lunes, 31 de enero de 2022

No todo el que cuida ovejas es pastor.


-No todo el que cuida ovejas es pastor -me dijo-. Yo mismo, por ejemplo, debiese cuidar ovejas, pero aun si cumpliese con mi deber, no llegaría a ser pastor en lo absoluto.

-No entiendo a qué se refiere -confesé.

-Claro que no -siguió-. No le hablaba antes para que usted entienda. O no para que entienda después que hable, al menos. Yo no explico. Solo se entiende o no se entiende, al fin y al cabo. De la misma forma como se es o no se es pastor. Y yo no soy pastor.

-Pero acá -me aventuré a decir-, al estar cerca de ellas… ¿no las está cuidando, al menos?

-No -contestó-. Debiese cuidarlas, tal vez, pero lo cierto es que solo estamos aquí… a una distancia prudente. Y yo elijo, además, no cuidarlas. Es lo mismo que pasa con un hombre que está a una distancia prudente de otros hombres… eso no lo convierte en un “pastor de hombres”.

-Pero usted observa a las ovejas… -alegué-, parece estar pendiente de ellas y sale a estar cerca de ellas cuando salen y regresa a casa cuando ellas vuelven a meterse en la zona que destinan a dormir…

-Usted entiende mal -me dijo, como zanjando el asunto-. Y cuando se entiende mal no sirve explicar nada. Déjeme terminar así: no hay zonas. No hay pastores. No hay hombres ni ovejas al cuidado de otros. Sobrevivimos por suerte, digamos. No por mérito nuestro ni mucho menos por mérito de otros. Ojalá no agregue nada más sobre esto. Me gustaría que me deje terminar así.

domingo, 30 de enero de 2022

G. tenía un caballo y después no.


G. tenía un caballo y después no. Ocurre muchas veces, supongo, pero su caso era algo distinto pues él no sabía por qué ya no lo tenía. Y de cierta forma eso lo atormentaba. No saber por qué ya no lo tenía, me refiero.

-Hay otros que los maltratan, que no los cuidan… -alegaba-. U otros que encuentran algo roto y piensan que el caballo se arrancó… Yo, en cambio, no encontré nada, ni siquiera el caballo… Lo tenía y luego no lo tenía… Así no más fue.

-¿Habla del caballo, todavía? -pregunté.

-Hablo del caballo, por supuesto -dijo G.-. A lo mejor ustedes en la ciudad están acostumbrados a tener y no tener y luego no preguntar nada… Pero acá es un pueblo chico… De hecho, no sé siquiera si llamarlo pueblo. El punto es que un caballo es más grande que un hombre, no puedes tenerlo y no tenerlo y luego no saber por qué. Tener ladrones cerca al menos tranquilizaría… Poder decir: “me lo robaron, por eso no lo tengo”. Pero no tener eso atormenta, de cierta forma… usted no podría entenderlo.

-Igual no es tan terrible -le dije, algo molesto-, todos tenemos algo que nos atormenta. Usted, al menos, sabe qué es. Y sabe además qué es lo que ha perdido y tiene claro que desconoce el porqué. Eso es más que lo que tiene la mayoría.

-Usted no entiende -comentó finalmente, mirando hacia otro lado-. No entiende y por eso habla hueás.

-Nadie entiende -le dije.

sábado, 29 de enero de 2022

Bombas, probablemente.


Supuso que eran bombas. No pensó en el porqué ni en el contexto del conflicto ni en posibles atacantes. Solo supuso que eran bombas. Probablemente era más fácil así. Correr a refugiarse en algún lugar bajo tierra, tal como se mostraba a veces en las películas americanas que proyectaban esos posibles bombardeos incesantes, durante la guerra fría. Todo era arte así de la misma fantasía. Toro era ciencia ficción si lo pensabas de esa forma. Una etapa de un juego en primera persona en el que debes buscar refugio. Nada más, por el momento. Sobrevivir antes de pasar a una nueva etapa. Antes de que algún personaje explique lo ocurrido indirectamente para que el espectador se haga una idea más sólida. Pasaba el tiempo, sin embargo, y aquello no llegaba. Y él, por supuesto, solo en parte se sentía como un espectador. Apenas había un hombre vivo en aquel lugar, entre los escombros, además de él. Y se trataba de un hombre vivo solo hasta cierto punto. Moribundo más bien, pues estaba abandonado junto a unos escombros, cerca de otros cadáveres de los que se diferenciaba solo si observabas que un leve movimiento del cuerpo daba señales de respirar todavía. Él, en tanto, se había alejado de ese grupo de cuerpos. No mucho como para no distinguir el olor, pero lo suficiente como para marcar una diferencia de estado entre aquellos y lo que él sentía que era. Aunque claro, el poco espacio en el lugar y lo extraordinario de la situación lo llevaban a dudar a veces de sus mismas sensaciones. Tal vez mi estado no es el que creo. Tal vez no exista una mayor diferencia entre yo y aquellos hombres. Tal vez, incluso, no fueron bombas. Sí… tal vez, pensaba… pero entonces qué. Una rata lo mirada desde una de sus piernas. Por un momento pensó que esa rata sabia la respuesta. De haberle preguntado, incluso, tal vez podría haberle contado algo. Pero no preguntó. La miró simplemente, a los ojos, para saber que no era ella. No soy tú, se escuchó decir. No recuerda mucho más, después de aquello.

viernes, 28 de enero de 2022

Nadar en el río.


Nadar en el río por dos horas. No darse cuenta del tiempo, mientras nadas en el río. Dejarte llevar por la corriente, cada cierta distancia. Cansarte y descansar, mientras lo haces. Observar tu entorno y descubrir que no reconoces el lugar. Comprender que estás lejos de la orilla que recuerdas. Nadar y acercarte entonces a otra orilla. Caminar entre las rocas. Salir del río. Aparentemente salir del río. Secarte con el viento. No reconocer el lugar por que caminas. Las rocas. La tarde que comienza a caer. Descubrir que todo es como otro río. Un nuevo río en cuya orilla comienza el otro viejo río. El que te trajo hasta este sitio. Por el que viajaste hasta este sitio. Avanzas por el lugar y observas con atención todo lo que encuentras. Arbustos, moscardones, pájaros similares a los que observabas antes de entrar en el primer río. Entonces una cabaña. Una pequeña cabaña. Similar a aquella en que estabas antes de ingresar al primer río. Un poco más oscura, tal vez. Con cortinas más oscuras. Un poco más abandonada. Probablemente haya un hombre similar a ti en ese sitio. Tras las cortinas. Similar a ti, pero en un lugar distinto. Pasas cerca de la cabaña. Escuchas voces extrañamente conocidas. Robas una toalla que está colgada en una cuerda. Te envuelves en ella y decides buscar nuevamente el río. Alejarte de esa cabaña y buscar aquella que te pertenece. Yo no soy ese hombre, te dices. Llegas a la orilla. Te preparas a nadar nuevamente.

jueves, 27 de enero de 2022

Lo que te salva.


No es el arte lo que te salva, me dijo. No es el arte en ninguna de sus formas. No es la literatura, no es la música, no es la pintura, por ejemplo. Tampoco es la naturaleza quien te salva. No te salva el silencio ni la luz del sol. Tampoco te salva la oscuridad ni los sonidos de la noche. No son los otros quienes te salvan. No te salva tu familia, ni los amigos. Mucho menos el amor. Ni eso que llaman amor. No te salva el yoga. No te salva el cristianismo ni el budismo. No te salva el dinero, por supuesto. Tampoco te salva el conocimiento ni la ignorancia. No te salva la paz ni la guerra. No te salva el fuego. No te salva el dolor. La alegría, por cierto, tampoco te salva. No te salva un hijo. No te salvan dos, n tres ni diez hijos. No te salva la vida ni una bala en la cien. No te salva la política ni el bien común. No te salva el deporte ni la vida sana. No te salva el trabajo. No te salvan Dios ni los ángeles. No te salva la tecnología ni la ciencia ni la medicina. Tampoco te salvas tú, cuando quieres salvarte. Es imposible salvarte, de hecho, cuando quieres salvarte, me dijo.

Pero entonces… intenté decir.

Entonces no lo digas, me interrumpió.

miércoles, 26 de enero de 2022

Disfraz de policía.


Conozco a un policía, que fue a una fiesta de disfraces, disfrazado de policía.

No lo hizo, en todo caso, utilizando su uniforme oficial.

Para eso, arrendó en una tienda un disfraz de policía, de escasa y dudosa calidad.

En la fiesta, por cierto, casi nadie lo conocía ni sabía de su trabajo.

Por lo que el tipo estaba un poco solo, y no tenía -me pareció-, con quien hablar.

Tal vez por esto, se tomó varios tragos en una esquina, que se preparaba él mismo.

Solo entonces, lo vi acercarse a una chica y lo escuché decirle que él era policía.

La chica, supongo, pensó que se refería al disfraz.

Eso concluyo pues ella le contestó que era Cleopatra.

Cuestión que, por supuesto, concordaba con su aspecto.

Lo que vino entonces fue una extraña y absurda conversación en la que él intentaba explicarle que era realmente un policía.

Mientras ella, por supuesto, pensaba que él bromeaba e insistía también, en respuesta, que ella era Cleopatra.

Él sacó entonces una placa en sus bolsillos y se la mostró a la mujer.

Desde donde estaba, sin embargo, no pude distinguir si la placa era original o si era alguna que venía con el disfraz.

Lo cierto es que ella, en retorno, se sacó una de sus joyas y se la mostró al policía.

Yo, desde la distancia y para no ser menos, saqué una cerveza y la levanté en su dirección para que ambos la vieran.

Atrás de ellos, me fijé de pronto, había un tipo disfrazado de árbol del conocimiento.

Ese que se conoce como el del bien y del mal.

martes, 25 de enero de 2022

Buenas intenciones.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

La oscuridad no mata a nadie.

La princesa es el dragón.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

No respiramos bajo el agua.

Al menos hay un muerto entre nosotros.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

Abandonó a sus padres y a sus hijos.

Su oferta fue parcialmente insuficiente.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

Lázaro en pie, por un poco más de tiempo.

La humanidad no quiere ser purificada.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

Ellos decían merecer lo que no tuvieron.

Los mentirosos cantaron, esa noche, villancicos.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

Vendió caro su silencio.

Las ratas le comieron los dedos de los pies.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

De haber sabido antes hubiese ayudado con gusto.

El prójimo de mi prójimo no es mi prójimo.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

Nadie creía en un inicio, pero ocurrió lo que tenía que pasar.

La iglesia está vacía, desde entonces.


Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

Incluso el perro aquel, que le mordió un tobillo.

Aunque viva sola, ella cocina para alguien más.



Repitan conmigo:

Todos tienen buenas intenciones.

Todos tienen buenas intenciones.

Todos tienen buenas intenciones.


Y la historia está contada, aunque no lo parezca.

domingo, 23 de enero de 2022

Junté dinero y me compré una gaita.


Junté dinero.

Por unos meses -casi un año-, junté dinero.

Junté dinero, como decía, y me compré una gaita.

Una gaita económica, digamos, para ser gaita.

Como condición exigí únicamente que fuese escocesa.

Hecha en escocia, me refiero, no solo de apariencia o con un diseño típico.

La elegí yo mismo, luego de investigar un poco.

Venía desde Uruguay, la gaita.

O sea, desde allá la enviaron.

La habían comprado directamente en Escocia, principalmente como adorno.

La tenían en una recepción, en una especie de hotel pequeño.

Se habían decidido a venderla, y yo vi el anuncio.

Y claro, compré la gaita.

Llegó una semana después de la compra, bastante bien embalada.

Desembalé la gaita, con cuidado, y la tomé con cuidado.

Daba la impresión de ser un animal.

Un animal extraño, aturdido probablemente y fuera de su hábitat.

Entonces, la puse sobre una mesa y me senté frente a ella, observándola.

Reconocí y enumeré algunas de sus partes.

Tubos de palisandro, cubierta de tartán escocés, soportes chapados…

Sentía algo humano, al mirarla.

Algo levemente humano, me refiero.

Eres más como un gato que un pulpo, le dije.

Un gato borracho, claro, abandonado de sí mismo.

La gaita no respondió.

Me parecía que estaba molesta.

Yo le encontraba razón.

Y es que me sentía mal por haber pagado por ella.

Siempre me pasa eso cuando compro algo.

Siento que abuso de aquello que compro.

Que fuerzo a estar conmigo a algo que no me pertenece.

Que obligo a aquello que compro a firmar un contrato o establecer un pacto.

No sé bien qué hacer contigo, le dije.

De todas formas, el mundo es tuyo.

Le dejé la ventana abierta por si quería irse y la puse frente a ella.

A la mañana siguiente descubrí que se había ido.

La gaita que había llegado el día anterior se había ido.

De paso se había llevado mi notebook, la billetera y un par de cosas más que descubrí que no estaban, con el tiempo.

La imagino en Escocia, cuando la recuerdo.

Pensando que logró volver, quién sabe cómo.

Me tinca que debe hablar mal de mí, si es que me recuerda.

Le deseo lo mejor, de todas formas.

No sé si lo dije o no lo dije.


No sé si lo dije o no lo dije.

Pero sé que, si lo dije, lo dije mal.

También sé que, si no recuerdo si lo dije
es porque decirlo
no era algo realmente necesario.

Por lo mismo, si lo dije,
aunque no recuerdo si lo hice
y aunque lo haya dicho mal,
me arrepiento de haberlo posiblemente dicho.

En serio me arrepiento.

Hoy me pasan esas cosas.

Arrepentirme, me refiero.

En este caso, por ejemplo,
arrepentirme de todo aquello que no brota
realmente
de una necesidad.

Es extraño ¿no creen?

No digo que sea extraño arrepentirse,
disculpen si lo dije mal.

Yo digo que es extraño
-o extraña en este caso-,
la dificultad que tenemos para diferenciar
aquello que hacemos y que nace de una necesidad
de aquello que no nace de ella misma.

¿Lo han pensado, acaso?

Y si lo han hecho, podrían decirme
¿desde dónde nace lo que no nace
desde una necesidad?

Lo pregunto sinceramente,
pues yo, al menos,
no logro llegar a respuesta alguna.

Solo me parece extraño -y hasta absurdo-,
que surjan acciones, palabras u otras “cosas”
desde la ausencia no ya de necesidad,
sino desde una ausencia general,

Desde una ausencia absoluta, digamos.

No me parece aceptable todo eso.

No sé si lo dije o no lo dije.

sábado, 22 de enero de 2022

El centro.


En la penúltima carta nos dijo que había encontrado el centro. Nos explicó que llevaba años buscándolo, aunque en realidad nosotros nunca le escuchamos hablar de eso, con anterioridad. La carta era confusa y por un momento pensamos incluso que se trataba de un engaño. Que al final del escrito nos iban a pedir dinero o algo así, aunque no ocurrió, por supuesto, nada de aquello. De hecho, ni siquiera podría decirse que la carta esa tuviese un final. Se cortaba abruptamente en mitad de una frase y luego estaba su firma, impresa más abajo, a modo de despedida. La leímos varias veces para sacar algo en limpio, pero lo único que logramos entender con claridad es lo que les comentaba en un inicio. Es decir, que había encontrado el centro. Ni siquiera decía de qué, pero parecía ser algo físico. Me refiero a que no hablaba de un centro propio, interno, sino de un centro mayor. No era “un centro”, sino “el centro” y eso lo repetía en varias ocasiones, como para reforzar la importancia de lo que había realizado. Así, sin siquiera despedirse y terminando abruptamente su escrito terminaba esa, la penúltima carta, en la que nos hablaba sin vernos y aparentemente desdibujándose también, él mismo. Está atrapado, en el centro, recuerdo que dijimos. E imaginamos que el centro era una especie de resumidero, por donde él terminaría desapareciendo, de un momento a otro.

La última carta, lo crean o no, llegó en blanco. En la única hoja dentro del sobre venían apenas unas líneas que no se tocaban en punto alguno. Y al final su firma.

Yo la guardé durante unos meses, para ver si con el tiempo la entendía.

Y entonces pasó el tiempo.

viernes, 21 de enero de 2022

Nací tres veces el mismo día.


Nací tres veces el mismo día. Tres veces yo, digamos. Lo comprendí entonces, tres veces, pero es entonces cuando hay que elegir entre esa comprensión o el entendimiento básico que te permite sobrevivir de forma tradicional, unificando tus nacimientos. O intentando hacerlo, al menos.

Elegí el entendimiento básico, por cierto, pero eso no niega que nací tres veces el mismo día. Lo desplaza, digamos, pero no lo borra. Te transforma en trenza, de cierta forma, pero el principio y el fin siempre permite recuperar los tres yo que somos, cada uno. Aunque en este caso solo yo.

Sí. Nací tres veces el mismo día. De una madre que también era tres madres y en un mundo que también era tres mundos. Todo funciona bien, pero el entendimiento ese que elegí -y que probablemente tú también has elegido-, hace que el mundo se desenfoque y de pronto ya solo puedes percibir uno. Y el universo se oscurece y los astros se transforman en platos. Y es tan fácil quebrarlo todo, que mejor olvidas. Esa es la forma de ir con cuidado, por defecto.

Mientras creces, sin embargo, te acercas a la comprensión que se traduce de pronto en morir tres veces. Tres veces el mismo día. Tres veces muerte. Y hasta hay algunos que aventuran, entonces, a intentar comunicarlo.

Aunque no sepan.

jueves, 20 de enero de 2022

Para construir un helipuerto.


Para construir un helipuerto basta con encontrar un lugar plano, lejano a cables, árboles, construcciones livianas y otros cuerpos que puedan obstaculizar la visión y/o el aterrizaje. Luego pintas una H grande en el suelo y ya está.

Yo he construido cinco y salvo por la H, que a veces no me queda muy bien, todo ha salido de buena forma.

Bueno, en realidad una vez hubo un problema, pero fue ocasionado por un error del piloto y por la invasión del helipuerto por parte de un perro que no dejaba de ladrar.

¿Qué pasó entonces?

Pues ocurrió que el perro dejó de ladrar, finalmente, pero el helicóptero terminó volcándose un poco. De verdad fue poco, no les miento, aunque lo suficiente como para que la hélice principal tocase el piso y entonces pedazos de ella saltaran en todas direcciones y hubiese una pequeña explosión y unos cuántos heridos y hasta parece que un muerto, aunque hoy no podría asegurarlo.

Igual yo no tengo culpa alguna en esto, claro está. O sea, es algo obvio para mí, al menos, pero de todas formas suelo mencionarlo porque más de alguno puede pensar que hablo así del tema porque temo dar con algo que ni siquiera sé que es. Y que tampoco sé si exista.

Y es que la gente suele complicar las cosas, pero yo afirmo no debiese ser así.

Prefiero las cosas simples, como se habrán dado cuenta, por eso construyo helipuertos y hablo de esta forma.

No conozco otra, por cierto, ni tampoco quiero hacerlo.

Así está bien, digamos.

Sí. Así está bien.

miércoles, 19 de enero de 2022

Una réplica.


Me dijo que nos juntáramos en Vicuña Mackenna con Américo Vespucio, junto a una réplica del cohete en que se realizó la expedición Apolo 11, que llevó -supuestamente-, al hombre a la luna hace poco más de medio siglo.

Supongo que la réplica del cohete quedó ahí desde que se conmemoraron los 50 años de aquel hecho, tras ser donada por un empresario de la comuna quien luego de no ganar una licitación -ya había obtenido varias, tras otros extraños aportes-, se negó a sacarla y la dejó ahí, a pesar de los reclamos del alcalde.

Me dijo, además, que nos juntáramos a una hora exacta, que por lo demás es fácil de identificar pues en el lugar hay un campanario que avisa la hora con sonidos que se perciben fácilmente en todo el sector.

Los sonidos de las campanas, por cierto, se reproducen a partir de una grabación. A pesar de esto, las personas suelen mirar las estáticas campanas mientras la grabación avisa, cada vez que se cumple una hora, el paso del tiempo.

De esto me enteré, por cierto, una vez llegado ahí, pues acostumbro llegar antes cuando debo reunirme con alguien, da lo mismo la situación o el contexto particular.

Fue entonces que, mientras miraba el falso cohete y descubría el inefectivo campanario, tomé la decisión de irme de aquel lugar, pues decidí que eso de las réplicas no era ni es lo mío.

No intenté, por cierto, explicar lo ocurrido.

Aunque tampoco es que hubiese, necesariamente, obligación de hacerlo.

martes, 18 de enero de 2022

Dónde.


Como hace tiempo escribí un breve prólogo para una obra de Gaiman, me invitaron a un encuentro al que, supuestamente, iban especialistas de su obra. Llegué tarde al encuentro, pero me hicieron un espacio y hasta me presentaron de buena forma ante un grupo de cinco personas que discutían acaloradamente sobre la trascendencia literaria de la obra de Gaiman, en especial sobre su valor en el ámbito del cómic y la novela gráfica.

Mientras discutían pedí que me trajeran algo para tomar y me trajeron una extraña botella de vidrio, donde venía un líquido que me pareció jugo de guayaba, bastante bueno. Tanto así que pedí otro.

Mientras lo saboreaba me interpelaron entonces un par de aquellos que discutían, para preguntarme mi opinión.

-¿Mi opinión sobre qué? -les pregunté.

Entonces, sonrieron un poco pensando que bromeaba y me explicaron en detalle sus apreciaciones para que yo, supongo, me aliara con alguna de sus posturas.

-No estoy de acuerdo con nada -les dije, luego de escucharlos-. Pero tampoco pienso otra cosa. Solo me gustaría señalar que la palabra trascendencia no tiene en conversación alguna ningún significado válido. Eso y que el jugo de guayaba está excelente, sobre todo para ser envasado.

Ellos me moraron pensando que había dicho eso para hacerme escuchar y que ahora comenzaría a hablar. Pero no dije nada más durante el encuentro, en lo absoluto.

Me preocupé eso si de investigar los datos impresos en la botella, donde se señalaba que el jugo estaba hecho con un agua mineral noruega y extracto natural de guayaba, sin excipientes ni azúcares añadidos.

Cuando terminó el encuentro y me iba del lugar, escuché que uno de los tipos comentaba que me conocía de años atrás, que probablemente había llegado borracho, pero que en el fondo no era yo una mala persona.

Pensé en regresar y encararlo, diciéndole que se equivocaba en todas sus apreciaciones, pero finalmente lo dejé pasar.

Si hay algo importante ha de estar en otro sitio, me dije.

Pero no sabía dónde.

lunes, 17 de enero de 2022

Trampas.


No recuerdo el nombre, pero una vez vi una película checa en la que había un personaje que tenía llena su casa de trampas para ratas. Trampas de distinto tipo, por cierto, aunque las que más abundaban eras las típicas ratoneras que se cierran bruscamente ante el peso de algo o el movimiento producido en la carnada.

Lo extraño del asunto era que en la casa de aquel personaje no había ratas. Y este hecho, extrañamente, no era algo ignorado por ese personaje.

Esto se evidencia claramente en una escena en que el hombre es cuestionado por una vecina que le pregunta, justamente, para qué le sirven tantas trampas si no tiene ratas.

Ante esto, el personaje le dice que justamente las trampas le sirven para no tener ratas. Y no solo para atemorizarlas, sino también para saber que no las tiene. Cuestión que comprobaba al encontrar las trampas vacías y no activadas.

-Usted, por ejemplo -le pregunta este personaje a la misma vecina-, ¿cómo sabe que en su casa no tiene ratas?

La película, que por lo demás se trataba de un párroco que intentaba convencer a sus feligreses sobre la omnipresencia de Dios, no está en Netflix ni otras plataformas.

Si alguien recuerda el nombre, ruego comunicarlo en un mensaje.

Dejo este texto como una trampa, pro cierto, aunque no sé bien qué es lo que atrape.

domingo, 16 de enero de 2022

Chaqueta y corbata, si es posible.


-Chaqueta y corbata, si es posible -le dijo.

-¿Chaqueta y corbata?

-Sí. Chaqueta y corbata. Solamente si es posible.

-¿Qué quiere decir eso?

-Quiere decir exactamente lo que dije. Que vengas con chaqueta y corbata si es posible.

-Pero está claro que es posible.

-¿Cómo…?

-¿Por qué mejor no me dices directamente que venga con chaqueta y corbata? Tú sabes que tengo esas prendas… ¿De qué forma eso podría no ser posible?

-Podría no ser posible si no pudieras venir con chaqueta y corbata. Y para mí, por supuesto, sería absurdo pedirte algo imposible.

-Dices palabras de más. Eso es absurdo.

-Decir palabras de más no es un absurdo. A lo más es algo reiterativo, pero no lo vuelve absurdo.

-No decir directamente lo que quieres o lo que solicitas es absurdo. Dar una vuelta de más. No seguir el camino más corto entre lo que solicitas y la forma en que disfrazas solicitarlo…

-¿Sabes…? No debieses complicarte tanto. Si no puedes venir con corbata y chaqueta no lo hagas. Eso es todo lo que digo. Por mi está bien si no puedes.

-Pero sí puedo. Y sabes que puedo. Por eso dar esa alternativa es simplemente disfrazar una orden.

-No es una orden si te digo que no lo hagas si no puedes.

-Claro que es una orden. Me estás mandando a hacerlo si es que puedo. Y sabes que puedo. Eso lo vuelve una orden.

-Pues si no puedes entenderlo de otra forma entiéndelo así.

-No entiendes. Ni siquiera me molesta que sea una orden. Me molesta que lo disfraces…

-Si no puedes evitar que te moleste, puedes molestarte…

-No tiene sentido que intente explicarlo… Me parece que vamos a dejar esto hasta acá, simplemente.

-¿Seguro? ¿Por la chaqueta y la corbata, nada más?

-Nunca has entendido una mierda.

sábado, 15 de enero de 2022

Lo que hay que saber.


Sé nada o muy poco de lo que hay que saber, me dijo. Pero sin duda estoy bien enterado de todo aquello que acostumbra nombrarse como “saberes inútiles” o en el mejor de los casos “poco prácticos”.

¿Y eso es bueno o es malo?, le pregunté, tratando de entender a dónde quería llegar.

Es, me contestó. Solo es. No es ni bueno ni malo... Me cuesta explicarlo, pero lo que quiero decir es que no me siento mal con eso... Me refiero a que no sé lo que hay que saber, pero eso, sin duda, lo saben los otros, pues justamente hay que saberlo. Por ejemplo, si yo no sé lo que hay que saber es muy probable que tú lo sepas, así que yo puedo ir y directamente preguntártelo…

Pero dame un ejemplo concreto, le dije.

¿Un ejemplo concreto de algo que no sé y que hay que saber?, me preguntó.

Exacto, confirmé.

No puedo, me dijo. ¿Cómo pretendes que diga algo que no sé?

Pero es algo que debieras saber, alegué.

Claro, eso te decía en un inicio, pero yo no sé esas cosas, se excusó. Debieses ser tú, de hecho, quien me dijera qué es aquello que no sé ya que tú lo sabes, seguramente.

¿Y entonces?, pregunté.

¿Entonces qué?, replicó.

¿A que viene todo esto?, le dije. ¿A dónde querías llegar con aquello que decías?

¿Eso es algo que yo debiese saber?, me preguntó.

Por supuesto, le dije.

Pues con mayor razón no lo sé, me contestó. Ya ves, cómo solo sé cosas sin importancia.

Así veo, decidí decir, para no seguir con la discusión.

No. En realidad no ves, me replicó, como si quisiese forzar en mí otro tipo de respuesta.

Y claro, yo me enojé un poco y entonces le dije:

viernes, 14 de enero de 2022

El asiento eyector.


I.

Lo más extraño que he comprado por internet fue un asiento eyector. Venía con todo el mecanismo original, pues el avión provenía del desmantelamiento, aunque en la venta se aseguraba que funcionaba correctamente.

Hubo algunos problemas al ingresarlo por aduana pues un revisor cuestionó su origen militar (pertenecía a un modelo de avión que en algunos países se utiliza como parte de la fuerza aérea), por lo que tuve que ir a declarar y llenar varios papeles para lograr ingresarlo, finalmente.

En uno de esos papeles -el definitivo, a mi parecer-, declaré que el asiento eyector era parte de un proyecto artístico. Arte conceptual, señalé, para que dejasen de preguntar.

Fue así que conseguí tener mi propio asiento eyector.

Mintiendo, digamos, pues no sabía realmente para qué lo quería.


II.

Dejé en el patio de la casa el asiento eyector. En el sector más despejado, como si pretendiese usarlo.

Hasta ahí iba, de vez en cuando, a sentarme en él.

Por otro lado, si había amenaza de lluvia lo movía bajo el alero de la casa -no entraba por la puerta-, y lo protegía con nylon, por si acaso.

Me sentía bien al sentarme en él y tener el botón eyector -literalmente- al alcance de la mano.

No lo apretaba -solo se podía usar una vez, además-, pero me gustaba sentir que existía el mecanismo para salir eyectado de ahí. De una sensación que no quisiese o de un momento de mi vida que me estuviese agobiando.

En este sentido, creo que tener el sillón -si bien no apreté el botón en esas ocasiones-, me permitió elegir no hacerlo. No huir, digamos. Saber que podía y no hacerlo. Y entonces, por decisión propia, hacer algo distinto.


III.

Leo lo que escribí anteriormente y tal vez suene exagerado eso de “hacer algo distinto”.

Me refiero más bien a no apretar el botón eyector. Hacer algo distinto a no huir. Permanecer, de cierta forma, aunque permanecer por elección es siempre distinto a permanecer porque no hay opción de dejar de hacerlo.

Ir a sentarme en el asiento eyector, de esta forma, se convirtió en algo así como una acción purificadora. Y según fuera el caso el asiento podía considerarse una pila bautismal o hasta una piedra de sacrificio.

¿Existe todavía el asiento eyector? ¿Apreté el botón, finalmente?

Sé las respuestas, por supuesto, pero escribirlas acá -ahora-, sería como apretar yo por usted -querido lector-, el botón que le permitiera salir eyectado de este texto y devolverlo a dónde vino.

Pero eso, como intuirá usted, es tarea suya.

Yo, -y esto lo digo humildemente-, ya cumplí con mi parte.

jueves, 13 de enero de 2022

Un planeta que brilla y que no es una estrella.


Ella pensaba que en un lugar del universo debía haber un planeta que brillase por sí mismo y que no fuese una estrella. Tenía que haberlo, pensaba, si se pensaba en la gran cantidad de cuerpos que lo poblaban y las probabilidades que otorgaba aquella vastedad para la existencia de casi cualquier cosa.

Si bien parecía ser una imagen más poética que científica -y que ponía en entredicho el mismo concepto de planeta-, ella creía fielmente en ella, y hacerlo le daba cierta fuerza como si el creer en esa posibilidad fuese también una luz que mantenía encendida en sí misma.

Un planeta que se baste a sí mismo, explicaba. Que contenga la luz y el calor necesario para ser de cierta forma un universo en sí mismo. En otras palabras: una forma de existencia bella y autosuficiente.

Era extraño, pero escuchándola hablar, uno hubiese pensado que esos dos últimos términos (el de la belleza y la autosuficiencia) eran en realidad, para ella, una misma cosa. Una especie de planeta también, con luz dentro, me atrevería a decir, para reutilizar la imagen. Sí, en ese momento no lo comprendí, pero ahora entiendo que eso era.

La belleza de la luz de ese planeta radicaba en eso.

miércoles, 12 de enero de 2022

Amiguito castor.


Lo vi en un programa que hablaba de comportamiento animal. Lo hacían de forma jocosa, narrando anécdotas o entregando datos curiosos que apoyaban con imágenes y explicaciones de especialistas. Lo que vi en esa oportunidad estaba referido a los castores. Decían que, en cada grupo, de un momento a otro y sin previo aviso, uno de los individuos comenzaba a boicotear el trabajo de los demás. En este caso, dicho boicot se manifestaba en querer destruir esos diques que los castores construyen para almacenar el agua.

Así, a través de una narración que buscaba ser alegre, mostraban cómo uno de los castores, cuando los demás no lo veían, comenzaba a desarmar partes del dique, debilitándolo y haciendo que este no cumpliera de buena forma su cometido, pudiendo provocar incluso su destrucción, en algunos de los casos.

Lo que no era tan alegre, sin embargo, era lo que hacían los castores cuando descubrían a aquel individuo del grupo que atentaba contra el trabajo de los otros. Aquí, si bien las imágenes no mostraban demasiado, se comentaba que el grupo provocaba la muerte del castor, quien -extrañamente pues esto iba contra su instinto-, aceptaba el ataque de los otros sin siquiera intentar defenderse o huir de aquel ataque.

Como si supiera que enterrase de la verdad tiene siempre un costo, dice entonces el narrador del programa, sin explicarse demasiado. Así acepta la muerte, este amiguito.

martes, 11 de enero de 2022

Déjame adivinar.


I.

Mejor no me digas, le dijo.

Déjame adivinar.

Ella lo escuchó y aceptó la propuesta.

Él se sentó frente a ella y la miró a los ojos.

Por largo tiempo la miró.

Entonces él intentó dar con la respuesta.

Varias veces lo intentó.

Pero no acertó ni en lo más mínimo.


II.

Yo pienso que hizo trampa, dijo después, cuando me contó el asunto.

No quiso aceptar que yo supiera.

Como yo no comprendía me explicó en detalle la situación.

Intenté escucharlo atentamente.

Debo admitir que me costó hacerlo.

Y es que la situación concreta era tan intrascendente que me distraje varias veces.

Pasaron los minutos.

De todas formas, no se trata de tener o no razón, me dijo, finalmente.

Además, la historia en cuestión, tampoco es importante.

Yo le di la razón en eso último.

Lo importante es que hizo trampa, dijo entonces.

Yo asentí.


III.

Hablé con ella tiempo después.

Luego de conversar largo rato comprendí que me estaba contando el mismo hecho.

Aunque otra versión, por supuesto.

Fingí no saber nada del asunto.

Tampoco es que supiese mucho, de todas formas.

Ella estaba tan molesta que terminó acostándose esa noche conmigo, por puro rencor.

Pasaron las horas.

Despertamos confundidos.

Ella seguía molesta, pero no de la misma forma que la noche anterior.

Yo sé por que lo he hecho, pero estoy segura que tú no, me dijo antes de irse.

Me despedí.

Ni siquiera intente averiguar si su apreciación era cierta.

lunes, 10 de enero de 2022

Muchas cosas.


Muchas cosas, es cierto. Pero te confundes si piensas que hablo de tener. No sé tener. Pierdo todo, sabes. Dejo escapar. Extravío. Y claro, por eso mismo te digo “muchas cosas”. Pero lo digo como si dijera mucho tiempo. Muchas cosas entre aquel entonces y ahora. Muchas cosas que no quise atrapar. Que no intenté retener pues comprendí que no sabría hacerlo. Muchas cosas, te digo. Igual como alguien dice “mucha pena”, “mucho aire” o “mucha agua”. Mis manos no apresaron nada, ¿sabes? No supieron. Probablemente mis manos ni siquiera saben que son manos. O lo olvidaron ya. Y cuando lo supieron aprendieron que eso fue un engaño. O un equívoco, más bien. Muchas veces te vi, ¿sabes? Vi tu rostro en muchas cosas. Tu aliento en muchas cosas. Pensé que te desdibujarías en ellas. Que el tiempo haría su trabajo, como dicen por ahí. Pero muchas palabras tampoco aseguran nada. Espero que también tú hayas descubierto aquello. Después de todo, no tenemos muchas verdades, ni muchos corazones, ni muchas vidas. Todo lo que es mucho no es nuestro. Y sufrimos justamente porque no comprendemos eso a tiempo. Porque nos rodeamos de cosas. De sensaciones que queremos apresar. Muchas cosas, es cierto. Demasiadas cosas. No sabemos ser sin ellas. No sabemos quiénes ser. Mírame a los ojos. Inténtalo. Deja que huyan de ti muchas cosas. No hablo de tener o dejar de tener. Hablo de dejar ir. Tú sabes de qué hablo.

domingo, 9 de enero de 2022

Imposible, según R.


A veces R. llegaba un poco más oscuro. Menos optimista, digamos, aunque al mismo tiempo más locuaz. Como si hablando pudiese librarse de esa oscuridad que sabíamos le molestaba.

-Todo resulta imposible -decía entonces-. Imposible como la línea recta.

Callaba entonces por un momento esperando que alguno de nosotros se aventurase con alguna pregunta. Como si necesitase de una excusa para desarrollar explicaciones que siempre versaban sobre la imposibilidad de algo que, para nosotros al menos, resultaba posible y evidente.

Eso ocurrió, por ejemplo, con lo de la línea recta.

Así, tras lanzar su primera observación, pasó esa vez largo rato explicando por qué era imposible la línea recta. Detallaba razones mientras dibujaba en la superficie de una mesa recalcando que incluso, desde el mismo concepto, la existencia de este tipo de línea es un absurdo.

-Y desde el absurdo -seguía entonces-, es por extensión un imposible. Otro imposible, más bien… Uno más de todos los que nos rodean.

Así, explicando siempre a partir de analogías, R. acostumbraba explicar su pesimismo. Fundamentarlo ante nosotros. Hacerlo válido, de cierta forma.

Y es que, al hacerlo válido, lo cierto es que R. estaba sacando fuera de sí aquello que lo molestaba. Que lo oscurecía, como decía en un inicio.

Toda una terapia, digamos.

Y uno aquí, por supuesto, realizando la propia.

sábado, 8 de enero de 2022

Francesco lo supo.


Francesco lo supo, por eso se quedó en Roma. No quiso irse nunca a pesar de las ofertas. Comprendió, como pocos, que todo siempre ha sido Roma. Imperio sobre imperio. Ruina sobre ruina. Nunca ha habido otro imperio. Aunque a veces lo parezca, no ha habido otro imperio. Cambiamos materiales y dialectos. Cambiamos objetivos y formas de ir a la guerra. Cambiamos formas de luchar nuestras batallas. Pero nada más cambiamos. Esa es la verdad que prevalece. Todo siempre ha sido Roma. Y no se puede huir de Roma. El imperio es tan vasto que irse es una opción absurda. Malls y coliseos. Cónsul, emperador, rey y presidente. Todo siempre ha sido del César. Francesco lo sabía. Una vez lo dijo, de hecho. Directamente lo dijo. Yo vi y escuché la declaración cuando explicaba por qué se negó a no fichar por el Real Madrid. Sobreponemos camisetas unas sobre otras, pero siempre todo será Roma. Reescribimos siempre sobre la misma hoja. Pintamos una y otra vez sobre un único lienzo. Somos siempre la misma piel y la misma carne. Todos siempre ha sido Roma. K. Dick lo supo. Francesco lo supo. Roma los vio débiles y permitió que lo supieran. Los dioses se revelan, después de todo, a quienes nunca los podrán ver. Todo siempre ha sido Roma. Y el fuego.

viernes, 7 de enero de 2022

Boomerangs.


¿Ves ese niño? Pues si te fijas, comprenderás lo que te digo. Ese niño es un boomerang. Va y vuelve, si te fijas, hasta la mano de su madre. ¿No lo ves? Pues si no lo haces te recomiendo dar un par de pasos atrás para ver todo más claro. Sin duda es un boomerang. De hecho, si te fijas, todos son un poco boomerang. A nadie le gusta serlo, pero lo cierto es que todos lo son. Todos lo somos, más bien. Volvemos al lugar de donde partimos, a no ser que nos estrellemos contra algo. Y aunque nos estrellemos, en realidad, volvemos de igual forma, aunque a través de una órbita distinta. Sin ser conscientes de ello, por supuesto.

Da lo mismo si piensas esto en el eje del espacio o en el del tiempo. En ambos ejes podemos ubicar puntos de origen y hacer el experimento. Todos somos boomerangs, aunque no queramos. Perros que van a buscar la pelota que somos en realidad nosotros mismos y la volvemos a dejar a nuestros pies. Todos somos boomerangs. Los astros incluso, los planetas son boomerangs. La sangre que bombea en el cuerpo es un boomerang. Tus oídos que oyen ms palabras. Y mis palabras, por supuesto.

Ya verás que es cierto.

Ya verás que es cierto, aunque no quieras.

jueves, 6 de enero de 2022

Desmontar motores.

"Qupítale el ritmo, me dijo.
Asegúrate que incomode".


Desmontar motores.

Si le preguntaran qué quiere hacer en su vida él responde aquello.

Desmontar motores.

No sé qué imagina cuando lo dice, pero se ve alegre cuando lo hace.

Como si aquella frase -y la acción detrás de la frase-, tuviese un sentido oculto que solo él comprendiese.

Un sentido que, sin duda, le permite sostener en alto su propia vida.

O sentir que lo hace, al menos, mientras vuelve a sonreír y repetir la frase.

Desmontar motores.

Luego intenta explicar razones.

Esbozar ideas.

Y claro, yo intento comprender qué dice, mientras tanto.

Con esfuerzo, intento comprender.

Desmontar motores, repite varias veces.

Algo en qué gastar nuestra energía hasta que dormimos, cada noche.

Y es que desmontar un motor -para él, al menos-, debe ser similar a apagar la luz antes del sueño.

Eso es lo que entiendo que dice.

Entre otras cosas que no entiendo, eso es lo único que entiendo, me refiero.

Eso y esa frase que vuelve a sonar tras breves intervalos.

Desmontar motores.

Tal vez tenga razón, pienso entonces.

Tal vez sea esa una buena forma de poder conciliar el sueño.

Y desmontar el día, desde ahí, sea el método más eficaz para dormir tranquilo.

Desmontar motores, simplemente, hasta que el silencio sea blanco.

Hasta que el ritmo y la velocidad de todos sea la correcta.

Y entonces solo quede desmontar nuestras propias piezas.

Nuestros propios filtros, bobinas y engranajes.

Y entonces:

miércoles, 5 de enero de 2022

Le regalaron un rompecabezas.


Le regalaron un rompecabezas y se enojó muchísimo. O fue una mezcla, más bien, entre enojo y sorpresa. Era una situación extraña. Se comportaba como si nunca antes hubiese visto alguno. Por lo mismo, hubo que explicarle varias veces en qué consistía. Mientras lo hacían, observaba a todos con desconfianza y escepticismo. Incluso tocaba algunas piezas, sobre la mesa, intentando comprender, pero lo cierto es que no le encontraba el sentido. Probablemente creía que se estaban burlando. Que algo en eso estaba mal.

La imagen, al menos, le resultaba atractiva. Pero era la imagen que se veía en la caja. La imagen que debía armar, digamos. Y es que en las piezas ahí, dispersas sobre la mesa, no podía apreciar imagen alguna. ¿Para qué lo cortaron?, decía, mientras observaba las piezas y escuchaba las recomendaciones que le daban algunos. Muchas de ellas contradictorias.

Junta primero las de colores parecidos.

Comienza con las piezas de los bordes o esquinas.

Intenta armar primero la parte de la imagen que contiene la figura más grande.

Cosas así le decían, pero en realidad no estaba intentando todavía armar nada. Solo quería comprender el porqué de todo aquello. El porqué y el para qué de todo aquello.

Como no lo logró, decidió finalmente guardar las piezas en la caja. Intentó no mostrarse molesto con los otros, pero la situación había sido tan incómoda que el resto de la tarde todos siguieron estando tensos.

Ya en la noche, horas después que todos se habían ido, volvió a abrir la caja. Entonces, observó las piezas e imaginó que debía sentirse algo similar si mirabas el mundo, desde lo alto de una montaña.

Se durmió, de hecho, pensando en eso, por lo que soñó que todo era en realidad un montón de diminutas piezas. Juntas algunas, sobrepuestas, mal encajadas… pues no se tenía acceso a la gran imagen que debías formar.

Despertó horas después, sudando, mientras apretaba una pieza en una de sus manos.

Si la observó luego o no la observó es algo que desconozco y que, por lo demás, no creo que afecte mayormente a lo que tenía que contarles.

O eso es lo que creo ahora, al menos.

lunes, 3 de enero de 2022

¿La aspiradora?


-Hola, ¿tienes tiempo? Te quería contar algo.

-Dime.

-Pero si tienes tiempo, no más, sino te cuento cuando llegues a casa.

-Dime, ¿no es largo, cierto?

-No…

-Cuéntame entonces.

-Es sobre la aspiradora.

-¿La aspiradora?

-Sí, la roja… Esa que está en el mueble café a un lado de la cocina.

-La conozco. Solo tenemos esa aspiradora.

-Bueno… es verdad. El caso es que descubrí algo sobre la aspiradora.

-¿Tiene un romance con el microondas?

-¿Cómo…?

-Nada… Una tontera… Dime, ¿qué descubriste sobre la aspiradora?

-Es que la quise usar esta mañana, ya sabes, para pasarla sobre la alfombra… y entonces me di cuenta que no aspira.

-¿No encendió?

-No es eso, sí encendió… hacía ruido y todo… pero como que veía que todo quedaba más o menos igual, quise comprobar y entonces me di cuenta que no aspira.

-¿No aspira?

-No. No aspira. Suena y hace el ruido de siempre, pero no aspira.

-A lo mejor se atascó algo… Si quieres la reviso en cuanto llegue a casa.

-No, no hay apuro. Ya la revisé yo. Todo está en orden, solo que no aspira.

-¿Y entonces? ¿Quieres que busquemos una nueva…?

-Puede ser, pero lo que me daba vuelta era en realidad otra cosa.

-¿Otra cosa?

-Sí. Otra cosa.

-¿Qué?

-Es que pensaba que la aspiradora podía estar así desde hace mucho, sin que lo notásemos… o hasta que nunca haya aspirado…

-¿De verdad piensas eso?

-Es que no sé… hoy casi no me doy cuenta… Primero recordé que no la vaciábamos hace mucho y comencé a fijarme más… Y claro, entonces pensé que puede que otras veces pude encenderla y ocuparla y no darme cuenta que todo quedaba igual… ya sabes, medio sucio.

-Pues yo no he notado sucio.

-Yo tampoco, pero tal vez es justamente porque prendemos la máquina y entonces no nos damos cuenta.

-¿Como si fuera un placebo, dices tú?

-Sí, más o menos eso. Y como que me asusté al pensarlo.

-¿Hablas en serio?

-Sí… o sea, no con un temor común, como de que algo pudiese pasar… sino como un temor de habernos engañado todo este tiempo… y eso me dejó una sensación extraña…

-¿Y entonces me llamaste?

-Sí… o sea, poco después… Antes comencé a probar otras cosas, porque temí que el engaño fuese mayor… Ya sabes… pensé que el refrigerador probablemente no enfriaba, cosas de ese estilo.}

-¿Y comprobaste que sí?

-¿Qué sí qué?

-¿Comprobaste que las cosas sí funcionaban?

-Sí. Lo que revisé funcionaba todo salvo la aspiradora, aunque sigo con la impresión de que puede haber algo más que finge funcionar y en el fondo solo hace ruido, o enciende luces o vaya a saber qué método elige para engañarnos…

-¿Quieres que revisemos juntos los otros aparatos cuando llegue a casa?

-No sé... La verdad es que no entiendo bien qué quiero. Sé que es algo tonto, pero creo que te quería comentar la sensación nada más. Me afectó más de la cuenta… Si hasta creo que lloré un poquito cuando comprendí que la aspiradora no aspiraba…

-¿Lloraste?

-O sea, un poquito. Pero es que me dio pena… no era aspiradora… era solo una máquina que hacía ruido y que debo haber mal usado muchas veces sin darme cuenta de aquello…

-Sí, es cierto, suena un poco triste… ¿quieres que lleve algo especial para comer esta noche?

-No, no es necesario… ya te dije que solo quería contarte…

-Pues está bien. Te dejo entonces, para seguir con el trabajo. Podemos terminar de hablar esto cuando llegue a casa.

-Sí… igual no hay mucho más que agregar a lo que te contaba.

-Disculpa, pero tengo que cortar… Nos vemos más tarde entonces.

-Sí. No te preocupes. Nos vemos más tarde.

El diablo es un juguete a cuerda.


Según la teoría de V. el diablo es un juguete a cuerda. No metafóricamente sino de forma literal. Un juguete a cuerda cuya apariencia se desconoce a pesar que él se hace alguna idea. V. dice, por ejemplo, que es un juguete de lata, probablemente fabricado en Asia a principios del siglo XX. Un juguete que no tiene una apariencia clara y que, por cierto, tampoco es fácil adivinar su utilidad.

No es que antes del siglo XX no hubiese habido un diablo, pero V. plantea que desde esa fecha este habría pasado a ser un juguete a cuerda (no a estar en un juguete a cuerda, aclara con énfasis cuando se le escucha hablar).

V. no explica, por lo demás, un procedimiento exacto a través del cuál el diablo haya pasado a ser un juguete de cuerda, ni tampoco explica razones ni mucho menos entrega un cronograma en el que sea posible apreciar los cambios esenciales que el diablo habría tenido hasta llegar a ser este objeto, en la actualidad.

Según V., ha decidido revelar la verdad sin mediar fundamentos, pues plantea que la creencia en la verdad debe alcanzarse a partir de la fe y no de la certeza que puede crear el convencimiento a partir de criterios lógicos que deben evitarse -según él-, al adentrarse en estos temas.

Por último, V. señala que no tiene nada que recomendar si alguno da con el diablo (con el juguete a cuerda que es el diablo, más bien). Es decir, no invita a darle cuerda ni a destruirlo ni a nada en particular.

Lo que tiene que pasar pasa, después de todo.

V. solo quiso decir que el diablo es un juguete a cuerda. Nada más.

domingo, 2 de enero de 2022

¿Y la gente en el sótano?


Wingarden afirmaba que un hombre es lo que piensa que es. No lo que piensa de sí mismo, sino lo que piensa que es. Afirmaba esto y explicaba la diferencia entre estos pensamientos como si trazara una línea entre ambos.

No afirmaba muchas otras cosas -además de lo anterior-, Wingarden.

Lo extraño es que cuando intenta explicar diferencias entre dos “posturas”, como ocurre en el caso anterior, Wingarden parece fundamentar la diferencia entre ellas invalidando una, desde la otra; dejando en evidencia de esta forma cierta debilidad de ambas, y anulando desde ahí la prevalencia de cualquiera de ellas.

En otras palabras, podríamos decir que Wingarden nos advierte involuntariamente sobre lo peligroso que resulta ser el trazar líneas para racionalizar las bases de nuestras afirmaciones. Dejando claro, de esta forma, el costo que tiene para nuestras creencias el intento de explicación y de comprensión que queremos alcanzar.

Dónde sea que traces esa línea siempre estarás del lado equivocado, parece decirnos Wingarden, a este respecto.

Y claro, es entonces cuando debemos retrotraernos a la primera afirmación señalada en este texto. A saber: que Wingarden afirmaba que un hombre es lo que piensa que es.

Nótese aquí, por cierto, que yo mismo diferencio mi afirmación de la de Wingarden.

La diferencio, claro está, pero también la sustento, ya que mi afirmación consiste justamente en afirmar que Wingarden afirma que un hombre es lo que piensa que es.

Y ese es el proceso, justamente, del que quería en el fondo hablarles.

sábado, 1 de enero de 2022

Electrodomésticos.


Una casa llena de electrodomésticos. Eso quiere ella, aunque ni siquiera sabe de qué van. No le importa la utilidad, me refiero. Tampoco se preocupa de marcas, referencias ni especificaciones técnicas. Le gusta el nombre eso sí. El nombre y, ante todo, rodearse de ellos. Llenar la casa, digamos. Poblarla de algo genérico. Electrodomésticos. Eso es lo que ella quiere. Repite nuevamente la palabra y, mientras lo hace, parece otorgarle un significado distinto al habitual. Una y otra vez repite la palabra. La hace sonar como si abriese una llave para dejar correr el agua. Como un continuo. Electrodomésticos, dice. Electrodomésticos. Yo la escucho. Intentando no intervenir, lo escucho. Cuando indago un poco más ella habla al respecto. Me cuenta, por ejemplo, que para ella los electrodomésticos son algo así como entidades de flujo. Sí, eso es lo que dice. Entidades de flujo. Como me demoraría en explicarlo entiéndanlo ustedes como una especie de seres vivos no convencionales. Resuman en robots, si quieren, pero no eso. Es algo más cercano a cuerpos contenedores de un flujo que ella percibe, pero al cuál no pertenece. Electrodomésticos, digamos mejor. Digámoslo así y no expliquemos. Así al menos dice ella mientras me muestra dos de sus nuevas compras. Uno se lo compró para navidad y el otro llegó justo hoy, para comenzar un año nuevo. Se ve alegre y dice que por el momento no necesita más. No hoy, al menos. No creo que crea lo que dice, pero valoro que lo intente. Electrodomésticos, vuelve a decir, como si fuese un mantra. Electrodomésticos.

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