jueves, 4 de febrero de 2021

Estaba cansado.


Nadó de espaldas porque estaba cansado. Flotó, más bien, en esta posición. Me refiero a que cada cierto rato braceaba un par de veces y luego volvía a descansar. A reponer aire, según él, aunque por ese entonces no tenía todo claro. Estaba mareado, tenía fatiga, y el sol le llegaba lo suficientemente fuerte como para incomodarlo y no dejarle abrir bien los ojos, cuando intentaba confirmar su posición.

Así y todo, cuando lograba enfocar y observar el entorno, veía la arena lo suficientemente lejos como para no intentar una última y gran acometida. Mientras, trataba de percibir la corriente, calculando en qué momento era más útil gastar la poca energía que quedaba y acercarse un poco más a la orilla.

Pasó así otro rato más. No supo calcular cuánto, aunque ya comenzaba a oscurecer y el lugar seguía estando vacío, por lo que ya no tenía esperanzas de hacer algún tipo de gestos, a distancia, y solicitar ayuda.

Había podido hacerlo, tal vez, en un comienzo, cuando vio una pareja en la orilla y él recién comenzaba a cansarse, pero lo cierto es que tuvo vergüenza de pedir socorro y todavía pensaba que podría salir por su propia cuenta.

Ahora, en cambio, cada vez más lejos de la orilla, extenuado… las esperanzas eran pocas, aunque sabía que debía intentarlo una vez más.

Tomó agua salada, entonces, antes de su último intento, y se decidió a nadar con todas sus fuerzas, dejando de calcular la distancia que quedaba y sabiendo que no tenía energía suficiente, para mucho más.

Mientras braceaba, sin embargo, sintió extrañamente el deseo de dejar de hacerlo y dejarse hundir, como si de alguna forma hubiese comprendido que el esfuerzo no valía la pena.

De una forma similar, pienso ahora, mientras escribo, que su historia no merecía siquiera ser contada, y decido darle la espalda, sin más.

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