sábado, 1 de enero de 2022

Electrodomésticos.


Una casa llena de electrodomésticos. Eso quiere ella, aunque ni siquiera sabe de qué van. No le importa la utilidad, me refiero. Tampoco se preocupa de marcas, referencias ni especificaciones técnicas. Le gusta el nombre eso sí. El nombre y, ante todo, rodearse de ellos. Llenar la casa, digamos. Poblarla de algo genérico. Electrodomésticos. Eso es lo que ella quiere. Repite nuevamente la palabra y, mientras lo hace, parece otorgarle un significado distinto al habitual. Una y otra vez repite la palabra. La hace sonar como si abriese una llave para dejar correr el agua. Como un continuo. Electrodomésticos, dice. Electrodomésticos. Yo la escucho. Intentando no intervenir, lo escucho. Cuando indago un poco más ella habla al respecto. Me cuenta, por ejemplo, que para ella los electrodomésticos son algo así como entidades de flujo. Sí, eso es lo que dice. Entidades de flujo. Como me demoraría en explicarlo entiéndanlo ustedes como una especie de seres vivos no convencionales. Resuman en robots, si quieren, pero no eso. Es algo más cercano a cuerpos contenedores de un flujo que ella percibe, pero al cuál no pertenece. Electrodomésticos, digamos mejor. Digámoslo así y no expliquemos. Así al menos dice ella mientras me muestra dos de sus nuevas compras. Uno se lo compró para navidad y el otro llegó justo hoy, para comenzar un año nuevo. Se ve alegre y dice que por el momento no necesita más. No hoy, al menos. No creo que crea lo que dice, pero valoro que lo intente. Electrodomésticos, vuelve a decir, como si fuese un mantra. Electrodomésticos.

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