces quisiera. Afuera de mi ventana cabían, sin duda, millones y millones de cuerpos de moscas, si querían seguir con esto. Tras cerrar la ventana, observé mi cuarto y, por supuesto, volví a ver a la mosca. Estaba parada sobre el teclado en el que ahora escribo esto. Estaba sobre la letra “v”. Pensé que iba a saltar sobre otra letra y decirme algo, pero no lo hizo. Solo se quedó ahí hasta que yo comencé a teclear. Entonces se movió lentamente hacia un costado, y está ahora mismo esperando que termine de escribir para seguir con este asunto. Debo reconocer, sin embargo, que no sé sinceramente si quiero prestarme para aquello. Por eso demoro el final, mientras la observo. Le doy y me doy unos segundos para reflexionar sobre nuestro próximo movimiento. Hago una pausa para observarla y ella también me observa. Haz lo que debas hacer, parece decirme. No sé bien a qué se refiere.

miércoles, 3 de mayo de 2023

Los vidrios se empañan desde dentro.


Si se empañan los vidrios lo bueno es que se empañan desde dentro.

Parece una observación menor, pero lo cierto es que tiene su importancia.

Puedes limpiarlos fácilmente, por ejemplo.

Y no tener que salir (fuera de casa, en este caso), es sin duda una ventaja.

No hay inconvenientes por el cambio de temperatura.

Nada de exponerse ante peligros innecesarios.

Los desempañas, simplemente, moviéndote apenas de tu sitio.

Con un paño ojalá, para asegurar que quede bien.

Luego observas por el vidrio y todo debiese estar restablecido.

Las cosas en su lugar, me refiero.

Tú dentro y las otras cosas fuera.

O así debiese funcionar, al menos.

Si no ocurre de esa forma, debes comenzar (recién), a preocuparte.

Y es que puede que no estés dentro, como creías en principio.

Y quien debe desempañar el vidrio es alguien que está (sin duda) al otro lado.

De hecho, aunque no lo veas, debieses comprender que ocurre así.

O intuirlo al menos, por experiencias previas.

Puedes incluso acercarte al vidrio e intentar verlo.

Como sombra, al menos, tras el vidrio, que ha de seguir empañado.

Si tienes suerte, tal vez se acerque hasta él y (aunque no lo desempañe) tal vez escriba algo.

Pon atención, entonces, pues en esa palabra puede estar el secreto.

Puedes leerla (estoy seguro) si te esfuerzas.

Espera por tanto y no lo olvides:

Los vidrios se empañan desde dentro.

martes, 2 de mayo de 2023

Seis docenas de gatos.


Llegó a tener seis docenas de gatos. Así los contaba, al menos. Nunca le puso nombres, pero sabía apenas verlos a qué docena pertenecían. Cada una de las docenas tenía su lugar destinado. Una pequeña construcción en la que dormían y en la que él les dejaba el alimento. Todo esto ocurría en la parcela donde él vivía, en las afueras de Santiago, y que él había convertido en una especie de Santuario. Era dueño de una constructora que se manejaba prácticamente sin requerir de su presencia, así que no le faltaba tiempo ni dinero. Le pagaba a una mujer para que le ayudara con la atención de los gatos y a un veterinario que iba cada semana. Los gatos estaban, por supuesto, esterilizados, con sus vacunas al día y bien atendidos. De vez en cuando alguna pelea entre ellos ocasionaba algunas heridas (muy a lo lejos un gato moría de esta forma), pero en general todo estaba tranquilo y salvo el ruido al que él estaba acostumbrado, todo marchaba bastante bien. Esto, al menos hasta que un día notó que faltaba toda una docena de gatos. El sector que ellos ocupaban estaba vacío y no se observaba ninguno en otro sitio. Consultó a la mujer que los alimentaba, al veterinario y hasta revisó las cámaras de seguridad, pero no logró comprender qué había ocurrido. Luego de una noche cualquiera, los doce gatos no estaban. Esa era toda la historia. Por otro lado, ningún otro gato parecía querer acercarse a la zona de los animales desaparecidos. Hacían igual que él con los cuartos traseros de su casa donde años atrás habían vivido sus hijos. Eso pensó el hombre, al menos, cuando los observaba. Y esa fue la observación que me dijo a mí, casi como conclusión, cuando me contó sobre aquello.

-Desaparecen, simplemente -me dijo-. Es mejor no buscarle explicaciones. No están en el sitio en el que estaban y es mejor dejarlo así…

Yo asentí y fingí estar de acuerdo con sus palabras.

Había ido ahí, por cierto, porque quería revisar los libros que estaban en uno de los cuartos en que antes habían vivido sus hijos.

Fue entonces que el hombre me entregó unas llaves viejas. Me indicó cual era la puerta que debía abrir y me dijo que él estaría en la otra sala. Que revisara tranquilo.

Yo me acerqué al cuarto, con las llaves en la mano, cuando sentí los primeros ruidos. Luego inserté la llave en la cerradura y abrí la puerta, con cuidado.

Lo demás ya es cosa conocida y supongo que han visto las imágenes.

Como conclusión, solo me gustaría señalar que no hay víctimas n victimarios ni mucho menos héroes en esta historia. Ni en ninguna historia, ciertamente.

Nunca los hay.

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