domingo, 31 de enero de 2016

Gente que llora en las carnicerías.

“Confío en que surjan nuevas formas
de creer en la humanidad”
O. W.

Juan trabajó seis años de carnicero y me cuenta que es común. Común a lo lejos, claro, pero lo cierto es que ocurre con cierta periodicidad. Una vez cada dos meses, dice él, pero advierte que puede ocurrir incluso más seguido. No se trata de vegetarianos o de esos tipos que defienden los derechos animales, me explica. Es solo gente común que se queda mirando y de pronto algo en ellos hace click. Empatizan con la carne, tal vez. Ni ellos saben explicarlo.

Yo lo escucho y dejo que Juan hable y me cuente entonces algunos ejemplos. Niños, señoras, el vecino que venía a comprar todas las semanas. En eso no existe un patrón común, observo.

Basta que te toque un número distante
, dice Juan. Supongamos el 80 y nosotros estamos atendiendo el 46. Y claro, entonces te paseas un poco, hasta que de pronto te fijas en un trozo de carne, en particular. Eso es lo que explican ellos, al menos. Puede que ocurra incluso mirando salchichas. Entonces de pronto comienzan a hacer pucheros y les vienen esos tiritones... Porque no creas que se trata de un llanto leve, me aclara, se trata más bien de un llanto con mayúsculas... Un llanto como Dios manda. Con sonidos raros y mocos y toda esa palabrería entrecortada que busca pedir disculpas por lo absurdo y explicar algo que no se puede explicar, finalmente.

Juan me cuenta entonces cómo intentaban calmarlos y concluye aclarando que al final el orden siempre se reestablecía, aunque los que habían llorado desistían de realizar la compra, al menos en ese instante.

No es que me haya alejado de las carnicerías por eso, me dice antes de cambiar el tema, pero es una de las cosas más extrañas que recuerdo de ese trabajo.

Luego de esto Juan y yo pedimos otra cerveza y hablamos de fútbol y de un libro de José Agustín, que le presté hace tiempo.

Por último pagamos la cuenta, y nos vamos del lugar.

sábado, 30 de enero de 2016

Un olvido.

“El viento que barre con cardos y girasoles”
J. T.

Lo llevan al hospital porque se le olvidó comer.

Solo un olvido, tal vez, pero ya sumaba varios días.

Nadie habla de un acto voluntario.

Nadie elabora hipótesis trágicas.

Simplemente te dicen que se le olvidó comer.

Lo comentan en el almacén y es tema de conversación durante un par de días.

De hecho, todo se solucionó con tres bolsas de suero y doce horas de hospital.

Para que no ocurra de nuevo los vecinos se organizan y resuelven que deben hacer turnos.

Preguntarle si comió. Golpear su puerta. Saludarlo.

Después de todo vive solo y ya está viejo.

Puede ser normal que le ocurra, concluyen.

A los días lo veo regar el jardín.

Nunca hablo con él, pero lo saludo de pasada.

Su jardín tiene el pasto crecido y carece de flores.

¿No vas a preguntarme si ya comí?, me dice.

Yo le digo que no, y le pregunto de pasada si ya está bien.

Uno a veces se olvida de cosas, agrega, riendo.

De cosas importantes.

Yo asiento.

Hace calor, le digo.

Él no hace ningún comentario.

Yo me quedo ahí, esperando a que diga algo.

Todos olvidan cosas importantes, dice entonces, mientras se agacha a cerrar la llave del agua.

Y hay cosas incluso más importantes que comer, señala.

Sí, digo yo. Es cierto.

Pues si es cierto nombra dos cosas más importantes que comer, me dice él, de improviso.

¿Dos cosas?, pregunto yo, para ganar tiempo.

Si quieres una sola cosa, dice él, desafiante.

Y claro, yo pienso en algunas, pero lo cierto es que me avergüenzo y no digo nada, finalmente.

Lo único cierto es que no sabes, dice entonces él, dando media vuelta, para entrar.

Nadie sabe, concluye, pero no importa.

viernes, 29 de enero de 2016

Formas de conseguir una langosta.

"¿Habrá alguien que piense en las...?
Ah, mierda... ¿cómo se llaman esos bichos?"
Woody Allen

I.

-Papá…

-Dime.

-Esa langosta me hizo un gesto obsceno.

-¿Cómo…?

-Que esa langosta, la del acuario de allá, me hizo un gesto obsceno…

-Ese no es un acuario, es una vitrina… esas langostas están ahí para ser comidas.

-Pues no importa… esa me hizo una grosería… se burló de mí…

-¿Y vas a llorar por eso?

-No lloro por eso…

-¿Y entonces?

-Lloro porque no haces nada… porque me hacen algo y tú no quieres hacer nada… siempre eres así…

-¿Y qué se supone que haga…? ¿Quieres que vaya a hablar con la langosta y la obligue a que se disculpe?

-Ahora tú te burlas de mí…

-No me burlo, te explico.

-Te burlas… con mamá eras igual…

-Tu mamá no tiene nada que ver en esto.

-Mamá me defendería.

-¿Te defendería…? ¿Y cómo te puede defender de una langosta?

-Impidiendo que vuelva a tratarme igual…

-¿Tratarte igual de qué…? De seguro esa langosta no te hizo nada… Es absurdo…

-¿No me crees…? ¿Le crees más a la langosta que a tu propio hijo…?

-No he dicho eso, yo…

-…

-Deja de llorar, yo solo te preguntaba qué habría hecho tu madre.

-No… tú me tratabas como mentiroso y…

-No hijo… de verdad… Dime, ¿qué habría hecho tu madre?

-Habría hecho que mataran a la langosta.

-¿Quieres que la maten?

-Sí… tú dijiste que están ahí para eso…

-Dije que para ser cocinadas, no para que las maten porque sí…

-Entonces que la cocinen…

-¿Quieres que la pidamos para comer…?

-Bueno…

-Está bien… Espera… ¡Mozo…!

-Papá… pídela con salsa y papas duquesa…


II.

-Pobres langostas.

-¿Qué…?

-Pobres langostas… míralas ahí, esperando que las llamen a morir…

-Todos vamos a morir…

-Sí, pero no seas insensible… el problema no es que vayan a morir, sino las condiciones de la espera…

-¿Qué condiciones?

-El stress, el poco espacio…

-Nosotros vivimos con tu madre.

-No seas tonto… esa forma de esperar la muerte es horrible…

-Yo trabajo 12 horas diarias… y ni siquiera tengo tenazas…

-¿Acaso sientes nada por ellas?

-No. Sinceramente no… El agua está limpia… las alimentan…

-Pues eres un insensible…

-Vamos… si ellas tampoco sienten nada por nosotros. Si fueran cincuenta veces más grandes de seguro nos comerían sin pensarlo…

-Tú no eres 50 veces más grande…

-Bueno 20, da lo mismo… ¿pedimos ya? Hay un menú de oferta con…

-Mi amor, tengo una idea…

-¿Idea sobre qué?

-Sobre cómo aliviar a las langostas…

-¿Aliviar a las langostas?

-Sí, podríamos pedir una no crees… para que no sufra…

-¿Quieres que pidamos langosta?

-Quiero que liberemos a una de esa espera…

-¿Sabes cuánto valen?

-Eres un insensible, me invitas a comer y solo para ver el sufrimiento de unos pobres bichos…

-No es eso, pero…

-Pues yo no puedo comer si las veo ahí…

-¿Nos cambiamos de mesa?

-…

-¿No quieres cambiar de mesa?

-…

-¿Te molestaste?

-…

-De acuerdo… pidamos una de ellas…

-Mira… yo creo la más grande tiene  cara de sufrir más, ¿no crees?


III.

-¿Eres ateo?

-Sí.

-Pues estás equivocado.

-¿Por qué?

-Porque esa langosta es Dios.

-¿Cómo?

-Esa langosta de ahí, la de la derecha… puedo asegurarte que esa langosta es Dios…

-¿Estás de broma?

-No, te lo digo en serio… como un problema lógico, si quieres…

-¿Puedes comprobarlo, acaso?

-Sí, pero no me corresponde a mí probarlo.

-¿Por qué?

-Porque creer es en última instancia un acto de fe… el ateísmo en cambio es el que racionalmente debe demostrar la inexistencia…

-¿Y acaso yo podría demostrar que esa langosta no es Dios?

-Podrías intentarlo, pero fallarías…

-Pues si me dices cómo hacerlo de seguro no fallo.

-¿De verdad quieres intentarlo?

-Claro, eso te estoy diciendo…

-Pues pídela, si la comemos y el mundo no se acaba, quiere decir que no lo era…

-Eso es estúpido.

-No, no lo es… si nos comemos a Dios algo debe pasar en el mundo… desarmarse tal vez…

-¿Desarmarse?

-Sí, como un libro al que se le caen las letras… perder el significado, ya sabes…

-¿Y si no pasa nada?

-Si no pasa nada… eh… entonces tú ganas.

-¿Y qué gano?

-Pues mira… pídela mientras, y de ahí te digo…

jueves, 28 de enero de 2016

¿Hiciste caca?


Me lo preguntaban siempre.

Era parte de las preguntas de rigor:

¿Te lavaste los dientes?

¿Rezaste?

¿Hiciste caca?

Y yo, no sé por qué, probé un día a decir que no.

¿No qué?, me preguntaron.

¿No te lavaste los dientes?

¿No rezaste?

¿No hiciste caca?

No hice caca, dije.

Y claro, un par de preguntas sobre si dolía o no el estómago y luego a acostarse.

Pero claro, llegó el otro día y me dio por seguir la mentira.

¿Hoy día tampoco…?

No, tampoco.

¿Tomaste harta agua?

Sí, harta.

Si mañana no haces vamos a tener que ir al doctor.

Extrañamente, a pesar que no me gustaba ir al doctor, seguir con aquello parecía interesante.

Al día siguiente, de vuelta del colegio, me preguntaban incluso tras la puerta del baño.

¿Estás haciendo…?

No, decía yo.

Pues mañana a primera hora vamos a tener que ir.

Ahora te lavas los dientes y te vas a la cama…

Ah, y reza porque hagas caca.

¿Rezar porque haga caca?

Sí, puede ser grave… ya van cuatro días, me dijeron.

Y claro, yo no sabía que se pudiera rezar por esas cosas.

Con el doctor fue algo más complejo, pues tras palparme, dijo que no parecía que llevase tantos días sin ir.

Siempre ha sido flaco, decía mi mamá, no se le debe notar.

Y entonces el doctor entregaba unos remedios y recomendaba algunos alimentos.

Pasaron más días.

Tomé los remedios.

Comí los alimentos recomendados.

Pero seguí mintiendo.

Tenía diarreas incluso, pero no cambiaba mi versión.

¿Hiciste caca?

No.

Casi, pero no.

Y tiraba la cadena.

Me descubrieron a medias, al décimo día, pues mi madre irrumpió de pronto en el baño justo cuando iba a tirar la cadena.

¡Hiciste…!, exclamó, mientras  miraba la caca.

Sí, dije yo.

Tiramos la cadena y me lavé las manos, mientras ella me miraba sospechosamente.

¿No vas a hacer nada más?

No, ahora no. Dije.

Lo extraño de todo fue que no me dio más remedios ni me preguntó nunca más.

Ni siquiera por el rezo.

Mantuvo eso sí la pregunta por los dientes y yo la aceptaba, sin mentir.

Luego dejó también de preguntar sobre los dientes.

Ahora que han pasado décadas debo reconocer que nunca me sentí culpable y lo cierto es que ni siquiera me parecía haber mentido.

No deben tomarse, por lo tanto, estas palabras como una confesión.

Y por supuesto: no acepto penitencia.

miércoles, 27 de enero de 2016

Un mimo va a hacer una denuncia.



Centro de Santiago.

Veo correr a un mimo y llamar a un carabinero.

No sé si es parte del show así que quedo atento a los sucesos.

La gente hace lo mismo y lo rodea.

Esta vez, el mimo habla.

Desde donde estoy no escucho lo que dice, pero se ve alterado.

Algunas personas ríen.

Otras se muestran nerviosas.

Y es que es raro escuchar hablar al mimo.

Comúnmente hace el show en esta misma esquina.

Molesta a los transeúntes, juega con los vendedores, finge hablar usando una especie de pito.

Siempre está en este lugar.

Una vez imitó a un jubilado que daba de comer a las palomas.

Luego imitó a las palomas y se acercó a comer sus propias migas.

 Yo lo dibujé en un papel y anoté en la hoja:

Arrojas ante ti tu propia vida y vas luego a picotearla.

Era una imagen sugerida, claro, y una mala frase.

De todas formas, ese era el recuerdo más claro de ese mimo.

Ahora, en cambio el mimo grita y se desploma, de improviso, ante el carabinero.

Unas personas comentan que tiene sangre.

Otras dicen que alguien le ha enterrado un cuchillo.

Yo no alcanzo a ver la situación y siento incorrecto acercarme.

Algunos dicen que el mimo ha muerto.

A los pocos minutos se escucha una ambulancia.

También llegan más carabineros.

Al parecer es cierto que ha muerto, pues no veo que la ambulancia abandone el lugar.

Si realmente murió, por cierto, estoy seguro que tarde o temprano llegará otro mimo.

Molestará a la gente, jugará con los vendedores y es muy probable que finja hablar usando una especie de pito.

Tal vez un día imite la muerte del mimo anterior.

O tal vez un día padezca la misma muerte.

martes, 26 de enero de 2016

Un vicio necesario.

“¿Por qué no somos como los animales?
Mueren sin pensar en los demás.”


Un hombre que viaja vendiendo caballos.

Parece una labor obsoleta, pero ahí está.

Se acerca y te acompaña en el camino.

Sabes quién es, pero te muestras ignorante.

Prefieres no hablar y dejar que él lo haga.

Además la gente parece más feliz si lo haces de esa forma.

Solo se interesan por su propia historia.

Tú lo sabes.

Él habla entonces sobre animales.

Da un par de opiniones y ríe a carcajadas.

No es sincero.

Pareciera, de hecho, que de alguna forma los desprecia.

Dice que son mejores, es cierto, pero en el fondo los desprecia.

Habla por ejemplo del animal ignorante, junto al matadero.

O habla del perro que lame la mano de aquel que lo ha golpeado.

Te dice que no hay rencor.

Te dice que la ignorancia es siempre un buen camino.

Y claro, vuelve a reír a carcajadas.

Tú lo escuchas y tratas de no olvidar de quién se trata.

Y es que te lo han advertido: él viaja vendiendo caballos.

Viaja solo, por supuesto, no es que lleve con él la mercancía.

Su rostro es inconfundible.

Su risa lo delata..

Entonces es cuando te paras frente a él.

Lo  miras y sabes que él ha deseado mostrarse.

Que está feliz de que lo hayas reconocido.

Sabe que alimenta tu vicio.

Sabe que tu vida repite otras vidas.

Su conocimiento es amplio.

Él se extiende entonces sobre el pasto.

Tú te acercas.

No esperas más para sacar el cuchillo.

Él ríe porque sabe que te ensucias.

Ríe a carcajadas.

Tú rebanas el cuello y la carcajada es ahora una masa llena de burbujas.

Cortas una y otra vez, hasta que la risa cesa.

La sangre te mancha y tú sabes que te mancha.

Es tibia y es fétida.

Sabes que hay un costo.

No sabes sin embargo, que esa es tu forma de estar limpio.

Desconoces que ese es un vicio que engrandece.

Y debieses saberlo.

Todos pensamos que debieses saberlo.

Por eso vengo aquí a culparme de esa muerte, y a decírtelo en dos frases:

El vicio que persigues es una flor.

El mundo y su belleza nada importan.

lunes, 25 de enero de 2016

Algo que pruebe tu existencia.


-¿Algo que pruebe mi existencia…?

-Sí… algo que revele su fundamento, su diferencia de otras existencias… eso es lo que debiera crearse…

-¿Y cómo podría crearse algo así?

-No lo sé bien, por eso es que debiera crearse… aunque sabes... siempre lo he imaginado como una especie de caja negra…

-¿Una caja negra…?

-Sí, como la de los aviones, que pueda extraerse al morir, desde cada persona…

-Si fuese como la de los aviones esa caja tendría que explicar por qué moriste…

-Claro, pero yo no digo que sea igual…

-¿Y entonces?

-Entonces tendría que explicar por qué viviste… las razones que tuviste cada día… lo que te decía antes: el fundamento de tu existencia…

-¿Y eso probaría tu existencia…?

-Claro… ese sería el fin último…probar que fue una existencia propia… que las razones fueron individuales, y que te pertenecen…

-¿Razones distintas a las de los otros, dices tú?

-No necesariamente… O sea, no me refiero a que sean únicas en ese ámbito… Yo hablo más bien de que las propias acciones vayan siguiendo fundamentos, y esa ruta muestre al final el porqué definitivo… y las acciones no son nunca totalmente iguales...

-¿Y crees que funcionaría…?

-¿En qué sentido?

-¿Crees que la caja arrojaría verdaderamente fundamentos…?

-Tal vez no de manera clara, pero sí… yo creo que sí…

-¿Y crees que alguien sentiría necesidad de leer esas cajas negras?

-Pues no sé… puede sonar un poco iluso, pero yo creo que sí… después de todo eso es lo que tú buscas cuando lees, si no me equivoco...

-¿Cómo…?

-Que en el fondo tú mismo has leído las cajas negras de algunos… la caja negra de la Nemirovski, por ejemplo, o la caja de la Lispector…

-Sí, puede ser, en ese sentido…

-Pues ya está… esa era mi idea… cosas así debieran crearse…

-Sí, es cierto… esta vez te doy la razón…

-Celebremos entonces.

-De acuerdo… celebremos…

domingo, 24 de enero de 2016

Para mudar la piel.


I.

Te pones bajo el sol para mudar la piel.

No me interesan las motivaciones.

El hecho a solas, más bien, ya es más que suficiente.

Indagar en lo demás, por tanto, es una forma de equivocarse.

Otra forma, por cierto, es pensar que la expresión inicial fue una metáfora.

Mudar la piel, me refiero.

O confundir aquel hecho con una motivación primaria.

Por otro lado, si ocurriesen, serían estos, errores comprensibles.

Me gustaría, antes de seguir, dejarlo claro.


II.

Bajo el sol, esperando mudar la piel, piensas que aquello es solo un complemento.

El símbolo evidente de un cambio del que te haces cargo.

Así, crees erróneamente que un hecho puede ser un complemento de otro hecho que no es evidente para nadie.

Esos son errores que me inclino a llamar incomprensibles.

Incomprensibles y molestos, si soy sincero.

Me gustaría también, antes de seguir, haberlo dicho.

No sé, de todas formas, si dejarlo claro.


III.

El sol se pone y no has mudado la piel, de forma alguna.

Solo ha enrojecido y hasta sientes que ardes.

De esta forma, es posible dar cuenta –a los otros y a ti mismo-, de un error evidente.

Dicho error, a su vez, desata sensaciones que creías superadas.

Por lo mismo, dichas sensaciones revelan que realmente no te hiciste cargo, de un primer cambio.

Y es que arde la piel porque sigue siendo la misma, chamuscada.

Me gustaría, sin embargo, destacar antes de terminar una observación sincera:

Tienes -por lo general-, buenas intenciones.

Igual que casi todos.

sábado, 23 de enero de 2016

Todo empezó por la portada del periódico.



Todo empezó por la portada del periódico.

En ella aparecía la foto de un tipo que había dado muerte a su esposa y a sus hijos. Dos hijos. Decían las edades, pero no las recuerdo. Eran pequeños, de todas formas. No había más imágenes que las del rostro del asesino y una pequeña información complementaria. El hombre, según la información, había intentado suicidarse luego de los asesinatos, pero había fallado en eso último.

Ahora habían terminado el desayuno y F. veía las fotos. En ambas el hombre aparecía de frente, solo que una parecía ser más reciente que la otra. Entonces fue que comentó sin pensarlo aquello que le resultaba obvio.

-Es igualito a tu papá, ¿no crees?

M. recibió el diario y se rio. La foto en que salía más joven, sobre todo. De verdad se parecían.

-Y mató a su familia –dijo M, riendo-. Hay que tener cuidado…

Mientras hablaban de esto M. recogía algunas cosas de la mesa y C. cambiaba los canales de tv., sin detenerse en ninguno.

-¿Quién se parece a mí? –preguntó C.

Entonces ellas le mostraron el periódico, y bromearon diciéndole que no lo podía negar… que tenía una segunda familia y que le había dado muerte…

-Ese no se parece a mí –dijo C.

-Claro que se parece -dijo F.-, te conozco desde hace más de veinte años, ¿recuerdas?

-Eres igualito, papá –dijo M.-, no lo niegues.

C. miró nuevamente el periódico.

F. y M. continuaron en sus cosas. F. lavando la loza y M. se fue a su pieza, mirando el celular.

-¿De verdad me parezco? –le preguntó C. a su esposa.

-Tienes un aire, al menos –dijo ella, sin mirarlo-. En los ojos… y en la boca… no sé si en la nariz…

C. se fijó nuevamente.

Intentó relacionar las imágenes con su rostro, pero el rostro propio es algo que nos resulta extrañamente poco familiar.

C. se tocó incluso su nariz, para recordar su forma, mientras miraba las imágenes.

-¿Preparo arroz también…? –le preguntó F.

-¿Arroz? –preguntó C.

-Arroz, para acompañar el pollo –contestó F.-, podrías trocearlo.

C. dejó el diario sobre el sillón y se acercó hasta donde estaba F.

Ella le pasó el cuchillo grande. El de mango de madera.

Como ella tenía las manos húmedas el mango se humedeció y se oscureció un poco.

Él lo empuñó con fuerza.

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