Haga usted el experimento.
Reúna aquellas grabaciones
donde aparece gente cayendo
en distintas circunstancias.
Cayendo de un caballo.
Cayendo de una silla.
Cayendo de los brazos
de sus padres.
Reúna las imágenes
y haga usted, fácilmente,
reír al público.
Ofrezca entonces palomitas
y gaseosas,
y asegúrese que los asientos
ofrezcan la comodidad suficiente.
Y es que si ellos
han ido hasta usted,
es importante que no los deje ir
hasta que aprendan algo.
Por esto:
no detenga las imágenes.
Grabe incluso sus propias carcajadas
para cuando aquello deje de producir
la misma gracia.
No importa que desesperen.
No importa si rompen el lugar.
Si usted los ha llevado hasta ahí
no deje que se vayan
sin aprender algo.
No les dé permiso
para ir al baño.
Ocúlteles toda instancia
de luz natural
y suba al máximo
el volumen de las risas
hasta que dejen de escuchar
sus propias voces.
No ceda ante ellos.
Aunque el espectáculo empeore
no ceda ante ellos.
Olvídese incuso de las palomitas
y de las gaseosas…
ya verá que ellos pueden arreglárselas
de cualquier otra forma.
Así, aunque entierren las uñas
en sus propios rostros,
no ceda,
recuerde que ellos necesitan aprender
a cualquier costo…
Y es que hay que enseñarles
aunque no quieran,
a amar el caos.
Y hay que decirle de una vez por todas
la verdad a los niños.
No me refiero a Santa,
ni a esos pequeños detalles
sin importancia…
Me refiero más bien
a enseñarles esas verdades
que pueden acercarlos a reconocer
plenamente lo que son,
ellos y los otros,
sin adornos de ningún tipo.
Y es que solo así,
en medio del caos,
ellos se verán obligados a amar el caos
si acaso quieren llegar a amarse
alguna vez
de alguna forma.
Haga usted el experimento.
Usted sabe que es necesario.
Ellos se lo agradecerán
algún día.
Yo soy de los que se ríen con los bloopers televisivos. Mea culpa...
ResponderEliminarUn abrazo.