domingo, 30 de enero de 2022

G. tenía un caballo y después no.


G. tenía un caballo y después no. Ocurre muchas veces, supongo, pero su caso era algo distinto pues él no sabía por qué ya no lo tenía. Y de cierta forma eso lo atormentaba. No saber por qué ya no lo tenía, me refiero.

-Hay otros que los maltratan, que no los cuidan… -alegaba-. U otros que encuentran algo roto y piensan que el caballo se arrancó… Yo, en cambio, no encontré nada, ni siquiera el caballo… Lo tenía y luego no lo tenía… Así no más fue.

-¿Habla del caballo, todavía? -pregunté.

-Hablo del caballo, por supuesto -dijo G.-. A lo mejor ustedes en la ciudad están acostumbrados a tener y no tener y luego no preguntar nada… Pero acá es un pueblo chico… De hecho, no sé siquiera si llamarlo pueblo. El punto es que un caballo es más grande que un hombre, no puedes tenerlo y no tenerlo y luego no saber por qué. Tener ladrones cerca al menos tranquilizaría… Poder decir: “me lo robaron, por eso no lo tengo”. Pero no tener eso atormenta, de cierta forma… usted no podría entenderlo.

-Igual no es tan terrible -le dije, algo molesto-, todos tenemos algo que nos atormenta. Usted, al menos, sabe qué es. Y sabe además qué es lo que ha perdido y tiene claro que desconoce el porqué. Eso es más que lo que tiene la mayoría.

-Usted no entiende -comentó finalmente, mirando hacia otro lado-. No entiende y por eso habla hueás.

-Nadie entiende -le dije.

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