domingo, 28 de febrero de 2021

Qué les incomoda.


Visitan tu hogar, de vez en cuando.

No hay mayor problema, cuando vienen de día.

Las complicaciones surgen en la tarde, a medida que oscurece.


En principio, no comprenden qué los incomoda.

Cambian el tono de voz, se inquietan un poco.

Siempre es así hasta que todo es evidente.


Entonces, comienza un circuito extraño.

Breves silencios, frases inconexas.

Un rondar absurdo, como en el óvalo de un circuito de carreras.


Me preguntan qué es lo que está mal, si las lámparas o las ampolletas.

Yo no sé adónde apunta la pregunta, así que no respondo.

Así, de cierta forma, yo también los dejo a oscuras.


Lo extraño es que culpan a la lámpara por tanta oscuridad.

Tienes que arreglarlas, me dicen.

Olvidan que la oscuridad es el estado natural de mundo.


Con luz, pienso yo, no te percibes a ti mismo.

Tu mirada se aleja y se posa en las cosas.

En cosas que, por lo general, no tienen luz propia.


Dedicas así tu vida a nombrarlas, a entenderlas a partir de diferencias.

Les inventas una función, una razón de existir.

Y las ordenas, como si existiese un lugar correcto para ellas.


Es entonces cuando decides quebrar ese momento.

Hacer algo para cambiar las cosas.

Algo que, sin dañar a nadie, se parezca al fin del mundo.


Por ejemplo, te pones de pie y finges ir al baño.

Y abandonas la casa, abruptamente, cuando no te ven.

Se las dejas, más bien, como un recuerdo equivocado.


Puedes hacerlo sin culpa.

Nadie muere por falta de luz, ni por quedarse a solas.

No te preocupes, casi nunca habrá daño.

sábado, 27 de febrero de 2021

Puedes gritar.


Puedes gritar.

Puedes decirme lo que quieras.

Decírtelo a ti mismo, incluso, si así lo prefieres.

Con voz firme.

Sin ponerte en duda.

Sin cuestionarte a ti mismo, me refiero.

De una sola vez y sin opción de retroceso.

Sin salidas de emergencias, me refiero.

Supongo que sabes de qué hablo.

A veces pienso que lo olvidas, pero en el fondo sé que no.

Puedes hacerlo cuando quieras.

Comenzar a gritar lo que debías expresar.

Aferrarte a ti mismo y no dejarte ir.

Tomarte el juego en serio, como dicen.

Olvidar quién eres.

Dejar atrás lo que has hecho.

Quemar tus papeles.

Voltearte como un calcetín.

Exponer lo interno.

Soñar que eres otro.

Puedes cambiar tu nombre, si así quieres.

Asegurar que el mundo es tuyo.

Mascar vidrio mientras hablas y señalas lo que crees.

Que puedes moldear la realidad.

Que te has fabricado a ti mismo.

Que el amor es algo puro y no debe contaminarse.

¿Te gustan esas palabras?

¿Te revuelcas en ellas como un cerdo en el lodo?

¿Te parecen bellas las flores plásticas?

Cuánta ingenuidad en cada una tus poses.

Te hundirán tus proyectos.

El peso de tus proyectos.

Moldearán tu rostro cuando estés en el ataúd.

Lo supiste siempre, desde pequeño.

Nunca vas a pisar la luna.

viernes, 26 de febrero de 2021

¿Desperdicio?


-Demasiada agua -me dijo-. Tú les echas demasiada agua. Las ahogas así, no les sirve. Lo que tienes que hacer es averiguar cuánta necesitan y entonces regarlas. Y es que a veces se pudren, cuando lo haces de esa forma. Dejan de crecer y al final se mueren, me refiero. Si no quieres que eso pase te recomiendo observarlas y entender qué necesitan. Preguntarles incluso y esperar una respuesta. En tu caso no creo que preguntes, claro. O si preguntas no esperas lo suficiente por una respuesta. En vez de eso les das agua. El agua es siempre tu respuesta. Las entierras en el agua, de cierta forma. Disculpa que te lo diga así, pero no siempre es lo que necesitan. Si no lo sabias lo sabes ahora. Al final es solo un desperdicio.

-¿Desperdicio?, -pregunté.

-Sí, ya sabes a lo que me refiero -continuó-. No te lo reprocho para que te enojes, sino para que entiendas. Deja de regarlas. Lo ideal es que las riegues menos, pero ante el peligro de ahogarlas creo que es mejor que evites hacerlo. De hecho, si fuera una planta me gustaría morir seca, no ahogada. O sea, no es que me gustaría, exactamente, pero lo preferiría al menos. Me sería más natural. Mas cercano a la idea de un ciclo. Morir por exceso de agua en cambio, es antinatural. Es vida ahogando a la vida. O eso me parece a mí, al menos. No sé si me entiendes… En eso creo, digamos, cuando creo en algo.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Un flamenco.


Un flamenco.

Un flamenco en la habitación.

Un flamenco en la habitación vomitó sobre la alfombra.


¿Qué hace un flamenco?

¿Qué hace un flamenco en la habitación?

¿Qué hace un flamenco en la habitación sobre la alfombra?


Las respuestas.

Las respuestas son sencillas.

Las respuestas son sencillas cuando somos honestos.


Hoy lo explicaba.

Hoy lo explicaba mal.

Hoy lo explicaba mal a alguien que quise.


Y es que no era honesta.

Y es que no era honesta, comprendí.

Y es que no era honesta, comprendí, un poco tarde.


Mientras, el flamenco.

Mientras, el flamenco me hacía recordar.

Mientras, el flamenco me hacía recordar otro flamenco.


Un flamenco blanco.

Un flamenco blanco y muy pequeño.

Un flamenco blanco y muy pequeño, que estaba solo.


A partir de ese flamenco

A partir de ese flamenco, según recuerdo.

A partir de ese flamenco, según recuerdo, investigué un par de cosas.


Aprendí que volaban.

Aprendí que volaban, los flamencos.

Aprendí que volaban, los flamencos, totalmente extendidos.


A pesar de lo aprendido.

A pesar de lo aprendido, debo reconocer.

A pesar de lo aprendido, debo reconocer, se generaron más preguntas.


¿Qué hace un flamenco en la habitación?

¿Qué hace un flamenco en la habitación sobre la alfombra?

¿Qué hace un flamenco en la habitación sobre la alfombra, por ejemplo?


Las respuestas.

Las respuestas son sencillas.

Las respuestas son sencillas cuando somos honestos.


Un flamenco en la habitación vomitó sobre la alfombra.

Tomé prisionero a un hombre que no soy yo.


Tomé prisionero a un hombre que no soy yo.

Desde entonces, me acostumbré a llevarlo siempre conmigo.

Lo escondí tan bien que no se ve.

Si hasta yo dejé de verlo, con los años.

A veces, cuando estoy cansado,
incluso dejo que hable,
utilizando mi voz.

Esto puede parecer peligroso,
para algunos,
pero lo cierto es que aprendí a confiar.

Me costó, pero aprendí.

Ahora lo dejo hablar tranquilo.

Puedo hasta dormir
mientras él habla.

Pensar en otras cosas, digamos.

Tengo razones:

No se enreda tanto en lo que dice.

Cuida (hasta cierto punto) sus palabras.

No suele traicionarme.

Y es que, con el paso de tiempo,
pienso que me ha tomado algún aprecio.

Tal vez sabe que me canso
llevándolo a cuestas
y supongo que me lo agradece
de esa forma.

Antes pensaba que no.

Que fingía todo el tiempo.

Que simplemente buscaba el momento adecuado
para intentar escapar.

Reflexionaba sobre esto.

Lo observaba.

Pensaba, en definitiva, que se quería ir.

Que quería huir de la prisión en la que lo había sometido.

Años perdí, ciertamente, pensando esto.

Luego, sin embargo, pasó el tiempo.

Y con el tiempo, uno empieza a barajar otras teorías.

Por ejemplo, yo llegué a comprender que tal vez
le era cómodo ir de prisionero.

Tal vez, de no ser prisionero,
él mismo hubiese debido cargar a otro.

Prisionero o captor, a fin de cuentas.

Cargar o ser cargado.

Si hay otras opciones, lo desconozco.

Tomé prisionero a un hombre que no soy yo.

martes, 23 de febrero de 2021

Dónde.


Estábamos en un pequeño parque, supuestamente tranquilo.

Apenas había sombra y se escuchaban los autos que pasaban por la avenida.

De todas formas, era mejor que estar en algún lugar fuera del parque.

Habíamos hablado bastante, de varios temas, pero no quiero contextualizar.

Y es que no creo, si soy sincero, en ese tipo de cosas.

-Lo peor no es que alguien muera -me dijo-, o que algo muera. Eso puedes sentirlo, imaginarlo incluso. De cierta forma es un dolor que sabes llegará algún día.

-¿Y qué es lo peor, entonces? -pregunté.

-Lo peor es que ese alguien o ese algo siga muerto -contestó.

Nos quedamos en silencio un momento.

Uno o dos minutos, supongo.

Más allá del parque, se escuchó frenar un auto, bruscamente.

Debe haberse encontrado de golpe con algo detenido, o que iba a una velocidad distinta a la de él.

-¿A qué te refieres con que “siga muerto”? -pregunté entonces.

-Que siga muerto al día siguiente, quiero decir... Y al día subsiguiente. Y a la semana después. Puedo seguir proyectándolo, pero supongo que la idea ya está.

-¿Solo eso es lo peor?

-Sí, solo eso -contestó-. Y lo que está dentro tuyo, por supuesto, cuando descubres eso.

lunes, 22 de febrero de 2021

Un aspecto equivocado.


Está encendida la luz.

Alguien debió dejar
la puerta abierta.

Ahora debo salir
y observar qué es lo que ocurre.

Puede parecer que exagero,
sobre todo si no conocen los hechos,
pero es que siempre ocurre así.

Es casi una costumbre…

Qué desgaste innecesario.

Yo por mí,
si soy sincero,
no observaría nada.

Haría como Edipo,
como Dios
o como José Feliciano.

Pero ahora en cambio voy a ver
qué ocurre con esa luz.

La razón de su nacimiento, digamos.

Ya sé dónde está,
pero no sé de dónde viene.

Tampoco sé, por cierto,
hacia dónde se dirige.

Puedo decirlo de mil formas,
pero lo cierto
es que se trata de una acción simple,
que no requiere de mí
si no de alguien…
ya no sé bien cómo decirlo.

El punto
es que hay que apagar esa luz,
sé que no hay que hablar de esto,
pero si me preguntan el porqué
creo que es debido a que alumbra
algo que no debemos ver
(o no queremos ver)
al terminar el día.

Es por eso que ahora,
aunque alegue,
abro la puerta y voy a ver
qué es lo que ocurre.

Tengo frío,
y es raro porque nunca tengo frío,
debe ser por lo que observo,
por lo que escucho,
y por todo aquello, en definitiva,
que desconozco.

Es cierto, pienso entonces,
alguien dejó una puerta abierta,
y esto iluminó
un aspecto equivocado.

sábado, 20 de febrero de 2021

No me culpen.


I.

A mí no me culpen.

Si el mundo es una respuesta,
yo no lancé pregunta alguna.

Estoy en silencio, de hecho,
desde al menos cuatro años.

Dejé de preguntar
y dejé también una serie
de otras cosas.

Me conformé con lo que había.

No pedí.

Ni siquiera miré con ansias.

No estiré las manos hacia nadie.

Eso es lo que era yo.

No lo lamento.

No me quejo.

Son cosas que ocurren.

En eso me había convertido.


II.

A mí no me culpen.

Es más, no pierdan tiempo
en culpar a nadie.

Créanme, a veces caigo en eso
y luego ya es tarde.

No les aconsejaré nada más.

Confíen en mí esta vez.

No les entregaré instrucción alguna.

De hecho,
ni aunque quisiera podría hacerlo.

Tengo tristeza en la garganta.

No me sale la voz.

Tristeza en todo el cuerpo.

No me quejo, no me malentiendan.

Intento hacerme cargo.


III.

A mí no me culpen.

Dejó esta vez de estar en mis manos.

No llevé luz ni oscuridad.

Ocurrió simplemente
que me fue imposible alumbrar aquel sitio.

Fue alguien más que no dejó salir la luz.

El daño, antes de hacerlo, ya está hecho.

No culpo a nadie, solo es una impresión.

Apenas puedo decirlo.

Aclaro que no lancé,
ni estoy lanzando,
pregunta alguna.

viernes, 19 de febrero de 2021

Un moai.

¡Qué iluso moai!, podría pensar alguien, si lo escuchan razonar.
Qué poco sabe del mundo si espera aquello.


Soñé que era un moai. Ya sabes, una de esas esculturas en la Isla de Pascua. Un moai en medio de la isla, en una zona con algo de vegetación, sin mucho tránsito de personas. En principio solo fue un sueño extraño y ligeramente interesante. Ya sabes, la novedad de saberte moai, de mirar el entorno, de adivinar qué sucede. Pasada la novedad, sin embargo, la sensación fue mutando un poco. El viento, el sol… no sé… estando hecho de piedra es como si no lo sintieras del todo. El calor, me refiero. Lo que nos llega de fuera. Y es que sin piel o algo que perciba el contacto con el mundo, todo pasa a ser sensación propia. Generada en uno, me refiero. O eso sentía yo, al menos. Mi yo moai, digamos, lo sentía. De espaldas al mar, encerrado en un yo absoluto, comencé entonces a sentir una soledad que era también absoluta. Una tristeza aposada que no tenía hacia donde derramarse. Yo era un moai, simplemente. No había elección posible. Y claro, al no haber opciones tampoco había esperanza de ser otra cosa. Ni siquiera el intento de comunicarme con alguien. Eso no era posible así que debía resignarme a una cuestión ínfima. A la pequeña posibilidad de que alguien intuyera que eras algo más. Que confiara en eso, me refiero, aunque no hubiese indicios.

jueves, 18 de febrero de 2021

Todo ocurrió cuando era joven.

“Y si no deseo curarme es por rabia”
F. D.

Podría decirlo así:

Todo ocurrió cuando era joven.

Y es que resulta extraño, pero desde entonces siento que no ocurre mucho más.

Se reiteran sensaciones, tal vez, experiencias, elementos.

Secuencias, digamos.

Etapas de un proceso.

Nada que despierte, realmente, mi atención.

Solo me sorprende que la cosas duelan de la misma forma.

No me parece muy justo, si me permiten comentarlo.

Después de todo, con los años, las alegrías se vuelven más opacas.

Los sonidos menos vívidos.

Pero las cosas duelen siempre de la misma forma.

¿No les parece injusto?

Si hasta un chiste pierde la gracia, pero el dolor es siempre el mismo.

No lo entiendo muy bien.

Supongo que es porque el cuerpo cicatriza.

Y porque las emociones, de cierta forma, también se regeneran.

Todo ocurrió cuando era joven.

Los hechos verdaderos.

Los significados que perduran.

Lo que crees ser tú mismo, de hecho, lo creíste ser cuando eras joven.

Luego de eso simplemente quedan ondas que se desvanecen.

Ecos de tus sueños.

De tus anhelos.

De tus primeras y más fuertes sensaciones.

Más allá… alguien esperando oír el momento en que la piedra toca el fondo del pozo.

Alguien que no eres tú, me refiero, esperando ese momento.

Por no darle el gusto, aclaro, es que lo digo entonces de esta forma:

Todo ocurrió cuando era joven.

La honestidad está fuera de tu alcance.

Pobre Rocky Marciano.


Pobre Rocky Marciano que nunca supo caer.

O nunca pudo.

Lo evitó con todas sus fuerzas y pensó que salía victorioso.

Lo festejó incluso.

Se enorgulleció de hacerlo.


Pobre Rocky Marciano.

Pobre su orgullo amarrado al mástil equivocado.

Pobre su idea de victoria y su alegría sin fundamento.

Y es que dejarse ir estaba bien.

Aceptar la caída.

Sentir nuestro peso, y entonces levantarse.


Pobre Rocky Marciano.

Cargó la cruz sin trastabillar en estación alguna.

Con paso firme y sin aceptar ayuda.

Altivo. Con la mirada al frente.

De haber podido se habría clavado a sí mismo.

No comprendió que nada es único.

No entendió que su historia es simplemente la de todos.


Pobre Rocky Marciano.

Invicto.

Vencedor de ángeles.

Retirado incluso para no caer.

Usaste la estrategia equivocada.

Caíste de pie mientras algo más grande que tú se venía abajo.

Cayó por ti, digamos.

Te arrastró sin que comprendieras que eras tú quien caía.


Pobre Rocky Marciano.

Supongo que apretaste los puños.

Que no aceptaste la debilidad.

Que no entendiste en medio de la noche

Sin plegarias, me refiero.

Sin gritos.

Sin conteo final.

Sin un solo pensamiento que sirviera de grieta.

Que todo se acabó sin saberlo.


Pobre Rocky Marciano que nunca supo caer.

O nunca pudo.

Pobres todos nosotros.

Pobres todos nosotros.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Fuera del lugar.


I.

Sacó un pie fuera del lugar, como si tanteara el terreno.

Luego sacó el otro.

Finalmente, descubrió que estaba fuera, incluso sin proponérselo.


II.

Antes de aquello, ni siquiera era consciente de un adentro y un afuera.

Todo era, más o menos, un mismo sitio.

Un lugar que trascendía incluso la sustancia de las cosas.

Como si además de un solo lugar, hubiese una única forma de estar.

Un único estado de la materia.

Y esto no ayudase, sin embargo, a comprender, nada de uno mismo.

Ni nada, por supuesto, de ninguno de los otros.


III.

Resultaba extraño.

Y es que a veces ayudaba la temperatura.

Me refiero a que podías distinguir, el frío que causaba en ti mismo, del frío del entorno.

Con los otros, sin embargo, el asunto se volvía más complejo.

Principalmente porque la forma que más lo acercaba a comprender, era también aquello que se emparentaba más con el daño.

El daño que recibías, me refiero, y el daño que podías hacer al otro.


IV.

Si me preguntan, creo que fue por eso que ocurrió lo que les decía en un inicio.

¿No lo recuerdan?

Les decía que sacó un pie fuera del lugar, como si tanteara el terreno.

Y que luego sacó el otro.

Por último, descubrió que estaba fuera, incluso sin proponérselo.

No había más historia.

martes, 16 de febrero de 2021

Aprendió tarde a caminar.


Aprendió tarde a caminar.

Más o menos a los cuatro años.

Los padres lo llevaron al médico y luego fue atendido por especialistas.

Como se ponía de pie fácilmente y mantenía el equilibro, no se preocuparon tanto, en principio, pero a medida que pasaba el tiempo observaron que el niño no intentaba moverse a sitio alguno.

Cuando intentaba mover las piernas se ponía rígido.

No lloraba, no se desesperaba con la situación, simplemente se negaba a moverse.

En brazos o de otra forma no había problema, aunque de todas formas no mostraba entusiasmo por ir a un sitio especial o ser cargado por una persona en específico.

Le recomendaron poner cosas de su interés a distancia, obligándolo así, a caminar.

Juguetes, comida, cosas brillantes… nada dio resultado.

El niño ni siquiera los pedía y los miraba de la misma forma como observaba una planta, un mueble o cualquier otro elemento del lugar.

De esta forma, los especialistas determinaron que se trataba de un problema de entusiasmo… de voluntad, para entenderlo fácilmente.

Digamos que a su hijo no le interesa ir a ningún sitio, les dijo un neurólogo, en una de sus últimas consultas.

Le es indiferente aquello que lo rodea… puede quedarse así indefinidamente.

Les recomendó entonces dejarlo en un sitio especial, una especie de lugar destinado a terapias infantiles, en el que podrían hacer algo al respecto.

Los padres siguieron la instrucción, por supuesto.

Nunca entendieron bien cómo trabajaron con él, pero a los dos meses el niño comenzó a caminar de un lado a otro.

No se mostraba entusiasta, digamos, pero al menos seguía órdenes.

Iba donde le decían, digamos.

El lenguaje también se fortaleció un poco y los especialistas dijeron que todo funcionaría normalmente con el paso del tiempo.

Tal vez fuera así, no sé.

Yo perdí el interés en la historia, cuando supe que comenzó a caminar.

lunes, 15 de febrero de 2021

El hueón de la casa iluminada.


I.

Quería vivir en una casa iluminada.

Y lo hizo.

Pero luego no le gustó.

No se atrevió a decirlo, sin embargo,
porque él había querido vivir
en una casa iluminada.

Y porque todos dicen,
si les preguntan,
que la luz es buena.


II.

Me siento extraño con una casa así, me dijo.

Como si mi elección pudiese dar pie a una historia,
de esas con moraleja dudosa,
como las que a veces escribes.

No sé bien cómo decirlo.

Pero es incómodo.

Y me veo a mí mismo de esa forma.

Ya sabes…
pienso en la situación y me digo:
este es el hueón de la casa iluminada.

Y ser “el hueón de la casa iluminada”
sin que nadie lo sepa,
o me lo diga,
es doblemente extraño.

Y doblemente hueón, por supuesto.



III.

Debe ser porque quería la casa,
que esto me pasa,
continuó.

Porque quería la casa y ahora no la quiero, me refiero.

A lo mejor no tiene que ver con la luz.

Ni conmigo.

Y ni siquiera con la casa.

En una de esas
las sensaciones que se aposan en uno
vienen de otro sitio.

Como a escondidas… no sé…

O como una luz que no vemos llegar.

Si me entiendes podrías ayudarme
haciendo al menos un resumen
de todo esto.

No sería lindo, pero tal vez sería útil, 
quién sabe.

sábado, 13 de febrero de 2021

Seis días (3)


-Estuve dormido y despierto seis días seguidos -me dijo-, pero nadie me cree.

-¿Dormido y despierto? -pregunté.

-Sí, seis días dormido y despierto -confirmó-. Seis días completos, con sus días y sus noches… Seis días de veinticuatro horas cada uno.

-¿Pero a qué te refieres con “dormido y despierto”?

-Pues a eso… A lo que suena… A estar ciento cuarenta y cuatro horas seguidas dormido y despierto al mismo tiempo, de una sola vez, soñando e interactuando con la realidad, todo al mismo tiempo.

-¿Estabas drogado?

-No. Aunque tal vez el efecto pueda parecerse un poco… Sobre todo al establecer las correspondencias entre el mundo del sueño y el de la vigilia…

-Mmm… -dije yo.

-¿No me crees?

-Eh… No… No es eso, pero…

-No sé por qué nadie me cree… Hasta un doctor me aseguro que no podía ser de esa forma… que lo que yo llamaba estar dormido y despierto podía ser en realidad una sensación, una apreciación de mi forma de interactuar con el mundo, pero siempre estando despierto…

-Yo no digo que lo inventes, pero debes admitir que es raro…

-¿Acaso gano algo yo, con todo eso?

-No, pero…

-No es mérito mío -aclaró-, no es cuestión de voluntad, es solo estar dormido y despierto al mismo tiempo… y darte cuenta entonces que un estado de realidad se sobrepone al otro… y eso agota, por cierto…

-¿Estabas cansado, al final? -pregunté-. ¿Por so dejaste de estar en ese estado?

-No… O sea, no creo que lo dejé por eso… No sé bien cómo explicarlo, pero creo que ver las cosas de esa forma era un peso que costaba cargar… mejor hacer lo de todos, no crees… por eso volví a separar los estados, digamos… dormido y despierto, me refiero, pero uno a la vez…

-Pero… ¿de verdad ocurrió así, simplemente?

-¿Se necesita algo más para estar despierto o dormido de forma separada? ¿Algo más que existir?

-No, supongo que no, pero…

-No me crees -determinó entonces, sin dejarme hablar-. No importa. Dejémoslo así.

viernes, 12 de febrero de 2021

Seis días (2)


-Estuve despierto seis días seguidos -me dijo-, pero nadie me cree.

-¿Seis días? -pregunté.

-Sí, seis días -confirmó-. Seis días completos, con sus días y sus noches… Seis días de veinticuatro horas cada uno.

-¿Seguidos, dices tú?

-Sí… Eso… Son ciento cuarenta y cuatro horas, creo… Supongo que me dormí sin darme cuenta, al final… aunque ya desde el tercer día despierto el cansancio había desaparecido por completo.

-Mmm… -dije yo.

-¿No me crees?

-Eh… No… No es eso, pero…

-No sé por qué nadie cree… Hasta un doctor me aseguro que no podía ser de esa forma… que tal vez dormía sin darme cuenta, creo que me dijo, mientras me miraba como si estuviera inventando todo eso…

-Yo no digo que lo inventes, pero debes admitir que es raro…

-¿Acaso gano algo yo, con todo eso?

-No, pero…

-No es mérito mío -aclaró-, no es cuestión de voluntad, es solo estar despierto… sin darte cuenta… tampoco es que hiciera algo trascendente en ese tiempo…

-¿Pero estabas cansado, al final? -pregunté-. Cuando te dormiste, me refiero…

-No… O no conscientemente al menos -me dijo. Supongo que me dormí porque me aburrió la realidad, la vigilia, el mundo externo… no sé bien cómo explicarlo…

-Pero… ¿de verdad ocurrió así, simplemente?

-¿Se necesita algo más para estar despierto? ¿Algo más que no dormir?

-No, supongo que no, pero…

-No me crees -determinó entonces, sin dejarme hablar-. No importa. Dejémoslo así.

Seis días (1)


-Dormí seis días seguidos -me dijo-, pero nadie me cree.

-¿Seis días? -pregunté.

-Sí, seis días -confirmó-. Seis días completos, con sus días y sus noches… Seis días de veinticuatro horas cada uno…

-¿Seguidos, dices tú?

-Sí… Eso… Son ciento cuarenta y cuatro horas, creo… Supongo que me desperté por hambre, mayormente… y por deshidratación… aunque nada grave, de todas formas.

-Mmm… -dije yo.

-¿No me crees?

-Eh… No… No es eso, pero…

-No sé por qué nadie me cree… Hasta un doctor me aseguró que no podía ser de esa forma… Como si yo ganase algo con inventar eso…

-Yo no digo que lo inventes, pero debes admitir que es raro…

-¿Acaso gano algo yo, con todo eso?

-No, pero…

-No es mérito mío -aclaró-, no es cuestión de voluntad… es solo estar cansado… dormir sabiendo que no hay nada que hacer al otro día, ni al siguiente, ni en lo que viene hacia adelante… Nada específico que hacer, me refiero… Y estar cansado, por supuesto…

-¿Estabas cansado, entonces…? -pregunté-, ¿seguro que fue eso solamente?

-¿Se necesita algo más para dormir? -preguntó de vuelta, algo molesto.

-No, no es eso, pero…

-No me crees -dictaminó entonces, sin dejarme hablar-. No importa. Dejémoslo así.

jueves, 11 de febrero de 2021

Nunca antes había pasado.


Nevó durante más de diez días.

Nunca antes había pasado.

La nieve sobre la casa debilitó el techo e incluso un sector se vino abajo.

Fue su cuarto, precisamente, y una pequeña oficina en que le gustaba dibujar.

El resto de la casa estaba bien, pero la casa era pequeña.

Solo había un cuarto más y a él no le gustaba entrar a aquel cuarto.

Luego un pequeño comedor, la cocina y un baño.

Él entonces se decidió a dormir en la cocina.

No había electricidad ni gas, pero tenía, al menos. una pequeña cocina a leña.

Todavía le quedaban algunos palos, pero podía echar mano también a restos del cuarto que había caído.

Dibujó con carboncillo esos días.

Objetos, mayormente, puestos sobre el suelo.

La nieve había bloqueado incluso las entradas de la casa e iba a ser difícil salir y comenzar a arreglar todo eso.

Paró entonces de nevar durante un par de días y luego nevó por otros seis.

Durante ese tiempo, no hizo siquiera un intento para salir de casa.

Escuchó gente, incluso, fuera del lugar, que aparentemente quería ayudar y comenzar de nuevo.

Fue en esos días en que él dejó, incluso, de encender la cocina.

Él los escuchó hablar, comentar que él no debía estar, que no solía ocupar la casa en ese tiempo.

Que prácticamente no iba desde lo que le ocurrió a los niños.

Él estaba en la cocina, escuchándolos.

Tendido sobre el piso, pensando en todo eso que debía reparar.

O ser reparado.

Dibujo en diarios viejos, algunos rostros.

Figuras humanas, recuerdos.

Pensó que sería agradable dormir bajo la nieve, mientras nevaba.

Tal vez llegó a sentir, incluso, que eso es lo que ocurría.

Nunca antes había pasado.

miércoles, 10 de febrero de 2021

No me pareció lo suficientemente cierto.


I.

No me pareció lo suficientemente cierto.

No lo suficiente, al menos, como para ser verdad.

No hablo del contenido, sino la forma en que llegó el mensaje.

Como versos dispersos en un lugar sin referencias.

Como si alguien hubiese colgado luz verdadera, en el árbol de navidad.


II.

Tal vez debiese contarlo como una historia, para que se entienda.

Pero lo cierto es que no me interesa acá difundir el contenido.

Me interesa más bien advertir aquello de las formas.

La manera en que la verdad viaja hoy en día.

Hasta llegar cerca de nosotros, o simplemente no llegar.


III.

El rasguño de un gato, por ejemplo.

El agua que no llega a hervir.

La piedra que cortó tu piel cuando la quisiste tomar.

Puedo hacer listas con ejemplos y siempre podría hacer más listas.

Más textos, incluso, más historias… más ideas dispersas.

Pero hoy no quiero llegar al contenido.

Quiero que asuma que la sustancia, digamos, está con usted, en todo lugar.


IV.

Podemos así detener la vista.

Vendarnos los ojos y sellar la piel, incluso, si queremos probar.

Dejar las palabras y pararnos en silencio, uno frente al otro.

Eso bastaría, sin duda, si solo importase el contenido.

Si hubiese sed, digamos.

Si hubiese hambre.

Puede usted creerme o no creerme, por supuesto.

Pero usted escucharía su nombre en voz alta, si tuviese donde ir.

martes, 9 de febrero de 2021

De vez en cuando suena el timbre.


De vez en cuando suena el timbre. En la tarde, cerca del anochecer. Por lo general traen una pizza. O sea, dos en realidad, pero siempre es la misma, repetida. Con los mismos ingredientes, me refiero. Por eso siento que es solo una, aunque al ser circulares, físicamente, no podría unir de buena forma una con otra. O una mitad con otra, digamos, para seguir la idea. Por lo general las saco de las cajas y las pongo sobre la mesa, una al lado de otras, como en un espejo. No son idénticas, claro. Por lo mismo, soy yo mismo quien muevo algunos de sus ingredientes hasta intentar que estén posicionados de igual forma, y no haya diferencia alguna entre una y otra. No resulta perfecto, debo admitirlo. Aunque de vez en cuando logro buenos resultados y es entonces cuando fotografío la pizza -o sea dos pizzas, pero ya saben a lo que me refiero-, y las envío por whatsapp. En fotos diferentes, las envío. Manteniendo el enfoque, por supuesto, y la distancia. Me siento satisfecho cuando alguien comenta que mandé dos veces la misma foto. Quiere decir que he logrado mi cometido. Entonces como tranquilo. Y la disfruto. No lo hago tan seguido y no siempre a los mismos contactos para que no crean que estoy mal, o que me obsesionado con esto de las pizzas. En lo personal, sé que no es así. Una obsesión es otra cosa. Es algo más puro, incluso. Más bello. La mayoría lo niega, pero solo es porque son tibios. Porque aspiran, digamos, a una belleza tibia. Acaba de sonar el timbre, a todo esto. Otro día, mejor, les sigo hablando de esto.

lunes, 8 de febrero de 2021

¿Conoces la sensacion?


¿Conoces la sensación? Pues yo no sé si tiene un nombre, pero creo que debiese tenerlo. Ya sabes, una sensación simple y compleja, al mismo tiempo. Imagínala como una situación, si te es más fácil: estás de vacaciones, vas con alguien y quieres sacarte una foto… pero claro, quieren salir los dos así que le piden a un tercero, a un transeúnte, digamos, que se las saque. Pero para que la foto salga bien y capte el contexto debes estar a una distancia prudente del sujeto, y bueno, por alguna razón que no analizas aquella persona no te da confianza, y de cierta forma estás inquieto por si pretende huir con la cámara o algo así, al mismo tiempo que tienes, por supuesto, otras sensaciones, bastante más agradables. Entonces debes sonreír, claro, para la foto, para almacenar el recuerdo, el momento agradable… del lugar, la compañía y todo eso, aunque no esté la confianza... Y claro, te sacan la foto sonríes, pero algo no estuvo tan bien. Aunque te devuelven la cámara hay algo que no estuvo tan bien. Y hasta sientes algo de culpa por tu propia desconfianza, por arruinar el momento, me refiero, aunque nadie se haya percatado. Pues bien, de esa sensación, te hablo. Esa sonrisa, digamos. Debiese tener un nombre, ¿no crees? No solo para nombrarla, sino para tratarla. Para corregirla. Porque de cierta forma es un aviso, supongo. Una advertencia. Una voz que nos dice que lo que está bien, tal vez, no lo está del todo, o es frágil, o puede fácilmente dejar de estarlo. Que la comunión que crees alcanzar con el mundo o con los otros no es tal. O algo así, no sé. Supongo que me enredé un poco con todo esto. Tú eres, supuestamente, el que maneja mejor las palabras.

domingo, 7 de febrero de 2021

Lo que encuentras bajo tierra.


I.

Lo que encuentras bajo tierra es un tesoro.

Esa es la manera fácil de entenderlo.

Luego cavar para encontrar alguno.

Es una decisión particular, que no cuestiono.

Cavar o no cavar, no es la cuestión, digamos.

Eso podría decirse.

Yo, por ejemplo, ni teniendo un mapa, buscaría alguno.

Pero no pretendo, aunque lo parezca, ser ejemplo para nadie.


II.

Por otro lado, lo dicho anteriormente, puede verse de otra forma.

Posibilita una nueva perspectiva, me refiero.

Y es que, al enterrar cualquier cosa, esta puede convertirse en un tesoro.

Podemos discutir detalles, por supuesto.

Pero más o menos es cierto.

Hacer nuevos tesoros, entonces, pasa a ser una posibilidad.

Incluso aunque no tengamos claro, para quien (o para qué) enterramos aquello.


III.

De todas formas, hacer o no tesoros, sigue sin ser lo esencial.

No es algo que me preocupe, de hecho, en lo absoluto.

Y es que la tierra (o más bien la superficie de la tierra),
no deja de ser una línea imaginaria
que hacemos en el mundo.

Un medio de seguridad, digamos, para detener nuestras caídas.

Para darles un término seguro, digamos. Nada más.

Si además divide tesoros de no tesoros,
o separa a los muertos de vivos,
es algo que me tiene sin cuidado.

Eso es apenas una cuestión de lenguaje.

El árbol que nace de la tierra, tal vez, podría decirnos otra cosa.

Pero no voy a hablar aquí, de aquello que diría.

Si a usted le interesa averiguarlo, supongo que ya sabe qué hacer.

Y si no lo sabe, esté tranquilo.

Es probable que no lo necesite en lo absoluto.

sábado, 6 de febrero de 2021

Él lo sabe.


Nadie se lo dice, pero él lo sabe. No tanto como para reconocerlo abiertamente, aunque ya está a punto de aceptarlo. Eso intuye. Eso percibe. Lo siente así. Algunos -más allá que sean cercanos o no-, dirían que eso al menos es un avance. Un primer paso, dirían. Él, en cambio, que no cree mucho en avances ni retrocesos (y que según entiendo plantea que siempre estamos más o menos en el mismo sitio), sacaría a colación el tema de los puntos de referencia, o de la cantidad ínfima de aquello que sabemos en relación a lo que no sabemos. Nada marca realmente diferencia. Lo que sabemos tiende a cero. Lo que somos tiende a cero. Cosas así diría, o seguiría diciendo, más bien, pues es lo que ha dicho siempre. Y lo que hoy intuye no es suficiente aún como para alterar su discurso. Dentro de aquello que tiende a cero, sin embargo, hoy dejaría fuera algunas cosas. Lo que sentimos, por ejemplo, podría dejarse fuera. Principalmente porque para decir que esto tiende a cero debiésemos tener una abrumadora cantidad opuesta de aquello que no sentimos, y eso es difícil de medir, si es que pude llegar, de alguna forma, a ser cuantificado. Estas dudas. Estas no certezas que hasta hace poco no lo inquietaban, forman parte ahora de aquello que no dice, pero que sabe, de cierta forma. Lamentablemente, como no las dice abiertamente ni siquiera puedo nombrarlas o especificarlas de mejor forma. Y siempre termino, entonces, sin llegar a establecer un contacto real con aquello que quiero significar. Extendiendo muñones, en vez de manos, para estrechar las del lector, que tiene el máximo derecho a dejar de creer en aquello que le ofrezco. Aunque yo sepa, sin duda alguna, que él (al hacerlo) se equivoca.

viernes, 5 de febrero de 2021

Semisobrio y Semiebrio.


Hicimos una obra de teatro en ese entonces. Un diálogo no muy extenso, dividido en tres actos. En la obra aparecían solo dos personajes, que en el texto escrito identificábamos como Semisobrio y Semiebrio. Ya en la obra, sin embargo, -a lo largo de ella, me refiero-, los personajes cambiaban levemente sus características, aunque la forma en que se mostraban (vestuario y apariencia física) seguía siendo la misma. Recuerdo que por momentos los diálogos -y las acciones asociadas a ellos-, parecían tomar un giro interesante, con argumentos que podían dar pie a un conflicto más tradicional, es decir, que desencadenara otra serie de acciones y en el que las fuerzas que representaban cada uno de estos personajes realmente se enfrentaran, hasta llegar a un desenlace. Sin embargo, la gracia de este diálogo (o el aspecto que intencionamos, al momento de escribirla y trabajarla), fue que justo en el instante en que la obra podía direccionarse de esta forma, la fuerza y la voluntad de los personajes parecía bajar abruptamente a la mitad, como si de cierta forma perdiera intensidad la forma en que defendían su punto de vista o posición hasta ese entonces, y ambos, tácitamente, prefirieran llegar a una especie de acuerdo que era más bien el resultado de la debilidad de sus creencias (o de su carácter, sin más), haciendo que los bordes entre estos dos personajes se difuminaran hasta que el logos de cada uno fuese prácticamente indistinguible del otro. Por eso, digamos, era la idea de nombrarlos de la forma en que lo hicimos. Semisobrio y Semiebrio. Y por eso, supongo, fue que esta obra pasó así, simplemente. Tibia, me refiero. Como la vida en el mundo.

jueves, 4 de febrero de 2021

Estaba cansado.


Nadó de espaldas porque estaba cansado. Flotó, más bien, en esta posición. Me refiero a que cada cierto rato braceaba un par de veces y luego volvía a descansar. A reponer aire, según él, aunque por ese entonces no tenía todo claro. Estaba mareado, tenía fatiga, y el sol le llegaba lo suficientemente fuerte como para incomodarlo y no dejarle abrir bien los ojos, cuando intentaba confirmar su posición.

Así y todo, cuando lograba enfocar y observar el entorno, veía la arena lo suficientemente lejos como para no intentar una última y gran acometida. Mientras, trataba de percibir la corriente, calculando en qué momento era más útil gastar la poca energía que quedaba y acercarse un poco más a la orilla.

Pasó así otro rato más. No supo calcular cuánto, aunque ya comenzaba a oscurecer y el lugar seguía estando vacío, por lo que ya no tenía esperanzas de hacer algún tipo de gestos, a distancia, y solicitar ayuda.

Había podido hacerlo, tal vez, en un comienzo, cuando vio una pareja en la orilla y él recién comenzaba a cansarse, pero lo cierto es que tuvo vergüenza de pedir socorro y todavía pensaba que podría salir por su propia cuenta.

Ahora, en cambio, cada vez más lejos de la orilla, extenuado… las esperanzas eran pocas, aunque sabía que debía intentarlo una vez más.

Tomó agua salada, entonces, antes de su último intento, y se decidió a nadar con todas sus fuerzas, dejando de calcular la distancia que quedaba y sabiendo que no tenía energía suficiente, para mucho más.

Mientras braceaba, sin embargo, sintió extrañamente el deseo de dejar de hacerlo y dejarse hundir, como si de alguna forma hubiese comprendido que el esfuerzo no valía la pena.

De una forma similar, pienso ahora, mientras escribo, que su historia no merecía siquiera ser contada, y decido darle la espalda, sin más.

martes, 2 de febrero de 2021

Contar la historia como quiera.


Puede usted contar la historia cómo quiera. Puede si quiere agregar o quitar personajes, alterar los hechos, cambiarlos de orden… usted es libre de hacer lo que quiera. Le aseguro, sin embargo, que el final ha de ser siempre el mismo. Si la historia es lo suficientemente larga, al menos, el final no tendrá modificación alguna. Resultará invariable. Yo lo he comprobado y sé también de otros que lo han hecho. Todos llegan a un final idéntico, incluso intentando rebatir lo que ahora les cuento. Si desconfía inténtelo, pero llegará a lo mismo. Perderá tiempo. Ya verá cómo perderá tiempo. Allá usted en todo caso. Después de todo, tampoco es bueno que se quede con la duda, si no es capaz de creerlo de esta forma. Dicho esto, aclaro otro punto. Un punto que debió ser previo, tal vez. Me refiero a que el final, por único que sea, no viene aquí a anular la historia. Tampoco la disminuye ni le quita valor alguno. No me entienda mal. No juzgue de buenas a primeras mi propósito al decirle todo esto. Vea más bien que le advierto. Que le ahorro la esperanza de un final distinto. Le ahorro la decepción, incluso, si quiere. En cambio, le digo que la historia no es el camino para llegar a un determinado final, pues este es invariable. Anótelo por ahí: la historia no es un camino. Luego, haga lo que tenga que hacer o simplemente no haga nada. Ya sabe lo que pasa después. Después de todo, recuerde que puede usted contar la historia como quiera. Eso es algo que calma. Algo que da tiempo. Algo que usted, en definitiva, puede comprobar, si lo intenta.

El pintor de huevos.


Se presentó ante todos como un importante artista. Específicamente, como uno de los mejores pintores de huevos en su país. 

Quiénes lo escuchábamos nos miramos con alguna duda, pensando que bromeaba, pero tras verlo seguir seriamente su discurso, algunos de nosotros recordamos haber comprado algún huevo pintado en República Checa o en Rusia y pensamos que el prestigio podía ser serio. 

Con los minutos supimos, sin embargo, que no era ruso ni checo, ni de ninguna nación que nosotros asociáramos a esos productos artísticos. 

-En mi país soy realmente un pionero -nos dijo-. Y además son técnicas distintas… Ese también es mi mérito. 

Nosotros asentimos sin decir nada. Después de todo nosotros no éramos artistas y no conocíamos del rubro, como aportar o consultar por cosas específicas. 

Así y todo, algunos de nosotros buscamos intervenir en la conversación. 

-¿Y tiene fotografías de una de sus obras terminadas…? ¿Algo en internet, por ejemplo? -preguntó uno. 

-¿Y se ha vuelto algo importante en su país la pintura de huevos? -pregunté yo. 

El pintor de huevos nos miró como si la repuesta fuera obvia y contesto que no a ambas preguntas, detallando que internet no era la plataforma adecuada para el verdadero arte y lamentando que la pintura de huevos no se desarrolle mayormente en su país. 

-La verdad es que en este momento soy el único en mi país, que pinta huevos -detalló-. Según la información que manejo, al menos. Conmigo les basta, supongo… 

Esta última confesión, debo admitirlo, hizo que la mayoría de los que estábamos ahí perdiesen interés en sus palabras, como si al ser el único de su país su trabajo se hubiese devaluado en lo absoluto. 

Por lo mismo, cambiamos de tema de conversación rápidamente, tocando temas donde el pintor de huevos poco tenía que aportar. 

Así, minutos después, simplemente avisó que se retiraba y se marchó del lugar. 

-Pobre hueón -comentó uno de nosotros. 

Luego seguimos hablando.

lunes, 1 de febrero de 2021

Que.

Sueño que soy yo
el resto del tiempo.

Soñé que era Dios y no sabía. 

Soñé que era un punto fijo, en el espacio. 

Soñé que era un clavo torcido. 

Soñé que era un martillo. 

Soñé que era desdichado y que era feliz. 

Soñé que el mundo tenía sentido. 

Soñé que era algo en una tormenta. 

Soñé que yo era una tormenta. 

Soñé que era un personaje de Vonnegut. 

Soñé que era un árbol inclinado. 

Soñé que era un oso en una jaula. 

Soñé que era querido, sin saberlo. 

Soñé que era una llave de paso. 

Soñé que era sangre coagulada. 

Soñé que soñaba que soñaba. 

Soñé que era algo oculto bajo tierra. 

Soñé que estaba a la intemperie. 

Soñé que era un mundo sin atmósfera. 

Soñé que era el sonido de un platillo en una canción de jazz. 

Soñé que tiritaba de frío en un día de sol. 

Soñé que me había amarrado a mí mismo. 

Soñé que todo resbalaba de mí. 

Soñé que era una piedra filosa. 

Soñé que estaba dentro de una ballena. 

Soñé que tenía ganar de reír. 

Soñé que era una bomba nuclear. 

Soñé que era un gusano en mi propio cuerpo. 

Soñé que era una luz que quedó encendida. 

Soñé que yo era el fin del mundo.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales