martes, 23 de febrero de 2021

Dónde.


Estábamos en un pequeño parque, supuestamente tranquilo.

Apenas había sombra y se escuchaban los autos que pasaban por la avenida.

De todas formas, era mejor que estar en algún lugar fuera del parque.

Habíamos hablado bastante, de varios temas, pero no quiero contextualizar.

Y es que no creo, si soy sincero, en ese tipo de cosas.

-Lo peor no es que alguien muera -me dijo-, o que algo muera. Eso puedes sentirlo, imaginarlo incluso. De cierta forma es un dolor que sabes llegará algún día.

-¿Y qué es lo peor, entonces? -pregunté.

-Lo peor es que ese alguien o ese algo siga muerto -contestó.

Nos quedamos en silencio un momento.

Uno o dos minutos, supongo.

Más allá del parque, se escuchó frenar un auto, bruscamente.

Debe haberse encontrado de golpe con algo detenido, o que iba a una velocidad distinta a la de él.

-¿A qué te refieres con que “siga muerto”? -pregunté entonces.

-Que siga muerto al día siguiente, quiero decir... Y al día subsiguiente. Y a la semana después. Puedo seguir proyectándolo, pero supongo que la idea ya está.

-¿Solo eso es lo peor?

-Sí, solo eso -contestó-. Y lo que está dentro tuyo, por supuesto, cuando descubres eso.

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