sábado, 31 de marzo de 2012

El cobarde Peter Pan.


“Todos los niños del mundo,
menos uno, crecen.”
J. M. Barrie.


I.

El cambio realmente esencial, parece decirnos J. M. Barrie, en Peter Pan, no se produce por la acción de crecer, sino que es resultado del momento exacto en que nos damos cuenta que vamos a crecer, y que no hay otro camino.

Así, ese momento viene a establecerse como el final anticipado de una etapa, o la toma de consciencia de la fugacidad de nuestros estados. Es decir: no seremos más quienes somos ahora. Y poco importa lo que hagamos, o planifiquemos hacer, para impedirlo.

Visto así, la verdadera gracia de Peter Pan no es simplemente no crecer, sino desconocer aquellas reglas o normas naturales que han de cambiar algún día, la forma de nuestra existencia.

Darle la espalda a las pequeñas muertes, en otras palabras.

No abrirle las puertas.


II.

¿No encuentran extraño vivir sabiendo que vamos a morir?

¿No creen que es un poco “estar muriendo” día a día?

Se los pregunto no con el tono negativo o la visión pesimista que contienen esas frases, sino estableciendo una derivación sencilla de lo que era, para un niño, saber que va a crecer y para uno de nosotros, saber que va a morir.

Y es que puede resultar normal desmotivarse conociendo de antemano aquello que va a ocurrir. Y más aún si sabes que no está en tus manos cambiar el final último de tu propia historia.

Con todo, tras darle unas vueltas al asunto, y alejado de esa visión negativa que a veces me hace ver no muy bien las cosas, lo cierto es que no cambiaría por nada mi naturaleza por la de Peter Pan…

¿Se imaginan, acaso?

Condenado a ser siempre el mismo… Sin cambios. Sin consciencia de aquello que ha de venir…

¿No sienten que es un invento cobarde el de Peter Pan?

¿No les parece que en realidad -incluso al interior del libro-, no existe como personaje y no representa "solución" alguna?


III.

Tengo una teoría.

Lancemos a Peter Pan
de una vez a los cocodrilos.

Que se sumerja justo en el momento
cuando los reptiles hambrientos
pasean por aquel lugar.

No corremos riesgo alguno,
confíen en mí.

Estoy seguro que nada
le harán, aquellos animales.

No lo reconocerán.

No irán tras él.

Será apenas como un pan de piedra
arrojado al fondo de aquel lugar.

Un alimento insustancial.

Una esperanza equivocada.

Esa es mi teoría.

viernes, 30 de marzo de 2012

Cosas que hace un amigo cuando intenta cambiar de vida.


“No podemos poner orden en nosotros mismos
liberándonos de lo que no tenemos,
porque con esto solo crearíamos el vacío,
y el vacío no es el orden ni la pureza”.
Henri Matisse


Parece obvio. Pero nunca está de más recordar que solo podemos liberarnos de aquello que no forma parte de lo que somos.

Es obvio, decía, pero también es cierto que algunos lo olvidan y terminan por proteger aquello que es tan poco esencial que resulta más difícil retenerlo, que extraviarlo.

Más allá de esto, sin embargo, creo que lo realmente primordial es llegar a poner orden en nosotros mismos. Pero no se trata de ubicar todo aquello que tenemos en nuestras “repisas internas”, sino de arrojar fuera todo aquello que nunca tuvimos realmente. Eso que pensamos poseíamos, pero en verdad solo estuvo aquí de paso. De visita.

Pues bien, eso que les digo me lo recuerda hoy un amigo, mientras regala sus libros, sus ropas, y hasta su bigote, que había cultivado por varios años.

-A ti te dejé el bigote –me dice, como si se tratase de una valiosa herencia.

Entonces yo lo recibo, y veo como los otros se llevan las pocas cosas de valor y al menos trescientos volúmenes de primeras ediciones de novelas europeas, que coleccionaba desde hace años.

¿Pero qué mierda se supone que haga con el bigote?, pienso, mientras escucho a mi amigo hablar sobre su vida futura.

Así, él nos explica que debe abandonar todo para encontrarse a sí mismo, y nos agradece encarecidamente por haberlo ayudarlo en aquel proceso.

Luego, todos le deseamos lo mejor y nos vamos con las que fueron sus cosas, pensando en lo que realmente debimos hacer cuando escuchamos ese gran montón de mentiras.

Y es que en verdad, poco va a lograr mi amigo ese.

Y no lo digo dolido por haber recibido el bigote, sino porque de cierta forma lo estimo lo suficiente como para no decirle que cualquier búsqueda de orden interno requiere una serie de otros pasos y sacrificios mucho más grandes:

Arrancarse el brazo izquierdo, inutilizarse los meñiques o quitar los bolsillos de cada una de nuestras prendas, por dar algunos ejemplos.

Y es que solo así –si realmente está hablando en serio-, podrá dar un pequeño paso hacia la idea de “pureza” que tanto dice necesitar, para renovarse a sí mismo.

¡Pobre amigo mío…!

Guardaré el bigote en formol, mientras tanto, hasta que vuelva desesperado a buscarlo y decirme que no era tan fácil reconocer lo que somos, como creía en un inicio…

Mmm…

Eh…

¿No vuelves de tu aventura, todavía?

¡Valiente amigo mío…!

Ten suerte y ojalá me demuestres, sinceramente, que estoy equivocado.

jueves, 29 de marzo de 2012

Una única sensación.

“Un hongo no florece ni se mueve,
pero hay algo imponente y monstruoso en él,
parece un pulmón que vive desnudo,
sin cuerpo.”
Knut Hamsun


Es mentira que el mundo es amplio, o diverso, o que está formado por una serie de elementos que poseen entre ellos diferencias esenciales.

El mundo es una sensación.

Una única sensación.

Y nosotros somos parte de esa sensación.

Sé que la impresión es distinta, claro. Y que creemos nosotros mismos, en ocasiones, percibir sensaciones únicas e irrepetibles… pero eso no es cierto.

Y es que usted, querido lector, no es importante de esa forma.

Lamento ser yo el que se lo diga, pero el mundo no fue hecho para usted. Ni el amor, ni la felicidad, ni ninguna de esas impresiones que usted llama sensaciones y a las que cree tener derecho simplemente por haber nacido.

Con todo, no piense usted que se lo digo con sorna, o con desprecio, ni mucho menos con ironía. De hecho, déjeme contarle que se lo digo con afecto, y con la fe en que asuma usted la responsabilidad que es ser parte de una sensación, junto con todos aquellos –y todo aquello-, que a usted aparentemente “lo rodea”.

Y es que a fin de cuentas, ser parte de una sensación –y de una única sensación-, no es algo que deba tomarse a la ligera.

Es decir: “de usted depende” –también-, la naturaleza de esa sensación.

Así, solo le queda demostrar que es indudablemente más que un hongo, y ser parte consciente de una sensación que, sin embargo, no llegará a conocer nunca totalmente.

Confíe en mí y no se cuestione.

No es terrible existir de esa forma.

Y no es intrascendente.

Y es que la existencia de una única sensación ha de ser cosa importante…

¡Hasta un hongo, sin duda, podría darse cuenta…!

miércoles, 28 de marzo de 2012

Enterrar una palabra en el fondo del patio.


Igual que un perro con un hueso, tomo una palabra y voy a enterrarla al fondo del patio.

Nadie me ve cuando lo hago. Todo es secreto. Y es de noche.

Además, si soy honesto, nadie extraña esa palabra.

Así, me pregunto si el mundo puede llegar a ser distinto, cientos de años después, tras la ausencia de uno de sus signos.

¿Será tan importante, una palabra?

¿Cuál será la diferencia que puede hacer la utilización de un simple vocablo?

¿Existirá alguna relación entre el tipo de palabras que utilizamos y la forma que vamos tomando, interiormente?

Eso pienso mientras entierro la palabra.

Algunos pueden pensar que soy ocioso, claro, y yo no me defiendo.

Yo simplemente dejo que ellos hablen y me preocupo de cavar cada vez más profundo.

Y es que yo elegí esa forma.

Es decir, escogí intentar moldearme yo mismo.

Preferí no andar con palabras como cadáveres, a rastras, cuando ya nada significan.

Y elegí también, por último, sacrificar palabras todavía vivas, para que no sufran esa muerte lenta de aquel significado en que ya nadie cree, y que se ve despojado de su sangre, hasta secarse solo.

Y es que supongo, que todos tenemos el derecho de al menos intentar cambiar el mundo.

No importa cuál sea, para esto, la forma que escojamos.

martes, 27 de marzo de 2012

El amigo de un amigo y el oso hormiguero.


"¿Crees acaso que puedes transformar
una compleja operación matemática
en una simple historia de animales?"


El amigo de un amigo consiguió de contrabando un oso hormiguero.

Venía en una caja y es feíto.

Aunque claro, él puede pensar lo mismo de mí.

Pero no tiene blog.

De todas formas el oso tiene ojos brillantes y es simpático.

Pasa de una casa a otra porque el amigo de mi amigo viaja mucho.

Por eso a veces me lo dejan a mí.

Y a mí me cae bien.

De hecho, creo que se me dan bien los animales.

Aunque claro, las hormigas también me caen bien.

Por eso, un día le dejé unas hormigas de chocolate, para que nadie sufriera.

Pero a él no le gustaron para nada.

En cambio, se comió entera la prueba de un alumno que escribe con letras que parecen bichos.

“¿Dónde está mi prueba?”, me dijo al día siguiente, el estudiante.

Y yo le conté que se la comió un oso hormiguero.

“El amigo de un amigo lo trajo de contrabando…”, intenté explicarle.

Pero él se molestó.

Al día siguiente vino la mamá.

“¿Dónde está la prueba de mi hijo?”, me preguntó de mala forma.

Y yo le explique lo del amigo de mi amigo, y lo del oso hormiguero.

Sin embargo, ella no me dejó terminar y dijo que iría a acusarme con el rector.

“¿Dónde está la prueba de su alumno?”, me preguntó entonces el rector.

Y claro, yo pensé en decirle algo que lo dejara contento, pero al final no pude y conté lo del oso hormiguero.

“Usted se quiere burlar de mí”, concluyó el rector.

Así, a pesar que no era esa mi intención, me envió a hablar con el gerente de los colegios a unas oficinas que quedan en el centro.

“¿Usted es el profesor del oso hormiguero?”, me preguntó.

Yo le dije que sí.

Luego, él me habló de clientes y de brindar servicios y de marcar diferencias con la educación pública.

Eso duró una hora.

Por último, me preguntó si yo tenía algo que argumentar a mi favor.

“¿Puedo mostrarle al oso hormiguero?”, le dije.

“¡¿Qué…?!”, exclamó él.

Entonces, para no repetir la frase, preferí sacar al animal desde mi bolso.

Apenas lo vio, el gerente se sobresaltó, y cayó de espaldas tras volcar su silla.

Así, asustado, el oso hormiguero se abalanzó sobre el gerente y comenzó a escarbar su pecho, rasgando la piel con una especie de garra.

“Debe haber tenido el corazón lleno de bichos”, me dije.

Luego nos fuimos de aquel lugar.

lunes, 26 de marzo de 2012

Un paraguas no es un quitasol.


*

Tengo un pingüino enojón que se llama Marcus.

Un día llegó a mi puerta y yo le abrí.

-Me llamo Marcus –dijo, y caminó directo al refrigerador.

*

Le hice un espacio, pero él se quejó igualmente.

-Puedes sacar todo, menos el jugo de melón –me dijo.

Y es que a Marcus le gusta el jugo de melón.

*

En el día no sale porque hace calor, pero en la noche se pasea como si vigilara mi trabajo.

-¿Qué haces? –me pregunta.

Y yo le contesto siempre con la verdad, pues no hay necesidad de mentirle a un pingüino.

*

Lo malo es que Marcus a veces comienza a quejarse:

-Aquí no hay nieve –dice.

-Este pescado no está fresco –dice.

-No hay dibujos en tus libros –dice.

Y luego vuelve al refrigerador.

*

Como no me gusta que esté enojado compré un refrigerador más grande.

Y también una alfombra blanca, como la nieve.

Pero Marcus siguió molesto, y nunca agradece nada.

Y claro... yo entonces me enojo un poco, como Marcus.

*

Un día llegué temprano y sentí ruido en el refrigerador.

Por la puerta entreabierta se veía bailar a Marcus.

Se veía alegre.

Y yo me escondí para que no se avergonzara.

*

Un día que Marcus estaba en la tina yo me metí al refrigerador.

Y es que quería sentirme como Marcus.

Entonces sentí que se me heló todo, hasta el corazón.

Todo era blanco y como de mentira, ahí dentro.

*

Para que no se aburriera un día lo invité a pasear.

-Debo salir con quitasol –exigió.

Y yo lo tapé con mi paraguas.

-Un paraguas no es un quitasol –me dijo entonces.

Y volvió al refrigerador.

*

Una vez lo vi saludar, mientras miraba por la ventana.

Afuera estaba pasando una monja.

Cuando se dio cuenta del error se enojó más que nunca.

Y no salió del refrigerador en tres días.

*

Un día creí que la solución era llevarlo al zoo.

Se lo conté y le expliqué que ahí habría otros como él.

Entonces Marcus trajo el paraguas y caminó junto a mí, hasta aquel lugar.

*

¿Han caminado con un pingüino llevándolo de la mano?

¡Son heladitas sus manos!

Aunque en realidad son aletas y no manos…

¡Pero qué heladitas son…!

*

Marcus se despidió serio y entró con los otros pingüinos.

Yo me quedé viendo, pero él no se volteó.

Luego se hizo de noche y pidieron que me fuera, para cerrar el zoo.

*

Dos días después me di cuenta que había algo escrito en el refrigerador.

“Gracias”, decía.

“Nunca quise molestarte”.

*

Quizá me equivoqué con Marcus, pienso ahora.

Y tal vez él sentía que yo era el enojón.

Mejor voy a escribirle una historia con dibujos y haré mucho jugo de melón.

¡Es tan extraño comprender lo que sucede, algunas veces!

*

domingo, 25 de marzo de 2012

Nunca será mio el jardín de los cerezos.

“¡El jardín,
que va a ser vendido
por causa de nuestras deudas!”
Chejov.


Nunca será mío
el jardín de los cerezos.

Y nunca yo
seré de nadie.

Ese fue el acuerdo.

Así,
por lo menos,
nunca perderemos
cosa alguna.

Yo podré mirarlos
mientras crecen,
y ellos sabrán
que hay alguien
que aprecia
su existencia.

Habrán hombres, claro,
que comprarán esos terrenos
y edificarán cercas,
pero el jardín seguirá,
de algún modo,
siendo visto,
y en los cerezos vivirán
las sensaciones
que depositamos en la tierra
al dormir.

Y es que la verdad es una sola:
todo envejece.

Y solo cuando es tarde
nos damos cuenta,
que hubiésemos sido menos tristes
de haber vivido
con las manos abiertas.

Un hombre en una silla.

Una silla en un jardín.

Los cerezos en un jardín.

Y hasta los recuerdos del hombre,
envejecen.

Y es que todo envejece,
por supuesto.

Y nada nunca es nuestro.

¡Ya no estás en edad
de ignora estas cosas,
pequeña Ania…!

Y saber es siempre mejor
que jugar a comprender
que sabemos.

Eso me enseñaron los cerezos.

En silencio
y a una distancia
que nunca se vio alterada
en lo más mínimo…

No escuches a nadie,
pequeña.

Olvídate de todo,
incluso,
pero no dejes nunca
de admirar ese jardín.

Todo lo demás se irá.

El corazón no está hecho
para atesorar recuerdos.

Y nada nunca,
realmente,
será tuyo.

sábado, 24 de marzo de 2012

He encontrado el botón eyector.


He encontrado el botón eyector.

Igualito que en los aviones, cuando vas de caída y el descalabro es seguro.

La primera vez pensé que fue casualidad, pero ya he comprobado que la cuestión responde a un sistema que viene incorporado en cada uno de nosotros.

No sé quién lo diseño y lo puso ahí, pero confío en que si es parte de cada uno, no tiene por qué resultar dañino, o parecer inapropiado.

Por otro lado, los golpes resultantes del “aterrizaje”, no son en modo alguno peligrosos, y salvo algunas pequeñas magulladuras no dejan marcas físicas de importancia.

Hoy mismo, por ejemplo, lo probé tres veces.

La primera fue tras terminar de ver una película, en un cine, donde una chica no paraba de preguntarme qué me había parecido el maquillaje de no recuerdo qué actriz.

-Mmm… -le dije-. Déjame pensar.

Y accioné entonces, sin más, el botón eyector.

Así, comenzó esa sensación de vértigo y de ser lanzado hacia lo alto a tan alta velocidad, que existe incluso un pequeño instante en que logras salirte de ti mismo, y ver el ascenso a unos pocos metros de ti, justo antes de comenzar nuevamente el descenso.

Por cierto, esa vez descendí en una pequeña calle, a pocas cuadras del cine. Sano y salvo.

-¿Usted también lo encontró? –escuché entonces que me decían.

Miré hacia un lado, pero no vi a nadie. Ajena a esa ausencia, sin embargo, la voz continuó.

-Me refiero al botón eyector –dijo-. Yo lo encontré hace 20 años, más o menos… Y debo admitir que me obsesioné con aquel asunto.

-Pero ¿quién está hablando? –interrumpí, buscando en todas direcciones.

-Cuando pienso en ese entonces –siguió la voz, imperturbable-, no logro entender qué me hacía apretarlo una y otra vez… Era cómo un vicio supongo, pero un vicio que nacía de una huella anterior, una especie de necesidad instalada antes incluso de que llegáramos al mundo.

-Pero usted…

-Fue entonces que comencé a perder cosas –siguió la voz-. Cosas externas primero, como las monedas de los bolsillos, o la billetera… pero luego comencé a perder también cosas propias: una mano, la oreja izquierda, la mandíbula inferior… y bueno, ya ve usted que perdí casi todo.

-Pero yo no veo nada –le dije-. Solo lo escucho…

-A eso me refiero… Fui perdiendo todo hasta que me quedé así. Pero caro, supongo que no será hasta el próximo viaje que perderé la voz.

-¿Y va a seguir apretando el botón?

-Creo que no podré evitarlo –señaló la voz, derrotada-. Por otro lado, ya has perdido todo si pierdes el corazón. La voz es lo de menos sin aquello.

Yo guardé silencio.

-Un tipo me lo advirtió –continuó-. Igual que yo te lo advierto ahora. Fue cuando recién había comenzado a perder cosas, sin que me pareciera aquello algo importante. Y claro, fue entonces que ese hombre me dijo: “No has perdido nada si no pierdes el corazón”.

-¿Y cómo se pierde el corazón? –le pregunté a la voz.

Pero nadie me respondió.

En cambio, escuché un leve sonido, lo que me hizo pensar que había vuelto a apretar el botón eyector, y había salido disparada hacia otro lugar.

Por último, sintiéndome un poco incómodo en aquel lugar, apreté también mi propio botón y me alejé de aquel sitio, inmediatamente.

-Y si la voz te dijo eso –me dice horas más tarde, un amigo-, ¿por qué decías que no era dañino usar aquel botón?

Yo lo pensé un poco.

-Porque creo que el problema no es ese –le respondí finalmente-. Es decir, si ese botón está en nosotros no debiese hacernos daño.

-¿Solo por eso? –insistió.

-Sí, solo por eso –mentí.

Por último, apreté el botón por tercera vez y me vine hasta acá, para escribir el texto.

viernes, 23 de marzo de 2012

El brazo izquierdo de la baronesa Strackham y la cabeza parlante de Silvestre II.


I.

No sé bien de qué va esto.

Es decir, desde dos lugares totalmente distintos, me llega una pequeña propuesta para escribir, también, un par de textos.

El primero, debe acompañar un pequeño catálogo para un museo de Grenoble, mientras que el segundo, consiste en crear la letra de una canción que haga referencia a la cabeza parlante de Silvestre II.

No son cosa importante, sin embargo… no crean. El museo de Grenoble es apenas más grande que una casa, y la letra de la canción es para el grupo de un amigo cuyo recital más exitoso no alcanzó a congregar más de 40 personas.

Con todo, no son esas las razones que me llevan a no contestar aquellas invitaciones.

Y es que acaba de terminar una semana de trabajo docente de 48 horas, y debo tener unas doscientas pruebas que revisar y otras tantas que diseñar, para la próxima semana.

Por otro lado, me pregunto a quién le puede interesar una exposición donde el objeto central sea el brazo izquierdo de la baronesa Strackham, o quién reparará en la letra de un canción que se refiere a un artefacto que tuvo un papa ya olvidado, hace más de 1000 años.

Y claro, es entonces cuando pongo las cosas en la balanza y comienzo a revisar las pruebas.

Así, mientras avanzo en la revisión -a razón de una prueba cada 10 minutos-, sucede que en mi mente se hace cada vez más interesante el brazo aquel de la baronesa. Tanto así que dejo la revisión y me pongo a investigar sobre el asunto.


II. El brazo izquierdo de la baronesa Strackham.

La baronesa Strackham tenía dos brazos. Uno izquierdo y otro derecho. Pero sucedió que un día su brazo izquierdo fue arrancado de cuajo, desde el hombro. Y el brazo derecho comenzó a sentirse cada vez más solo, desde entonces.

Fue por eso que la baronesa pidió que le hicieran un brazo metálico. Una prótesis sofisticada y de las primeras en su especie. Llena de mecanismos internos y una apariencia tan majestuosa, que pronto fue envidia de todos aquellos que tenían aún dos brazos iguales, aunque muy poca valentía –y recursos-, como para seguir los pasos de la baronesa.

Así, sucedió que el brazo nuevo de la baronesa comenzó a hacerse cada vez más célebre, destronando incluso a la misma baronesa, quien parecía envejecer cada vez más deprisa.

De esta forma, avergonzada de su propio deterioro –pero consciente de la majestuosidad de su brazo izquierdo-, la baronesa comenzó a excusarse de asistir a algunas ceremonias y fiestas de la nobleza. Aunque claro, se acostumbró a enviar en representación suya, al imponente brazo metálico.

Por esto, el creador del brazo metálico –Jean Frederic Leschott-, se vio obligado a agregarle cada vez nuevas piezas, que permitieran al brazo independizarse de su dueña, y saludar o despedirse, por voluntad propia.

Por último, la baronesa y su brazo derecho –apocado y envejecido-, terminaron por morir, en una cama de palacio.

Pocos asistieron al entierro, según se cuenta. Sin embargo, sobre el ataúd –y sujetando un ramo de flores-, estaba el brazo metálico de la baronesa, expuesto hoy en un pequeño museo de Grenoble, como un símbolo que nadie entiende, ni se interesa en comprender.


III. La cabeza parlante del papa Silvestre II.

Dicen que tenía pacto con el diablo, Silvestre II. Todo porque había estudiado con árabes y druidas y gozaba, entre otras cosas, de una cabeza parlante que le contestaba sí o no, a cada una de sus preguntas.

Parece mentira, pero es cierto. Si hasta la iglesia debió salir a defender a don Silvestre diciendo que la cabeza era un importante adelanto mecánico y adjuntando unos ingenuos planos del diseño en algunas publicaciones que, tras varios siglos, intentaron reparar la mancillada biografía del pontífice.

Y es que no fueron siempre acertadas las respuestas de la cabeza parlante, por lo que el sacerdote, terminó incluso pidiendo ser cortado en trozos, tras su muerte, por recomendación de aquella misma "maquinaria".

Lo extraño de esto, sin embargo, es que a pesar de lo ligado a la leyenda que pueda parecernos esta historia, la cabeza se encuentra funcionando hasta el día de hoy… sin que su mecanismo interno haya sido plenamente investigado, hasta ahora.


IV.

Como les decía. No escribí el texto para el museo ni terminé haciendo la letra de la canción, que mencionaba en un inicio.

En cambio, apuré estas palabras para la entrada de hoy, y revisé un total de 8, de 200 pruebas.

Por otra parte, como no tengo un brazo mecánico ni cabeza parlante alguna para que algo de mi permanezca, supongo que tendré que aceptar el envejecimiento y el desgaste y asumir yo mismo, el coste de lo que será algún día, mi propio término.

¿Es necesario que vuelva a decirles, entonces, que no sé realmente de qué va esto…?

jueves, 22 de marzo de 2012

Hansel y Gretel y Hansel.

“Me abría por primera vez
a la tierna indiferencia del mundo”
M.


Hay siempre en los cuentos para niños, un personaje del que no se habla. Un olvidado, si se quiere. Un marginado.

Es como en la vida diaria, supongo, pero lo cierto es que no me gusta hablar directamente de la vida diaria.

Quizá por eso, prefiero pensar en los cuentos para niños, y rastrear al extraviado. Al que no vivió feliz al final del cuento. Al que reconoció a tiempo que su existencia era ficción y decidió hacerse a un costado y no quiso gritar para ser visto.

El octavo enanito de Blancanieves, la tercera hermana de Cenicienta… el otro Hansel.

Y es que si lo recuerdan bien, cada uno de esos cuentos tiene un pequeño bache, y tras ellos, la figura de esos que comprobaron en su propia historia, la tierna indiferencia del mundo.

Porque no pueden creer que Hansel se libró solo, o que Cenicienta fue siempre quien más sufría… Es decir, siempre hemos de encontrar –si buscamos bien-, al otro Hansel.

Me pasó por primera vez, según recuerdo, viendo una obra teatral. Yo era pequeño, y mientras todos miraban a los protagonistas –ya ni recuerdo quienes eran-, me fijé que tras ellos había un niño casi imperceptible, disfrazado de árbol.

Es típico, claro, si lo pensamos bien, pero la sensación que me produjo el descubrirlo es lo único que ha permanecido, con el tiempo.

Así, y de una forma similar, ocurrió que luego fui encontrando estos otros personajes escondidos en los distintos cuentos… y bueno, quise hacer con ellos mis propias historias.

Fui egoísta, quizá, lo admito, pero lo valioso es que fui aprendiendo de a poco a disfrutar de aquella sensación en la que el mundo te ignora, tiernamente… ¡Y hasta a aprendí a sonreír así, disfrazado de árbol…!

Y es que el otro Hansel, finalmente, me enseñó que el corazón late con su verdadero ritmo, solo cuando hemos decidido renunciar al papel de héroes, frente a los otros.

No lo he aprendido totalmente, es cierto.

Pero en eso estoy.

miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Por qué no se afeita la mujer barbuda?


No es un gran descubrimiento decir que el verdadero problema es saber realmente quiénes somos.

Eso dice al menos, la mujer barbuda.

Yo la escucho hablar, mientras le insisten que se afeite de una vez, que el circo se acabó, que ya no es espectáculo para nadie, le dicen.

Pero claro, a veces olvidamos que el primer espectador de nuestra existencia, somos a fin de cuentas nosotros mismos.

Y es entonces cuando, a cualquier costo, decidimos mantener vivo aquel espectáculo.

Nada de innovar, nos dicen.

Nada de probar con nuevas fórmulas.

Además, ¿quién es sin barba la mujer barbuda?

Y es que poco importa qué sea aquello que nos defina, lo único cierto es que terminamos defendiéndolo con todas nuestras fuerzas.

Así, o cuidamos nuestra barba, o nuestro trabajo, o hasta nos mentimos para ocultar la podredumbre en una serie de actos, relaciones y costumbres afectivas, que han sido despojadas, con el tiempo, de todo el significado que pudieron poseer en algún momento.

Así, “¿quién es sin barba la mujer barbuda?”, termina siendo la pregunta que tememos hacernos todos… demasiado cobardes para aprender a disfrutar de una respuesta que no tiene por qué ser tan terrible ni agresiva, como lo pensamos en algún momento.

¿Qué hacer entonces?

¿Afeitarnos aquello que aparentemente nos define y que sin embargo nos deja ocultos a los ojos de los otros…?

Quizá.

Pero lo hagamos o no, supongo que también es importante saber quién está tras la barba ajena.

Hablar buscando aquello.

Vivir buscándolo.

Descubrirnos.


martes, 20 de marzo de 2012

Los principios de la realidad según Arquitas de Tarento.


Ante todo, advierto que aquí no se hablará de los principios de la realidad según Arquitas de Tarento.

No porque no quiera, claro, -puesto que todo aquello que he encontrado sobre él me atrae de gran forma-, sino porque es poco lo que puede profundizarse sobre sus palabras, respecto a este punto.

Y es que lo que intenta hacer realmente Arquitas, más allá de hablar sobre los principios que rigen la realidad, es plantear una particular visión sobre la naturaleza nominativa de las cosas del mundo, a partir de una relación armónica que permite –y sustenta- su propia existencia.

Para esto, Arquitas parte por denunciar la incompletitud de todo intento por definir las cosas, es decir, da cuenta de la ineficacia que originan los distintos procesos que se siguen para dar cuenta de su existencia.

Así, señala que existen dos caminos comunes que derivan en este error: la definición en potencia (a partir de la materia) y la definición en acto (a partir de las características aplicadas de lo que intenta definirse).

Un ejemplo de la primera definición, sería –siguiendo la visión que da Aristóteles sobre lo propuesto por Arquitas-, el intentar definir una casa diciendo que es un conjunto de ladrillos, piedra y madera.

Por otro, lado, la definición en acto –o según forma, como se ha maltraducido a Aristóteles-, daría cuenta de la casa diciendo que constituye abrigo, destinado al refugio de los hombres y guardado de sus muebles.

Ante esto, sin embargo, surgiría una tercera forma, que estaría dada por la “superación” de estos dos estados. Es decir, existiría una tercera definición, no solo como resultado de la suma de los dos intentos anteriores –como parece proponer Aristóteles-, sino como la proposición de una nueva “forma de existir” de aquello que quiere definirse. Una existencia que parece permanecer dentro, incluso, de la forma expresada.

En otras palabras, y esta es mi lectura de lo que realmente propone Arquitas, existiría una forma de existencia fuera de la realidad y dentro de la proposición nominal entendida como un mundo equilibrado, donde es posible la permanencia –viva-, de una definición nueva.

Así, ante la pregunta: “¿qué es la calma?”, Arquitas señala que es “el reposo de la inmensidad de los aires”; donde identifica al aire como definición a partir de la materia (en potencia) y al reposo como definición en acto, pero destacando que es la nueva definición solo es posible dentro de ese nuevo equilibrio creado por ese mismo enunciado.

De esta misma forma, ante la pregunta: “¿qué es la bonanza”, el filósofo de Tarento señala que es “la tranquilidad del mar”, donde la definición en potencia estaría dada en “el mar” y la definición en acto en “la tranquilidad”.

Ahora bien, ¿qué es lo que vio Arquitas en su idea de definición? ¿Es un primer acercamiento al concepto de rizoma como lo entendía Wingarden? ¿O es, en cierto modo, la idea de definición en Arquitas, la primera noción de creación poética pura?

Esas cosas me pregunto mientras intento crear, con palabras, una paloma de madera, bajo el viento.

Y es que finalmente, los supuestos principios de realidad de Arquitas –simplemente magnitud y número-, esconden tras de sí el germen de una nueva realidad, que solo puede existir en el seno de su propia enunciación, bajo la expresión de dos principios:

La definición como acto de creación.

Y el verbo, nuevamente, como principio.

lunes, 19 de marzo de 2012

De lo que debiesen hablar los libros verdaderamente valiosos.


Cuando depositas tu confianza en los libros equivocados, puedes entender demasiado tarde que la vida no opera con las mismas reglas que en los libros de Cortázar.

Sus ritmos son otros.

Sus dolores asociados son otros.

Y hasta sus felicidades, inclusive, son otras.

Y es que no basta hablar de las caídas como si fueran ascensiones, ni jugar con las palabras a tejer y destejer aquello que nos rodea, ni mucho menos a nosotros mismos.

Las palabras te ensucian de esa forma.

Y lo que es importante para nosotros se desgasta también, de una forma irreparable, cuando decidimos seguir ciegamente aquel camino.

Así, olvidamos a veces que lo que toman las palabras en un libro, no duele tanto como aquello que puede ocurrirnos directamente.

Es bonito, claro… Y puede que aquello parezca tan cercano que nos sintamos realmente comprendidos en algún momento… pero hay que desconfiar a veces de los amigos que hablan de esa forma. O no conformarnos, al menos, con la belleza aparente de sus palabras.

Y es que el corazón no es una flor, y ni siquiera es bello.

Y es a veces como el niño que entierra las uñas en la piel de su hermanita, porque le roba la atención de sus padres.

El corazón es egoísta.

Y para sentirse amado a veces incluso arma hermosos discursos, y construye de esa forma, como decía en un inicio, los libros equivocados.

Libros que buscan ser amados. Y que aman, es cierto, pero solo para recibir de regreso el afecto entregado.

Faltan por lo tanto libros que nos amen aunque no lo merezcamos.

Palabras que broten de alguien que vea tu propia fealdad, y que sea capaz de amar incluso tu egoísmo, cara a cara.

Acariciar la mano del niño que entierra sus uñas en la piel de su hermanita…

Querer al que golpeó a sus padres.

Amar al violador de niños.

Y es que aunque no nos guste aceptarlo, el corazón de ellos no es distinto al nuestro, realmente.

De eso debieran hablar los libros verdaderamente valiosos.

domingo, 18 de marzo de 2012

Hay una verdad única en aquello que resulta inverosímil.


Hay una verdad única en aquello que resulta inverosímil. Una verdad que no se encuentra emparentada con esas otras que fluyen cuando creemos ser sinceros y hablamos de esa forma que, altamente orgullosos, llamamos “transparente”.

Es como esa lámina clave en los álbumes antiguos, que era imposible de conseguir por los medios tradicionales y que permanecía oculta hasta que el sentido que tenía completar la colección, se había alejado por completo.

Ejemplos hay muchos, pero recordaba hoy lo que me contaba uno de mis alumnos cuando confesó que su madre le celebró una vez el cumpleaños en una fecha que no era.

-Justo un mes antes –me contó ese alumno-. Y hasta se enojó con mi papá porque él supuestamente no lo había recordado.

-¿Y qué pasó? –le pregunté esa vez.

-Nada. Celebré el cumpleaños. Mi papá se disculpó pues le creyó a mi madre y yo preferí no decir nada.

Con todo, no es este hecho precisamente el que yo quería citar como ejemplo de lo inverosímil, aunque sin duda está emparentado con aquel que sí lo es.

Y es que ocurrió que conversando con un amigo sobre esta anécdota, este me encargó que escribiese un pequeño texto con forma de un cuento para niños. De esta forma, el trato consistía en que él me prestaba un pequeño refugio que quedaba en la montaña y yo debía pagarle con aquel escrito.

Así, resultó que como en el refugio no había luz eléctrica –de hecho el lugar estaba todavía a medio construir-, tuve que llevar una máquina de escribir que había usado cuando chico, hasta aquel lugar.

Sin embargo, ocurrió que aquello que estaba llamado a ser un fin de semana tranquilo y agradable, se convirtió en un instante en una situación en extremo complicada, pues al momento de escribir el título del cuento, mi dedo índice se metió fuertemente entre las teclas, quedando inmediatamente atrapado y sin posibilidad de liberación.

Para ahorrar detalles, diré que tras caminar varias horas y cargar como pude mis cosas, llegué hasta un poblado donde llamaron a una ambulancia y estos a bomberos, quienes fueron en definitiva los que liberaron mi dedo tras 48 horas de “cautiverio”.

Ahora bien, ¿es eso lo inverosímil a lo que hacía referencia?

Pues no, para ser sincero.

O no es eso, simplemente.

Y es que ocurrió que con la dificultad de cargar las cosas con la máquina a rastras, dejé olvidada esa vez, en el refugio, una vieja cámara fotográfica, que mi amigo quedó de retirar al mes siguiente, cuando viajaría hasta el lugar.

Y claro, fue entonces que recibí otra noticia.

-No me vay a creer lo que pasó… –me dijo mi amigo.

-¿No encontraste la cámara? –pregunté, inocente.

-La encontré –me dijo-, pero estaba aplastada debajo de un caballo blanco.

Así, me contó que por un sector del refugio que aún no estaba construido, había entrado un caballo blanco, fracturándose una pata y arrastrándose luego hasta el sector donde aparentemente yo había dejado la cámara.

-¿Y qué pasó con el caballo? –le pregunté a mi amigo.

-Tuve que buscar a alguien para sacrificarlo, pues ya se encontraba agonizando cuando llegué al lugar.

Luego, me pasó los restos de mi cámara, que estaba irremediablemente destruida.

Con todo, me fijé que el sector donde iba el rollo –era una cámara Zenit de esas antiguas-, permanecía cerrado, por lo que decidí llevarlo a revelar, pues había sacado algunas fotos cuando subí hacia el refugio.

¿Adivinan qué salió en las fotos…?

Pues la verdad nada en especial, salvo una donde se ve, tras unos árboles, la figura de un hermoso caballo blanco.

Ahora bien, tras todas esas historias, me pregunto: ¿habré dado cuenta de lo inverosímil?

Y si lo hice, ¿quedó lo suficientemente clara la verdad que está escondida dentro?

Mmm… dejen releer lo escrito…

¡Qué pena…! Parece que no…

Sin embargo, -pienso ahora-, hay aquí mismo otra cosa inverosímil.

Y es que si lo vemos bien, ¿acaso no es inverosímil que escriba aquí, hace más de dos años, sin fallar aún un solo día, con la esperanza de que quede escondida alguna vez, entre estas líneas, un trocito de verdad…?

Y de ser así: ¿será aquella la verdad única, escondida en aquello que resulta inverosímil...?

¿Será eso lo que debe buscarse...?

sábado, 17 de marzo de 2012

Un oso sale a caminar.



Un oso en pleno invierno salió a caminar.

Igual como los hombres que dan vueltas por la casa cuando no pueden dormir.

El bosque estaba nevado y los pequeños animales que lo vieron se miraron extrañados.

-No puede ser un oso –dijo una ardilla, sensata-. Si fuese un oso estaría hibernando, y no despertaría hasta primavera. Eso es lo que hacen los osos.

Los otros animales asintieron.

-De todas formas hay que irse con cuidado –dijo una lechuza, viéndolo venir-. Puede que no sea un oso, pero quizá no lo sepa… además, se mueve como si lo fuera, y hasta huele a miel, y a pelo húmedo…

Así, tras escuchar a la lechuza, los otros animales se escondieron para ver pasar al oso, quien parecía preocupado.

Y es que el oso, incapaz de dormir, no sabía cómo conciliar el sueño.

-En la cueva todos duermen –alegaba el oso-. Todos duermen y yo insomne…

Fue entonces que, tras mirarlo de cerca, la lechuza se decidió a salir del escondite y cruzar unas palabras con el animal.

-No eres un oso –le dijo, antes incluso de saludarlo-. Los osos hibernan y no les gusta andar sobre la nieve…

El oso la dejó hablar.

-Por un momento pensé incluso que no eras nada –le dijo la lechuza-, pero me doy cuenta que tus huellas quedan marcadas en la nieve, lo que es señal fidedigna de tu existencia.

-¿Qué significa “fidedigna”? –preguntó el oso, tras una pausa.

La lechuza se demoró un poco, pero luego explicó.

-Fidedigno quiere decir que algo es digno de confianza… es decir, que puedes confiar en la existencia de ese algo…

El oso escuchaba concentrado, mientras los otros animales salían a presenciar aquel encuentro.

Así, tras pensarlo un buen rato, el oso se atrevió a hacer una pregunta que desconcertó a la lechuza.

-¿Y tú? –le dijo a la lechuza- ¿Tienes acaso una existencia fidedigna?

Y claro, fue entonces cuando la lechuza comenzó, inevitablemente, a ponerse en duda.

Yo no dejo huellas en la nieve, pensó la lechuza. Es cierto que pienso, y que soy consciente de aquello, pero también es cierto que el ser fidedigno depende siempre de los otros… es decir, uno no es fidedigno para sí mismo, supongo…

-¿Sabes que pienso yo? –le dijo finalmente el oso-. Yo creo que es posible que no sea un oso, en este sitio. Pero de serlo, en otro sitio, yo debiese estar durmiendo, y quizá esto mismo sea un simple sueño donde tu existencia dependa exclusivamente de mí… o la de esos otros seres…

Los animalitos se miraron asustados.

De hecho, hasta el oso, que aparentemente había ganado aquella discusión, comenzó también a tener miedo, y a ponerse en duda.

Así, temerosos y absortos en sus propias preguntas, ninguno de ellos fue capaz de percibir la nieve que comenzaba nuevamente a caer, en pesados copos.

Finalmente, mientras estaban detenidos, la nieve fue cayendo sobre ellos, hasta taparlos por completo.

viernes, 16 de marzo de 2012

La máquina de moler carne.


Yo lo digo porque la vi. Funcionaba de noche y el ruido era casi imperceptible. Era armable. Cuatro o cinco piezas de un metal que se veía antiguo. Todo era manual, además. Nada de electricidad ni otras fuentes. Solo había una manilla. Una pesada manilla que las mujeres se turnaban para girar. Estaba forrada con goma negra. Algunas mujeres usaban guantes. Todas tenían mascarillas. No era fácil reconocerlas pues trabajan en penumbras. Supongo que esa es una de las reglas. Nadie habla. Nadie comenta nada. Ninguna intercambia frases sobre sus hijos ni cotidianeidad alguna. Aquí se trata de moler carne. Y cuando se muele carne no se requiere nada más. Tampoco es necesario saber de dónde proviene esa carne. Ni para qué se muele. Ni que se hace con lo que se produce. Cuando te acercas te das cuenta que tararean una especie de canción. Pero no hay letra. Solo un ritmo que es como el latido de un corazón que también se está moliendo. Un poeta diría que molían secretamente el corazón del mundo. Pero no creo que esa carne fuera exactamente de eso abstracto que acostumbramos llamar “mundo”. Esa carne había tenido un día piel encima. Y si no arrojaba más olor era solo porque otras mujeres arrojaban un polvo blanco sobre ella. Supongo que era un químico. Me pareció que en esa labor estaban las mujeres más pequeñas. Las otras eran derechamente mujeres viejas. Todas eran del sector. Se reúnen en secreto. Se organizan. Luego muelen carne. Con tal convicción que tras verlas me pareció que aquello era una labor absolutamente necesaria. Oscura, es cierto, pero necesaria. Si fuese otro tiempo quizá quemarían a estas mujeres. Pero ellas seguirían haciéndolo. Estoy seguro. Mi madre también estaba. Todas las madres estaban. Quizá no todas ante la misma máquina, pero esta debe ser una labor organizada. El mundo está lleno de estas máquinas, no hay duda. A veces hay mujeres que comentan su existencia, pero todo está lejos, finalmente, de la sospecha. Así, las máquinas siguen moliendo. Siempre en la oscuridad. Están a salvo porque nadie cree en ellas. Por eso existen. Con Dios, en cambio, sucede lo contrario. Exactamente lo contrario, si lo pensamos bien.

jueves, 15 de marzo de 2012

Una mancha como un caballo de Marc.


Hubo un tiempo en que me gustaron los caballos de Marc.
Sus zorros escondidos.
Y hasta sus leones claros.

Sin embargo,
llegaron otros días
en que todo pareció volverse mancha
y entonces hasta el menos abstracto de sus dibujos
no me valía más
que una color arrojado al azar
sobre un lienzo opaco.

Eso no es un caballo,
me decía.

Recuerdo que así
ni siquiera me dolió extraviar
un extraño libro de acuarelas,
donde aparecían algunas imágenes
del periodo en que Marc
estuvo más cerca de Kandinski
y de Delaunay…

Y es que sucedió en aquel entonces
que yo apenas soportaba mirar
una muralla en blanco,
pues todo lo demás
-absolutamente todo-,
comenzó a parecerme parte de una mancha
que ensuciaba el mundo.

¡Y eran tan pocas las murallas blancas…!

Por eso,
pienso ahora,
intenté convertirme yo mismo
en algo similar
a una muralla en blanco…

Es la única manera de no ensuciar el mundo,
pensaba,
y me parecía sensato.

Con todo,
debo reconocer que las manchas
no tardaron en venir,
e incluso,
comencé entonces a ver caballos en las manchas,
y zorros escondidos
y hasta algunos leones amarillos,
que me parecieron simpáticos.

Es decir,
no supe ser una muralla en blanco
y descubrí en cambio que el mundo
está hecho justamente
para ser manchado,
y que cada mancha esconde dentro
un pequeño animalito,
que guarda también, a su vez,
un trozo de nosotros hecho mancha
dentro suyo.

Quizá es por eso,
que cuando vuelvo a acercarme a Marc
y leo sobre la forma en que murió,
una extraña mancha cae
sobre aquella información
y todos aquellos datos
se vuelven incomprensibles.

Por último, observo,
mientras algo parece nacer en esa mancha,
un color pequeñito también se incorpora,
al mismo tiempo,
en uno mismo.



miércoles, 14 de marzo de 2012

Qué mundo.


I.

Tocan a la puerta para decirme que el mundo se va acabar. Yo les pregunto que qué mundo. Ellos lo piensan un momento y entonces me dicen que se acabará el mundo que no merece vivir. Luego me entregan un folleto. Yo lo tomo. Ellos me miran, en silencio. Yo también los miro. Ellos se van.


II.

Voy a comprar el pan. El lugar está lleno. Un letrero dice que no se puede tocar el pan. Otro letrero dice que no se fía. Uno un poco más lejano dice que no se sencilla dinero. Los rostros de la gente también parecen letreros. Y están molestos. Tampoco pueden ser tocados. Todo debe hacerse con tenazas. Hasta las palabras son tenazas, me digo. Compro el pan.


III.

No puedo ver televisión. Es decir, prendo el artefacto pero lo apago a los pocos minutos. La gente es extraña en televisión, pienso. Aunque claro, la gente también es extraña en los libros, y hasta en la vida real. Son animalitos vestidos, me digo, y sonrío. Siempre me da risa esa imagen, pero al final me desespero. Y es que los animalitos vestidos viven y sufren y hasta hacen marchas porque no les gusta la vida que viven. Y a veces matan otros animalitos. Y a veces les roban, o los dañan. Y a veces también los aman, o intentan hacerlo, al menos. No puedo ver televisión.


IV.

Escucho a Janacek. El segundo cuarteto para cuerdas. Puedo llorar con el tercer movimiento. Llorar sin culpa, me refiero, llorar sin saber. Pienso en el intento del hombre por crear algo. Pienso en las necesidades del hombre. Y en que el hombre debe aprender algo. Entonces me fijo que ella ha cambiado la foto de su perfil.


V.

Vuelvo a la panadería. El lugar sigue repleto. Tomo el pan con las manos y dejo a un lado las tenazas. Toco el pan suavemente como si acariciara niños dormidos. La gente se molesta y me pregunta si voy a comprar. Yo sonrío. Luego me acerco hasta el vendedor y le pido que me cambie un billete. Pero él no lo hace. Entonces le entrego el folleto donde dice que el mundo se va a acabar. Y me voy.


VI.

A pesar de lo que dice aquel folleto, lo cierto es que el mundo no se va a acabar. Hay que tenerlo claro. Por eso los animalitos vestidos debiesen hacer algo si no les gusta este mundo. Para eso están aquí. No para hacer letreros, ni filas, ni utilizar tenazas. Tampoco para ver televisión, ni engañarse unos a otros, ni perder el tiempo.

Voy a tener que empezar a hacer mis propios folletos, me digo.

Escribo como con hipo, a veces, cuando soy sincero.

Vuelvo a escuchar a Janacek.

martes, 13 de marzo de 2012

Números que no se comportan como números.


“Si los axiomas no se contradicen entre sí,
entonces, ese hecho mismo,
codificado en enunciado numérico,
será formalmente indecible
a partir de dichos axiomas”
G.


Hay quienes dicen
que la esencia del ser
es el comportamiento.

Yo los dejo hablar.

Y es que no saben
en el fondo
qué es el ser,
ni tampoco entienden
en qué consiste
el verdadero comportamiento.

Quizá es por esto
que se quedan como niños
jugando entre los números,
con axiomas que no logran penetrar
ni la más delgada
de las superficies.

Así,
el pequeño Hilbert
insiste en la autoconstrucción,
mientras pelea con Gödelio,
quien ha sido castigado nuevamente
por no comerse toda la comida.

¡Pobres muchachos!

Niños que no se comportan como niños
jugando con números
que no se comportan como números.

¡Y uno que los quiere tanto,
a pesar de todo…!

Ahí están:

Cantor escribiendo historias bajo la cama,
Riemann jugando a los acertijos,
Jacobi arrojando monedas por el desagüe…

Tan cercanos todos y sin embargo
tan incapaces
de establecer contacto…

Y es que lo mismo nos pasa a todos,
es cierto,
pero realmente es una pena
los fundamentos que determinan
la forma en que a ellos les ocurre
lo mismo que nos pasa a todos.

Niños que no se comportan como niños
jugando con números
que no se comportan como números.

¿Comprendieron ellos, al final?

¿Disfrutaron del bucle
o no supieron distinguir realmente
si estaban detenidos?

¡Cuánta búsqueda!

¡Delicada insensatez!

¡Delirios de pureza…!

Niños que no se comportan como niños
jugando con números
que no se comportan como números.

¡Todos con las manos vacías…!

¡Pobres y hermosos muchachos!

lunes, 12 de marzo de 2012

No es lo mismo ser hueón que ser ignorante.



No es lo mismo ser hueón que ser ignorante.

Yo, por ejemplo, prefiero la ignorancia.

Y no es por comodidad,
pues ser hueón me nace
sin esforzarme mayormente,
mientras la ignorancia exige de mí
mis más profundos atributos.

Y es que es verdad lo que dijo Basílides:
la única redención posible es la redención intelectual
y solo ha de venir cuando la humanidad
retorne a la ignorancia universal,
a su único límite…

Lo malo de esto, sin embargo,
es que por más que lo intento
no logro olvidar
aquellas palabras de Basílides,
y el mismo llamado a la ignorancia
permanece en mí, de esta forma,
como el más profundo
e inútil
conocimiento.

Y claro, visto así:

¿Ven que me nace ser hueón?

¿Entienden que no exagero?

Y es que estos son
los verdaderos límites
de mi naturaleza:

¡Nada de ignorancia docta,
como quería Nicolás de Cusa…!

Yo prefiero la ignorancia enviada por Dios…

O la ignorancia como gracia,

O incluso la ignorancia como cosa justa…

¿O acaso no es justo
que si el conocimiento no nos llevó nunca a ningún sitio
la ignorancia fuese entonces el último de los premios…?

¡Cuánta belleza en no saber!

¡Cuánta pureza en la absoluta ignorancia!

No saber que somos.

No saber que estamos.

Ascender, ignorantes,
hacia los mundos superiores.

Y claro,
por último,
deshacernos de los más profundos
conocimientos equivocados:

Olvidarnos de Dios
y que él nos olvide.

Y olvidarnos también que amamos
y que quisimos ser amados.

domingo, 11 de marzo de 2012

Instancias de aprendizaje: Hágalo usted mismo.



Haga usted el experimento.

Reúna aquellas grabaciones
donde aparece gente cayendo
en distintas circunstancias.

Cayendo de un caballo.

Cayendo de una silla.

Cayendo de los brazos
de sus padres.

Reúna las imágenes
y haga usted, fácilmente,
reír al público.

Ofrezca entonces palomitas
y gaseosas,
y asegúrese que los asientos
ofrezcan la comodidad suficiente.

Y es que si ellos
han ido hasta usted,
es importante que no los deje ir
hasta que aprendan algo.

Por esto:
no detenga las imágenes.

Grabe incluso sus propias carcajadas
para cuando aquello deje de producir
la misma gracia.

No importa que desesperen.

No importa si rompen el lugar.

Si usted los ha llevado hasta ahí
no deje que se vayan
sin aprender algo.

No les dé permiso
para ir al baño.

Ocúlteles toda instancia
de luz natural
y suba al máximo
el volumen de las risas
hasta que dejen de escuchar
sus propias voces.

No ceda ante ellos.

Aunque el espectáculo empeore
no ceda ante ellos.

Olvídese incuso de las palomitas
y de las gaseosas…
ya verá que ellos pueden arreglárselas
de cualquier otra forma.

Así, aunque entierren las uñas
en sus propios rostros,
no ceda,
recuerde que ellos necesitan aprender
a cualquier costo…

Y es que hay que enseñarles
aunque no quieran,
a amar el caos.

Y hay que decirle de una vez por todas
la verdad a los niños.

No me refiero a Santa,
ni a esos pequeños detalles
sin importancia…

Me refiero más bien
a enseñarles esas verdades
que pueden acercarlos a reconocer
plenamente lo que son,
ellos y los otros,
sin adornos de ningún tipo.

Y es que solo así,
en medio del caos,
ellos se verán obligados a amar el caos
si acaso quieren llegar a amarse
alguna vez
de alguna forma.

Haga usted el experimento.

Usted sabe que es necesario.

Ellos se lo agradecerán
algún día.

sábado, 10 de marzo de 2012

Bajar el telón. Poner las cosas en venta. De eso se trata.


“Conquistamos todo el mundo
antes de levantarnos de la cama,
pero despertamos y él es opaco,
salimos de casa y es la tierra entera…”
Álvaro de Campos.


Quien realmente me conoce sabe que cierro las puertas desde dentro. Que mi caligrafía es rápida. Y que me cuesta respirar.

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con las casas, un corazón cerrado desde dentro, puede ciertamente estar vacío.

Por esto, quien pase por fuera y diga que las ventanas se empañan, o que escuchó un ruido dentro, miente de una forma tan burda, que avergüenza.

Y es que todo ahí está en silencio.

Los recuerdos tapados por sábanas blancas, las cortinas cerradas… en fin, todo en pausa y a resguardo, como el cuarto de un hijo muerto.

Pero claro, hay quien cree incluso en el regreso de los muertos.

Hoy mismo, por ejemplo… pero era un muerto extranjero… y no entendí sus palabras.

Así, todo lo que dijo se fue apilando, como si fuese ropa sucia.

¡Y toda su ropa estaba sucia…!

Además, me dije, yo no tengo por qué lavar sus palabras.

Fue entonces que vinieron otros y me preguntaron si esas prendas estaban a la venta, y yo asentí.

Y claro, todo se volvió de esta forma, una absurda tienda de disfraces.

Y es que no sé gran cosa de la vida, pero he aprendido que las palabras le vienen bien a cualquiera y que muy pocos hacen realmente un distingo.

Por eso bajé el telón. Por eso está todo en venta. Y por eso cierro desde dentro.

Quien realmente me conoce sabe a qué me refiero.

De eso se trata.

viernes, 9 de marzo de 2012

Niebla en Nínive.


I.

-Era como un pájaro –me dijo-, no por ir de un lado a otro y esas cosas sino por costumbres que podríamos nombrar como fisiológicas…

-¿Costumbres fisiológicas?

-Sí –continuó-, pero es difícil explicarlo de buenas a primeras así que me gustaría si es posible desviarme del tema.

-¿De qué tema? –pregunté-. Yo aún no entiendo bien sobre qué estamos hablando.

-Pues es mejor así… Todo es más fácil de abordar cuando se hace por sorpresa… ¿le gusta a usted el nombre “Asurbanipal”?

-¿Asurbanipal…?

-Sí, Asurbanipal… ¿le gusta?

-Mmm… sí, quizá sí… per no sé qué tiene que ver con todo esto.

-Tiene que ver –afirmó-. Y además nos vincula pues a mí también me gusta el nombre. De hecho, poco antes de hablar con usted yo grité ese nombre varias veces, hasta que usted se volteó.

-¿Yo me voltee?

-Claro, pero fingió no hacerlo, y al final se contuvo.

-¿Entonces usted cree que yo soy Asurbanipal?

-Ja, ja… no, cómo cree, tendría que estar loco…

-¿Y entonces?

-Entonces nada. Hablamos simplemente… Es decir, yo me acerqué y hablamos… ¿le gusta el nombre “Kandalanu”?

-No voy a responder eso… creo que es demasiado absurdo…

-Eso es porque no le gusta y con eso ya me ha respondido…

-¿Y ahora va a decirme que gritó ese otro nombre varias veces y yo nuevamente me voltee?

-Pues no… Kandalanu no es un nombre para gritarse…

-Espere –lo interrumpí-, no sé muy bien qué hago conversando con usted ni mucho menos entiendo de qué hablamos, pero esto ya se vuelve demasiado absurdo…

-Ella era como un pájaro –dijo entonces, cambiando el tono-, ella era como un pájaro que andaba en una biblioteca…

-¿De qué habla?

-Ella era como un pájaro que anidaba en una biblioteca de textos cuneiformes –insistió-. Y puso un huevo…

-Discúlpeme, me tengo que ir… -agregué, pero él me sujetó de un brazo.

-Tengo el huevo –dijo entonces-. Y el huevo lo está esperando.


II.

No sé bien por qué lo seguí.

Es decir, no lo hice por las palabras o lo que había dicho, pero lo cierto es que después de casi dos horas nos detuvimos ante un edificio viejo.

-¿Aquí está el huevo? –le pregunté.

-No –respondió-. Eso sería estúpido.

-¿Y por qué vinimos hasta acá?

-Solo quería caminar –me dijo-. Y pensé que usted también quería…

-¡Yo quería irme…!

-Y eso fue lo que hicimos...

-¡No me refiero a eso…! –agregué, molesto-. No quiero saber nada de historias extrañas ni huevos ni nombres antiguos…

-Asurbanipal no es antiguo… -alegó-, pero más allá de eso creo que usted está evadiendo su responsabilidad…

-¡¿Responsabilidad de qué…?!

-¿No sabe acaso de qué es responsable?

Yo negué con la cabeza.

Por último, él se metió la mano a un bolsillo. Y me entregó un huevo.


III.

Debo admitir que una vez en casa, pensé en empollar el huevo.

Sin embargo, me acordé del chiste de un hombre que se encuentra una cuenta de electricidad y va a pagarla… y comprendí que lo de empollar el huevo, era aún más absurdo.

Luego, busqué información sobre Asurbanipal y tomé algunos apuntes.

Así, haciendo sumas y restas de las acciones del día, tuve miedo de quedar en cero.

Y claro… el miedo se concretó.

Fue entonces que en vez del huevo, decidí que bien podía empollar el cero.

Y nació este texto.

jueves, 8 de marzo de 2012

El extraño caso del doctor Jekyll y míster Vian.


“Si se hallara un medio de hacerse dueño
de todo lo que puede suceder a un cierto
número de hombres, de disponer todo
lo que los rodea, de asegurarse de sus acciones,
de sus conexiones, y de todas las circunstancias
de su vida, de manera que nada pudiera ignorarse,
ni contrariar el efecto deseado (…) no se puede negar
que sería un instrumento muy enérgico y muy útil
que los gobiernos podrían aplicar a diferentes objetos
de la mayor importancia”.
Jeremías Bentham, El Panóptico.


No sé quién es Jekyll,
no sé de qué me hablan…

Es decir,
apenas sé quién soy
y eso solo en ocasiones;
el resto del tiempo
soy un simple espagueti
en un plato de espaguetis,
sobreviviendo a duras penas
y empapado en salsa.

Así,
a veces tengo la impresión
que alguien observa desde fuera
y reconoce diferencias
y conductas…
y hasta a veces me dirige
sin mostrarse nunca
cuando pasa.

Y es que no sé quién es Jekyll,
les digo,
y mucho menos sé a qué se refieren
cuando hablan de mis actos
y el asesinato que supuestamente realicé
o pretendo realizar
porque el mundo me hastía
y no me basta.

Soy como todos,
les digo,
hago clases,
veo fútbol,
y en resumen
me voy alimentando de vacíos
y circunstancias…

Pregunten mejor por Vian,
de ese se olvidan todos
y nadie sabe nunca,
finalmente,
hacia dónde avanza.

miércoles, 7 de marzo de 2012

La vida transparente.

“Para esto es necesaria la doble conciencia, es decir,
una parte del ser que siempre permanezca libre,
y que, aunque uno vea algo de dimensiones monstruosas,
pueda apreciar ese algo libremente y diga:
No. Ese no es su verdadero valor. Es tal otro”.
Álvaro Yáñez B.


Suena cursi hablar de la vida transparente. Tanto que uno debe poner un epígrafe para avisar de inmediato que el asunto a tratar apunta a algo más serio y elaborado que aquello que a primera vista hemos advertido.

Pero lo cierto, sin embargo, es que no existe algo más serio y más elaborado que hablar de la vida transparente, por cursi que suene dicha expresión y por manoseadas que se encuentren las palabras que la forman.

Dicho esto, advierto que la transparencia a la que me refiero no dice relación con la forma de mostrarnos a los otros, sino con la mirada que podemos ejercer sobre nosotros mismos.

Y es que sin duda, es muy poco lo que podemos ver de nosotros mismos. Es decir, se nos hace mucho más fácil, sin duda, tener una valoración sobre lo que sucede fuera de nosotros que con aquello que sucede “desde dentro”.

Ahora bien, ¿qué pasa con la vida? –con la vida propia me refiero-, ¿es algo que pasa fuera o dentro de nosotros mismos? Y luego, ¿cómo podemos valorar, críticamente, nuestra propia vida?

Lo pregunto a raíz de unas palabras tempranas del que sería Juan Emar, donde éste se cuestionaba sobre el personaje de Raskolnikoff y lo que él habría pensado, de haber existido, sobre sí mismo.

No recuerdo las palabras exactas, pero Emar señalaba que valorizamos a este personaje tras juzgarlo libremente, dejando de lado nuestras miserias diarias, captando así su naturaleza sublime y un tipo de belleza que en nuestra propia vida –y en nosotros mismos-, somos incapaces de percibir.

Ahora bien, ¿por qué sucedería esto? Sencillo, parece pensar Emar: porque los hechos diarios nos tocan y nos atañen tan de cerca que no podemos comprenderlos libremente, y nos arrastran consigo y nos hunden.

Él lo ejemplifica con Raskolnikoff, pero pensemos mejor en algo cercano y seamos transparentes con nosotros mismos: ¿no nos ocurre lo mismo con una simple fotografía? ¿o con una grabación? ¿o con algún simple recuerdo o etapa que no alcanzamos a valorar porque no pudimos comprenderlos libremente, y nos hundimos con ellos?

Y es que a fin de cuentas la vida transparente se resume simplemente en eso. En juzgar libremente nuestra propia vida apreciándola con nuestra “parte del ser” que no entra en contacto –o no se contamina al menos-, con las miserias cotidianas.

Así, finalmente, la trasparencia quedará reflejada en esa foto que, tras la distancia, nos revele conscientes de aquello que estábamos viviendo. Y con esto, además, responsables de nuestra transparencia.

martes, 6 de marzo de 2012

Viankenstein, o el Prometeo postmoderno.

"Pero ahora soy un árbol quemado,
el rayo me ha llegado al corazón..."
V. Frankenstein


No hay dónde llevar el fuego.

Es decir,
si dependiera de mí
quemaría a unos cuántos,
pero lo cierto es que no prenden.

Lipovetski es pura ceniza.

Lyotard es pura ceniza.

Vattimo nunca estuvo vivo.

Además,
todo parece estar hecho
de materiales no inflamables.

Y es que hasta el espíritu del hombre
ha sido despojado
de todo elemento combustible.

Así,
resulta que he creado un ser…
no está tan mal... claro,
pero para ser sincero,
hay algo que no cuaja.

Es decir:
no se rebela,
acepta sus condiciones,
y solo pide que no lo molesten
mientras navega en internet
o ve televisión satelital.

Este fin de semana, por ejemplo,
pasó 48 horas seguidas
viendo un especial de Bob Esponja.

Con todo,
se muestra considerado
y dice que no me preocupe,
que él verá cómo se las arregla
si lo dejo vivo,
o que decida yo un desenlace distinto
si así me apetece.

Intenté que saliera.

Lo impulsé a que conociera el mundo.

Que se enamorara de una chica, o de alguien…

Pero todo fue en vano.

“¿No te sientes engañado?”,
le pregunté hace unos días.

“¿No sientes algún tipo de odio
o deseo de venganza
por tu extraña condición?”



Pero él se queda en silencio.

Y claro…
es entonces cuando lo miro
y pienso si sirve de algo destruirlo…
o prenderle fuego…
o volver simplemente
a cortarlo en pedacitos…

“¿Sabes en qué pienso…?”
le confesé esa vez,

“pienso en si debo prenderte fuego a ti,
a mí,
o al mundo entero…”

Entonces, mínimamente,
él se voltea
y me dice que no tiene miedo,
pues el fuego,
agrega,
aún no está presente
entre nosotros.


lunes, 5 de marzo de 2012

Un rostro en el vagón restaurant.



-Señor –me dijo-, lo esperan en el vagón restaurant.

-¿En el vagón restaurant? –pregunté yo, despertándome.

-Sí señor, es una mujer, me dijo que le avisara.

-Pero espere… ¿qué es eso del vagón restaurant…? –insistí-. ¿Dónde estamos?

-Estamos en el tren, señor.

-¡¿Estamos en un tren…?!

-No, señor… es decir, estamos en “el” tren, no en “un” tren –me dijo, mientras se volteaba-. Ruego a usted usar el lenguaje adecuado.

Luego se marchó.

Intenté entonces recordar cómo había llegado a ese lugar, pero no lograba acceder a ninguna información útil. Así, simplemente, avancé por los pasillos y observé los letreros que indicaban la ubicación del vagón restaurant, donde me esperaba esta mujer.

-No soy una momia –me dijo, apenas ingresé al lugar.

Y bueno, yo la observé, en silencio.

Se trataba de una mujer vestida con un traje amarillo. Usaba lentes de sol, guantes, y toda su piel estaba cubierta por vendas blancas, en perfecta posición…

-Supongo que no me reconoces –me dijo.

Yo le di la razón.

-Es extraño –añadió-, pero desde que estoy en el tren se me han acercado una serie de hombres alabando mi belleza… y eso que estoy vendada…

-¿Te ha ocurrido algo? –pregunté.

-No… -contestó-. Le estuve dando vueltas, sabes… a lo de encontrarme hermosa de esta forma, pero aún no consigo explicarme esas opiniones…

-Quizá estos hombres ven cosas que los otros no ven –dije yo, no muy convencido.

Ella ni siquiera respondió.

Pasó así un momento. Yo me senté y trajeron un par de aperitivos.

Me tomé los dos.

-Usted encontró una foto –dijo entonces.

-¿Una foto?

-Sí, una foto que alguien rompió tras una discusión -agregó-. Usted recogió los pedazos y volvió a armarla, y hasta se enamoró de la imagen…

-¿Qué…?

-Que se enamoró de la imagen, pero lamentablemente armó mal la imagen… y ya ve.

-¿Qué veo?

-Que armó mal mi rostro, me desfiguró… y hasta me amó así, desfigurada.

-Pero yo no he hecho nada de eso –alegué.

-Claro que lo ha hecho –dijo ella-. Armó mal la foto y se enamoró de la imagen; luego, no pude impedir tomar el rostro de quién me amaba…

-Usted no sabe de qué habla –la interrumpí-. Repite la palabra amor como si se tratase de una explicación… yo no he hecho lo que usted dice, y lamento si así ocurrió… pero ara ser sincero ni siquiera sé cómo fue que subí a este tren…

-Al tren –me corrigió-. Además acá nadie sube, acá hay simplemente dos tipos de pasajeros: los que bajan, y los que no… y claramente tú eres de los que no se baja…

-¿Estás segura?

-Claro… -continuó-, por eso armaste mi foto… y por eso estás acá.

Yo la miré en silencio y decidí dejar de discutir. Si ella decía que yo volví a unir los trozos de una imagen, pues bien, yo los uní… no hay problema.

-Voy a buscar la imagen –le mentí-. Voy a buscarla y si quieres la armamos y recuperas el rostro…

-¿Harías eso por mí?

-Sí –le dije-. Deja ir por la imagen y arreglemos este asunto.

Y bueno… fue así que me aleje de esa mujer y me dispuse a bajar del tren, sin que ella se diera cuenta.

Con todo, debo admitir que tras bajar, me pareció recordar algo de aquello que decía la mujer, pero decidí mejor no darle vueltas a ese asunto.

Además, pensé, finalmente, todos tenemos el rostro que merecemos. O lo tendremos, sin duda, algún día.

domingo, 4 de marzo de 2012

Guni: Otra vida

“La verdad y la falsedad pertenecen propiamente
a las proposiciones, no a las ideas.”
John Locke.


Querida Guni:

Es extraño su nombre, Guni. Por eso a veces lo repito tanto. Guni, Guni, Guni. Es como un idioma en sí mismo. Un lenguaje formado por un solo significante, pero que va cambiando de contenido según la entonación, o según lo que sentimos.

-¿Guni, Guni?

-Guni.

Solo una vez lo había escuchado y fue también a través de cartas. Pero eso es casi otra vida, Guni. Otra vida, sin duda.

¿Ha tenido usted muchas vidas con ese nombre, Guni…?

Disculpe que divague, pero su nombre también me suena a satélite pequeño, a luna delicada, y me cuesta creer que no signifique también todas las cosas bellas de este mundo…

Guni: Agua

Guni: Viento en los árboles

Guni: Tierra mojada

Siempre con raíces, Guni. Y es que su nombre parece venir desde dentro; no es solo nombrar algo que está en un lugar distinto a uno… Es decir, su nombre no puede decirse sin quererla, y sin que el nombre regrese hasta nosotros, luego que la haya visitado.

Guni boomerang.

Guni sin destinatario.

¿Es consciente usted, Guni? ¿Sabe lo difícil que es querer a alguien inasible…?

Porque usted está dibujada en el agua, Guni. Usted cae con la lluvia. Usted se deshace como el hielo…

¿Recibe acaso mis palabras? ¿Llegan hasta los distintos lugares por donde pasa su órbita?

¿Va a reunir sus átomos al menos una vez para no dudar de usted en los momentos difíciles?

Eso le pido, Guni.

Que usted tome forma para que el mundo tome sentido.

Y entonces habrá otra vida, Guni.

Otra vida.

sábado, 3 de marzo de 2012

No viene al caso.

“…morir en esta vida no es nuevo,
pero tampoco es nuevo el vivir.“
Serguéi Esenin


Es cierto, no viene al caso. Puede incluso parecer cosa absurda. Innecesaria, si quieren. No importa. Además no es para enojarse. Y es que nada en la vida debiera ser para enojarse. De hecho, recuerdo haber pensado que solo se finge el enojo. Cuando pequeño, me refiero. Miraba y pensaba que toda discusión era farsa. Qué calidad de actores, pensaba. Aunque claro, para ser honesto, recuerdo haber resuelto que no solo el enojo era farsa. Pero eso es ir todavía más lejos. Y claro, no hay necesidad de ir lejos. Mejor quedarse en la propia casilla. Mejor es terminar en tablas. Encender el ventilador. Abrir un libro. Abrir una lata de sardinas. Abrirse las venas, incluso, ya que estamos. Además, no es mal resultado el empate. Nadie pierde. Nadie gasta energía innecesariamente. No es que sea terrible gastarla, claro. Pero el derroche es cosa del diablo, decía mi abuelo. Y no lo decía bromeando. Ahora está muerto, por cierto. De estar vivo apagaría el ventilador. Ya es de madrugada, me diría. Luego miraría el libro y hablaría indirectamente sobre la vida que estoy llevando. Quizá te parezca que esto no viene al caso, me diría. Además, nunca he abierto un libro, ni una lata de sardinas ni mucho menos he pensado en abrirme las venas, terminaría de decir, indiferente. Y es que al final, mi abuelo murió con su sangre adentro. Y parecía estar orgulloso de aquella situación, como si hubiese aguantado de pie hasta el último momento. Puede que no venga al caso, es cierto, pero nada hoy por hoy, viene al caso…

Vuelvo a encender el ventilador.

viernes, 2 de marzo de 2012

No tengo ganas de hablar.



No tengo ganas de hablar.

Además me duele la garganta.

Y es que se me fue la voz
y hasta la más mínima palabra
provoca un dolor indescifrable.

Acá escribo, claro,
pero hasta escribir molesta
de forma extraña
en la garganta.

Si pudiera elegir,
de hecho,
en este instante,
me gustaría hablar con esas piezas musicales
tan completas
que te quedas mudo al oírlas
y hasta con la sensación
de haber sido comprendido.

Los cuartetos de cuerdas de Bartok.

La misa Glagolítica de Janacek.

El dúo para violín y violonchelo de Kodály.

Yes que debiese ser así de fácil.

Escuchar y no hablar,
me refiero.

Ahora escucho a Lindberg.

Parece que a él también
le duele la garganta.

Ambos nos quedamos en silencio.

“Hago esto porque no tengo ganas de hablar”,
dice finalmente.

Yo lo entiendo.

jueves, 1 de marzo de 2012

Quizá vino desde más adentro.


-Quizá vino desde más adentro –le digo al doctor.

-¿Qué cosa?

-Lo que tengo en la garganta.

El doctor me mira entonces, algo molesto.

-¿Insiste en que tiene algo?

-Sí –reitero-, no es solo amigdalitis…

-Pues yo solo veo irritación, algunas heridas pequeñas quizá… nada más.

-¿Y no puede ver nuevamente… con más detención?

El doctor hace una pausa y luego advierte:

-Lo examinaré nuevamente, pero solo para que pueda irse más tranquilo…

Y claro, tras volver a examinar el doctor encuentra algo, que extrae con cuidado.

-Usted está loco –me dice entonces, de improviso.

Yo lo miro sin comprender.

-¿Cómo se metió eso ahí?

-¿Qué cosa, doctor?

-¿Va a fingir que no lo sabe?

-Es que realmente no lo sé… créame, doctor…

El doctor me mira por un momento, dudando si creerme o no, hasta que se decide a hablar.

-Usted tenía una palabra en la garganta –me dice.

-¿A qué se refiere con una palabra? –pregunto.

-Usted sabe lo que es una palabra mejor que yo, ¿acaso no es profe de lenguaje?

-Sí, pero…

-No diga nada –me interrumpe-, usted tenía una palabra en la garganta, la palabra hacía daño, así que la quité… dejémoslo así.

-¿Y qué palabra era, doctor? ¿Puede mostrármela?

-Digamos que era una palabra peligrosa, Vian… dañina…

-¿Puedo verla? –insistí.

-Tengo que decir que no –dijo entonces el doctor-, piense que es como un tumor o algo así…

-¿Y los tumores no se devuelven?

-No.

-¿Por qué? ¿Acaso no pertenecen a quienes se los extirpan?

-No –volvió a decir le doctor-. Los tumores no pertenecen a nadie, por algo se extraen…

-Pero…

-Nada, Vian. No insista. Piénselo así: una palabra, un daño innecesario. Ya no tendrá problemas con eso… Quizá usted intentó decirla hace mucho o simplemente no se dejó hacerlo… Lo importante es que está fuera…

-¿Y si vino de más adentro?

-¿Qué cosa?

-Lo que tenía en la garganta…

-¿Acaso quiere empezar todo de nuevo, Vian? ¿No sabe que las palabras no vienen de adentro? De adentro vienen los significados… se montan en las palabras e intentan, a medias, salir fuera… Piense mejor que el significado salió solo y dejo esa palabra vacía… como un traje…

-Pero…

-Nada, Vian. La consulta terminó y ya dije más de lo que era necesario.

-¿Eso es todo, entonces?

-Sí –afirma el doctor-, le haré una receta para que consiga algo para el dolor.

Así, finalmente, el doctor me extiende una receta y yo salgo de la consulta. Unos metros más allá, sin embargo, arrojo la receta a un basurero, e intento que el dolor, -si es posible-, me revele esa palabra.

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