viernes, 5 de febrero de 2021

Semisobrio y Semiebrio.


Hicimos una obra de teatro en ese entonces. Un diálogo no muy extenso, dividido en tres actos. En la obra aparecían solo dos personajes, que en el texto escrito identificábamos como Semisobrio y Semiebrio. Ya en la obra, sin embargo, -a lo largo de ella, me refiero-, los personajes cambiaban levemente sus características, aunque la forma en que se mostraban (vestuario y apariencia física) seguía siendo la misma. Recuerdo que por momentos los diálogos -y las acciones asociadas a ellos-, parecían tomar un giro interesante, con argumentos que podían dar pie a un conflicto más tradicional, es decir, que desencadenara otra serie de acciones y en el que las fuerzas que representaban cada uno de estos personajes realmente se enfrentaran, hasta llegar a un desenlace. Sin embargo, la gracia de este diálogo (o el aspecto que intencionamos, al momento de escribirla y trabajarla), fue que justo en el instante en que la obra podía direccionarse de esta forma, la fuerza y la voluntad de los personajes parecía bajar abruptamente a la mitad, como si de cierta forma perdiera intensidad la forma en que defendían su punto de vista o posición hasta ese entonces, y ambos, tácitamente, prefirieran llegar a una especie de acuerdo que era más bien el resultado de la debilidad de sus creencias (o de su carácter, sin más), haciendo que los bordes entre estos dos personajes se difuminaran hasta que el logos de cada uno fuese prácticamente indistinguible del otro. Por eso, digamos, era la idea de nombrarlos de la forma en que lo hicimos. Semisobrio y Semiebrio. Y por eso, supongo, fue que esta obra pasó así, simplemente. Tibia, me refiero. Como la vida en el mundo.

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