domingo, 7 de mayo de 2023

Esa montaña está ladeada.


Mírala bien, me dijo.

Esa montaña está ladeada.

Hace unos días estaba bien, estoy segura.

Derechita, me refiero, pero ahora está ladeada.

Yo entonces miro la montaña, pero también, de paso, la miro a ella.

La observo por si acaso es ella, finalmente, quien está ladeada.

Si uno se fija bien termina descubriendo estas cosas, sigue diciendo ella.

No sé de qué sirve, agregó, riendo, pero son cosas llamativas, al menos.

Yo asiento, mientras observo.

Poco después le admito que es cierto, la montaña se ve algo ladeada.

Obviamente, supongo que ha estado ladeada desde siempre, pero eso es algo que no le digo.

Además, suelo sentir que estoy mintiendo cuando llego a pensar siquiera en esa frase: “desde siempre”.

Sé que no me crees, dijo entonces ella, pero podemos buscar fotos o grabaciones, para demostrarlo.

Le sonrío.

No es cuestión de creer o no creer, le digo.

Ella me observa como si no comprendiese.

Me refiero a que no sabría que creer si tuvieses razón en esto, le digo.

Ella asiente.

Tampoco se trata de eso, dice entonces.

Solo digo que la montaña está ladeada.

No estoy hablando aquí de creer o no creer en algo.

De acuerdo, digo yo.

Entonces, ella se pone a buscar imágenes.

Fotos comunes, en realidad, donde la montaña en cuestión aparece atrás, supuestamente más derecha de lo que ahora se encuentra.

Acá tengo una, me dice, mientras me entrega su celular, para que yo observe.

Mírala bien, me dice.

Yo lo hago.

No se bien por qué, pero lo hago.

Así ocurre siempre, con nosotros.

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