No tengo ganas de hablar.
Además me duele la garganta.
Y es que se me fue la voz
y hasta la más mínima palabra
provoca un dolor indescifrable.
Acá escribo, claro,
pero hasta escribir molesta
de forma extraña
en la garganta.
Si pudiera elegir,
de hecho,
en este instante,
me gustaría hablar con esas piezas musicales
tan completas
que te quedas mudo al oírlas
y hasta con la sensación
de haber sido comprendido.
Los cuartetos de cuerdas de Bartok.
La misa Glagolítica de Janacek.
El dúo para violín y violonchelo de Kodály.
Yes que debiese ser así de fácil.
Escuchar y no hablar,
me refiero.
Ahora escucho a Lindberg.
Parece que a él también
le duele la garganta.
Ambos nos quedamos en silencio.
“Hago esto porque no tengo ganas de hablar”,
dice finalmente.
Yo lo entiendo.
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