martes, 9 de febrero de 2021

De vez en cuando suena el timbre.


De vez en cuando suena el timbre. En la tarde, cerca del anochecer. Por lo general traen una pizza. O sea, dos en realidad, pero siempre es la misma, repetida. Con los mismos ingredientes, me refiero. Por eso siento que es solo una, aunque al ser circulares, físicamente, no podría unir de buena forma una con otra. O una mitad con otra, digamos, para seguir la idea. Por lo general las saco de las cajas y las pongo sobre la mesa, una al lado de otras, como en un espejo. No son idénticas, claro. Por lo mismo, soy yo mismo quien muevo algunos de sus ingredientes hasta intentar que estén posicionados de igual forma, y no haya diferencia alguna entre una y otra. No resulta perfecto, debo admitirlo. Aunque de vez en cuando logro buenos resultados y es entonces cuando fotografío la pizza -o sea dos pizzas, pero ya saben a lo que me refiero-, y las envío por whatsapp. En fotos diferentes, las envío. Manteniendo el enfoque, por supuesto, y la distancia. Me siento satisfecho cuando alguien comenta que mandé dos veces la misma foto. Quiere decir que he logrado mi cometido. Entonces como tranquilo. Y la disfruto. No lo hago tan seguido y no siempre a los mismos contactos para que no crean que estoy mal, o que me obsesionado con esto de las pizzas. En lo personal, sé que no es así. Una obsesión es otra cosa. Es algo más puro, incluso. Más bello. La mayoría lo niega, pero solo es porque son tibios. Porque aspiran, digamos, a una belleza tibia. Acaba de sonar el timbre, a todo esto. Otro día, mejor, les sigo hablando de esto.

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