domingo, 21 de mayo de 2023

La ciudad no está abandonada.


La ciudad no está abandonada.

Y es que ellos, realmente, no abandonaron la ciudad.

Fueron expulsados, digamos, por la ciudad misma.

Por la ciudad que siempre estuvo sola.


Ahora, sin embargo, además está vacía.

No abandonada, recalco.

Vacía porque es su forma de estar sola.

Y ellos vagan fuera sin percatarse que ya no están en la ciudad.


Es chistoso, si lo piensas.

Un poco triste también, pero eso es mejor no pensar.

Los muros de piedra, el agua en las cañerías, las casas deshabitadas.

Y ellos fuera, como decía, también deshabitados.


No abandonados, eso sí, o al menos no por otros.

Así rondan la ciudad, como ejércitos antiguos que asedian las murallas.

La ciudad vacía, que de vez en cuando lanza un grito.

Su propio nombre, dicen, que nadie puede pronunciar.


Ni ellos ni la ciudad sabe, por cierto, que de vez en cuando duermo en ella.

Sobre el suelo de un camino, que nadie ha vuelto a transitar.

Escondo mis latidos para que nadie se percate.

Y duermo ahí tranquilo, pues hasta los sueños la han abandonado.


La ciudad, en tanto, no está abandonada.

Puede parecer confuso, es cierto, pero eso pasa por no saber escuchar.

Por cerrar los oídos; por abandonar el lenguaje de las cosas.

Todo grita y todo murmura, a fin de cuentas. Y nada se puede habitar.

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