jueves, 28 de enero de 2016

¿Hiciste caca?


Me lo preguntaban siempre.

Era parte de las preguntas de rigor:

¿Te lavaste los dientes?

¿Rezaste?

¿Hiciste caca?

Y yo, no sé por qué, probé un día a decir que no.

¿No qué?, me preguntaron.

¿No te lavaste los dientes?

¿No rezaste?

¿No hiciste caca?

No hice caca, dije.

Y claro, un par de preguntas sobre si dolía o no el estómago y luego a acostarse.

Pero claro, llegó el otro día y me dio por seguir la mentira.

¿Hoy día tampoco…?

No, tampoco.

¿Tomaste harta agua?

Sí, harta.

Si mañana no haces vamos a tener que ir al doctor.

Extrañamente, a pesar que no me gustaba ir al doctor, seguir con aquello parecía interesante.

Al día siguiente, de vuelta del colegio, me preguntaban incluso tras la puerta del baño.

¿Estás haciendo…?

No, decía yo.

Pues mañana a primera hora vamos a tener que ir.

Ahora te lavas los dientes y te vas a la cama…

Ah, y reza porque hagas caca.

¿Rezar porque haga caca?

Sí, puede ser grave… ya van cuatro días, me dijeron.

Y claro, yo no sabía que se pudiera rezar por esas cosas.

Con el doctor fue algo más complejo, pues tras palparme, dijo que no parecía que llevase tantos días sin ir.

Siempre ha sido flaco, decía mi mamá, no se le debe notar.

Y entonces el doctor entregaba unos remedios y recomendaba algunos alimentos.

Pasaron más días.

Tomé los remedios.

Comí los alimentos recomendados.

Pero seguí mintiendo.

Tenía diarreas incluso, pero no cambiaba mi versión.

¿Hiciste caca?

No.

Casi, pero no.

Y tiraba la cadena.

Me descubrieron a medias, al décimo día, pues mi madre irrumpió de pronto en el baño justo cuando iba a tirar la cadena.

¡Hiciste…!, exclamó, mientras  miraba la caca.

Sí, dije yo.

Tiramos la cadena y me lavé las manos, mientras ella me miraba sospechosamente.

¿No vas a hacer nada más?

No, ahora no. Dije.

Lo extraño de todo fue que no me dio más remedios ni me preguntó nunca más.

Ni siquiera por el rezo.

Mantuvo eso sí la pregunta por los dientes y yo la aceptaba, sin mentir.

Luego dejó también de preguntar sobre los dientes.

Ahora que han pasado décadas debo reconocer que nunca me sentí culpable y lo cierto es que ni siquiera me parecía haber mentido.

No deben tomarse, por lo tanto, estas palabras como una confesión.

Y por supuesto: no acepto penitencia.

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