lunes, 18 de enero de 2016

El error estuvo en contratar al jardinero.


El error estuvo en contratar al jardinero. Tú lo sabías. La frase era tuya, de hecho: Cuando alguien se ocupa de tu jardín quiere decir que ya estás muerto. Eso decías, al menos. No era solo por el trabajo físico, sino por ocuparse de las cosas que realmente eran importantes. Ocuparse de las cosas que están vivas, en este caso. Y claro, reducir tu labor a contemplarlas. Eso era tener una visión errada de las cosas. Tú lo decías. Hablabas de eso. El problema fue que comenzaste de a poco a contradecir tus propias palabras. Primero el trabajo, luego el auto y finalmente la casa propia. Eran cosas necesarias, por supuesto, pero atacaste tus creencias. El trabajo sin sentido. El auto del año. La casa que adornas según imágenes de catálogo. No era eso en lo que tú creías. Pero claro… al menos dejaste el jardín. Eso te salvaba, decías. Mostrabas fotos, comprabas herramientas, importabas semillas. De la familia apenas hablabas. Suponíamos que todo estaba bien. Normal. Bien. Tranquilo. Siempre comentarios de una sola palabra. Eso bastaba. Pero claro, contrataste al jardinero. El tiempo, decías. Falta tiempo. Además el tipo sabía bastante. Incluso había alternado el color de las flores que estaban plantadas a un costado. Debe haber sido entonces que las palabras se volvieron contra ti. Y algunas de ellas tenían filos. Te podaste a ti mismo. Te comiste desde dentro. Te convertiste en muñones. El jardinero tomó tu lugar. No eras útil para nadie. Olvidaste quién decías ser, o nunca lo fuiste. Ahora cabes perfectamente en este texto. Doscientas palabras, poco más. Y hasta te sobra espacio. 

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