martes, 2 de mayo de 2023

Seis docenas de gatos.


Llegó a tener seis docenas de gatos. Así los contaba, al menos. Nunca le puso nombres, pero sabía apenas verlos a qué docena pertenecían. Cada una de las docenas tenía su lugar destinado. Una pequeña construcción en la que dormían y en la que él les dejaba el alimento. Todo esto ocurría en la parcela donde él vivía, en las afueras de Santiago, y que él había convertido en una especie de Santuario. Era dueño de una constructora que se manejaba prácticamente sin requerir de su presencia, así que no le faltaba tiempo ni dinero. Le pagaba a una mujer para que le ayudara con la atención de los gatos y a un veterinario que iba cada semana. Los gatos estaban, por supuesto, esterilizados, con sus vacunas al día y bien atendidos. De vez en cuando alguna pelea entre ellos ocasionaba algunas heridas (muy a lo lejos un gato moría de esta forma), pero en general todo estaba tranquilo y salvo el ruido al que él estaba acostumbrado, todo marchaba bastante bien. Esto, al menos hasta que un día notó que faltaba toda una docena de gatos. El sector que ellos ocupaban estaba vacío y no se observaba ninguno en otro sitio. Consultó a la mujer que los alimentaba, al veterinario y hasta revisó las cámaras de seguridad, pero no logró comprender qué había ocurrido. Luego de una noche cualquiera, los doce gatos no estaban. Esa era toda la historia. Por otro lado, ningún otro gato parecía querer acercarse a la zona de los animales desaparecidos. Hacían igual que él con los cuartos traseros de su casa donde años atrás habían vivido sus hijos. Eso pensó el hombre, al menos, cuando los observaba. Y esa fue la observación que me dijo a mí, casi como conclusión, cuando me contó sobre aquello.

-Desaparecen, simplemente -me dijo-. Es mejor no buscarle explicaciones. No están en el sitio en el que estaban y es mejor dejarlo así…

Yo asentí y fingí estar de acuerdo con sus palabras.

Había ido ahí, por cierto, porque quería revisar los libros que estaban en uno de los cuartos en que antes habían vivido sus hijos.

Fue entonces que el hombre me entregó unas llaves viejas. Me indicó cual era la puerta que debía abrir y me dijo que él estaría en la otra sala. Que revisara tranquilo.

Yo me acerqué al cuarto, con las llaves en la mano, cuando sentí los primeros ruidos. Luego inserté la llave en la cerradura y abrí la puerta, con cuidado.

Lo demás ya es cosa conocida y supongo que han visto las imágenes.

Como conclusión, solo me gustaría señalar que no hay víctimas n victimarios ni mucho menos héroes en esta historia. Ni en ninguna historia, ciertamente.

Nunca los hay.

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