viernes, 1 de enero de 2016

Sweet Mao (ese es parte de mi rol)



Una vecina que consume ácidos tiñó el pelaje de su gato a un rojo muy marcado.

Al parecer lo hizo ella misma, poco antes de año nuevo.

El gato se llama Mao, y le gusta atacar pájaros.

Hoy lo vi con uno en el hocico y parecía un demonio.

Fue entonces que mi vecina me contó lo del teñido.

También me dijo que la cuidara, mientras se tomaba un ácido.

Generalmente hace eso, cuando me ve, pues dice que soy buena compañía.

Yo creo que en realidad no tiene otra.

A veces llora cuando está drogada.

Me cuenta las cosas que ve y llora porque hay otras que no ve.

Siempre queda en el piso, como si tuviese un peso encima.

Trabaja de enfermera, pero tiene pocos turnos.

De vez en cuando tiene sexo con un doctor, pero no es, oficialmente, su pareja.

Podría decirse que su vida es normal, salvo por los ácidos, y por Mao.

En el barrio todos piensan que está loca.

También piensan que tengo sexo con ella, pero no es así.

Una vez pasó algo, pero lo cierto es que estando juntos ambos nos sentimos vacíos.

Suena cursi, pero eso es lo que pasa.

Dos habitaciones vacías, frente a frente.

Cada uno hace eco en el otro.

Así podría resumirse.

Ella habla sobre cosas que ve, gracias al ácido.

Yo escucho a Max Roach y tengo una pistola en mi mano.

Ella no la ve, porque está dentro de un bolso.

Tampoco escucha a Roach, pues llevo audífonos.

Mao está echado a un costado de la cama.

Ahora ella comienza a hablar de las cosas que no ve.

Por sus movimientos puedo adivinar que está a punto de empezar su etapa de angustia.

A veces pienso que uno debiese hacer cosas para cambiar la dirección que lleva nuestro mundo.

Disparar, por ejemplo.

Ella dice que a veces, cuando operan de urgencias, ve cosas horribles.

Grandes heridas de cuchillos.

Alguien a quien le rajaron la nariz.

Un bebé violado, por ejemplo.

Yo no se lo digo, pero lo cierto es que veo cosas peores.

El corazón de los hombres, por ejemplo.

Y es que nadie me cree, pero juro que veo el corazón de cada hombre.

Por eso tengo la pistola.

Por eso escucho a Roach.

Por eso me cuesta tanto dar siquiera un paso.

Ahora es el momento cuando ella empieza a callar.

Queda en silencio y se sienta, apoyada en la cama.

Yo le sirvo un vaso de leche.

Acaricio a Mao.

Respiro hondo.

Lloro un poco cuando termina Roach.

La noche está tranquila.

Ella no tiene un mal corazón.

La abrazo y le dejo la pistola sobre la cama.

Ese es parte de mi rol.

Luego me voy.

Ella sabrá lo que hace.


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