viernes, 14 de enero de 2022

El asiento eyector.


I.

Lo más extraño que he comprado por internet fue un asiento eyector. Venía con todo el mecanismo original, pues el avión provenía del desmantelamiento, aunque en la venta se aseguraba que funcionaba correctamente.

Hubo algunos problemas al ingresarlo por aduana pues un revisor cuestionó su origen militar (pertenecía a un modelo de avión que en algunos países se utiliza como parte de la fuerza aérea), por lo que tuve que ir a declarar y llenar varios papeles para lograr ingresarlo, finalmente.

En uno de esos papeles -el definitivo, a mi parecer-, declaré que el asiento eyector era parte de un proyecto artístico. Arte conceptual, señalé, para que dejasen de preguntar.

Fue así que conseguí tener mi propio asiento eyector.

Mintiendo, digamos, pues no sabía realmente para qué lo quería.


II.

Dejé en el patio de la casa el asiento eyector. En el sector más despejado, como si pretendiese usarlo.

Hasta ahí iba, de vez en cuando, a sentarme en él.

Por otro lado, si había amenaza de lluvia lo movía bajo el alero de la casa -no entraba por la puerta-, y lo protegía con nylon, por si acaso.

Me sentía bien al sentarme en él y tener el botón eyector -literalmente- al alcance de la mano.

No lo apretaba -solo se podía usar una vez, además-, pero me gustaba sentir que existía el mecanismo para salir eyectado de ahí. De una sensación que no quisiese o de un momento de mi vida que me estuviese agobiando.

En este sentido, creo que tener el sillón -si bien no apreté el botón en esas ocasiones-, me permitió elegir no hacerlo. No huir, digamos. Saber que podía y no hacerlo. Y entonces, por decisión propia, hacer algo distinto.


III.

Leo lo que escribí anteriormente y tal vez suene exagerado eso de “hacer algo distinto”.

Me refiero más bien a no apretar el botón eyector. Hacer algo distinto a no huir. Permanecer, de cierta forma, aunque permanecer por elección es siempre distinto a permanecer porque no hay opción de dejar de hacerlo.

Ir a sentarme en el asiento eyector, de esta forma, se convirtió en algo así como una acción purificadora. Y según fuera el caso el asiento podía considerarse una pila bautismal o hasta una piedra de sacrificio.

¿Existe todavía el asiento eyector? ¿Apreté el botón, finalmente?

Sé las respuestas, por supuesto, pero escribirlas acá -ahora-, sería como apretar yo por usted -querido lector-, el botón que le permitiera salir eyectado de este texto y devolverlo a dónde vino.

Pero eso, como intuirá usted, es tarea suya.

Yo, -y esto lo digo humildemente-, ya cumplí con mi parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales