viernes, 19 de febrero de 2021

Un moai.

¡Qué iluso moai!, podría pensar alguien, si lo escuchan razonar.
Qué poco sabe del mundo si espera aquello.


Soñé que era un moai. Ya sabes, una de esas esculturas en la Isla de Pascua. Un moai en medio de la isla, en una zona con algo de vegetación, sin mucho tránsito de personas. En principio solo fue un sueño extraño y ligeramente interesante. Ya sabes, la novedad de saberte moai, de mirar el entorno, de adivinar qué sucede. Pasada la novedad, sin embargo, la sensación fue mutando un poco. El viento, el sol… no sé… estando hecho de piedra es como si no lo sintieras del todo. El calor, me refiero. Lo que nos llega de fuera. Y es que sin piel o algo que perciba el contacto con el mundo, todo pasa a ser sensación propia. Generada en uno, me refiero. O eso sentía yo, al menos. Mi yo moai, digamos, lo sentía. De espaldas al mar, encerrado en un yo absoluto, comencé entonces a sentir una soledad que era también absoluta. Una tristeza aposada que no tenía hacia donde derramarse. Yo era un moai, simplemente. No había elección posible. Y claro, al no haber opciones tampoco había esperanza de ser otra cosa. Ni siquiera el intento de comunicarme con alguien. Eso no era posible así que debía resignarme a una cuestión ínfima. A la pequeña posibilidad de que alguien intuyera que eras algo más. Que confiara en eso, me refiero, aunque no hubiese indicios.

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